sábado, 10 de enero de 2009

El beso de la mujer araña

Hace poco vi una pela llamada Max que, en pocas palabras, trataba de un pintor mutilado en la Primera Guerra Mundial y su relación con un joven y sobreactuado Hitler. El joven Hitler ya se encuentra persuadido de las ideas afines a un racismo institucionalizado (Racismo Total, clasifican los antropólogos); quiere, además, con desesperación, convertirse en pintor. Hay una escena en que este le escupe estas ideas a Rothman, el pintor (o ex-pintor), y este último le dice algo así como que "por mi experiencia, todos los seres humanos nacemos, comemos, cagamos y morimos de la misma manera, así que no me vengas con huevadas." La película era mala, pero eso ese otro asunto. Ahora bien, en el programa de El Beso de la mujer araña, en el apartado "¿Por qué el beso de la mujer araña hoy?", Chela de Ferrari escribe:

Dos hombres de naturaleza opuesta están forzados a compartir el espacio desnudo de la celda de una prisión. ¿Quiénes son? Un militante izquierdista y un romántico homosexual. O, acaso, un soldado israelí u uno palestino, un padre homofóbico y un hijo gay, un guardia estadoundense y un prisionero de Afganistán... (...) cuando logran mirarse a los ojos sin prejuicios, se encuentran. Y eso es lo único que hace falta, una mirada profunda para reconocerse, para darse cuenta de que esas diferencias, en el fondo, no existen. Ésta es la premisa de la obra y es, en esencia, la idea que guía este proyecto y el sueño que lo alimenta.

He escrito "ideas"; De Ferrari apunta "prejuicios". Valentín, el marxista, ese personaje sacado de una página sangrienta, acaso llena de entusiasmo excesivo, de la historia argentina -de la historia Latinoamericana, de la Historia Mundial-, mira con recelo a su compañero de celda, Molina, un homosexual "aburguesado", "romántico" como concede la directora, un hombre más bien sencillo que aspira a una vida consagrada a un único amor, a la felicidad. Personajes diseñados para colapsar entre sí. Diferentes concepciones de la vida, de la responsabilidad como seres humanos, de la moral y del sentido de la existencia. Ideas. Prejuicios: la pequeña escena en la que los personajes discuten qué es la hombría; el miedo de Valentín ante su posible homosexualidad; las carcajadas del público ante el amaneramiento de Molina en escena. Poco a poco los personajes se van despojando de sus ideas, de sus prejuicios; poco a poco disminuyen las carcajadas, surge lo esencial. Surge la enfermedad, la soledad, el miedo a la muerte; surge también el amor, la necesidad del calor humano. Y nos damos cuenta de que allí precisamente donde los personajes se despojan de las ideas de las que se hallan persuadidos brota, con la violencia de la cascada, su más inefable, su más cruda humanidad. Ideas. ¿Qué es lo que hace a un hombre? ¿No definimos, tasamos y apreciamos a un hombre por sus ideas, por su coraje al respaldarlas con acciones concretas? Un hombre es aquel individuo que sabe lo que debe hacer, y no duda en ejecutarlo. Un hombre es su moral, su sentido de responsabilidad con lo que él sabe es lo primordial. Un hombre es su lucha. Un hombre es su fuerza y tenacidad en esa lucha. Ideas, todas ellas ideas. Ideas que establecen jerarquías, que separan a los individuos en mejores y peores, vencedores y fracasados, hombres o maricones. He dicho maricones, y no aludo a la homosexualidad, si no a la cobardía. Pero un hombre, ¿no es también sus miedos, su soledad, su enfermedad, su tristeza, su muerte? ¿No somos todos, como decía Rothman (y como creyó el socialismo), iguales? Un mismo cúmulo de sensaciones experimentadas de manera distinta, por razones diferentes. Los hombres no son todos iguales. Los hombres no valen lo mismo. Pero, a la vez, son iguales: iguales en su sufrimiento, su éxtasis, su necesidad de amar, de soñar. El ser humano es tal por su capacidad de forjar ideas, recubrirse de ellas, luchar por ellas. Qué paradoja tan cruel la de hallar que, en el minuto que en aquellos se despojan de lo que los hace hombres, hallemos su más violenta humanidad (1).

Para ser sinceros, ver este montaje me ha deprimido bastante. No se me malentienda: el montaje fue genial. Ya, de más está decirlo, Paul Vega es nuestro primer actor nacional. Y Sánchez Patiño -evitaré llamarlo "el amigo Rodrigo" de ahora en adelante: se ha ganado mi respeto- va en camino a volverse un actor de la talla de Vega. Chela de Ferrari ha dirigido con maestría, como siempre, si bien este montaje no sea tan genial como La Celebración, entre otras cosas porque el material no era tan bueno, hablando estrictamente en términos de dramaturgia. Aquellos errores ya los señaló en su debido momento Alonso Alegría, y no vale la pena reproducirlos aquí porque ese momento ya pasó. Carajo, qué orgullo tener a estos actores, a estos directores, a estos teatreros. Qué orgulloso me siento del teatro peruano, mi teatro peruano del Perú. Pero qué honda tristeza, en verdad. Qué tristeza la del ser humano.

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(1) No lo he puesto allí por no caer pesado -porque hablo de esto, creo, en todos mis posts-, pero hay algo de eso, de esa emergencia de la humanidad a través del despojarse de las ideas, en Tristan und Isolde. ¿No es ello lo que buscan los protagonistas al renunciar a la luz del día -las ideas del honor y de la gloria- para volcarse al amor a través de la muerte? En fin.


viernes, 9 de enero de 2009

Moscú

There you have it: me he convertido, sin querer queriendo, en Irina Prozorov.

jueves, 8 de enero de 2009

"Un cóncavo minuto del espíritu"

Un cóncavo minuto del espíritu
que una noche impensada,
al azar
y en cualquier escenario irrelevante
-en el terco repaso de la acera,
en el bar, entre dos amargas copas
o en las cumbres peladas del insomnio-
ocurre, nada más, madura, cae
sencillamente,
como la edad, el fruto o la catástrofe.

José Gorostiza, Muerte sin fin.


Exactamente. Pensaba en esos versos de Gorostiza mientras, en un micro (bien hubiera querido que en algún bar, frente a un Ruso), tuve la pequeña, pueril epifanía de que existía toda una carga (¿cómo llamarla?, ¿cultural?, aquello a lo que aludo excede esta palabra) que trascendía el recuerdo de la mera persona, la ella-en-sí. Pero desde luego que he estado sufriendo bastante por ello, metiendo el dedo en la llaga a través de la memoria o la imaginación, o la combinación de ambas -lo que, en fin, puede llevar a alguna persona con un problema mucho más grave que el mío a la locura o el suicidio. Memoria + Imaginación = Conjetura. Sí, sí. ¿Por qué debería estar sufriendo aún por cosas que sucedieron (o que no sucedieron) hace ya meses? Carajo, tampoco era una cosa que "puta, era la mujer mi vida" o algo así. ¿Entonces? Pues bien, se me ocurrió que ella misma no era la causa directa, si no, más bien, lo que había detrás: la apertura, como lo llamé en algún momento, la apertura a aquel Mundo del que quiero, con todas mis ganas, participar. La orquesta que dirigió alguna vez Sir Georg Solti, la universidad de Newton, el escenario giratorio de Proof. Y ya más lejos el Quartier, el David del Michelangelo, etc. etc. Como si ella representara todo eso que se me escapa de las manos. Como si su rechazo hubiese sido el rechazo de ese Mundo. Como si yo hubiese probado no ser lo suficientemente bueno de ser aceptado como miembro activo. Y sí, como dice nuestro carnal, ocurre, nada más, como la catástrofe. De allí que me haya golpeado tan duro, que sigan brotando las hileras de sangre. La idea de apertura. Aplico ahora -o lo intento con todas mis fuerzas- las medidas que alguna vez, con un mohín de satisfacción nerd, llamé "reformas institucionales". Ahí están: todos los días termino exhausto, sin tiempo para deprimirme y ese tipo de cosas. No wonder how la gente se desmorona cuando no tiene nada que hacer. O cuando tiene mucho que hacer o cuando lo que hace no le satisface, en fin, la gente se desmorona siempre y ya. Estoy tan cansado que ni siquiera soy capaz de causar gracia, ni a mí mismo. Ojalá pudiera voltear la tortilla como suelo hacerlo, con una elegancia fingida que pretende emular a Lord Henry. Instead, me toca escribir al menos 60 palabras por minuto, y eso. Me duele la mano como si me hubiese masturbado con la zurda por tres horas seguidas. Pero bueno, todo esto es necesario. Y aún ni siquiera comienza lo más difícil. Vaya si la vida es desalentadora. En fin, me voy a dormir.

jueves, 1 de enero de 2009

Post n° 101

Me acabo de dar cuenta de que el post anterior fue el número 100 de mi triste, solitario pero siempre honesto blog. ¡Qué logro! Logro, sí, puesto que yo soy un peruano en toda regla: así como el Estado -y esto es síntoma de un mal social- es incapaz de llevar a cabo un proyecto a largo plazo, sea el que sea, así yo mismo, peruanito refugiado en mi casa, carezco del mismo impulso, la misma disciplina, para llevar hasta las últimas consecuencias una empresa medianamente amplia. Y, claro, poseo la misma carencia de memoria. ¡Ah, la memoria de los peruanos! Pero ya, si revisamos mis antecedentes (al menos cuatro intentos de blog, que terminaban a la semana de empezados, e innumerables intenciones de proseguir un diario, una y otra vez), éste es un logro del que me debería sentir más o menos orgulloso. ¡Cien entradas! Después de todo, el propósito de este blog siempre fue el autoescrutinio: la clásica de "a ver qué mierda escribía de esqüincle hace cuatro o cinco años, cuando creía saber algo cuando no sabía nada". Una carta hacia el futuro, una bitácora de un yo que jamás volverá a ser, pero que fue, y cuyo estar-siendo en un presente ya convertido en pasado fue necesario para que el yo del presente, ahora futuro, fuese ese yo y no otro huevón, acaso más feliz y más imbécil, or the other way around. ¿Se entiende? Qué importa, la cosa es que el yo del futuro lo entienda. Y si no está cagado del cerebro por las drogas, o enfrascado en un amor aburrido, o ya enteramente muerto, pues, supongo, sabrá apreciarlo con una sonrisa. En fin, éste es mi post n° 101, el primero en el primer día del 2009. Y aunque esas cosas más bien me llegan al vello púbico más chiquitito del esfínter, pues, de algo valdrá. Después de todo, me alegra que el anterior haya sido el post cien. No fue tan malo como los otros, y eso ya es un avance. Para quien crea que el nuevo año trae nuevas oportunidades de cambio para bien -no como nosotros, que consideramos, con el buen Kundera, que la gente nunca cambia bajo ninguna circunstancia-, ¡felicidades! Y para el resto, pues, niente. Prosperidad y felicidad a raudales, críos. Que sólo vale la pena emborracharse en este mundo. ¡Prosperidad y alegría!