viernes, 25 de septiembre de 2009



-¿Por qué me espías?

-Porque te amo.

-(Smirks.)

-Es en serio.

-¿Y qué quieres?

-No lo sé.

-¿Quieres besarme?

-No.

-Quizás... ¿quieres hacerme el amor?

-No.

-¿Quieres fugarte conmigo? ¿Al lago, a Budapest?

-No.

- (Con exasperación) Entonces, ¿qué quieres?

-Nada.

- (Sorprendida) ¿Nada?

-Nada.


(Kieślowski. Krótki film o miłości ['Un pequeño filme sobre el amor']. 1988)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Un amor estructuralista

Basta de hablar de mí. Hoy quisiera contar una historia ajena.

Una historia que me contó Facundo.

Desde luego, se trata de una historia de amor.

O casi.

Sin embargo, hay que tener en cuenta algunas cosas antes de empezar. Por ejemplo, que la botella de Merlot barato estaba a la mitad cuando Facundo, mientras lanzaba algún apotegma sexual que se le había ocurrido en el instante, intentó limpiarse la boca con una bombacha -soy fiel a su discurso-, y que de repente se quedó inmóvil (me dio la impresión de que, de súbito, Facundo se había arrancado la careta del tiempo del rostro, que sus facciones habían trascendido la temporalidad) y que, de la misma manera abrupta, se sacudió la parálisis, palmoteó la mesa y comenzó un relato que no terminaría hasta que hubiera dos botellas más en la mesa, las tres vacías, el cenicero a punto de erupcionar. Pero, todo hay que decirlo, a Facundo le gustaban las digresiones. Le gustaba saltar de un tema a otro; en su cabeza, todo, al final, aún forzadamente, conectaba con el resto. Como aquellas partituras en la que se inicia un tema que se deja en suspensión, que da la impresión de que el compositor se ha olvidado de él, y que sólo al final de la pieza, truco de manos, se completa en su tónica perfecta, esperada, anhelada. De manera que me será imposible reproducir el relato tal como fue enunciado aquel día, entre las botellas y la ya mencionada bombacha, a la cual Facundo confundió con una servilleta. Seguramente si yo no le hubiese señalado que se estaba limpiando la boca con los calzones sucios de vete a saber quién, jamás hubiera recordado la historia que me contó, sepultada como estaba entre otros mil recuerdos, entre otras miles impresiones femeninas y otras tantas miles de bombachas. Aunque, bien mirado el asunto, pudo haber sido cualquier otra persona. Me la contó a mí, sin embargo: eso es lo que importa. Me contó, al menos, alguna de sus versiones.

Último preámbulo: la relación de Facundo con las mujeres. Y las mujeres con las que solía involucrarse. Uno tenía que estar allí. Tenía que ver sentarse a Facundo en una mesa cualquiera; tenía que ver a la chica acercándose, una desconocida, con alguna excusa -era delicioso observar a una mujer bella pasar por todas las tribulaciones por las que usualmente cualquiera tiene que pasar frente a ellas: la duda, la trama seductora, las miradas furtivas, la angustia creciente- o sin ella, ir rellenando los vacíos de las frases a medio decir con un creciente contacto corporal -mano en la oscuridad; mejilla; antebrazos-. Uno tenía que ver cómo reaccionaba Facundo, cómo actuaba casi como si se las quisiera echar de encima; cómo aquella misma conducta desestabilizaba a las mujeres en un primer momento, las hacía dudar de sí mismas -nueva delicia-, imponía una capa de furia en sus miradas sonrientes, y al siguiente momento, de golpe, las hacía cambiar de táctica, las hacía proseguir en la lucha sólo por el honor herido (lo que me hace pensar en que hoy en día el honor equivale a la vanidad, pero discúlpeseme la interrupción), reivindincar sus bellezas ofendidas, a inaugurar sus relaciones con una decidida actuación beligerante. En realidad, la condición inevitable de todas las relaciones de Facundo fue siempre la furia. Una furia recíproca, agazapada entre las caricias; una bomba de tiempo. Digo recíproca porque Facundo, cómo no, las detestaba. Las detestaba por su belleza, por la consciencia que tenían de ser bellas, por la facilidad con la que apostaban todas sus cartas a su belleza, por la facilidad con la que su belleza conquistaba todas las cartas. Pero su actitud también estaba basada en la estrategia: sabía cómo ofender la confianza de cualquier mujer con la dosis exacta de la duda. Sabía medir sus movimientos; sabía no excederse; sabía cuándo había que ser brutal. Nadie más falso que Facundo frente a una mujer bella. Nadie más real, más sincero.

Nada más sorpresivo, pues, cuando me contó cómo la buscó después de la función, cómo le ofreció su chaqueta, cómo la acompañó hasta la parada de bus. Quisiera imaginarme esa noche un tanto sórdida, con un background constante de ladridos a lo lejos, siempre a la misma distancia; ambos caminan mirando el suelo. Permítaseme también imaginarme a nuestra heroína: cabello frondoso de castaña angustia, ojos profundamente negros, labios delgados, caninos puntiagudos. Un ligero carmín se asoma en sus pómulos con timidez entre sonrisa y sonrisa; unos lentes de carey negros, enormes -es el único dato que me dio- velan el asedio de toda mirada; se parece un poco a la Clare de Nabokov. El viento descubre, por ratos, su piel lechosa; con el apuro se ha olvidado de traer la ropa; se siente un poco tonta caminando con el vestuario en la calle; casi tiene la tentación de prolongar la vida su personaje -Facundo resumió el argumento de la pieza como "una especie de utopía marxista con fondo de los Rolling Stones"-, de decirle que no, de sacarse uno de sus zapatos y tirárselo en la cara. En realidad, ambos están actuando en aquel momento, ambos cumpliendo con entereza el rol que les ha tocado. Ambos, también, se han hallado, por puro azar, interpretando papeles inesperados.

Cerca del amanecer, Clare le dice que lo ama, le dice que está segura de que lo amará, que la certidumbre del futuro justifica todo fast-forward sentimental, que una predicción certera es sólo una cristalización aplazada de una realidad enteramente presente. Facundo se queda viendo los libros de su habitación: entre los lomos de cada uno de ellos asoman páginas arrancadas. El vestido se ha quedado colgando de una percha en la puerta del armario. La impaciencia con la que la cortina soporta la vanguardia del día le causa un poco de tristeza: yo no, le dice, yo no. Se levanta, se viste. Me imagino que Facundo se habrá ido sin más, pero aquí, por razones estructurales, le haremos darle a Clare la explicación con la que sólo remuneraba a los amigos cercanos: cada mujer es sólo la realización subjetiva de una función constante. No es preciso decir, como suele decirse, que uno se enamora de categorías: a mí me gustan las rubias, delgadas, de ojos claros, etc.. Pero es igualmente insensato afimar que uno se enamora de personas: uno se enamora, más bien, de materializaciones de determinada fantasía. Dicho de otra manera, el amor es siempre un fenómeno individual: la búsqueda de uno mismo a través del cuerpo del otro. Claro que Facundo no lo hubiera puesto de esta manera. Menos aún se hubiese demorado en darle explicaciones a nuestra Clare, nuestra desvalida Clare, que se ha quedado suspensa, que, ahora que Facundo se ha ido, comprueba la impunidad del robo y espera hasta el nuevo crepúsculo, toma el subte, recorre angustiosas avenidas, corrobora la dirección del documento y toca el timbre, grita, hace un escándalo hasta que Facundo le abre la puerta. Te has llevado mi bombacha, le dice. Ella lleva el vestido de la noche anterior. Facundo no se ha sacado la chaqueta que llevaba: revisa uno de los bolsillos: allí está, la bendita bombacha. No se ha dado cuenta en qué momento se la ha puesto en la chaqueta. Le ofrece una taza de café. Clare lo mira con rencor; se niega, sin embargo, a pedirle explicaciones. Facundo le pregunta cómo ha averiguado dónde vivía: Clare esgrime con desdén la billetera, el documento: se los tira en la cara. Le dice que se ha perdido, que ha errado la dirección, que la numeración vacila entre aquellas calles, que no sabe cuántas veces ha exclamado "Dios, aquí no está" (detalle un poco tonto que me dio Facundo, y por eso mismo memorable) furibunda al errar la casa. Facundo recoge los documentos en silencio. Clare le repite que lo ama, le habla de sus fantasías de muerte. En realidad, se las repite: Facundo apenas la había oído en ese arrebato nocturno, en esa deplorable irrupción del lenguaje después del goce carnal. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?, le pregunta. El futuro es una prolongación temporal innecesaria cuando uno está seguro de lo que va a pasar, le responde Clare; se levanta, toma un cuchillo de la cocina, se abre las venas. Ha tenido el cuidado de acercar los brazos al lavadero, aunque ni siquiera se ha dado cuenta de su consideración. Facundo se ha parado en el vano de la puerta; la observa, pensando qué debería hacer, qué debería decir. Clare le sostiene la mirada. Ninguno dice nada. Pasa un rato largo; silencio total. Poco a poco, Clare palidece; sus ojos decaen; sus brazos se apoyan contra el saliente del lavadero; sus rodillas tiemblan. Facundo la sostiene antes de que caiga al suelo. La limpia con cuidado, le hace un torniquete y camina hacia la calle. El chofer señala el taxímetro: quince pesos. Facundo urga dentro de la cartera de Clare: saca el dinero, le dice al taxista que espere. La blancura de la bata blanca de la enfermera refleja la palidez de la piel de Clare. Nadie lo ha visto escabullirse. El taxista le tiende una mirada larga e inquisitiva a través del retrovisor a Facundo: éste, con expresión divertida, sostiene, entre las monedas apenas descubiertas en el fondo del bolsillo, la bombacha de Clare en la mano.

Facundo se paró, apagó la radio, me convenció para buscar más trago. El único detalle que se había guardado -el más trascendental, por lo demás-, era el por qué de su asedio, de su acercamiento. Acaso simplemente necesitaba desahogarse: la actriz le pareció guapa y sintió pereza de esperar. Acaso cambió de opinión aquella noche, cuando Clare le contaba sobre sus fantasías de muerte, del goce, de la realización plena del amor. Acaso se había sentido sinceramente atraído hacia ella. Pero el ruido de este lugar no me deja seguir pensando con claridad. Han acabado de pasar una de esas canciones que uno tiene memorizadas sin haber jamás comprado el disco, sin que siquiera a uno le guste la canción. El estribillo me persigue:
Y me alejé de tí.
Suerte que te perdí.
Woooo.
Tanto como me perseguía aquella noche, mientras buscábamos una tienda en plena madrugada. Facundo la repetía una y otra vez.
Fuiste tan dulce nena, pero a la vez perversa.
Siempre me hablabas de morir...
Le decía que se callara y fingía no escucharme.
recuerdo bien la tarde en el pasillo
que sacaste un cuchillo
y probamos el dolor.
Silbaba sonriente, el muy...
y como nadie vino a abrir la puerta
te diste media vuelta
diciendo: "Dios, aquí no está".
Sólo ahora caigo en la cuenta. Carajo. Pero qué hijo de puta.

domingo, 20 de septiembre de 2009

1. Son las 10:30, me siento algo cansado. Me siento gordo de nuevo.

2. Si me gusta lo que estoy haciendo -¿acaso sólo estoy convencido de que hago lo que quiero?, ¿acaso existe realidad más allá de mis propias certidumbres? Dirán: el inconsciente. Pero, ¿no sucede que el inconsciente sólo adquiere realidad cuando se ha vuelto una certidumbre de la conciencia?-, decía, si me gusta lo que estoy haciendo, ¿por qué esta sensación de hastío, de que nada va a ninguna parte, de que acaso sería feliz haciendo otra cosa menos productiva -en términos relativos-, de caducidad casi inmediata?

3. Si todo fuera simple. Las cosas que veo, que estudio, que leo. Las personas con las que me relaciono. Hay todo un andamiaje construido como método de ocultamiento, disfraz de toda individualidad orgánica. Uno se pone el traje de "buena gente", de "persona centrada", del "gracioso del grupo"; más allá del velcro, del tejido de fantasía, palpita un órgano que no desea, salvo ocasiones extraordinarias, ser expuesto al público. De allí que, si uno toma cierta distancia, todas las personas, al fin y al cabo, se parezcan; a veces pareciera como si hubieran un par de decenas de caracteres, y que a la onceava persona uno regresase a la primera de la serie. Uno tiene que atravesar la jungla de la vestimenta, del ornato, del fuego de artificio, para descubrir aquello frente a lo cual -lo único de todo individuo- uno no puede sentirse indiferente. ¿Quién tiene las energías necesarias para desentrañar, en todas sus manifestaciones, la eternamente heteróclita subjetividad del Otro?

4. A veces, realmente, me gustaría pensar de otra forma.

5. Hundirme en la cotidianeidad del instante.

6. Volver en el tiempo y descubrir y resignarme y transfigurar y añorar volver en el tiempo para rehacer, descubrir, fallar, resignarme y transfigurar y añorar volver en el tiempo para rehacer, descubrir, fallar...

7. Cambiar. Pero el cambio también trae ansiedad. ¿Qué clase de ansiedad es preferible?

jueves, 17 de septiembre de 2009

Intérpretes wagnerianos de hoy y toujours (ii)


Hoy:




Lauritz Melchior
(1880-1973).

Roles wagnerianos importantes: Tannhäuser, Siegfried, Walther von Stolzing, Siegmund, Lohengrin, Tristan.



Final del primer acto de Siegfried.
1928-32.



"Morgendlich leuchtend in rosigen Schein"
Del 3er acto de Die Meistersiger von Nürnberg.
1939.

martes, 15 de septiembre de 2009

Nada sirve si se racionaliza. Las obsesiones sólo cobran eficacia agazapadas bajo la superficie de la conciencia.

Uno se obsesiona de estar obsesionado.

¿Por qué la "sabiduría", como dice Páez (no es idea nueva, ni suya, por lo demás), sólo llega "cuando ya no sirve para nada"?

Si tuviéramos la capacidad de regresar en el tiempo, la existencia sería un verdadero infierno. Nuestra vida sería la eterna rescritura de unos cuantos acontecimientos frugales.

¡CONTRICIÓN! V., ¿por qué te apresuraste a darme la espalda?

Son como guantes que te impiden aprehender la realidad.

Te lamería los instersticios de los dedos.

Amanece en otro planeta. Estoy sentado en el balcón. Veo las colillas que hace unos instantes nos fumamos: se ha ido a dormir. Tengo ganas de tirar la botella de cerveza por el vano de la ventana.

Le he escrito un poema. Lo ha leído. Se me ha acercado y, detrás del vidrio, me ha sonreído y juntado una y otra vez sus palmas, aplaudiendo sin sonido. Me he sentido como un huevonazo.

Meses después, la invito a caminar. Parece divertida de mi poca imaginación para las citas. Le estoy tocando la mano: hace frío, se la caliento. De repente, irrumpe el lenguaje. Al día siguiente, ya no quiere saber nada de mí.

Unas semanas antes, ella tomaba un taxi. Bajábamos en el ascensor: estaba totalmente borracho. Nos mantuvimos en silencio. Le había rogado que se acostara conmigo: se había negado con gentileza. Antes de subir al taxi, me dijo "Tienes que aprender más sobre las mujeres". Al día siguiente, la tenía acorrada contra una esquina oscura. En lugar de besarla -me miraba en la plena anticipación, ¿o me estaré volviendo loco?-, acudí a la captatio benevolentiae. Perdió la paciencia y no quiso saber más del asunto.

Me frotaba el antebrazo. "Pobre", me decía. No has entendido nada. Perdí el control. Al día siguiente tuve que actuar normal.

Autobús verde -he olvidado el número. Se ha sentado enfrente mío. "¿Te pasa algo?", me pregunta. Nunca me había sentido más infeliz en toda mi vida. Le doy la respuesta incorrecta. Me dice que más tarde le cuente lo que me sucede. Tras una pausa, agrega, en aclaración: "Si quieres".

Su departamento. Hay un montón de muchachos que parecen coquetear con ella, aunque quién sabe nada de las personas. Uno la elogia por su francés impecable: ella lo acepta como quien acepta un buenos días. Hay un fotógrafo que no se me quita de encima: ella va de acá para allá. Salgo a fumarme un cigarrillo. Ella se acerca con un vaso de vino. "¿Quieres esto?" Lo acepto; se va, casi sin mirarme. Poco después estoy caminando de vuelta a casa. Siento como si estuviese ardiendo en llamas.

Le enseño a jugar pool. Ella me mira: nos hemos sentado. Ojos azules; me golpea en la pierna; yo estoy un tanto borracho. Vuelve a golpear; yo le golpea la pierna de vuelta. Cada vez con más intensidad. Parece excitarse. De súbito, canjeo mis golpes (la he golpeado fuerte, por dios) por caricias. Ella lo acepta: me mira. Más allá, el pobre de mi amigo me mira furibundo. No vuelvo a hablar con ella en toda la noche.

Me acerco, estamos en una discoteca. Se ha ido, y la he cambiado por todas las mujeres. He intentado a besar a una y me ha rechazado: en todo lo que restaría de tiempo no dejaría de odiarme por semejante audacia. La busco. Está besando a otro.

Se me acerca y tengo que ocultar las fotos de mis estúpidos amigos. Hay un tipo gay echado perezosamente en el sofá de enfrente, con una mujer hermosa (está boca abajo, vistiendo pantalones cortos: ha sido un espectáculo exquisito) que parece o se hace la dormida. Ella ya está sentada junto a mí. El tipo gay me dice: "A ella le gusta que la toquen. Tócala". Ella se sonroja y le dice que se calle, luego me mira. ¿Cómo tocarla a vista y paciencia de todo el mundo? I'm not an orgy guy.

De vuelta, en el taxi, me dice que me disculpe por haber hablado mal de mí. Yo no la he oído siquiera. Tengo el cerebro frito, y el espíritu rebosante de contriciones que hasta ahora no me espanto de encima.

Barranco. Caminamos por debajo del puente. Me pregunta cómo le digo al césped. No sabe si elegir entre "césped", "hierba" o "grama". Le respondo: "grass". Se ríe. Poco después me estará rechazando en otro idioma.

Me ha regalado un par de fotos antes de que me fuera. He pasado esta última noche en vela. He querido escribirle un poema como regalo. Me he sentido incapaz.

Fumo con ella, me dice que quiere ser escritora. Unos días después, la manoseo en una discoteca.

Trato de besarla en un bar. Le digo que estoy tratando de besarla en un bar. Me dice que está saliendo con otro. Más tarde, estamos gritando en medio de la calle en dos idiomas distintos. Entra a su casa; yo busco cigarrillos en una tienda. El tipo me los ofrece en inglés.

Estoy en una discoteca, y siento que todas las chicas me miran con odio. Estoy demasiado borracho. Siento como si se me cayera toda la gente encima.

Me siento en una plaza, junto a un viejo. Estallo en lágrimas.

Ella me abraza, estalla en lágrimas.

Estoy borracho en mi cuarto, cantando Verdi. Me han quitado la billetera para que no me siga emborrachando.

Me disculpo, le digo que he sido un idiota.

Ella me pide que la visite.

Ella me abraza, me dice que me quiere, aún a pesar de que la he tratado como un hijo de puta.

Ella me invita a pasar las vacaciones con ella al Sur. No tengo dinero.

Ella pone su cabecita en mi hombro.

Ella me sonríe en medio de la calle.

Ella me besa.

Ella me rechaza.

Ella me dice que quiere verme.

Ella se va.

Y no la vuelvo a ver.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Pequeñas impresiones antes de dormir.

1. Leyendo Watchmen. Un amigo de Joe tenía una copia back in Buenos Aires; recuerdo que Joseph me dijo "seguramente te gustaría". Tenía razón, aunque aún no sé por qué razón me lo habrá dicho. Como él, experimento cierta sensación de culpa al leerlo, aunque por razones distintas.

2. Cansado. Sin dormir bien la última semana.

3. Sin ganas, también, de ir mañana a clases. Il faut, sin embargo. El hueco entre clases es de cinco horas: se entiende.

4. Sin ninguna sensación opresiva o melancólica. Un poco de angustia, quizás, a causa del mar de lecturas en el que tengo que sumergirme en tan poco tiempo.

5. Cada día reviso mi correo no deseado con un what if pendiendo como hilo de baba del labio inferior. Si un clavo saca otro clavo, se me ocurre ahora, la sexualidad humana puede entenderse como una función de naturaleza paradigmática.

6. Es curioso, como un contexto de obligación, por más irrisorio que sea, tiene la capacidad de dar un sentido a las cosas, siquiera en un intervalo temporal estrecho. Work is the illusion of meaning, decía Woody Allen.

7. Cuando la puerta está abierta, y uno sólo puede caminar de espaldas hacia el vano.

8. Un poco de frío en las manos. Los cambios de estaciones sellan mi maldita nariz cual concreto.

9. Sentirse resguardado sin preguntarse mucho por ello está bien.

10. Las aventuras verdaderamente gozosas son como la naturaleza constreñida en el rigor del jardín. Los límites surgen de distintas fuentes: la compañía de alguien de confianza, la plena seguridad en uno mismo, la experiencia, etc. En los románticos, por ejemplo, la fe que profesaban operaba como jardinero en sus paseos nocturnos (cf. Goethe; aunque ya en Bécquer el perímetro se desdibuja:

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer;
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran, no sé.
[Rima XIV]).

Cuando le preguntaban a Heiner Müller qué pensaba al respecto de aquel supuesto yearning for death de los protagonistas de Tristán, respondía que era "Absurdo. El romanticismo entendido de la peor forma". Nadie puede desear la Naturaleza sin carecer de cierta desmesura.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Intérpretes wagnerianos de today y toujours


Hoy:

Max Lorenz (1901 - 1975)







Final del acto 2 de Die Meistersinger von Nürnberg.
Conduce W. Furtwängler.
Bayreuth, 1943.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Pero basta del glamour. Veamos un poco el lado malo de las cosas.

1. Acabo de entrar al Facebook (esa mierda de página se ha agazapado en mi top 5 de las cosas irrisorias que más me hacen sufrir) y ver que una amiga mexicana -creo recordar haber hablado mal de ella aquí; pobre- colgó unas fotos de B. que no había visto antes. A veces se me olvida cuán hermosa, por la puta muerte de todo lo amado por todo ser humano en este puto mundo de mierda, cuán hermosa, decía, era. O es, o como sea; como no sé si mi cerebro está en una batea o si estoy viviendo mi propia versión del Truman Show, in my book, pues, está permitido desvanecer las existencias ausentes con un pretérito imperfecto. Ella era, o mejor aún, sigue siendo un fue.

2. Insomnio. La carrera de vendedor de cosas usadas no me va bien: soy incapaz -y esto no es una cualidad, precisamente- de estafar conscientemente a la gente. Mañana voy a tener que faltar a clases. Esto es, a todas mis putas clases. Capaz y tengo una condición patológica.

3. Mi DDT (ni el insecticida ni la técnica de lucha libre, ojo al piojo) se pone cada vez peor. Esta vez lo he visto -y supongo que eso denota un progreso en el complejo- reflejado en los otros: me he preguntado si ella, acaso, no padecía también de lo mismo. Cuando lees a Freud y a Lacan, por ejemplo, no puedes evitar sentir cierto desprecio por la parte terapéutica: yo, al menos, y gracias a los conceptos acuñados por estos muy venerables señores, me hallo, si están en lo correcto, muy consciente de mis propios males. Y ya me ven, aquí como estoy. En la tríada de inodoros mundiales que hacía Zizek en unos de sus artículos, a mí me convendría más, cómo no, el inodoro alemán: mi vida consiste en mirar mi propia mierda, y en la incapacidad de jalar la cadena. O mejor aún: mirarme mirar mi propia mierda, y ser incapaz de romper el hechizo y, al fin, jalar la cadena. Pero esto mismo, ¿no es una alegoría de todo lector de literatura?

4. Soñé con que podía comerme mis propias manos. Poco después, recuerdo haberme mantenido flotando en una suerte de semi-vigilia, como el buzo con la cabeza semioculta por el mar. Mi cuerpo siento una suerte de promesa instintiva de satisfacción; me sumergí a hallarla en las profundidades del sueño. Apenas daba el primer impulso hacia el fondo cuando sonó el despertador.

5. Hoy he comprendido, leyendo un ensayo de convicción lacaniana, por qué la cagué con la última Mlle. Infortunio. A la S - E - D - U - C - C - I - Ó - N habrá que añadirle la noción de íntimo unheimliche. En una palabra: la gente no quiere conocer de ti nada que escape a la imagen de la satisfacción de su propio deseo.

6. Yo tengo un momento exacto al cual regresar en el tiempo. Me lo he pensado bien: cursar toda la carrera de nuevo y volver a sufrir algunos ineludibles es poco, una miseria, comparada con la Redención. ¡Sus manitas huesudas se enterrarían acaso, sólo entonces, en lo más recóndito de mi...! La Física me tira un lapo y me grita silencio.

7. Pero después de todo, y con esto termino, lo que dice Foucault está bien justificado: la relación escritura-muerte, siquiera, parece arrojar resultados. Estas últimas semanas han sido probablemente las más fértiles desde hace años. El árbol extiende sus hojas con mil un promesas de papercuts. Yo estoy sentado bajo la copa: soy un niño goloso, pero educado. Tengo que hacer primero mi tarea. Cada tanto, sin embargo, se me desvía la mirada. ¿Cambiaría los cortes de mis manos por esa dialéctica confusa del Otro?

8. El error reside en la confianza excesiva en la función que desempeña tu propia voluntad.


domingo, 6 de septiembre de 2009

I was born in Düsseldorf and that is why they call me Rolf

Leyendo el famoso artículo de Hayden White, "The historical text as literary artifact" he recordado este pequeño extracto -el culmen de todo el musical, I must say- de The Producers (versión del 2005), de Mel Brooks:



La pieza-casi todo con relación a ella- es verdaderamente oro puro.

Escribe White, lapidante:

Considered as potential elements of a story, historical events are value-neutral. Whether they find their place finally in a story that is tragic, comic, romantic or ironic... depends upon the historian's decision to configure them according to the imperatives of one plot-structure or mythos rather than another. The same set of events can serve as components of a story that is tragic or comic, as the case may be, depending on the historian's choice of the plot-structure that he considers most appropriate for ordering events of that kind so as to make them into a comprehensible story. (47)

Uno no puede más que temblar de emoción ante la bella articulación que White de una situación que, tras leer el texto, se nos hace más que evidente. Mel Brooks nos muestra que lo que White expone con tanto rigor y -¿por qué no?- con cierto convencimiento de que lo que tiene que decir está a punto de cagarle la cabeza al lector, esto es, la neutralidad de todo acontecimiento, es ya cosa más que conocida por el Comediante.

¡Qué síntesis tan alucinante hace Brooks, en efecto, de la neutralidad de los acontecimientos! ¡Qué desconcertantemente fantástica esta escena! ¿Cómo se ha logrado ese cambio violento, de un extremo del espectro al otro, en el público, que en un momento se larga escandalizado del teatro y al minuto siguiente ovaciona el espectáculo de pie? La cosa parece sencilla: el punto de inflexión lo hallamos en la caricaturización de Hitler. Lo que comenzó como una especie de reivindicación musical del Tercer Reich deviene sátira abierta (mímesis en grado bajo, según Aristotle). Todos felices y contentos (excepto, quizás, los homosexuales, pero eso es otro rollo). Claro que no es tan fácil. No lo es, digo, porque hay una sátira más, agazapada debajo de la superficie chillona, que se deja ver y sin embargo procura pasar desapercibida. Esta sátira no es ya argumental; podríamos considerarla una suerte de sátira "meta-argumental". La burla entonces no se dirige contra un personaje histórico, sino contra la misma Historia y sus pretendidas objetividad y naturaleza absoluta de sus elementos. Todo acontecimiento es neutral, y el historiador sólo puede ofrecer interpretaciones de una realidad que, sin el intérprete, carece de todo valor por sí misma (y hasta, si nos ponemos radicales, de cualquier rango ontológico). De allí que la horda nazi pueda ser caricaturizada como una sarta de "maricones" (ya dije, eso es otro rollo). Pero allí no está el chiste. Lo verdaderamente prodigioso de la escena es que, de un solo golpe, la Guerra se ha transformado de trágica a cómica. La línea entre el Bien y el Mal se ha esfumado por completo: de repente, nos sorprendemos riéndonos de las coreografías que imitan el lanzamiento de las bombas, o de frases como "Springtime for... Germany, / winter for Poland and France". La mayor desgracia del mundo se ha develado como un material tan susceptible de hacernos reír como cualquier otro. El público se pone de pie y aplaude el espectáculo; se ha reído estrepitosamente, pero no ha podido evitar cierta sensación sorda de culpabilidad (acaso los ecos de la Interpretación Histórica). Los espectadores de la película, también, nos reímos con ese público ficticio; nos reconocemos en ellos. En realidad, se trata de un juego macabro de espejos. Mel Brooks no se está burlando de la Historia. Mel Brooks se está burlando de nosotros:

...it ain't no mistery
if it's politics or history,
the thing you gotta know is
everything is show biz (5:43-5:54)

¿O alguien pensó realmente que el Comediante no estaba consciente de lo que hacía?

sábado, 5 de septiembre de 2009

jueves, 3 de septiembre de 2009

Todo parece estar yéndose a la mierda.
Todo parese estar lléndose ha la mierda.

Tengo una novela por escribir. Tiene la forma de una Ñabatea.

Todo parese estar lléndose ha la mierda.

Tengo un dramita con hocico que quiere aprender a bailar salsa.

Todo parese estar lléndose ha la mierda.

Tengo delirios freudianos reconocibles. En las noches, las contriciones zumban como mosquitos y se posan en mi pecho, agitando las patitas de rata y haciéndome saltar las lágrimas.

Todo parese hestar yéndose a la shit.

Violetta Valéry es la síntesis de toda la metafísica occidental.

Todo PARECE estar lléndose a la shit.

A veces las teorías lingüísticas son más bellas que las mujeres que caminan un viernes por la noche por Barranco.

Todo parece estar YÉNDOSE. A la mierda.

Todos los artistas son como el Quijote. El Quijote no era un artista. Todos los artistas no son artistas.

Todo parece estar. Lléndose a la MIERDA.

Todo parese hestar yéndose ha la mierda.

TODO PARECE ESTAR YÉNDOSE A LA MIERDA.