viernes, 9 de noviembre de 2012

2666: La parte de los críticos

Uno se puede perder en 2666, y de seguro Bolaño la escribió con ese propósito. Uno se pierde de la misma manera en que se perdería en una ciudad desconocida, en donde todos los caminos conducen a todas las posibilidades y, al mismo tiempo, a ninguna parte. Desarraigo es una palabra que se me viene a la mente. Homelessness --el no tener hogar, el no tener adónde regresar-- es otra. Orfandad puede ser una tercera, pero esa tiene otros matices que quizás no vengan al caso ahora mismo. En todo caso hay un desplazamiento implicado, un contínuo y casi obsesivo desplazamiento que no conduce a un lugar particular pero que sí, me parece, lleva a los personajes involucrados a la locura, o a algo, al menos, parecido a la locura: a aquel estado mental en que la realidad se desdibuja y uno comienza a olvidar quién es o quién ha sido hasta ese momento.

Podría mencionar el ejemplo obvio, Rayuela. Pero fíjate que en Rayuela existe aún la magia: quiero decir que la realidad, en aquel momento en que deja de ser lo que ordinariamente es, con sus objetos ordenados y sus decisiones ya tomadas y sus caminos concretos y sus rutinas, puede transformarse en algo mejor, en lo que de manera algo vulgar podríamos denotar como una 'realidad poética'. Oliveira y la Maga se pierden en un París que casi siempre se muestra indiferente a ellos, pero aún así, por alguna casualidad fantástica, se encuentran: salen y se pierden pero se encuentran, y aún más, saben o siquiera intuyen que van a encontrarse. Esta esperanza de una realidad más generosa y abierta a toda posibilidad de placer y felicidad, creo, no existe en Bolaño. La realidad común es siempre mezquina y vulgar y cuando su disposición ordinaria se quiebra y revela lo que hay detrás, los personajes --y el lector-- se encuentran no con el vacío, como podría suceder en una novela existencialista, sino con la ruina, la locura y la muerte. Como si detrás de las bambalinas de la realidad nos encontráramos con una película de terror. Casi está demás recordar el epígrafe de la novela, extraído de "El viaje" de Baudelaire: "un oasis de horror en un desierto de aburrimiento".

Más parecido me parece el pasaje de Lolita en que Nabokov relata la persecución desmesurada que realiza Humbert Humbert a Clare Quilty a lo largo de Estados Unidos. Esa paranoia de reconocer símbolos atroces en todo lo que uno encuentra, como si hubiese una inteligencia superior a la nuestra que dispusiera esos objetos para enloquecernos.

El misterio, entonces, equivale de algún modo a la maldad. Y la manera de llegar al misterio --nuevamente Baudelaire-- es el viaje. En Los detectives salvajes era el viaje uno iniciático: el de García Madero hacia Sonora, en que descubre éste la 'vida en poesía', que no es otra cosa que la vida a la intemperie con los sentidos en carne viva --Rimbaud en París, Rimbaud en Londres-- en la que se va perdiendo el goce del sexo, la fe en el amor, y en la que se descubre que la poesía es un acto fútil que llevado al extremo conduce, de nuevo, a la ruina y a la locura y a la muerte; y el de Belano y de Lima, con similares consecuencias. En Amuleto también Auxilio Lacouture es viajera, también vive prácticamente sin hogar, y también se ha vuelto un poco loca, pero quizás ella sea la única que a final de cuentas conserva la fe en la poesía, que en esa novela equivale al canto de esperanza de los que aún son jóvenes. 

En la primera parte de 2666 el viaje lo realizan unos críticos europeos especializados en la obra de Benno von Archimboldi a Santa Teresa, en México. Para el momento en que deciden viajar, siguiendo una pista que les ha revelado que Archimboldi podía posiblemente estar en aquella ciudad mexicana, ya hemos pasado suficiente tiempo con ellos como para conocer sus vidas. Los cuatro poseen soltura económica, tienen una posición laboral casi envidiable, dan clases en la universidad o regentan un departamento de estudios literarios y se pasan gran parte del año viajando para participar en conferencias a lo largo de toda Europa. Son, pues, lo que podríamos llamar personas 'realizadas'. Y sin embargo los cuatro son personajes marcados por una profunda soledad. Éste es un elemento clave en la obra de Bolaño: la profunda soledad de sus personajes. Trientañeros los cuatro, se encuentran por casualidad en una conferencia y se hacen amigos. Se escriben, se reúnen cuando coinciden en alguna conferencia, se telefonean. Pronto, dos de ellos, Pelletier y Espinoza, se enamoran de Liz Norton, la única mujer del grupo. Pero ¿se enamoran? Pelletier viaja de París a Londres de cuando en cuando y se acuesta con Norton, lo mismo Espinoza desde Madrid; si bien los dos están enterados de que Norton se acuesta con el otro, no la apresuran a decidirse. ¿Qué es lo que esperan estos personajes de Liz? ¿Qué es lo que esperan de su relación con ella? La vida se pasa así, sin grandes acontecimientos. El cuarto integrante del grupo, el italiano Piero Morini, personaje tullido y condenado a una silla de ruedas, actúa como mero espectador. 

Esta sobriedad, este miedo de Pelletier y Espinoza a caer en un romanticismo rimbobante y obligar a Norton a elegir a uno de los dos, y también la indiferencia y la levedad con que Norton lleva su relación con ambos, quiere representar el esfuerzo de los personajes por plegarse a aquello que podríamos llamar una conducta civilizada. La civilización del Primer Mundo, tan de avanzada, donde un trío nada sorprende, donde el amor apasionado es una huachafería y el sexo lo más común y menos íntimo que hay en el mundo. Supongo que esta conducta civilizada, al conllevar en ella una censura al deseo pasional, no es otra cosa que otra máscara de la soledad. 

Claro que la actitud civilizada y de avanzada de estos académicos se destruye en la escena del taxista paquistaní. En uno de sus encuentros, Norton, Pelletier y Espinoza toman un taxi al salir de un restaurante. Los tres conversan despreocupadamente de su relación, y el taxista, con una sinceridad tan brutal como la consecuencia que acarreará su dictamen, afirma que Liz se está comportando como una puta y que Norton y Pelletier se han convertido en sus chulos. Le piden que pare el taxi, Espinoza sale del auto, abre la puerta del conductor, lo arrastra al suelo y entre él y Pelletier le propinan una paliza que lo deja medio muerto en la acera. ¿Y qué otra cosa podían haber sentido los tres después de la paliza sino placer, gozo desaforado, una sensación que Bolaño compara con la de haberse corrido después de coger por horas? Norton decide dejar de verlos, pero pronto, porque la vida es así de mezquina y los acontecimientos frugales terminan empañando la memoria y limando las esquinas del trauma, reanudan su relación.

Hay otro evento que rescatar: la historia de Edwin Johns, el pintor que se corta la mano derecha para realizar un autorretrato que termina siendo su obra maestra. El pasaje es verdaderamente antológico. Johns se traslada a un barrio obrero --que en la actualidad de la trama se ha vuelto un barrio chic londinense: el procesamiento de lo intangible en algo fashion e inocuo-- para realizar su obra, y de alguna manera la violencia y la fealdad y la pobreza lo termina enloqueciendo. Al narrar el episodio de la automutilación Bolaño logra un estilo tan frío, tan indiferente frente lo terrible que se está narrando, como si fuera lo más normal del mundo, como si fuera otro acontecimiento frugal e inane en la vida de sus críticos, que lo deja a uno frío:

Una mañana, después de dos días de dedicación febril a los autorretratos, el pintor se había cortado la mano con la que pintaba. Acto seguido se había hecho un torniquete en el brazo y le había llevado la mano a un taxidermista a quien conocía y quien ya estaba al tanto de la naturaleza del nuevo trabajo que le esperaba. Luego se había dirigido al hospital, en donde cortaron la hemorragia y procedieron a suturar el brazo (76-77).

Esta filosofía narrativa hemingwayiana (si se me permite el término), que propone la narración más simple de los hechos más terribles para, como decía el gringo, dejar que el acontecimiento revele por sí mismo su propia verdad, es marca de estilo de la prosa de Bolaño. La prosa más sencilla que busque el efecto más brutal, como un mago que ejecuta su truco con las manos desnudas. Una prosa que con su simpleza --es decir, con su desasimiento, con su indiferencia frente a lo narrado-- añada más horror a la de por sí horrorosa historia que intenta contar.




domingo, 28 de octubre de 2012

Feliz cumpleaños

1

Tengo la impresión de que la operación favorita de la fantasía --y, arguibly, de la literatura-- es la elipsis. Lo cual haría de la sensación de felicidad una problemática temporal. Estaba escuchando hace un momento "Northern sky" de Nick Drake, y el primer verso

I've never felt magic crazy as this

me llevó a pensar en el reel que tiene el enamorado que ya no está con la chica que ama: breves momentos sostenidos por una música heartwarming (perdonen la anglomanía: he pausado una película para escribir esto), persecuciones graciosas por la playa y corte, la alcanza y la mira y corte y ahora tirados en la arena, mirando el mar (¿pero quién filma esto?) y corte y fumando un cigarrillo en el auto y corte bañándose en el mar con la ropa puesta y besándose y todo ello en silencio, quiero decir, sostenido por la música heartwarming, como esas escenas en las que un director quiere mostrarte que dos personas han tenido una cita espectacular proyectándote imágenes musicalizadas donde la chica se caga de risa y uno nunca --pero nunca-- sabe qué cosa ha dicho el tipo que ha sido tan extraordinariamente graciosa --porque cualquier intento de dar significado a un significante que flota por ahí sin 'contenido' (dirían los estructuralistas) es cercar sus posibilidades y arruinar la seducción de lo indefinido, y porque quizás nadie jamás ha tenido una cita tan buena--, de modo que sea la elipsis, los recortes de los inevitables momentos vacíos, del estornudo que le causaste con la arena, del cigarrillo que te pusiste al revés en la boca, de los silencios que no pudiste llenar y de los contactos que no hiciste o que hiciste mal, de modo que la elipsis, decía, sea la que perfecciona una secuencia de múltiples momentos para convertirlos, en el recuerdo, en algo por lo cual sentir nostalgia, acaso los que crees que han sido los mejores momentos de tu vida.

2

Si voy a ver al chico éste presentar su novela voy tener que levantarme cada día humillado por no haber escrito la mía. Quiero decir: ya no voy a poder decir nada contra ningún escritor que a mí no me guste sin que no se me pueda replicar que qué chucha hice yo, qué escribí yo para poder criticar la novela, producto terminado y fruto de un largo esfuerzo que tú no eres capaz de sostener, de ese chico que se sacó la mierda escribiéndola. Me pongo como excusas las investigaciones que (es cierto, sin embargo) debo hacer, y que el trabajo (esto también es cierto) no me permite emprender como yo quisiera. Y sin embargo me paso al menos un día del fin de semana tirado en mi cama, viendo películas o masturbándome o revisando una y otra vez el Facebook (¿para qué?, ¿acaso el Facebook me va a salvar?) o durmiendo o, en el mejor de los casos, hojeando con desgano cualquier libro. Para escribir hay que tener fe. Escribir es un acto de voluntad. Pero soy tan ingenuo, tan inmaduro, que aún creo que mi obra surgirá a pesar mío, como contaba con regocijo González Vigil que decía Fray Luis sobre sus piezas maestras, "estas obrillas que se me cayeron de las manos". Que a mí también se me van caer de las manos como quien no quiere la cosa (yo diría "que se me chorrearon"), que nunca voy a tener que esforzarme al cien por ciento para lograr hacer la novela que tengo en mente. Debería renunciar a mi trabajo y dedicarme a mi novela.

3

Igual es probable que me boten esta semana.

4

Supongo que a mí también me gustaría renunciar como el personaje de Kevin Spacey en "American beauty", diciéndole a mi jefe sus verdades y, encima, sacándole un montón de plata. Creo que me identifico con el personaje de Kevin Spacey en "American beauty".

5

Y ella allí con sus pastillas y sus juegos a la oficinita y cómo me llega al pincho que no me responda. Que se vaya a la mierda.

6

Pero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quierbasta.

7

¿Has visto que soy súper vanguardista? Ji-ji. Si me muero uno de estos días, que alguien hackee mi cuenta y borre todo lo que he escrito aquí. No a pesar de que reconozco que hay cosas que valen la pena, sino por esas mismas cosas, porque son la promesa de algo que nunca prosperó. Como con ella y con la reina rubia y con la del nombre raro y con la hueca sin remedio. Hopeless.

8

--Vete, won. Veeete --me escupe mientras habla.
--¿Y el dinero?
--Vete nomás. Resígnate a ser misio si vas a ser artista --se mete un seco de chela. La música revienta y debe gritarme al oído. No lo veo a los ojos. ¿Me está hablando en serio?-- Me decían que jale a Julito, que lo lleve conmigo --creo que te confundes... fui yo quien te dijo en broma ¿por qué no me jalaste a tu nueva chamba cuando te fuiste?-- pero yo no porque tú debes largarte won. Lárgate lejos. Este no es tu mundo.
--Largarme a escribir a Francia, como el final del Retrato del artista adolescente-- evidentemente no le respondí eso. --Y tú, ¿estás feliz con lo que haces?-- me meto un seco de chela.
--No, won. Me llega reverendamente al pincho --escucho a las amigas por ahí, bailando en la pista. ¿Qué cosa están tocando...? Ya. Una salsa.-- Hasta hace poco me la corría a cada rato. --Me río. ¿Qué tiene que ver?-- Este mundo te anula, won. Todos somos infelices. Míralo sino al supervisor, ahí. Pregúntale cuántas veces se pajea a la semana.
--¡Anda, won! ¿Qué chucha le voy a preguntar eso?
--Oye, Pedro. ¡Pedro! --el supervisor voltea. Cabeceaba de sueño.-- Este won es muy tímido y no quiere preguntarte. ¿Cuántas veces te pajeas a la semana? ¿Dos, tres?
--Tres, más o menos. Sí, no paso de tres --me ha sorprendido que lo haya dicho con tanta naturalidad. Supongo que oficialmente todos somos patas. Eso, al menos, en un contexto alcohólico. ¿Pero quiénes no se vuelven patas en un contexto así?
--Yo estaba en una diaria, won --me grita al oído y luego vuelve a chupar.

9

Si lees mis cosas y reconoces mi talento, ¿me dejarás sorberte la chuchita y penetrarte por el culo?

10

"American beauty" es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. La he visto tres veces. O dos veces y media, ya que la última todavía sigue en marcha porque, como dije hace un rato, la pausé para escribir esto. La primera quizás un año después de que saliera. Creo que la vi en Warner cuando aún era el canal 16 en el cable, cuando aún era medio chibolo y sentía cierto gozo en la transgresión que significaba ver calatas en horario adulto. Obviamente no la entendí. La segunda hará hace un año. Mis ojos se llenaron de lágrimas en más de una escena. Me pareció una película perfecta. Esta última ya no me ha gustado tanto, pero las escenas que me gustaron en un principio --la de la bolsa (tan manoseada, pero ¡qué hallazgo!), la de la aparición de Mena Suvari en el techo de la habitación de Kevin Spacey, rodeada de rosas (ya sé, me gustan todas las escenas cliché de esta película), la de cuando Thora Birch muestra sus preciosas tetas en la ventana-- me siguen gustando mucho. He vuelto a sollozar con la escena de la bolsa, no me importa decirlo. Pero las escenas que no me gustaron tanto antes ahora me parecen muy malas. Noto, por ejemplo, la sobreactuación de Kevin Spacey en algunos pasajes, o el exagerado vigor de la actitud de Mena Suvari, o cómo todos los personajes son tan exagerados que parecen caricaturas --la esposa control-freak y joyless, el padre ex-militar homofóbico que sin embargo es también homosexual, la adolescente freaky que odia a sus padres--, pero me pasa que si pienso que ello es adrede, es decir, que cuando la película cae en este tipo de imperfecciones y lugares comunes de la cultura estadounidense es porque se está burlando precisamente de esta misma cultura, que no se están tomando nada en serio en esos pasajes y que el efecto que buscan, aunque no lo parezca a primera vista, es uno cómico (o tragicómico, si quieres). Y tengo la impresión de que si uno supone que la película es seria en estos pasajes, está condenado a tacharla de pedante y sobreapreciada.

11

Si los demás me admiran, ¿me chuparás el pene hasta que eyacule en tu boca?


12

Me muero de ganas de fumar, pero en vez de salir en el Volocho a comprar en el grifo voy a comerme un pedazo de torta. He cumplido hoy 26, pero sigo siendo el mismo huevón que fui a los 19, solitario y sin obras, estéril. ¿Aún habrá posibilidad de cambiar? Mañana es mejor. Levantarse temprano, caminar. No llegar demasiado tarde a la casa, sentarse en el escritorio en lugar de derrumbarse en la cama, leer, indagar, estudiar y borronear. Alimentarse mejor, no ser tan tímido, hablar alto, expresar patentemente los deseos que se tienen. No anularse, no perderse en los números, no sedarse entre papeles sin importancia. Fumar menos, no ceder a la tentación de ir a buscarla. Ver más películas, escuchar música nueva. Comer menos, no cenar más que lo indispensable. Decir todo lo que quieres decir a quien quieras decírselo. Creer. No perder la fe.

lunes, 8 de octubre de 2012

"This is how you lose her", por Junot Díaz

Ahora que puedo bajarme las últimas novedades directamente a mi celular y leerlas sin mucho problema, en vez de esperar a tener suficiente dinero como para pedir por Amazon o esperar a que un amigo esté dispuesto a traerme los libros que quiero y la tarea extra --con su gran arbitrariedad intrínseca-- de elegir qué puede traerme por el poco dinero de que dispongo, me ha sido posible leer, apenas a menos de un mes de su publicación oficial (y ello porque en realidad no se me ocurrió antes bajarme la aplicación del Kindle a mi celular y porque no sospechaba que fuera tan cómodo leer en él), la última novela de Junot Díaz, "This is how you lose her". Esperaba con muchas ansias poder leerla, después de haber devorado, dos veces seguidas sin mucho tiempo entre lectura y lectura ("The brief wondrous life of Oscar Wao" me gustó tanto que la releí algunas semanas después de haber gozado con ella por primera vez), su primera, extraordinaria novela.

Lo voy a decir de una vez: no fue lo que esperaba.

Quizás mis expectativas eran demasiado altas. No estoy ahora mismo en una posición como para desentrañar "Oscar Wao", en parte porque ya es tarde y en parte porque hace tiempo que no hago reseñas literarias, pero lo que puedo decir, que no es mucho, sobre esta novela es que carece de la 'organicidad' de la primera. "Wao" era un mundo dentro de sí mismo, con sus propias leyes de representación y su lenguaje cimentado en la narrativa que Díaz proponía a desplegar: así, por ejemplo, las constantes referencias a la cultura nerd (los libros de Tolkien y Herbert, los comic-books, animes como "Akira") surgían espontáneamente de la naturaleza del protagonista, Oscar Wao. Quiero decir, la peculiar personalidad de Oscar transformaba la representación de la realidad de una manera novedosa, sí, pero también, si vale el término, "legítima", pues tal cosmovisión a) nacía de este personaje, lo que hacía de la representación no sólo espontánea, como dije, sino forzosa (he ahí la magia) para el mundo que intentaba narrarse, es decir, como consecuencia natural de la hechura misma del protagonista, y b), como boomerang, tal representación redundaba en la mejor descripción y narración de Oscar. No sé si me hago entender, pero supongamos que sí. En "This is how you lose her", tales referencias (que, bien es cierto, no son tan abundantes como en "Wao") se mueven sobre vacío, como si Díaz las hubiese adoptado no como recurso narrativo, sino como marca de estilo. Es decir, parecen gratuitas. También el lenguaje, que en "Wao" saltaba de la más rampante oralidad a párrafos de maravilloso cuidado, en "This is how you lose her" pierde el vuelo y muchas veces --no todas, porque Junot sigue siendo, al fin y al cabo, un buen escritor--se vuelve banal e intrascendente.

Pero también es cierto que esta novela --Michiko Kakutani la llama "colección de historias"-- no posee las pretensiones de "Oscar Wao": esto es, narrar un universo. Siempre he pensado que hay que medir los objetos de arte con la vara de su ambición: hay piezas que pretenden ser monumentales y lo logran, hay obras que lo intentan y no llegan a serlo y, también, las hay que no pretenden ser obras maestras. "Wao" constituía el esfuerzo de abarcar la historia de República Dominicana y el régimen de terror de Trujillo, la historia de una familia en tres generaciones, el desarraigo de la vida del latino en Estados Unidos, la supervivencia de una familia hecha de una madre enferma y un hijo socially awkward y una hija rebelde, la soledad de una vida subsumida en una violencia aparentemente atávica --y aparentemente racial y nacional-- de la que no se puede escapar, el desamor y la desesperanza. "This is how you lose her", por el contrario, se propone narrar una sola situación en particular: la ruptura por infidelidad de un amor intenso y el consecuente deseo del protagonista de rehacer su vida. Y si se la observa desde esta pretensión, la novela, en verdad, obtiene cuantiosos logros.

Ello se observa en particular cuando el relato se abre desde la historia de Yunior, su protagonista (personaje que recordamos de "Wao" y que también aparece en "Drown", que aún no leo), hacia las historias de Rafa y de Yasmin. La situación que se plantea en principio es la siguiente: Yunior, joven dominicano adepto al gimnasio y con ínfulas de escritor, es abandonado por Magdalena, su novia de muchos años, porque ella descubre sus numerosas infidelidades. Díaz nos muestra el mundo del post break-up, cómo intentan hacer que la relación funcione por unos meses y cómo, finalmente, todo colapsa y ambos dejan de verse. La narración de esta historia entonces se interrumpe, y pasamos a observar algunas de las otras relaciones fallidas de Yunior. Nos familiarizamos con el personaje: un mujeriego descuidado, que sólo aprende que quiere ser mejor persona cuando todo ya está perdido, un tipo que al final de cuentas quiere ser mejor (pero quizás solo porque la situación lo obliga a ello). Un pata que se deja llevar por la inercia del sexo (porque es muy fácil, porque todos sus amigos lo hacen, porque ése es el mundo donde ha nacido y porque tal condición, la del mujeriego, es prácticamente 'dominicana' por definición) y que al final descubre que su relación era algo más significativo que todo el tire que hubiese podido conseguir en su vida. Y luego vamos calando más hondo: regresamos a su infancia y conocemos a Rafa, el hermano mayor, más salvaje e inescrupuloso que Yunior, un "cuero" en la jerga dominicana, un "tigre", quien desarrolla leucemia y se va muriendo y un poco matando de a pocos. El frenetismo con que Rafa asume su enfermedad, su negación rotunda a que ella lo anule, sus continuas pruebas, ante todos y ante él mismo, de que ella no lo va a vencer ni lo va a cambiar (en vez de echarse a descansar después de la radioterapia sale a la calle y se emborracha continuamente, se acuesta con un montón de "sucias", consigue un trabajo que termina llevándolo al hospital y hasta se casa con un personaje notable, Alma, tonta y calculadora, cínica y a la vez entrañable superviviente), aquel frenetismo, decía, recuerda mucho a la actitud de Beli, la madre de Oscar Wao. Y luego hacemos otros dos saltos antes de que la historia de Yunior se resuelva: el segundo nos lleva a la breve estadía del padre con la familia de Yunior, en los primeros meses de la llegada de todos a los Estados Unidos, y nos ofrece el espectáculo de su actitud despótica con los hijos y la madre, a quienes no deja siquiera salir a la calle y a quienes abandona continuamente, con la excusa de irse a trabajar, para acostarse con otras mujeres; el primero, cosa extraña pero notable, nos presenta a Yasmin, personaje aparentemente desvinculado por completo de la historia de Yunior (sospecho, sin embargo, que Yasmin era una de las queridas de su padre, y que la Virta a que continuamente se hace alusión no es otra que la madre de Yunior, aunque todo ello no tiene gran importancia), y la dura vida que debe llevar como lavandera en un hospital. De todas, ésta es la historia que a mi parecer posee la mayor calidad y causa el efecto más potente en el lector. La desesperanza, y la frialdad con que Yasmin asume su situación desesperanzada --se acuesta con un hombre casado que vive a medias con ella, abandonándola por las mañanas y a veces por varios días, un hombre que está resuelto a irse a vivir con ella a una casa nueva y que sin embargo no es capaz de dejar del todo a su esposa y a sus hijos--, conmueven y asombran. La mujer dura que es Yasmin no llora frente a ese porvenir mezquino que tiene frente suyo, ante esa vida que nunca que termina de concretarse con un hombre que uno no sabe bien si ama o quizás sólo soporta y el que, sospechamos, no le podría dar una mejor vida que la que lleva; una mujer templada por el dolor, hecha a medida del invierno duro de la ciudad, y que sin embargo logra aún reconocerse en esa joven Samantha, su ayudante en la lavandería, que todavía tiene esperanzas de poder sacar las manchas de aquellas sábanas que Yasmin sabe que nunca podrán borrarse y que están destinadas a ser incineradas. Estos pasajes son de gran calidad y nos demuestran que Junot Díaz no es un one-hit wonder, que puede aún brindarnos una novela aún mejor que "Wao".

En suma, "This is how you lose her" está destinada a defraudar a los lectores que busquen en ella el monstruo que fue "The brief and wondrous life of Oscar Wao", pero les procurará no poco placer. Por $14.99 en versión digital (unos cuarenta soles... será caro para ser un e-book, pero recuérdese que no va a ser fácil encontrarlo en librerías limeñas y que, después de todo, ¡hay que apoyar a los buenos escritores!), yo creo que vale la pena.

martes, 1 de mayo de 2012

Muchos cambios. Muchas cosas bonitas tiene este blog, mucho que he ido acumulando y que ya he olvidado. Mucho deseo frustrado, mucha crispación y rabia. La felicidad no parece ser uno de mis paraderos.

Y la novela y mi único cuento terminado.

El futuro es por completo incierto.