jueves, 24 de diciembre de 2009

Sin sueño y sin pantalones. Es navidad, aunque eso a nadie le importa. Pensando en Joyce, pensando en mi 'break', pensando en el miedo que tengo de ver mi calificación en that subject, pensando en el stream of consciousness, en sexo y las mujeres que me dijeron que no, sea para salir, sea para acostarnos juntos, sea para una fiesta, sea para acompañarlas a tomar el bus. En las muchachas cabezonas y de ojos claros, en esa dentadura demasiado pequeña para su rostro, en las orejas pequeñitas (defecto terrible), en los dedos manchados de nicotina, en la faja que usaba en la presentación mi profesora de piano, en un poema de Nerval que intenté recitarle a una inglesa -en francés- mientras dejaba enfriar mi pollo a la brasa, en las visiones de Eileen y de Emma, en las visiones del fauno de Mallarmé, en un balcón lleno de cajetillas, en un parque parecido al apocalipsis, en las fotografías de una mujer amada. Tengo la panza llena de gas por haber estado tomando cerveza después de la cena navideña. Y, seemingly, no tengo nada en la cabeza para escribir salvo lo primero que aparece en el llano. Por ejemplo: me gustan las chicas artie. O: me gustan las chicas que me dan bolisha. O: todo artista tendría que leer la novela de Joyce en sus 16 o 17 años, la edad de Stephen hacia el final. O: quiero fumar aún otro cigarrillo más. Creo que todo escritor -cuyo oficio, por antonomasia, demanda cierto fetiche con su propia soledad- ha tenido que imaginar alguna vez a un personaje un tanto sobrehumano, capaz de sobrepasar la dialéctica pertinaz entre la compañía de gente insulsa y la soledad que le carcome a uno la existencia. Desde el breakthrough en los estudios franceses multidisciplinarios -eso que la gente llama ahora 'Teoría', o 'Crítica'- tenemos aún más maneras de pensar ese viejo problema que ya abarcaba gran parte de la obra de Juana Inés, del que hizo una novela el amigo Johann Wolfgang, tan presente, por fin, en la novela de nuestro adorado James: si la experiencia sensible es inseparable de su textualidad (de su 'emplotment', según el concepto de H. White), si en realidad nuestra experiencia del mundo es intrínsecamente la experiencia que se tiene frente a un texto (realidad como construcción textual, y, a la vez, determinación del 'lector' como competente o no competente), ¿cuál sería el valor de la compañía humana sino aquel de su predeterminación cultural, la sensualidad de la innovación narrativa, las ignotas artes? Regresamos a la novela de Somoza: la dialéctica dionisíaca-apolínea se resuelve en la exhortación a vivir una vida que, cruelmente, se define por su naturaleza semiótica. ¡Salid a vivir, abandonad el texto! Pero recordad que la vida es, al final cabo, texto. En fin, ya me he aburrido. Son las 3:21 am y no tengo sueño. Maldita comida fuerte a medianoche. Seguiré con Joyce.

Language 1914

He drew forth a phrase from his treasure and spoke it softly to himself:
- A day of dappled seaborne clouds.

The phrase and the day and the scene harmonised in a chord. Words. Was it their colours? He allowed them to glow and fade, hue after hue: sunrise gold, the russet and green of apple orchards, azure of waves, the greyfringed fleece of clouds. No, it was not their colours: it was the poise and balance of the period itself. Did he then love the rhythmic rise and fall of words better than their associations of legend and colour? Or was it that, being as weak of sight as he was shy of mind, he drew less pleasure from the reflection of the glowing sensible world through the prism of a language manycoloured and richly storied than from the contemplation of an inner world of individual emotions mirrored perfectly in a lucid supple periodic prose?

Joyce. Portrait.

lunes, 21 de diciembre de 2009

He had known neither the pleasure of companionship with others nor the vigour of rude male health nor filial piety. Nothing stirred within his soul but a cold and cruel and loveless lust.

Joyce. Portrait.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sometimes a fever gathered within him and led him to rove alone in the evening along the quiet avenue. The peace of the gardens and the kindly lights in the windows poured a tender influence into his restless heart. The noise of children at play annoyed him and their silly voices made him feel, even moe keenly than he had felt at Clongowes, that he was different from others. He did not want to play. He wanted to meet in the real world the unsubstantial image which his soul so constantly beheld. He did not know where to seek it or how: but a premonition which led him on told him that this image would, without any overt act of his, encounter him. They would meet quietly as if they had known each other and had made their tryst, perhaps at one of the gates or in some more secret place. They would be alone, surrounded by darkness and silence: and in that moment of supreme tenderness he would be transfigured. He would fade into something impapable under her eyes and then in a moment, he would be transfigured. Weakness and timidity and inexperience would fall from him in that single moment.

Joyce. A portrait of the artist as a young man.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Les voy a confesar algo: este blog nació para trabar contacto con una mujer que sólo conozco a través de otra mujer con la cual perdí el contacto hace ya más de cinco años. Hasta este momento no la he visto una sola vez en mi vida (acaso hemos tomado el mismo micro alguna vez, acaso hemos estado sentados, sin saberlo, en la misma función de teatro, ella incapaz de reconocerme, yo totalmente desatento), y sin embargo, sin querer, han surgido cosas bonitas aquí, cosas mayormente relacionadas con desamores o con proyectos abortados, algunas cosas sobre música y otras sobre lecturas que me llamaron la atención en su momento, un dossier más o menos grueso de mi existencia. Puesto que aquel sentido se perdió hace tiempo -creo que apenas después de la primera entrada- este blog ha ido siempre un poco a la deriva, sin ninguna dirección específica. Creo poder afirmar que más del noventa y nueve por cien del contenido de este sitio nació por la urgencia del momento: rara vez me he sentado con guión en mano, rara vez he pensado dos veces lo que iba a escribir, algunas veces he estado ebrio o drogado mientras escribía y una o dos veces (pero no más) he corregido entradas ya escritas. No me estoy autoelogiando ni nada, ni haciendo una poética ni apadrinándome de ningún francés. Cortázar decía que él nunca se sentaba a escribir con saco y corbata pero, si somos realmente sinceros (digo 'nosotros' por los que intentamos, siquiera, escribir: ya el atrevimiento merece cierto tipo de solidaridad), uno siempre se sienta a escribir, digo, a escribir, con saco y corbata. Incluso la desfachatez más inusitada, el gabán más roído y mugriente en un concierto vienés de año nuevo, es ya el producto de un cálculo, de una operación formal. No es el mejor ejemplo, pero de algo sirve. En fin, si de algo ha servido este sitio ha sido para quitarse el gabán, colgar la corbata, dejarse encima los calzoncillos sucios. La presión aquí es inexistente, tanto porque nadie, o casi nadie, conoce este lugar (Dios sabe que los pocos amigos que lo han descubierto lo han hecho por sus propios recursos), como porque las correcciones a las entradas están prohibidas a priori. También, supongo, este lugar es un testimonio de cómo sacudirse de encima cualquier clase de narrativa teleológica es prácticamente imposible. En fin. He estado escribiendo en pasado, como si esta fuera la última entrada, como si me dispusiera a cerrar este blog. Nada. El fin de este lugar llegará como el de los noviazgos excesivos: se enfriará poco a poco hasta que ya no quede nada, salvo unas cuantas palabras.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Alors, il n'est pas comme donner de l'amour.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Hoy, mientras entregaba un trabajo en mesa de partes, vi a la chica de la que hablaba en el post pasado. No bromeo.

Mientras pensamos en estas nimiedades, escuchemos a Bernie:

domingo, 6 de diciembre de 2009

Soñé con una niña de ojos verdes que acaso no vi nunca en mi puta vida.
Soñé minuciosa y borgeanamente los pliegues de sus labios.
La soñé de perfil, con los brazos hacia adelante.
Soñé sus senos pequeños; tracé toda su estructura ósea.
La soñé en un parque. Soñé sus manos.
La soñé en un columpio y soñé el aire que desdibujaba sus tobillos.
Soñé la noche a través de sus ojos.
Qué cagada.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Preparando varios trabajos. Needed a break. A break of myself. Dios, en algunas fotos sale verdaderamente hermosa. Me gustaría puntualizar la vibración de esas erres en ambas palabras: verrrdaderamente herrrmosa. Lo cual es una manera de expresar, cómo no, mi deseo. Las palabras son portadoras de toda clase de sensaciones, incluso cuando ni siquiera tiene la intención de darles algún sentido especial. Por ejemplo, el juego de las vibrantes me hace parecer como una suerte -y quisiera que el eventual lector me imagine así- de lobo babeante con las fauces sucias, algo así como una pesadilla después de haber visto demasiados episodios de Looney Tunes. Hay un relato de Bolaño en que a partir de una foto del grupo de Tel Quel el escritor crea toda una trama que envuelve a los personajes de la foto; en las fotos de nuestra heroína (in both senses) nos es dado crear tramas detrás de cada personaje: la chica aburrida, el guapo homosexual, la tramp (American sense), etc. También descubro ciertas peculiaridades: por ejemplo, que en el ángulo que más la privilegia (se ve prrreciosa) siempre se le ve la nariz demasiado grande o tosca o ajena; que su desenfreno, al contrario del resto de personajes, no está asociado con una apariencia imbécil; que sus labios son inconcebiblemente perfectos. En estas ociosidades se me van los días. No tengo muchas ganas de hacer nada. A veces me asalta una mezcla de melancolía y envidia, pero luego salgo al mundo y todo se hace irresistiblemente triste y precario. No todas las veces, desde luego. La belleza pareciera esconderse en un silencio sólo colmado por literatura. Lo que equivale a decir que la belleza está en el control sobre la propia realidad. Lo que equivale a decir que la belleza es una realidad meramente conceptual. Reviso mi mail: entro al correo no deseado y me encuentro con lo que llaman un "exploit". Dice: "María te ha enviado un mensaje". Yo hace poco he cambiado mi nick siguiendo un par de versos de una canción de Bernstein que me gusta mucho: "María: say it loud and there's music playing / Say it soft and it's almost like praying..." Uno no puede evitar preguntarse si. Uno no puede evitarse. Y a la vez uno no no puede preguntarse seriamente. Su sombra, en esos sueños, me parece de una simetría enternecedora a la mía.

lunes, 30 de noviembre de 2009

viernes, 27 de noviembre de 2009

Rimbaud

- De eso mismo, de la Freiheit, es de lo que se trata. El método deconstructivista que sistematiza Derrida ya había sido llevado hasta sus mismos extremos por otro francés un siglo antes: la teoría sólo pudo ser teorizable imponiendo la advertencia, a todo momento, de que la destrucción de la barrera invisible que divide al sujeto del mundo, conclusión lógica del método, era imposible o, al menos, impensable como objetivo: la descontrucción es siempre, en efecto, un impulso interrumpido. ¿Qué otra cosa no quería hacer Rimbaud sino, a través del desarreglo sistemático de los sentidos, éffacer esa barrera, desaparecer la línea del horizonte? Frente a Rimbaud, Derrida parece un gran cobarde; frente a Derrida, Rimbaud es siempre un loco anarquista.

- De la Freheit se trata. Pero la Freiheit es, cómo no, un estado relativo: como el adentro y afuera, como el S1 y el S2, como el centro y el margen de la estructura. Ya advertimos que otro de los límites de la deconstrucción, un poco tonto por cierto, es que el método subversivo contra el centro de la estructura, a la vez que intenta desplazar a ese centro, hace aún más intensa la barrera que separa el adentro del afuera. Es una consecuencia que también puede encontrarse en Rimbaud, y la que ha determinado gran parte de la lectura de su obra. Rimbaud, que persigue la libertad como nadie más la persiguió, termina haciéndose esclavo de su propio deseo, la famosa "huida hacia adelante", es decir, el viaje estrepitoso hacia los márgenes y la conciencia posterior de que, finalmente, uno ha estado corriendo en círculos, y que se haya con ambos pies en el centro. Me imagino que Rimbaud también puede leerse de otra manera, al modo de nuestra premisa anterior: Rimbaud abandona la poesía porque se da cuenta de que la única forma de hallar la libertad plena es a costa de la cultura: la libertad implica una desubjetivización (des-sujetar al sujeto) que tiene como consecuencia última la erradicación de la conciencia de un yo y el mundo, del adentro (mío) y del afuera (ello, ellos). ¿Hay en la muerte de la forma alguna libertad posible? Muerte de la forma: homogenización del mundo, carencia de todo movimiento, como lo que llaman "lenguas muertas": un modo fijo (que ha dejado de ser modo y ha devenido lo Uno), impensable ya la variación. Un poco como la teoría del Big Bang define el estado primigenio del universo: una singularidad espaciotemporal de densidad infinita. Rimbaud entonces se niega y literalmente desaparece: creo que la única lectura posible de su abandono de París hacia el África es bastante elocuente, y a su vez, una manera radical de dejar de ser Rimbaud sin dejar de ser Rimbaud.

jueves, 26 de noviembre de 2009

- Cuando ella se hace cómplice me dan ganas de actuar como un adulto. Es difícil saber lo que el resto quiere, pero en eso, supongo, radica la ex-centricidad del amor. El mounstro terrible otrora conocido como Barthes decía que, puesto que nos resulta imposible salir del lenguaje, nos resta sólo pequeñas tretas, apenas minúsculas victorias en esos puntos en los que lengua se muerde la cola y hace insospechadamente cortocircuito. Uno de esos lugares es, me imagino, el amor, precisamente. El amor en su perenne rechazo a la verbalización. El amor como "lenguaje" subversivo, que renuncia a las palabras, al significado, que exige que las personas se comuniquen de forma extralingüística. También supongo que toda miscomunication es producto de aplicar la plantilla allí donde no corresponde, es decir, de intentar significar algo cuya dinámica renuncia desde el comienzo a toda significación.

- Escuchando una y otra vez el último movimiento de la novena de Ludwig van. Me enteré hace poco de que Bernstein era gay. Supongo que eso explica en parte la pasión ardiente de que sus interpretaciones están colmadas. Me quedé boquiabierto con una versión del 80 o 70 (con René Kollo, Kurt Moll y una hermosísima Hanna Schwarz), pero luego escuché una de 1989, en conmemoración a la caída del muro (Bernstein cambia en libreto una sola palabra y la sustituye por Freiheit), y creo que me quedo con esa. Es una versión más madura, como una explosión de felicidad.

- (Hace tiempo escribía lo mismo sobre la música de Mozart. De hecho, hay pasajes en la novena que recuerdan instantáneamente a las clásicas melodías mozartianas. La felicidad de Beethoven es, sin embargo, distinta. No sé cómo describirlo. La música de Mozart se parece a los gatos, a la risa de los niños en un parque un domingo soleado, a la belleza de una mujer que le duele a uno en el alma; la de Beethoven me evoca más bien el final anhelado de un cuento que uno cree, en el momento, que es bueno; la felicidad de un beso encendida por la libido; la sensación de haber sido comprendido por alguien a quien uno quiere de verdad. Hay que indagar más en eso).

- Hoy me pasó algo extraño sobremanera, pero me temo que no puedo contarlo aquí: quiero escribir un cuento sobre ello. Tiene que ver con niño, con una señora cincuentona, quizás con una combi. Título tentativo: Pétit-Rimbaud.

sábado, 21 de noviembre de 2009

¡¡NO SE PUEDE SALIR NUNCA DE LA CONCIENCIA!!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Entonces es como estar en el puto bosque con los Rostov, ver pasar los animalillos y no tener piedad.
Any contemplation with your own frame of mind, with the language of your desire.
Prever, calcular, medir, racionalizar
as every movement or gesture condenses
la misma esencia del pareser. Me miras
performing what I think is the proper manner
el cortejo incesante de una intersubjetividad
that one can only grasp in his dreams
eso que es puro langage
Dasein articulado en llamas
intrínsecamente líquidas
ashes which can only rise
en la oscuridad solitaria de la memoria onanista.

jueves, 19 de noviembre de 2009

1) Escribir no tiene mucho sentido, salvo como neutralización de las sensaciones. Una opacidad que se desgaja en verbos; la extraña experiencia de la resolución en el tiempo de la frase, en el orden de la sintaxis, en la fijeza del sentido estrictamente gramatical. El sintagma ordena el pensamiento -como los cajones de la cocina de Zizek, llenos de calzoncillos- y a la vez ordena la comprensión de la propia experiencia. En este sentido, escribir es una manera de vivir: como quien dice, de dar vida a la misma vida. No es que esté justificando nada. Es un poco triste no salir mucho de las clases y de las lecturas obligatorias, pero en cierto curso estamos analizando una novela de un autor español. Hay un juego metaficcional que se resuelve en la afirmación de que todo es texto (algo nada nuevo, claro). No hay nada más que signos. Bien. El problema llega con el epílogo: el autor fictivo del texto insta al lector a dejar de leer e ir a vivir. ¿Pero dónde está la vida, si todo es texto?

2) Toda experiencia es perecedera. El valor de la memoria es el de la transfiguración, no el de la conservación. Dicho de mejor manera, el valor de la memoria reside en el emplotment.

3) Nos sentimos tentados a redefinir el arte pero no sabemos por dónde empezar. Afirmamos cosas, debatimos, arengamos. El vacío sigue allí. Lo cierto es que la literatura no puede cambiar nada. Ni la cultura. Ni siquiera el poder desde la cultura. El diálogo cerrado siempre ha sido presencia artística; un canon es indispensable, el juego tiene algún tipo de reglas. La libertad en la literatura -en todo- es sólo patrimonio del futuro, como el gozo de la memoria y de las fotografías, como la satisfacción plena del Deseo.

4) Si volvemos por un momento a Alberich, nos damos cuenta del fiasco que resulta este personaje: el deseo no ha desaparecido en él, sólo ha cambiado de forma. Tendríamos que concentrarnos en Bartleby o en Meursault: ellos son los verdaderos dioses de la historia de la literatura. El mundo los mira con perplejidad, con desazón, con asco, con envidia. A nosotros sólo nos resta un corazón palpitante en la penumbra.

5) Zu welchem Los erkoren -finalmente- ich damals wohl geboren?

6) Zu welchem Los...?

7) Nada, finalmente, resuelve nada.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Seinfeld strikes back!

So, ayer sucedió lo que tanto esperábamos los fanáticos de Seinfeld: se estrenó por fin el episodio de Curb your enthusiasm de la reunión del elenco original (¡incluido Newman!) para el ficticio reunion show, que, como sabemos los también fanáticos de Curb, ocupa el arco argumental de esta temporada de la serie. Carajo, qué idea tan genial la de David, la de hacer un episodio de reunión del elenco sin hacerlo realmente, gracias a las bondades de la metaficción. Dejo colgado el enlace del episodio online, aunque seguramente no estará disponible por mucho tiempo:

(El video murió)

sábado, 14 de noviembre de 2009

¿Hay alguien ahí, realmente? Si nos ponemos a pensar un poco, resulta incluso peligroso, bastante intimidante por lo demás, que haya, efectivamente, alguien allí afuera, el lector que de alguna manera me conoce y a la vez -porque lo he procurado con todas las fuerzas, porque no podía ser de otro modo- no sabe nada de mí. ¿Quiero que se sepa algo de mí? ¿Para qué, si no, llenar espacios virtuales de letras negras, tender una mano invisible hacia la oscuridad remota? Ahora que estoy aquí, sentado en la esquina y mirando la pared, ahora que escribo y que sólo -Dios mío- puedo escribir y seguir escribiendo y confiar en que todo estará bien, en que las palabras, al ser pronunciadas -no importa qué palabras-, tendrán algún efecto sobre, digo, sobre algo, sobre el exterior, sobre ese exterior que está determinado por el interior, porque sucede que a veces no me doy cuenta y miro a través de las ventanas de los micros y la gente se deshace, unos ojos negros se cruzan fugazmente con los míos y siento como una especie de horror al sentirme expuesto, ante la conciencia de la ex-sistencia del otro, el otro que me ha descubierto mirándolo (recuerdo aún cuando descubrí por primera vez el juego de las miradas revertidas en los espejos, la desesperanza de la mirada imposible), y la basura y los periódicos y el humo que me gustaría aspirar ahora, por la ventana, como antes, si no estuviera enfermo, digo, sino me doliera el puto abdomen, sino me hubieran metido una sonda en la maldita vena hace unas horas, durmiendo todo el día, sin sensaciones, apenas vislumbrando mi propio deseo, aspirar el humo en la calle, el peligro y la cadencia de los labios, acaso un tipo desconocido dándome un sermón, que sino me comporto como persona normal, que si resulto hostil, que la chica del costado se ha interesado por mí y la veo y resulta que es fea and so on, la sonda en la maldita vena y el techo blanco, prístino, y mear en medio de los árboles y alguien que me dice que parezco gato y yo que pienso inmediatamente en Julio Cortázar con sus ojos excesivamente separados uno del otro y los labios finos, el mohín de indiferencia que un escritor supuestamente ha de tener, la cara de huevón angélico que el poeta debe tener -parafraseando a Watanabe-, y yo que le digo gata a una chica con excesivo entusiasmo, mi manera de decirle lo impronunciable, el techo prístino y la literatura médica que le subyace, las evocaciones en medio de un cigarrillo -si tan solo si-, los cuentos de Cortázar, las chicas feas y la basura y los periódicos y la mano, la mano siempre presente, que se extiende hacia la más terrible penumbra en busca de consuelo, el helado ella siempre lo pedía de chocolate, y la segunda bola también, y no se necesitaba un genio para adivinarlo pero ella igual me reprendía cuando no recordaba sus conciertos, y cuando por fin fui a uno -el amigo con el que fui casi se queda dormido-, le dije que las brujas, sólo por el hecho de serlo, no tenían que andar tan despeinadas y me olvidé el paraguas, tenía un amigo que no creía en los paraguas y cuando salíamos en plena lluvia se mojaba, y yo le preguntaba, desde mi seca ontología, si ahora creía y me decía que se iba a mojar más si lo usaba, creía en Dios pero no creía en los paraguas, y en los techos prístinos y en las chicas feas y los complots de las mujeres, la oscuridad que de repente refulge y los poemas de Rimbaud, tatuados en la geografía de una lágrima, el café y las mujeres cuya belleza duele, the wholesome beauté that hurts, el sabor del vino en la mañana y unos ojos cariñosos que mi miran, yo que no puedo creer el privilegio, las miro durmiendo allí -hace calor, una de ellas viste shorts-, ellas me invitan a salir, entro y está fresco y me acurruco bajo el techo prístino, las chicas feas en la pizzería, pedimos lo de siempre, la de espinaca y una empanada de carne, a veces una de pollo, yo no he oído nada de lo que han dicho en el taxi, ella que se va quién sabe dónde, quién sabe cuándo la veré de nuevo, los micros y la basura, toda gente inútil que no sirve para nada, todos como florero de cementerio en un día de llovizna, el silencio que se rompe por uno que otro comentario insospechadamente idiota, el techo prístino y los cuentos de Cortázar, la felicidad de los cuentos de Cortázar, la libertad que uno cree que aún puede experimentar, la edad y los niños que lo rodean, ella que viene con su polo de Pucca y yo como Humbert Humbert, le veo la piel blanca bajo el polo y adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno, retorno anhelado al humo de los ventanales, las sílabas y las cervezas en lata (nunca le escribí un soneto a ella), el agua en su quietud abrumadora y la noche como un espectáculo cuya sordidez parece dar cuenta de la existencia de Dios, los poemas de Rimbaud y las caravanas de los animales de lujo mientras camino bajo la sombra, las fosas que se cierran con la humedad, sus piernas, entre las que quisiera quedarme para siempre, los trayectos hacia la biblioteca y el segundo acto del Tristán, las niñas que se tocan en el cuento de Cortázar y la sensación de estar leyendo un maldito cuento de Vargas Llosa, el castigo de las niñas y el polo de Pucca, los techos prístinos de los que intento esconderme, el vacío, la desidia, el resplandor de los faroles, las sonrisas perdidas, el tiempo, lo que no se puede superar, lo innombrable, el deseo, la pérdida, los libros, las genealogías, las gotas para los ojos, la botella de agua perdida en Penitentes, las esquinas, los arrebatos, el sufrimiento, la esperanza, las palabras.
¿Por qué combatir la locura con más locura?
Mejor pasemos a otras cosas.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Perhaps it is out there, somewhere.
It that bends it all.
It the unspoken, which maybe it is only
faint and fear,
which perhaps feels like
grasping a ghost in the dark,
motionless,
as it vanishes away,
as you surrender to the insistent
crying for existence of Desire.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Hier wütet der Tod!
WAGNER.

Hasta qué extremos me ha llevado el corazón robado, das kannst du
[nie erfahren.
Hay un par de gaviotas: su aleteo se parece a la desintegración de
[mi esperanza.
Desde mi atalaya estoy atento.
Silencio.
Nubes, sombra, tormenta.
El deseo es un puente deshaciéndose hacia el vacío; el poema, un
[remolino.
Hasta qué extremos me ha llevado el corazón robado, das kannst du
[nie erfahren.

sábado, 7 de noviembre de 2009

No me aguanto no publicar esto. Slavoj Žižek, en su día de matrimonio (con una argentina que está más buena que el pan):


1) Dios, qué pendejadas escribo cuando estoy borracho. Si soy sincero -¿por qué no serlo aquí, ahora, en estas palabras?-, estaba bastante conmovido en su momento. Cositas como el rebote escueril del significante-deseo lacaniano no dejan de obsesionarme; el que en medio de un arrebato sentimentaloide haya surgido, como relámpago, como carcajada en un funeral, el cólico del deseo, es, sinceramente, bastante gracioso. Y más aún, que mi pobre corazón rimbaldiano haya conjurado, en ese momento de silencio expectante, el cuerpo de la Chilena. Pero estas cosas no tienen por qué resolverse aquí. Nada tendría que resolverse aquí, en realidad.

2) Apuntes fugaces

- Lo indescriptiblemente genial del montaje de Las brujas de Salem. Ya no estoy para hacer crítica teatral -para dármelas de crítico teatral-; sólo dejaré apuntado aquí que ha sido una experiencia maravillosa. Espero no olvidar pronto la síntesis que, sin saberlo, Proctor hace de su propia situación y de la época a la que está condenado: Dios ha muerto... ¿quién podrá juzgarme? Carajo, eso está muy bien. Pero muy bien.

- He descubierto, sin querer, el Facebook -y con ello, el nombre- de la chica de rayitos con la que he estado intercambiando miradas en los últimos meses. Tendríamos que indagar en esto del Facebook, en esa necesidad -¿de dónde ha salido?, ¿desde cuándo está presente?- de mantenerse informado y mantener informadas a las personas, como si tuviésemos una suerte de obsesión con el control sobre otras personas, como si gozáramos al ser controlados, sabiendo, sufriendo si no sabemos, sintiendo placer al ser vistos, al provocar el conocimiento, ser fuente de conocimiento, etc., etc. Supongo que tendrá algo que ver con la rapidez con la que, por ejemplo, la gente necesitó en su momento tener noticias sobre la muerte de Michael Jackson, o con la omnipresencia e invisibilidad del capital, con la ahistoricización del presente y la enajenización, etc. Cosas de las que no tenemos tiempo para pensar porque hay out there una pila de lecturas haciendo de ballena blanca.

- El único defecto de esta chica, a juzgar sólo por su fotos del Facebook, es la conciencia -no importa si justificada o no- de su propia belleza.

- Tendría que escribir más seguido. La chica a la que deseo no aparece, parece haberse esfumado en el aire. Tendría que dejar de tener miedo. ¿Me ha mentido cuando me ha dicho que habría que escribir más seguido, dejar de escribir sobre prendida, no sea que aparezca, acaso, tremendamente patético brillaban, cuando sonreía.

- Tengo 23 años, es noviembre, el mundo sigue ahí y yo sigo contando sílabas. Me duele el costado del abdomen.

jueves, 29 de octubre de 2009

Ach.
Quisiera morirme en mi besarte.
Hundir mi corazón entre tus senos.
Ser uno en tu mirarme de cámara plena.
Arder en el bourbon de tus cabellos.
No ser otra cosa
que tu siendo mi haber sido
siendo tu ser
apenas presentido.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Que me lleven las mareas del tiempo
que el dolor del deseo
arrastre el acero de la sublimidad
crotchinity;
que los arrebatos del
pensamiento
me deslicen hasta el mismo
arrabal de la materia sonante;
que la música del infierno
azuce las llamas del delicado
convencimiento de toda textualidad;
que la belleza me desfigure
hasta el borde mismo
de las lágrimas;
que la conciencia conjure
las dos o tres tramas de la literatura;
que me enferme toda alucinación
perecedera, en la convicción
del infinito s i g n i f i c a n t e;
pero que nada,
nada,
me arrastre al olvido
del desinterés infinito
de la amistad verdadera.
La amistad la pone con concha.

lunes, 12 de octubre de 2009

Lacan dixit:



Il n'y a pas de rapport sexuel.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Cómo me gustaría ser músico, por Dios.

domingo, 4 de octubre de 2009

El pasado no regresa. No quiero que regrese el pasado. El pasado me hace temblar. Dan ganas de pulverizar la memoria. Fresh new start. Vórtice, determinismo, etc. Ya se ha probado mil veces. Garantía del presente. Caminar por una vez de frente, y no de espaldas. Certidumbre de que la cosa es más importante que su representación. Ficción de la imaginación; ficción sobre la imaginación. Insert Jean Paul's quote here. La apariencia de la repetición ad nauseam. El miedo de la no retribution. La certidumbre que todo se reduce a la libido. La exasperante teoría que avala esta certidumbre. Sorpresa frente al resto. Desasosiego. La víspera eterna.


sábado, 3 de octubre de 2009

Lo que quería decir hace un rato no era lo que escribí. En realidad, la interpretación de Windgassen es una cosa increíble, insuperable. Pero también la de Vickers. Creo que puedo expresarme coherentemente de esta manera: el Tristán de Windgassen es un Tristán trágico; el de Vickers, si cabe, un Tristán épico. El Tristán de Vickers mantiene la nobleza de su heroísmo hasta el mismísimo final; el de Windgassen se hunde en una desesperación que, mucho más que la herida de Morold abierta por Melot, termina matándolo.
- Antes -hace unos meses- mis preocupaciones habían cambiado radicalmente (o al menos estaba convencido de ello, y eso siempre basta). Hoy parecen volver al mismo axis, por alguna razón que aún no logro descifrar.
- Por ejemplo, aquella vez que me hallaba en el micro, tan tranquilo, pensando en sus labios, en lo que le diría, en el upper-hand.
- O cuando revisaba la complicada jerarquía de las hordas nazis.
- ¿Por qué tiene que ser así, que el presente siempre aparente ser una puesta-en-degradación del pasado?
- Veo su carita, y pienso Dios, ¿cómo puede ser que...?
- Leo al Inca Garcilaso; pienso: "cómo me gustaría poder escribir óperas".
- Una página infamante, sin lugar a dudas.
- Camino por el parque. Le comienzo a enumerar (Dios...) las nacionalidades de los autores que tengo en mi biblioteca. Cuando iba por los italianos o quién sabe qué, me toca la mejilla, me pregunta si tengo frío.
- Articulando pequeñas monstruosidades: cómo un discurso -un componente discursivo puesto en acción sobre la realidad- puede transformar cualquier acontecimiento.
- ¡Qué tragicomedia, ver al pobre Felipillo enamorado y, por ello, presionando para que maten a Atahuallpa!
- Es decir, nuevas preocupaciones: la convicción, nunca corroborada, de que era al fin capaz de manejar mecanismos nuevos, de experimentar con ellos, de ponerlos en marcha.
- Le digo que quiero besarla.
- Escenas inimaginablemente cruentas, bajo la batuta de una administración fatal. La tragedia de los verdugos es un tema infinito. Satanización gringa aparte, esos hombres -muchos de ellos arrastrados al partido; pero esto no es una apología, ni mucho menos- tuvieron que haber sufrido como ningún otro verdugo jamás en la historia; su tormento tuvo que estar a la altura (es un decir) de las circunstancias. The language proves itself useless in those circumstances.
- Claro que su sufrimiento no fue nada comparado con el de sus víctimas, por Dios.
- En realidad, en el Inca, la tragedia es una tragedia lingüística: la brutalidad de la conquista, la incapacidad de los historiadores españoles para contar con verdad la brutalidad de la conquista, ambas, provocadas por la falta de comprensión entre los españoles e indios. Lost in translation, indeed.
- Poco a poco voy perdiendo la dignidad. ¿Cómo proyecté la ilusión sobre ella de que valía la pena?
- Pero supongo que las cosas volverán a su sitio cuando haya un poco menos de presión. Hay un testimonio; se puede avanzar, seguir los rastros.
- Cuesta a veces volver la mirada, dejar de esconderse.

viernes, 2 de octubre de 2009

- Ya es octubre, ya se acaba el año. No voy a hacer juicios sobre el tiempo. El año pasado, en este mismo mes, me volví loco y mis amigos tuvieron que sufrirme. En realidad, las cosas no importaban mucho; ahora importan, o importan de otra manera, o existe, al menos, cierta certidumbre de que importan.
- Todo un año más en la universidad. Llevo otro tipo de cursos con niños: hoy me he enterado de que la niña más linda de la clase no ha acabado aún la secundaria.
- Lo que da pie a toda una serie de fantasías woodyallenescas que no desarrollaré, "por no ser prolixo".
- Ha sido uno de los días más torpes in recent times.
- No sé qué quiero hacer con mi vida. A veces los libros no parecen ser suficiente. A veces me pesa el esquema vital supportado por el resto de gente. Uno comienza a tener expectativas de no tener expectativas.
- Me gustaría ser de esas personas que continúan el mito de la autonomía. Irme a un país desconocido sin un solo amigo o familiar, sin ningún contacto, y "vivir la vida" desde cero. Pero, ¿qué es "vivir la vida"? "Et après les études, la vie". Mais les études sont la vie! No sé lo que digo.
- Los pequeños otros. Hoy, antes de llegar tarde a un examen, me quedé viendo Felicity. Era Halloween; Felicity y su perfect-haired-with-sad-eyes-bullshit galanazo carveaban (2do spanglicismo) unas calabazas. Se nota que Felicity babea por el tipo: ella inicia todas las conversaciones, oculta los silencios con más y más (in)significantes. Hasta que llegamos al momento crucial: el tipo, uno de esos héroes semi-literarios que no se han dado cuenta de lo bellos que son, comienza a abrirse y contarle sus intimidades. Llega un tercero; el tipo llama un taxi a Felicity y ella se va, no sin antes intentar, un poco artificialmente, proseguir la conversación anterior.
- ¡Qué belleza, esos momentos que ya no me tocará vivir, el privilegio de la incertidumbre, la ignorancia de la necesidad de los nombres! ¡Si no tuviéramos que decir nada, si no tuviéramos que definir nada, nadando así, a pleno pulmón, entre lo no dicho y lo apenas susurrado, entre las miradas y la horizontalidad de los labios!
- Qué maravilla que haya una persona en tu vida que sea capaz de sorprenderte, de dejarte queriendo más. De callar allí donde tendría que zurcirse; de susurros allí donde la sed aplaca el deseo; del silencio más perfecto allí donde no hace falta más que el cuerpo.
- Deslumbramiento. Anhelo. Desidia. Desilusión.
- Spleen.
- El mundo es amplio, gracias a Dios. Y hasta me han dado ganas de seguir viendo Felicity.
- Puedo volver al Wasteland. Puedo aún sentirme emocionado por las palabras.
- Las palabras habría que dejárselas a la literatura.
He escuchado muchas, pero muchas versiones de Tristan, y, les voy a ser sinceros (asumiendo que hay alguien ahí afuera, escuchando lo que digo), ningún intérprete, ni siquiera Windgassen, me ha conmovido tanto con su Tristán como Jon Vickers. Su majestuosidad, el vigor con el que lo interpreta, esa entereza llena de realeza, esa desesperación wertheriana, como recitar, con un sosiego sobrecogedor, el poema de la propia muerte.

Sólo quería decir eso.

viernes, 25 de septiembre de 2009



-¿Por qué me espías?

-Porque te amo.

-(Smirks.)

-Es en serio.

-¿Y qué quieres?

-No lo sé.

-¿Quieres besarme?

-No.

-Quizás... ¿quieres hacerme el amor?

-No.

-¿Quieres fugarte conmigo? ¿Al lago, a Budapest?

-No.

- (Con exasperación) Entonces, ¿qué quieres?

-Nada.

- (Sorprendida) ¿Nada?

-Nada.


(Kieślowski. Krótki film o miłości ['Un pequeño filme sobre el amor']. 1988)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Un amor estructuralista

Basta de hablar de mí. Hoy quisiera contar una historia ajena.

Una historia que me contó Facundo.

Desde luego, se trata de una historia de amor.

O casi.

Sin embargo, hay que tener en cuenta algunas cosas antes de empezar. Por ejemplo, que la botella de Merlot barato estaba a la mitad cuando Facundo, mientras lanzaba algún apotegma sexual que se le había ocurrido en el instante, intentó limpiarse la boca con una bombacha -soy fiel a su discurso-, y que de repente se quedó inmóvil (me dio la impresión de que, de súbito, Facundo se había arrancado la careta del tiempo del rostro, que sus facciones habían trascendido la temporalidad) y que, de la misma manera abrupta, se sacudió la parálisis, palmoteó la mesa y comenzó un relato que no terminaría hasta que hubiera dos botellas más en la mesa, las tres vacías, el cenicero a punto de erupcionar. Pero, todo hay que decirlo, a Facundo le gustaban las digresiones. Le gustaba saltar de un tema a otro; en su cabeza, todo, al final, aún forzadamente, conectaba con el resto. Como aquellas partituras en la que se inicia un tema que se deja en suspensión, que da la impresión de que el compositor se ha olvidado de él, y que sólo al final de la pieza, truco de manos, se completa en su tónica perfecta, esperada, anhelada. De manera que me será imposible reproducir el relato tal como fue enunciado aquel día, entre las botellas y la ya mencionada bombacha, a la cual Facundo confundió con una servilleta. Seguramente si yo no le hubiese señalado que se estaba limpiando la boca con los calzones sucios de vete a saber quién, jamás hubiera recordado la historia que me contó, sepultada como estaba entre otros mil recuerdos, entre otras miles impresiones femeninas y otras tantas miles de bombachas. Aunque, bien mirado el asunto, pudo haber sido cualquier otra persona. Me la contó a mí, sin embargo: eso es lo que importa. Me contó, al menos, alguna de sus versiones.

Último preámbulo: la relación de Facundo con las mujeres. Y las mujeres con las que solía involucrarse. Uno tenía que estar allí. Tenía que ver sentarse a Facundo en una mesa cualquiera; tenía que ver a la chica acercándose, una desconocida, con alguna excusa -era delicioso observar a una mujer bella pasar por todas las tribulaciones por las que usualmente cualquiera tiene que pasar frente a ellas: la duda, la trama seductora, las miradas furtivas, la angustia creciente- o sin ella, ir rellenando los vacíos de las frases a medio decir con un creciente contacto corporal -mano en la oscuridad; mejilla; antebrazos-. Uno tenía que ver cómo reaccionaba Facundo, cómo actuaba casi como si se las quisiera echar de encima; cómo aquella misma conducta desestabilizaba a las mujeres en un primer momento, las hacía dudar de sí mismas -nueva delicia-, imponía una capa de furia en sus miradas sonrientes, y al siguiente momento, de golpe, las hacía cambiar de táctica, las hacía proseguir en la lucha sólo por el honor herido (lo que me hace pensar en que hoy en día el honor equivale a la vanidad, pero discúlpeseme la interrupción), reivindincar sus bellezas ofendidas, a inaugurar sus relaciones con una decidida actuación beligerante. En realidad, la condición inevitable de todas las relaciones de Facundo fue siempre la furia. Una furia recíproca, agazapada entre las caricias; una bomba de tiempo. Digo recíproca porque Facundo, cómo no, las detestaba. Las detestaba por su belleza, por la consciencia que tenían de ser bellas, por la facilidad con la que apostaban todas sus cartas a su belleza, por la facilidad con la que su belleza conquistaba todas las cartas. Pero su actitud también estaba basada en la estrategia: sabía cómo ofender la confianza de cualquier mujer con la dosis exacta de la duda. Sabía medir sus movimientos; sabía no excederse; sabía cuándo había que ser brutal. Nadie más falso que Facundo frente a una mujer bella. Nadie más real, más sincero.

Nada más sorpresivo, pues, cuando me contó cómo la buscó después de la función, cómo le ofreció su chaqueta, cómo la acompañó hasta la parada de bus. Quisiera imaginarme esa noche un tanto sórdida, con un background constante de ladridos a lo lejos, siempre a la misma distancia; ambos caminan mirando el suelo. Permítaseme también imaginarme a nuestra heroína: cabello frondoso de castaña angustia, ojos profundamente negros, labios delgados, caninos puntiagudos. Un ligero carmín se asoma en sus pómulos con timidez entre sonrisa y sonrisa; unos lentes de carey negros, enormes -es el único dato que me dio- velan el asedio de toda mirada; se parece un poco a la Clare de Nabokov. El viento descubre, por ratos, su piel lechosa; con el apuro se ha olvidado de traer la ropa; se siente un poco tonta caminando con el vestuario en la calle; casi tiene la tentación de prolongar la vida su personaje -Facundo resumió el argumento de la pieza como "una especie de utopía marxista con fondo de los Rolling Stones"-, de decirle que no, de sacarse uno de sus zapatos y tirárselo en la cara. En realidad, ambos están actuando en aquel momento, ambos cumpliendo con entereza el rol que les ha tocado. Ambos, también, se han hallado, por puro azar, interpretando papeles inesperados.

Cerca del amanecer, Clare le dice que lo ama, le dice que está segura de que lo amará, que la certidumbre del futuro justifica todo fast-forward sentimental, que una predicción certera es sólo una cristalización aplazada de una realidad enteramente presente. Facundo se queda viendo los libros de su habitación: entre los lomos de cada uno de ellos asoman páginas arrancadas. El vestido se ha quedado colgando de una percha en la puerta del armario. La impaciencia con la que la cortina soporta la vanguardia del día le causa un poco de tristeza: yo no, le dice, yo no. Se levanta, se viste. Me imagino que Facundo se habrá ido sin más, pero aquí, por razones estructurales, le haremos darle a Clare la explicación con la que sólo remuneraba a los amigos cercanos: cada mujer es sólo la realización subjetiva de una función constante. No es preciso decir, como suele decirse, que uno se enamora de categorías: a mí me gustan las rubias, delgadas, de ojos claros, etc.. Pero es igualmente insensato afimar que uno se enamora de personas: uno se enamora, más bien, de materializaciones de determinada fantasía. Dicho de otra manera, el amor es siempre un fenómeno individual: la búsqueda de uno mismo a través del cuerpo del otro. Claro que Facundo no lo hubiera puesto de esta manera. Menos aún se hubiese demorado en darle explicaciones a nuestra Clare, nuestra desvalida Clare, que se ha quedado suspensa, que, ahora que Facundo se ha ido, comprueba la impunidad del robo y espera hasta el nuevo crepúsculo, toma el subte, recorre angustiosas avenidas, corrobora la dirección del documento y toca el timbre, grita, hace un escándalo hasta que Facundo le abre la puerta. Te has llevado mi bombacha, le dice. Ella lleva el vestido de la noche anterior. Facundo no se ha sacado la chaqueta que llevaba: revisa uno de los bolsillos: allí está, la bendita bombacha. No se ha dado cuenta en qué momento se la ha puesto en la chaqueta. Le ofrece una taza de café. Clare lo mira con rencor; se niega, sin embargo, a pedirle explicaciones. Facundo le pregunta cómo ha averiguado dónde vivía: Clare esgrime con desdén la billetera, el documento: se los tira en la cara. Le dice que se ha perdido, que ha errado la dirección, que la numeración vacila entre aquellas calles, que no sabe cuántas veces ha exclamado "Dios, aquí no está" (detalle un poco tonto que me dio Facundo, y por eso mismo memorable) furibunda al errar la casa. Facundo recoge los documentos en silencio. Clare le repite que lo ama, le habla de sus fantasías de muerte. En realidad, se las repite: Facundo apenas la había oído en ese arrebato nocturno, en esa deplorable irrupción del lenguaje después del goce carnal. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?, le pregunta. El futuro es una prolongación temporal innecesaria cuando uno está seguro de lo que va a pasar, le responde Clare; se levanta, toma un cuchillo de la cocina, se abre las venas. Ha tenido el cuidado de acercar los brazos al lavadero, aunque ni siquiera se ha dado cuenta de su consideración. Facundo se ha parado en el vano de la puerta; la observa, pensando qué debería hacer, qué debería decir. Clare le sostiene la mirada. Ninguno dice nada. Pasa un rato largo; silencio total. Poco a poco, Clare palidece; sus ojos decaen; sus brazos se apoyan contra el saliente del lavadero; sus rodillas tiemblan. Facundo la sostiene antes de que caiga al suelo. La limpia con cuidado, le hace un torniquete y camina hacia la calle. El chofer señala el taxímetro: quince pesos. Facundo urga dentro de la cartera de Clare: saca el dinero, le dice al taxista que espere. La blancura de la bata blanca de la enfermera refleja la palidez de la piel de Clare. Nadie lo ha visto escabullirse. El taxista le tiende una mirada larga e inquisitiva a través del retrovisor a Facundo: éste, con expresión divertida, sostiene, entre las monedas apenas descubiertas en el fondo del bolsillo, la bombacha de Clare en la mano.

Facundo se paró, apagó la radio, me convenció para buscar más trago. El único detalle que se había guardado -el más trascendental, por lo demás-, era el por qué de su asedio, de su acercamiento. Acaso simplemente necesitaba desahogarse: la actriz le pareció guapa y sintió pereza de esperar. Acaso cambió de opinión aquella noche, cuando Clare le contaba sobre sus fantasías de muerte, del goce, de la realización plena del amor. Acaso se había sentido sinceramente atraído hacia ella. Pero el ruido de este lugar no me deja seguir pensando con claridad. Han acabado de pasar una de esas canciones que uno tiene memorizadas sin haber jamás comprado el disco, sin que siquiera a uno le guste la canción. El estribillo me persigue:
Y me alejé de tí.
Suerte que te perdí.
Woooo.
Tanto como me perseguía aquella noche, mientras buscábamos una tienda en plena madrugada. Facundo la repetía una y otra vez.
Fuiste tan dulce nena, pero a la vez perversa.
Siempre me hablabas de morir...
Le decía que se callara y fingía no escucharme.
recuerdo bien la tarde en el pasillo
que sacaste un cuchillo
y probamos el dolor.
Silbaba sonriente, el muy...
y como nadie vino a abrir la puerta
te diste media vuelta
diciendo: "Dios, aquí no está".
Sólo ahora caigo en la cuenta. Carajo. Pero qué hijo de puta.

domingo, 20 de septiembre de 2009

1. Son las 10:30, me siento algo cansado. Me siento gordo de nuevo.

2. Si me gusta lo que estoy haciendo -¿acaso sólo estoy convencido de que hago lo que quiero?, ¿acaso existe realidad más allá de mis propias certidumbres? Dirán: el inconsciente. Pero, ¿no sucede que el inconsciente sólo adquiere realidad cuando se ha vuelto una certidumbre de la conciencia?-, decía, si me gusta lo que estoy haciendo, ¿por qué esta sensación de hastío, de que nada va a ninguna parte, de que acaso sería feliz haciendo otra cosa menos productiva -en términos relativos-, de caducidad casi inmediata?

3. Si todo fuera simple. Las cosas que veo, que estudio, que leo. Las personas con las que me relaciono. Hay todo un andamiaje construido como método de ocultamiento, disfraz de toda individualidad orgánica. Uno se pone el traje de "buena gente", de "persona centrada", del "gracioso del grupo"; más allá del velcro, del tejido de fantasía, palpita un órgano que no desea, salvo ocasiones extraordinarias, ser expuesto al público. De allí que, si uno toma cierta distancia, todas las personas, al fin y al cabo, se parezcan; a veces pareciera como si hubieran un par de decenas de caracteres, y que a la onceava persona uno regresase a la primera de la serie. Uno tiene que atravesar la jungla de la vestimenta, del ornato, del fuego de artificio, para descubrir aquello frente a lo cual -lo único de todo individuo- uno no puede sentirse indiferente. ¿Quién tiene las energías necesarias para desentrañar, en todas sus manifestaciones, la eternamente heteróclita subjetividad del Otro?

4. A veces, realmente, me gustaría pensar de otra forma.

5. Hundirme en la cotidianeidad del instante.

6. Volver en el tiempo y descubrir y resignarme y transfigurar y añorar volver en el tiempo para rehacer, descubrir, fallar, resignarme y transfigurar y añorar volver en el tiempo para rehacer, descubrir, fallar...

7. Cambiar. Pero el cambio también trae ansiedad. ¿Qué clase de ansiedad es preferible?

jueves, 17 de septiembre de 2009

Intérpretes wagnerianos de hoy y toujours (ii)


Hoy:




Lauritz Melchior
(1880-1973).

Roles wagnerianos importantes: Tannhäuser, Siegfried, Walther von Stolzing, Siegmund, Lohengrin, Tristan.



Final del primer acto de Siegfried.
1928-32.



"Morgendlich leuchtend in rosigen Schein"
Del 3er acto de Die Meistersiger von Nürnberg.
1939.

martes, 15 de septiembre de 2009

Nada sirve si se racionaliza. Las obsesiones sólo cobran eficacia agazapadas bajo la superficie de la conciencia.

Uno se obsesiona de estar obsesionado.

¿Por qué la "sabiduría", como dice Páez (no es idea nueva, ni suya, por lo demás), sólo llega "cuando ya no sirve para nada"?

Si tuviéramos la capacidad de regresar en el tiempo, la existencia sería un verdadero infierno. Nuestra vida sería la eterna rescritura de unos cuantos acontecimientos frugales.

¡CONTRICIÓN! V., ¿por qué te apresuraste a darme la espalda?

Son como guantes que te impiden aprehender la realidad.

Te lamería los instersticios de los dedos.

Amanece en otro planeta. Estoy sentado en el balcón. Veo las colillas que hace unos instantes nos fumamos: se ha ido a dormir. Tengo ganas de tirar la botella de cerveza por el vano de la ventana.

Le he escrito un poema. Lo ha leído. Se me ha acercado y, detrás del vidrio, me ha sonreído y juntado una y otra vez sus palmas, aplaudiendo sin sonido. Me he sentido como un huevonazo.

Meses después, la invito a caminar. Parece divertida de mi poca imaginación para las citas. Le estoy tocando la mano: hace frío, se la caliento. De repente, irrumpe el lenguaje. Al día siguiente, ya no quiere saber nada de mí.

Unas semanas antes, ella tomaba un taxi. Bajábamos en el ascensor: estaba totalmente borracho. Nos mantuvimos en silencio. Le había rogado que se acostara conmigo: se había negado con gentileza. Antes de subir al taxi, me dijo "Tienes que aprender más sobre las mujeres". Al día siguiente, la tenía acorrada contra una esquina oscura. En lugar de besarla -me miraba en la plena anticipación, ¿o me estaré volviendo loco?-, acudí a la captatio benevolentiae. Perdió la paciencia y no quiso saber más del asunto.

Me frotaba el antebrazo. "Pobre", me decía. No has entendido nada. Perdí el control. Al día siguiente tuve que actuar normal.

Autobús verde -he olvidado el número. Se ha sentado enfrente mío. "¿Te pasa algo?", me pregunta. Nunca me había sentido más infeliz en toda mi vida. Le doy la respuesta incorrecta. Me dice que más tarde le cuente lo que me sucede. Tras una pausa, agrega, en aclaración: "Si quieres".

Su departamento. Hay un montón de muchachos que parecen coquetear con ella, aunque quién sabe nada de las personas. Uno la elogia por su francés impecable: ella lo acepta como quien acepta un buenos días. Hay un fotógrafo que no se me quita de encima: ella va de acá para allá. Salgo a fumarme un cigarrillo. Ella se acerca con un vaso de vino. "¿Quieres esto?" Lo acepto; se va, casi sin mirarme. Poco después estoy caminando de vuelta a casa. Siento como si estuviese ardiendo en llamas.

Le enseño a jugar pool. Ella me mira: nos hemos sentado. Ojos azules; me golpea en la pierna; yo estoy un tanto borracho. Vuelve a golpear; yo le golpea la pierna de vuelta. Cada vez con más intensidad. Parece excitarse. De súbito, canjeo mis golpes (la he golpeado fuerte, por dios) por caricias. Ella lo acepta: me mira. Más allá, el pobre de mi amigo me mira furibundo. No vuelvo a hablar con ella en toda la noche.

Me acerco, estamos en una discoteca. Se ha ido, y la he cambiado por todas las mujeres. He intentado a besar a una y me ha rechazado: en todo lo que restaría de tiempo no dejaría de odiarme por semejante audacia. La busco. Está besando a otro.

Se me acerca y tengo que ocultar las fotos de mis estúpidos amigos. Hay un tipo gay echado perezosamente en el sofá de enfrente, con una mujer hermosa (está boca abajo, vistiendo pantalones cortos: ha sido un espectáculo exquisito) que parece o se hace la dormida. Ella ya está sentada junto a mí. El tipo gay me dice: "A ella le gusta que la toquen. Tócala". Ella se sonroja y le dice que se calle, luego me mira. ¿Cómo tocarla a vista y paciencia de todo el mundo? I'm not an orgy guy.

De vuelta, en el taxi, me dice que me disculpe por haber hablado mal de mí. Yo no la he oído siquiera. Tengo el cerebro frito, y el espíritu rebosante de contriciones que hasta ahora no me espanto de encima.

Barranco. Caminamos por debajo del puente. Me pregunta cómo le digo al césped. No sabe si elegir entre "césped", "hierba" o "grama". Le respondo: "grass". Se ríe. Poco después me estará rechazando en otro idioma.

Me ha regalado un par de fotos antes de que me fuera. He pasado esta última noche en vela. He querido escribirle un poema como regalo. Me he sentido incapaz.

Fumo con ella, me dice que quiere ser escritora. Unos días después, la manoseo en una discoteca.

Trato de besarla en un bar. Le digo que estoy tratando de besarla en un bar. Me dice que está saliendo con otro. Más tarde, estamos gritando en medio de la calle en dos idiomas distintos. Entra a su casa; yo busco cigarrillos en una tienda. El tipo me los ofrece en inglés.

Estoy en una discoteca, y siento que todas las chicas me miran con odio. Estoy demasiado borracho. Siento como si se me cayera toda la gente encima.

Me siento en una plaza, junto a un viejo. Estallo en lágrimas.

Ella me abraza, estalla en lágrimas.

Estoy borracho en mi cuarto, cantando Verdi. Me han quitado la billetera para que no me siga emborrachando.

Me disculpo, le digo que he sido un idiota.

Ella me pide que la visite.

Ella me abraza, me dice que me quiere, aún a pesar de que la he tratado como un hijo de puta.

Ella me invita a pasar las vacaciones con ella al Sur. No tengo dinero.

Ella pone su cabecita en mi hombro.

Ella me sonríe en medio de la calle.

Ella me besa.

Ella me rechaza.

Ella me dice que quiere verme.

Ella se va.

Y no la vuelvo a ver.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Pequeñas impresiones antes de dormir.

1. Leyendo Watchmen. Un amigo de Joe tenía una copia back in Buenos Aires; recuerdo que Joseph me dijo "seguramente te gustaría". Tenía razón, aunque aún no sé por qué razón me lo habrá dicho. Como él, experimento cierta sensación de culpa al leerlo, aunque por razones distintas.

2. Cansado. Sin dormir bien la última semana.

3. Sin ganas, también, de ir mañana a clases. Il faut, sin embargo. El hueco entre clases es de cinco horas: se entiende.

4. Sin ninguna sensación opresiva o melancólica. Un poco de angustia, quizás, a causa del mar de lecturas en el que tengo que sumergirme en tan poco tiempo.

5. Cada día reviso mi correo no deseado con un what if pendiendo como hilo de baba del labio inferior. Si un clavo saca otro clavo, se me ocurre ahora, la sexualidad humana puede entenderse como una función de naturaleza paradigmática.

6. Es curioso, como un contexto de obligación, por más irrisorio que sea, tiene la capacidad de dar un sentido a las cosas, siquiera en un intervalo temporal estrecho. Work is the illusion of meaning, decía Woody Allen.

7. Cuando la puerta está abierta, y uno sólo puede caminar de espaldas hacia el vano.

8. Un poco de frío en las manos. Los cambios de estaciones sellan mi maldita nariz cual concreto.

9. Sentirse resguardado sin preguntarse mucho por ello está bien.

10. Las aventuras verdaderamente gozosas son como la naturaleza constreñida en el rigor del jardín. Los límites surgen de distintas fuentes: la compañía de alguien de confianza, la plena seguridad en uno mismo, la experiencia, etc. En los románticos, por ejemplo, la fe que profesaban operaba como jardinero en sus paseos nocturnos (cf. Goethe; aunque ya en Bécquer el perímetro se desdibuja:

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran, no sé.
[Rima XIV]).

Cuando le preguntaban a Heiner Müller qué pensaba al respecto de aquel supuesto yearning for death de los protagonistas de Tristán, respondía que era "Absurdo. El romanticismo entendido de la peor forma". Nadie puede desear la Naturaleza sin carecer de cierta desmesura.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Intérpretes wagnerianos de today y toujours


Hoy:

Max Lorenz (1901 - 1975)







Final del acto 2 de Die Meistersinger von Nürnberg.
Conduce W. Furtwängler.
Bayreuth, 1943.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Pero basta del glamour. Veamos un poco el lado malo de las cosas.

1. Acabo de entrar al Facebook (esa mierda de página se ha agazapado en mi top 5 de las cosas irrisorias que más me hacen sufrir) y ver que una amiga mexicana -creo recordar haber hablado mal de ella aquí; pobre- colgó unas fotos de B. que no había visto antes. A veces se me olvida cuán hermosa, por la puta muerte de todo lo amado por todo ser humano en este puto mundo de mierda, cuán hermosa, decía, era. O es, o como sea; como no sé si mi cerebro está en una batea o si estoy viviendo mi propia versión del Truman Show, in my book, pues, está permitido desvanecer las existencias ausentes con un pretérito imperfecto. Ella era, o mejor aún, sigue siendo un fue.

2. Insomnio. La carrera de vendedor de cosas usadas no me va bien: soy incapaz -y esto no es una cualidad, precisamente- de estafar conscientemente a la gente. Mañana voy a tener que faltar a clases. Esto es, a todas mis putas clases. Capaz y tengo una condición patológica.

3. Mi DDT (ni el insecticida ni la técnica de lucha libre, ojo al piojo) se pone cada vez peor. Esta vez lo he visto -y supongo que eso denota un progreso en el complejo- reflejado en los otros: me he preguntado si ella, acaso, no padecía también de lo mismo. Cuando lees a Freud y a Lacan, por ejemplo, no puedes evitar sentir cierto desprecio por la parte terapéutica: yo, al menos, y gracias a los conceptos acuñados por estos muy venerables señores, me hallo, si están en lo correcto, muy consciente de mis propios males. Y ya me ven, aquí como estoy. En la tríada de inodoros mundiales que hacía Zizek en unos de sus artículos, a mí me convendría más, cómo no, el inodoro alemán: mi vida consiste en mirar mi propia mierda, y en la incapacidad de jalar la cadena. O mejor aún: mirarme mirar mi propia mierda, y ser incapaz de romper el hechizo y, al fin, jalar la cadena. Pero esto mismo, ¿no es una alegoría de todo lector de literatura?

4. Soñé con que podía comerme mis propias manos. Poco después, recuerdo haberme mantenido flotando en una suerte de semi-vigilia, como el buzo con la cabeza semioculta por el mar. Mi cuerpo siento una suerte de promesa instintiva de satisfacción; me sumergí a hallarla en las profundidades del sueño. Apenas daba el primer impulso hacia el fondo cuando sonó el despertador.

5. Hoy he comprendido, leyendo un ensayo de convicción lacaniana, por qué la cagué con la última Mlle. Infortunio. A la S - E - D - U - C - C - I - Ó - N habrá que añadirle la noción de íntimo unheimliche. En una palabra: la gente no quiere conocer de ti nada que escape a la imagen de la satisfacción de su propio deseo.

6. Yo tengo un momento exacto al cual regresar en el tiempo. Me lo he pensado bien: cursar toda la carrera de nuevo y volver a sufrir algunos ineludibles es poco, una miseria, comparada con la Redención. ¡Sus manitas huesudas se enterrarían acaso, sólo entonces, en lo más recóndito de mi...! La Física me tira un lapo y me grita silencio.

7. Pero después de todo, y con esto termino, lo que dice Foucault está bien justificado: la relación escritura-muerte, siquiera, parece arrojar resultados. Estas últimas semanas han sido probablemente las más fértiles desde hace años. El árbol extiende sus hojas con mil un promesas de papercuts. Yo estoy sentado bajo la copa: soy un niño goloso, pero educado. Tengo que hacer primero mi tarea. Cada tanto, sin embargo, se me desvía la mirada. ¿Cambiaría los cortes de mis manos por esa dialéctica confusa del Otro?

8. El error reside en la confianza excesiva en la función que desempeña tu propia voluntad.


domingo, 6 de septiembre de 2009

I was born in Düsseldorf and that is why they call me Rolf

Leyendo el famoso artículo de Hayden White, "The historical text as literary artifact" he recordado este pequeño extracto -el culmen de todo el musical, I must say- de The Producers (versión del 2005), de Mel Brooks:



La pieza-casi todo con relación a ella- es verdaderamente oro puro.

Escribe White, lapidante:

Considered as potential elements of a story, historical events are value-neutral. Whether they find their place finally in a story that is tragic, comic, romantic or ironic... depends upon the historian's decision to configure them according to the imperatives of one plot-structure or mythos rather than another. The same set of events can serve as components of a story that is tragic or comic, as the case may be, depending on the historian's choice of the plot-structure that he considers most appropriate for ordering events of that kind so as to make them into a comprehensible story. (47)

Uno no puede más que temblar de emoción ante la bella articulación que White de una situación que, tras leer el texto, se nos hace más que evidente. Mel Brooks nos muestra que lo que White expone con tanto rigor y -¿por qué no?- con cierto convencimiento de que lo que tiene que decir está a punto de cagarle la cabeza al lector, esto es, la neutralidad de todo acontecimiento, es ya cosa más que conocida por el Comediante.

¡Qué síntesis tan alucinante hace Brooks, en efecto, de la neutralidad de los acontecimientos! ¡Qué desconcertantemente fantástica esta escena! ¿Cómo se ha logrado ese cambio violento, de un extremo del espectro al otro, en el público, que en un momento se larga escandalizado del teatro y al minuto siguiente ovaciona el espectáculo de pie? La cosa parece sencilla: el punto de inflexión lo hallamos en la caricaturización de Hitler. Lo que comenzó como una especie de reivindicación musical del Tercer Reich deviene sátira abierta (mímesis en grado bajo, según Aristotle). Todos felices y contentos (excepto, quizás, los homosexuales, pero eso es otro rollo). Claro que no es tan fácil. No lo es, digo, porque hay una sátira más, agazapada debajo de la superficie chillona, que se deja ver y sin embargo procura pasar desapercibida. Esta sátira no es ya argumental; podríamos considerarla una suerte de sátira "meta-argumental". La burla entonces no se dirige contra un personaje histórico, sino contra la misma Historia y sus pretendidas objetividad y naturaleza absoluta de sus elementos. Todo acontecimiento es neutral, y el historiador sólo puede ofrecer interpretaciones de una realidad que, sin el intérprete, carece de todo valor por sí misma (y hasta, si nos ponemos radicales, de cualquier rango ontológico). De allí que la horda nazi pueda ser caricaturizada como una sarta de "maricones" (ya dije, eso es otro rollo). Pero allí no está el chiste. Lo verdaderamente prodigioso de la escena es que, de un solo golpe, la Guerra se ha transformado de trágica a cómica. La línea entre el Bien y el Mal se ha esfumado por completo: de repente, nos sorprendemos riéndonos de las coreografías que imitan el lanzamiento de las bombas, o de frases como "Springtime for... Germany, / winter for Poland and France". La mayor desgracia del mundo se ha develado como un material tan susceptible de hacernos reír como cualquier otro. El público se pone de pie y aplaude el espectáculo; se ha reído estrepitosamente, pero no ha podido evitar cierta sensación sorda de culpabilidad (acaso los ecos de la Interpretación Histórica). Los espectadores de la película, también, nos reímos con ese público ficticio; nos reconocemos en ellos. En realidad, se trata de un juego macabro de espejos. Mel Brooks no se está burlando de la Historia. Mel Brooks se está burlando de nosotros:

...it ain't no mistery
if it's politics or history,
the thing you gotta know is
everything is show biz (5:43-5:54)

¿O alguien pensó realmente que el Comediante no estaba consciente de lo que hacía?

sábado, 5 de septiembre de 2009

jueves, 3 de septiembre de 2009

Todo parece estar yéndose a la mierda.
Todo parese estar lléndose ha la mierda.

Tengo una novela por escribir. Tiene la forma de una Ñabatea.

Todo parese estar lléndose ha la mierda.

Tengo un dramita con hocico que quiere aprender a bailar salsa.

Todo parese estar lléndose ha la mierda.

Tengo delirios freudianos reconocibles. En las noches, las contriciones zumban como mosquitos y se posan en mi pecho, agitando las patitas de rata y haciéndome saltar las lágrimas.

Todo parese hestar yéndose a la shit.

Violetta Valéry es la síntesis de toda la metafísica occidental.

Todo PARECE estar lléndose a la shit.

A veces las teorías lingüísticas son más bellas que las mujeres que caminan un viernes por la noche por Barranco.

Todo parece estar YÉNDOSE. A la mierda.

Todos los artistas son como el Quijote. El Quijote no era un artista. Todos los artistas no son artistas.

Todo parece estar. Lléndose a la MIERDA.

Todo parese hestar yéndose ha la mierda.

TODO PARECE ESTAR YÉNDOSE A LA MIERDA.

viernes, 28 de agosto de 2009

A veces sucedía con tanta intensidad que pensaba que iba a morirme. Luego se lo decía; me miraba con sus ojos negros y se quedaba en silencio, apenas las puntas de los dedos tocando mi antebrazo. Entonces, quizás sin traducirlo en materia verbal -pero, ¿existe tal cosa?-, comprendía obscuramente el alcance de su sabiduría. Mis palabras arruinaban todo. Todo se arruina con las palabras.

miércoles, 26 de agosto de 2009

No sé. Como si hubiera una suerte de esencia oriental en mí -sentado en mi propia occidentalidad, bajo un cielo teñido de sangre- una sed incognoscible me lleva a anhelar la pulverización de mi propio cuerpo. Llegar de la calle, sacarme la carne y colgarla en el perchero. Entonces me volvería todo pensamiento; podría renegar del mundo, huír hacia los libros, sin un rezago, una brizna ínfima de culpa. Entonces el mundo se cerraría como un libro; entonces se abriría -¡prodigio!- el Libro del Mundo. ¿Extrañaría entonces, desterrado de toda posibilidad de sensación, los placeres que arrastraban mis miembros hacia la más impúdica vergüenza? ¿O mi nuevo estado sería la culminación de todo placer humano, fin actual de todo simulacro mísero en la carne?
Anclado en este pobre sexo estéril a la tierra, viendo cómo el humo se desvanece allí donde los árboles renuncian al peso de sus hojas para transfigurarse en noche cerrada.

domingo, 23 de agosto de 2009

Apuntes para un ensayo

- La idea básica es la siguiente: el amor que buscan Tristán e Isolde, realización conjurada a través de la muerte, es, visto a la luz del post-estructuralismo, la anulación total del significado. El Liebestod deviene, así, Bedeutungstod.
- El segundo acto es crucial para entender esto; el punto culminante, la promesa de despojarse de los nombres, amalgamándose en un ser anónimo ("No más Tristán -No más Isolde"). Significante absoluto materializado en un amor que renuncia a las coordenadas espacio-temporales (¿qué es el significado, sino condensación del significante en un lugar y tiempo determinados?) para trascenderlas en la muerte, una muerte donde ya el lenguaje ha cesado de existir.
- Bedeutungstod deviene entonces Sprachestod.
- El paralelo musical resulta esclarecedor: la innovación de la partitura de Tristan und Isolde es la de renunciar a la certidumbre de la tónica. La frase del famoso "acorde Tristán" renuncia a su "hogar" (en palabras de Simon Rattle) para desvanecerse en la dodecafonía. En términos lingüísticos, el significante niega su concreción en un significado absoluto. El "hogar" del significado desaparece; el significante ha quedado liberado de las ataduras de la música tradicional.
- De allí que se considere a Wagner -específicamente en Tristan- como el fundador de la música contemporánea.
- Siguiendo a Barthes (¿"ser moderno no es acaso reconocer perfectamente lo que no es posible volver a empezar?", "De la obra al texto", El susurro del lenguaje, pág. 81), Wagner sería, en el ámbito de la música, el primer compositor verdaderamente moderno, o, al menos, aquel que iluminó el paso para que la música entrara en la modernidad (propiamente, siguiendo a Rattle, el primer compositor verdaderamente moderno, el que estuvo consciente de que ya no se podía volver a una música pre-wagneriana, fue Schönberg). Pero, ¿no ha logrado también Tristan descubrir aquello que más tarde se encargarían de sistematizar los post-estructuralistas y que conduciría a la modernidad a las ciencias humanas?

sábado, 22 de agosto de 2009

Alberich

The Rhinemaidens teasing Alberich from The Rheingold and The Valkyrie by Richard Wagner (fragmento). Arthur Rackham, 1910.

En los últimos momentos de la primera escena de Das Rheingold ("El oro del Rin") se nos dice que Alberich el nibelungo, tras ser rechazado por las tres doncellas del Rin, renuncia al amor. Lo hemos visto trastabillar en sus intentos de seducir a las doncellas; éstas, con gran malicia, fingen una tras otra acceder a su cortejo para luego desdeñarlo con sorna. Sin embargo (y un poco paradójicamente) no han tenido reparo alguno en revelarle el secreto que activa las fuerzas del objeto del que se supone son guardianas: la alquimia del oro del Rin depende, única y sencillamente, que el alquimista renuncie al amor. Alberich trueca entonces codicia carnal por codicia material, y el oro deviene anillo. Primer problema: codicia carnal, en última instancia, es una forma de codicia material. Desde el primer momento Alberich se nos presenta como un ser bajo y repugnante, que sólo desea materialmente a las doncellas del Rin. El requerimiento de amores aquí es un cortejo, si bien torpe, intrínsecamente venéreo. Lo que nos lleva a la pregunta esencial: si Alberich busca en exclusiva satisfacer sus deseos carnales, ¿a qué amor podría él renunciar? Nuestro nibelungo parece estar vedado desde el principio a un amor, permítaseme el adjetivo, "espiritual": nos resulta imposible imaginarlo convertido en un Tristán, en un Walther, en un Lohengrin. Éstos amantes se definen por su nobleza, y a la vez, es su nobleza la que les permite amar por todo lo alto, la que define el valor de su amor. Alberich, que carece de todo rasgo moralmente superior (hasta su apariencia es monstruosa), no puede, por la propia naturaleza de su personaje, amar heróicamente. Pareciese destinado más bien a un amor egoísta, a la mera búsqueda de alivio sexual. ¿Al renunciar al amor, entonces, nuestro nibelungo ha optado por la abstinencia carnal? Nos sentimos tentados a responder que sí, y recordamos entonces, un poco apresuradamente, que el valor cristiano de la abstinencia es el de la virtud. Pero la renuncia de Alberich no lo vuelve virtuoso: lo que en los santos es abolición de la carne en pos de un ejercicio espiritual pleno, en nuestro nibelungo funciona como la posibilidad de satisfacer un deseo de venganza, de codicia, de megalomanía. En pocas palabras, Alberich renuncia al amor para acceder al poder, y, curiosamente, las puertas del poder se abren, en la cosmogonía wagneriana del Anillo del Nibelungo, de la misma forma que las puertas del paraíso en la cosmogonía cristiana. Me parece, sin embargo, que hay una manera más interesante de pensar todo este embrollo. Al renunciar al amor, ¿Alberich ha renunciado a la satisfacción de sus deseos naturales o, por el contrario, a la posibilidad de sentir esos deseos? ¿Renunciar al placer sexual, en este contexto, equivale a una autoprohibición de aliviarse o a la llana supresión de toda sexualidad? La abstinencia de los santos implica una gran cuota de dolor: la virtud en su renuncia se halla, precisamente, en el sufrimiento de la urgencia. Pero ya hemos visto que el valor de la abstinencia es distinto en nuestro contexto, pues los objetivos que persigue Alberich no pueden definirse como virtuosos. ¿Y si, más bien, nuestro nibelungo, al maldecir el amor, se hubiese deshecho de toda posibilidad de sentir placer sexual? Entonces ya no habría virtud posible. Entonces, y si tomamos en cuenta que una de las características del ser humano es la de reprimir sus impulsos sexuales (el lenguaje parece haber nacido expresamente como censor de la sexualidad), Alberich, al renunciar al amor, a la posibilidad de desear, habría renunciado, en última instancia, a su propia humanidad.

martes, 11 de agosto de 2009

Porque en los escasos minutos de lucidez, en los que uno se tropieza, cual guijarro, con su propia mortalidad en medio de la acera, no hay nada, nada en la estepa, que devuelva la ilusión a su correspondiente lugar.

domingo, 9 de agosto de 2009



"Winterstürme wichen dem wonnemond"
Wagner: Die Walküre. Primer acto.

Solista: Lauritz Melchior.
Wiener Philharmoniker.
Bruno Walter.
1935.

sábado, 1 de agosto de 2009

Me ocurre de tanto en tanto que cuando toco una pieza de Chopin en el piano comienzan a aparecer moscas por toda la habitación. Moscas azules cuyo lomo, ante la luz de la lámpara, reverbera en tonos verdosos y dorados. Algunas se detienen en el borde del lomo de algún libro (una edición de El metro de platino iridiado, un manual de literatura francesa del año 1945, una edición Oveja negra de La familia de Pascual Duarte, un diccionario de alemán -las he anotado); otras buscan el platillo vacío, la mágica estela del vaso torpemente servido; otras más se posan sobre distintas teclas. Sobre estas últimas uno no puede evitar detenerse a pensar en qué clase de música estarán trazando a la par del preludio. La dulce, vibrante cadencia de la música de las moscas. Poco a poco se van dispersando, se desvanecen en la sombra del resto de habitaciones. Son tan escasas las noches de las moscas azules, tan vanos, a veces, los intentos de conjurarlas...

jueves, 30 de julio de 2009

Hace años, le contaba a Facundo, un tanto borracho, hace años me dedicaba a perseguir fantasmas. Los acechaba en la sombra, mordisqueando un poco de la luz que ellos dejaban emanar de sí sin cuidado, anhelando la satisfacción de ciertos caprichos postergados. Alguna vez uno de ellos me descubrió. Sin alejarme de la sombra, el rostro velado a medias, la respiración suspendida, dejé que se acercara; posiblemente en su momento nada me importaba. Pareció reconocerme apenas. Sus ojos, vistos de cerca, me percaté súbitamente, habían perdido todo color. Nadaban en un pozo de rimel corrido esos ojos, esos ojos tan azules como los tuvo seguramente Rimbaud. Apenas notaba la oscuridad bajo la que cuidaba protegerme ante el crepúsculo del fantasma. Levantó lentamente la mano derecha, la acercó hacia mi rostro. ¿Y sabes qué pasó? Su mano atravesó mi cuerpo. Mi cuerpo se había vuelto una simple silueta, vacía de toda forma. La miré con cierta tristeza. Ella aceptó con sencillez la confirmación de sus sospechas. No se me ocurrió nada que decirle. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia el lado opuesto. Ahora se me ocurre que aún en este momento sigo viéndola irse.
Facundo roncaba tirado en posición supina. Recuerdo que se le podían ver los calzoncillos.

miércoles, 29 de julio de 2009

(...) Such was the weird assortment of misfits who founded National Socialism, who unknowingly began to shape a movement which in thirteen years would sweep the country, the strongest in Europe, and bring to Germany its Third Reich. The confused locksmith Drexler provided the kernel, the drunken poet Eckart [of whom Shirer jots down: "[had] been confined to a mental institution, where he was finally able to stage his dramas, using the inmates as actors"] some of the "spiritual" foundation, the economic crank Feder what passed as an ideology, the homosexual Roehm [a bit politically incorrect, isn't it, Mr. Shirer?] the support of the Army and the war veterans, but it was now the former tramp [in the British sense of the word, of course] Adolf Hitler, not quite thirty-one and utterly unknown, who took the lead in building up what had been no more than a back-room debating society into what would soon become a formidable political party.

W. L. Shirer. Rise and fall. Págs. 65-66.

martes, 28 de julio de 2009

There are many weird twists of fate in the strange life of Adolf Hitler, but none more odd than this one which took place thirteen years before his birth. Has the eighty-four-year-old wandering miller [Hitler's grandfather] not made his unexpected reappearance to recognize the paternity of his thirty-nine-year-old son nearly thirty years after the death of the mother, Adolf Hitler would have been born Adolf Schicklgruber. There may not be much or anything in a name, but I have heard Germans speculate whether Hitler could have become the master of Germany had he been known to the world as Schicklgruber. It has a slightly comic sound as it rolls off the tongue of a South German. Can one imagine the frenzied German masses acclaiming a Schicklgruber with their thunderous "Heils"? "Heil Schicklgruber!"? Not only was "Heil Hitler!" used as a Wagnerian [WTF?], pagan-like chant by the multitude in the mystic pageantry of massive Nazi rallies, but it became the obligatory form of greeting between Germans during the Third Reich even on the telephone, where it replaced "Hello." "Heil Schicklgruber!"? It is a little difficult to imagine.

William L. Shirer, The Rise and Fall of the Third Reich. Págs. 23-24.

lunes, 27 de julio de 2009

Nine Stories: A perfect day for Bananafish



Me acerqué a Salinger por una serie de reseñas que el blogger de El lamento de Portnoy publicó en su espacio hace un par de años sobre Nine Stories (1948-53). Hoy he tenido la oportunidad de abrir el volumen y revisarlo. He leído el primer cuento y casi de inmediato he acudido al blog. Me he decepcionado. Portnoy escribe que

Lo que sí es cierto es que a través de Un día perfecto para el pez banana no se puede saber si Seymour es o no normal, si Salinger quiere que veamos a un hombre normal o a un perturbado, si Salinger pretende algo más que mostrarnos una sucesión interminable de diálogos vulgares que no conducen a nada

cuando, a mí al menos, me parece evidente que Salinger deja suficientes pistas para inferir el estado de su protagonista, y que esto nada tiene que ver con una "perturbación". A perfect day for Bananafish comienza con un diálogo telefónico entre una madre y su hija. La hija se encuentra veraneando en Florida con su esposo; la madre se encuentra preocupada por el comportamiento extraño del yerno, ante el cual la hija no parece hacer mucho caso. Los personajes hacen referencias oscuras a ciertas prácticas peculiares ('funny business') de Seymour (algo con la silla de la abuela, algo con los árboles) que nos hacen inferir, sin duda, que el personaje no es "normal" (en los términos del blogger Portnoy, que no me parecen, por lo demás, los adecuados). Una alusión a la guerra y a un tatuaje nos hace caer en la cuenta de que Seymour Glass ha sido prisionero en la Segunda Guerra Mundial, de modo que su comportamiento, menos el de un "perturbado" que el de alguien traumatizado, responde a las heridas psicológicas generadas por su reclusión. Glass es, como se diría en inglés, un broken man: un hombre profundamente desgarrado. En lo que podríamos denominar la segunda parte del cuento, Seymour se reúne en una playa con una niña, Sybil Carpenter; conversan un rato (aquí se da la "sucesión interminable de diálogos vulgares que no conducen a nada"), se bañan en el mar y se despiden. ¿De qué han conversado? Sólo un tema parece unir con cierta coherencia aquella serie de trivialidades fragmentarias: una niña a la que han visto sentada junto a Seymour en el piano, de la que Sybil está celosa. El resto del diálogo parece carecer de lógica:

"Do you like wax?" Sybil said.
"Do I like what?" asked the young man.
"Wax."
"Very much. Don't you?"
Sybil nodded. "Do you like olives?" she asked.
"Olives -yes. Olives and wax. I never go anyplace without 'em".

Ya en el mar, Seymour le cuenta a la niña sobre los Bananafish. Existen ciertos peces que nadan hacia un agujero dentro del mar; lucen como el resto cuando entran, pero, ya dentro, se dedican a comer bananas sin tregua, y engordan tanto que luego no pueden salir. Entonces, dice Seymour, los Bananafish mueren. Casi al instante la niña le dice al joven que acaba de ver uno; llevaba seis bananas en la boca. Regresan a la orilla, se despiden. Seymour regresa al hotel. En el ascensor, le grita a una mujer (y esta conducta contrasta violentamente con el cariño con el que trataba a Sybil) sólo por mirar sus pies; llega a su habitación y observa a su mujer, que se ha quedado dormida. Entonces abre el cajón y saca una pistola, se acuesta y se da un tiro en la sien derecha.

Un final un poco torpe y pueril para un cuento que, hasta ese momento, ha sido brillante en su ejecución. Consideraciones de valor aparte, la dinámica que encontramos en "A perfect day..." es, en su esencia, la misma que daba vida a The catcher in the rye: se trata de la historia de un hombre en un mundo degradado y malvado. En este mundo, los niños conforman aquel único lugar en el que todavía queda algo de la pureza primigenia: la infancia es aquel momento de la vida en el que se carece de toda maldad. La hermana de Holden Caulfield jugaba este rol en The catcher...; aquí, lo interpreta la inocente Sybil Carpenter. La pequeña Sybil caminando de la mano de Seymour en la playa representa, entonces, una suerte de tautología: la imagen de la playa como lugar de solaz de las penurias del trabajo, y la imagen de la niña, solaz de la maldad del mundo, fundidas en una sola. Este mundo de solaz, de cierta reminescencia arcádica, funciona con una lógica propia, una lógica decididamente irracional. La cejijunta razón de los adultos sólo les ha proporcionado miseria, dolor, muerte; ante la torpeza de esta razón, la playa de Sybil se despoja de toda coherencia, operando a través del rigor lógico propio de los sueños. Esta lógica nada tiene de "vulgar"; si sus elementos "no conducen a nada" es porque, al unirse, eluden adrede toda posible relación de causa-efecto, todo lo que en el mundo de los adultos podría llamarse "coherente", "sensato", "racional" (recuérdese el epígrafe Zen). Allí Seymour tiene derecho a gustar de la cera, y Sybil tiene el derecho de preguntárselo -y todo ello tiene sentido. Analizados desde la perspectiva de los adultos, la charla entre estos dos personajes es, evidentemente, un diálogo absurdo entre una niña y un loco. Dentro de los límites de la playa de Sybil, por el contrario, la locura y la ingenuidad infantil conforman trincheras de resistencia frente aquella racionalidad que todo lo absorbe, que todo lo degenera y lo corrompe, como ya lo ha demostrado con el desastre de la Segunda Guerra Mundial.

Todos estos elementos me parecen bastante claros en el cuento. No veo cómo se pueda considerar a Glass un "perturbado", ni cómo pueden pasarse por alto los significados de la falta de coherencia en los diálogos, llenos de amor y ternura, entre Seymour y la pequeña Sybil. Ahora bien, si me permiten valorar el cuento de Salinger, dire tímidamente que ese final fue por lo menos inadecuado. La violencia con que se cierra el relato, tras una exposición más o menos sutil de sus elementos, no pudo haber sido atinada. Por lo demás, ha sido un buen cuento (vean nomás cuánto me ha dado para escribir). Paladeo la idea de hacer un comentario a los ocho restantes. Vamos a ver qué sucede.