jueves, 29 de mayo de 2008

No soy una buena persona. No soy lo suficientemente amigable como para tener muchos amigos ni lo suficientemente interesante como para carecer de la necesidad de buscar su compañía. A los extraños les inspiro una mezcla de indiferencia y espanto. Me resulta imposible creerle a quien me dice que me quiere o que aprecia mi presencia. Carezco de caballerosidad, aunque profese la fe de la buena urbanidad. No sé cómo sonreír, ni cómo explicarme con brevedad; la comunicación humana se me antoja un misterio indescifrable. La mayoría de veces digo lo que no siento, o lo digo de tal manera que me hace parecer un esnob, cuando mis intenciones eran muy distintas. Sólo me doy cuenta de ello cuando ya no hay manera de rectificarlo. No poseo talentos especiales, ni disciplina, ni una inteligencia fuera de lo ordinario. No me gusta llamar la atención: sólo en este aspecto parezco obtener un notable éxito, especialmente con las mujeres. Me entristezco ante la caravana inaccesible de la belleza femenina. Todo aquello que no puedo tener me excita, y viceversa. Al amor romántico prefiero la amistad; a la amistad, la soledad. Y a la soledad prefiero la muerte. Repudio a la vez al platonismo y a mi propio cuerpo. Mi idea de libertad es equiparable a una forma de desaparición. No tengo prospectos, ni ánimos, ni obsesiones.
Y ya. Se me acabaron las palabras.

lunes, 26 de mayo de 2008

Petit-post (léase como "petipán")

Siempre con deseos de degradarme un tanto metafísicamente (qué palabra más pesada), reemprender una que otra lectura, aprender teoría musical.
Y siempre, pero siempre, con una libido como animal permanentemente al acecho; como, digamos, una salamandra en medio del desierto de Sonora. Aunque, quizás, aprendiendo a aceptar esa parte de mí. O no.
(Je voudrais parler longement de mes sentiments et ce type des choses, mais je me trouve toujours incapable de le faire. J'ai pensé d'en parler en francais -puisqu'il serait plus indiférant, je n'en sais pas-, mais c'est tellement snob... oui, je m'hais moi-même, aussi.)
Leyendo, a razón de 20 páginas al día, El retrato de Dorian Gray, por primera vez en mi manceba existencia. Siento que cada libro que tomo al azar tiene de alguna manera u otra relación con la amoralidad y el hedonismo. Pienso en mi pequeño volumen de Blake, en Nietzsche (aunque a éste lo conozco más bien de oídas), en Kant, en Schopenhauer, en Rimbaud. Carajo, pienso en todo lo que me rodea. Basta con prender la tele y sintonizar cualquier serie gringa (y por hiperhomogeinización -¡qué palabrita!- todo lo que da en la tele): de médicos a policías, de profesores a alcohólicos, de putas de reality a niños pubertos: cualquier clase de personaje se reduce a si éste is getting some o no. Carajo, basta con prender la puta tele. O apagarla e ir al teatro a ver Misericordia y soplarse diez minutos de una conversación que versa sobre las consecuencias psicológicas de hacerlo demasiadas veces en la pose del perrito. Uno pensaría que con tanta libertad e irreverencia y open minds la cosa terminaría aburriendo, pero no. Shame on me por siquiera pensarlo. Ya. Basta de quejarme. Quisiera parecerme al adolescente de Dios les conserve la alegría, caballeros, homosexualidad aparte. O volverme el ser más indolente de la Tierra. Como lo segundo es más fácil, ¡ea!
Prometiendo aquí en este mismo instante (aunque no sé qué importancia pueda tener) que, apenas termine la traducción y subtitulado de Tristan -cosa jodida y absurda, pero muy linda-, empezaré la redacción de una pequeña comedia que tengo bosquejada en mi cabeza. Pensaba escribir una huevada idiota y real y visceral con efectosespecialesmuuuycheveres (es decir no pero sí) pero no le encontré al final ninguna gracia y ya me pregunto si es una nueva victoria de mi manía de no acabar nunca las cosas heriditaria o innata y a la mierda y ya
Recordando una frasecilla que escribí para mi tarea de francés: "Nous avons bu trop de champagne, donc nous avons couru nus dans la rue." Jajajaja. Soy un perfecto imbécil.
Riéndome con el nick de un amigo: "Soñar no cuesta una mierda".
Y la hora Inca kola: 01:59. Eso me da cuánto, ¿5 horas y 30 de sueño? Qué tristeza. Al menos la vieja se dio por vencida y el perro dejó de aullar. Hurra por ello.

sábado, 24 de mayo de 2008

Misericordia


He salido un poco confundido del teatro de la Alianza, sin saber si me ha gustado o no esta pieza, "Misericordia", de un tal Neil LaBute. Y me acabo de dar cuenta, recién, de que casi la totalidad de obras que se estrenan en Lima con actores profesionales son de lengua inglesa. ¿Por qué será? A ver, un intento de resumen. La obra se ambienta en EEUU, dos días después del 11 de septiembre. El protagonista, Ben, se halla escondido en el apartamento de su amante, Abby. Una y otra vez suena su celular: es la esposa que está tratando de localizarlo. Y es que Ben ha desaparecido precisamente la mañana del atentado. He decidido aprovechar la tragedia, usándola como una oportunidad de perderse entre los miles de muertos y así abandonar a su familia sin tener que divorciarse, sin dar ninguna clase explicación. El resto de la obra desarrolla la incapacidad de Ben de hacer lo correcto y la de Abby de fugarse con él.
Interesante problema, indeed, aunque el estreno de la obra en el resto del mundo contribuya a la mitificación de una tragedia que no ha sido peor que la de otros países -Chile, Argentina, y aquí mismo: millones de muertos y desaparecidos-, pero que por haber ocurrido en la allmighty "America" se supone que tiene que ser la peor de las catástrofes en la historia del mundo. Como dice una de las canciones de Páez: "dos torres cayeron, lo siento por ti".
Ya, basta de lo políticamente incorrecto. Como decía, la situación es interesante. He aquí un personaje infame, casi carente de remordimientos, egoísta hasta el escándalo. Y por otro lado, una mujer que a lo largo de toda la obra se burla de sus defectos con una ironía llena de condescendencia y de altivez, a la vez que le restriega en la cara su asco sin cesar. Pero si está tan horrorizada por su indolencia, ¿por qué no lo bota de una vez por todas de su departamento? Alonso Alegría, en su comentario, responde con facilidad: "porque lo ama". A mí no me convence tanto esa respuesta. Hay algo de satisfacción moral en Abby: el estar con un tipo tan, pero tan imbécil, le hace sentir superior. Y es que Ben no sólo es el idiota que se aprovecha de una catástrofe: es también un hombre testarudamente ignorante, que no entiende ni los chistes ni las referencias de Abby, además de ser su subordinado en el trabajo. Y son tantas, pero tantas las veces las que la mujer le habla con ese tonito de reproche materno burlón, que pocas dudas nos quedan de que el ego de Abby se complace con la personalidad de su compañero.
Yo creo que, al contrario de que lo que nos dice Alegría, el que el personaje de Ben no nos parezca tan censurable no se debe a la "simpatía natural" de Gonzalo Molina, sino al hecho de que Mónica Sánchez se encargue de hacer de Abby una mujer completamente insoportable. Y no sabría decir si esto es un defecto o un acierto por parte de la actriz. Es esto, esta complacencia en los defectos del amante, gran parte de lo que Abby aprecia en Ben, y lo que, claro, le resulta tan difícil de abandonar.
La gran virtud de esta obra se encuentra en la pregunta que suscita al espectador: ¿si usted estuviese en el lugar de Ben, haría lo mismo? Y el gran defecto de la pieza es que el autor se concentre más en apalear a su personaje que en intentar comprenderlo (y, con ello, ocuparse de desarrollar esa pregunta). Pues, si decimos la verdad, uno sale del teatro más preocupado de encontrarse con una mujer tan jodida como Abby que por sus propias convicciones morales.
Bueno, las actuaciones han estado muy bien. Molina nos ha demostrado que no ha sido su falta de talento la que mandó al diablo el montaje de "El retrato de Dorian Gray", sino el mal casting del director (recordemos la presencia de la Chaparro...). No todos los actores pueden encarnar a todos los personajes, ¿verdad? En fin. Como dije al principio, no sé si la obra me gustó. Muchos errores, aunque el punto de partida sea realmente bueno.

viernes, 23 de mayo de 2008

Siempre suelo repetir que no tengo moral y, hasta cierto punto, es verdad. Ahora se me ocurre que quizás ese personaje de Hemingway tenía razón al decir que la educación era "otro opio del pueblo", no sólo porque en toda su historia el sistema educativo no ha logrado -ni de cerca- salvar al hombre de su propia estupidez, sino también porque a final de cuentas tanta educación sólo sirve para fomentar el escepticismo y la falta de moral. ¿Es bueno o malo el escepticismo? No lo sé porque carezco de moral. ¿Y cómo has perdido la moralidad? A fuerza de escepticismo. And that's all, folks. Si de algo sirve la educación es para lograr que la mente se muerda su propia cola.
En fin, esto sólo puede ser verdadero hasta cierto punto. Las raíces llegan demasiado profundo; vamos, el propio cuerpo te lo impide (y dale con el platonismo), lo que nos dejaría como única excepción la locura. Sólo un loco podría ser plenamente libre. Pero yo hablaba de la moral. Un ejemplo. En Tristán e Isolde, Tristán, un héroe de origen inglés, ha prometido a la princesa de Irlanda, Isolde, al rey, de quien es súbdito y amigo entrañable. Tristán ha triunfado en gran parte de la guerra contra Irlanda, por lo que se ha ganado el derecho a disponer del destino de la mismísima princesa; Isolde le odia no sólo por patriotismo, sino también porque Tristán ha asesinado al que era su prometido y, para colmo, ha logrado que la misma Isolde, quien posee poderes extraordinarios en el campo de la medicina, le cure por medio de engaños. Incapaz de soportar esta vergüenza, Isolde insta a Tristán al sacrificio mutuo; éste, al comprender el deshonor causado, acepta. Isolde ha preparado un veneno para estos fines, pero la alcahueta de Brangäne, su doncella, al enterarse del sacrificio, cambia el veneno por una pócima de amor, por lo que ambos caen enamorados. Cuando el navío arriba a tierras inglesas, Tristán no duda en traicionar al rey Marke, ciego de amor por la princesa. La desolación de Marke es indescriptible. Al final del último acto el rey se entera de la existencia de la pócima y perdona a Tristán al concluir que la traición no fue producto de su voluntad. Sin embargo, la larga separación de Isolde termina por acabar con la vida del héroe.
Sí que apesto para hacer resúmenes. El dilema es un poco trillado pero interesante, aunque la trama de Wagner lo sortée olímpicamente a través de la pócima fantástica. ¿Qué pesa más, la gloria del amor entre Isolde y Tristán o la traición al rey Marke? ¿Es justificable traicionar de esa manera a un amigo-casi-hermano por el amor más puro, más sublime, más perfecto, cuyo rompimiento acabaría con la propia vida de uno? ¿Marke debería aceptar de buena gana y exclamar mientras sale de escena, como el Golaud de Maeterlinck al descubrir el adulterio de Mélisande, con una sonrisa bonachona, "Quels enfants...! Quels enfants!"? ¿O, por el contrario, tramar la más exquisita de las venganzas, al estilo de Otelo pero menos tela? La felicidad que se logra a costa de la infelicidad de un inocente, la felicidad que únicamente puede lograrse pisoteando la fidelidad al hermano.
La inmoralidad es un sentimiento legítimo sólo hasta cierto punto. Más allá se convierte en esnobismo o crueldad. Una crueldad que inspira tal sensación de inminencia de la Verdad que terminas dudando de la duda. Luego piensas un poco y si te ocurre, como a un cura que tuve como profesor, que toda moral debería tener como punto de partida el valor incomensurable y único de la vida, lo que haría del asesinato la Maldad máxima. Se te ocurre que, entonces, sería moralmente correcto ejecutar a un asesino Pero piensas: ¿es justo asesinar a alguien, despojarle de la vida, sólo por un único hecho aislado en toda su existencia? ¿Qué vale más, el crimen cometido en único momento de locura, un sólo momento de debilidad en toda una vida, o, por el contrario, 20 años, digamos, de buenas obras? Y luego piensas en la eutanasia y en el suicidio y quedas aún más confundido. Piensas en un violador de niños que compensa sus crímenes contruyendo escuelas o financiando hospitales o lo que sea que mejore la calidad de vida de cientos de seres humanos. Piensas en un nazi ecologista. En un mecenas fundamentalista. Qué se yo. Y luego recuerdas a Freud y concluyes con él que los crímenes del hombre son producto de su "id", la parte que sólo busca la satisfacción de los apetitos más fundamentales, y que el "superego" es una entidad estrictamente social, por lo que concluyes, con el buen Rimbaud (adelantado también a Sigmund, para variar), que toda moral carece de valor verdadero puesto que sus leyes, junto con esa inminencia de Verdad antes mencionada, son convenciones arbitrarias heredadas generación tras generación, y que el "id", al no estar sometida a la educación humana, es lo único verdadero en el hombre; sólo para joder, te vuelves nihilista, anárquico y gay. Y luego te stoneas con Kant, descubres la dicotomía fenómeno / cosa-en-sí y ya mandas todo al carajo de una buena vez.
Pero qué diablos, yo no quería hablar de esto cuando empecé a escribir este post. Quería quejarme una vez más de haber elegido Letras como carrera universitaria. Y quería hacer una explicación bien bonita, apelando a la distinción entre "ocio" (todo lo que se hace por propia voluntad, en cuya ejecución somos más libres que en cualquier otra ocasión) y "negocio" (todo aquello que hacemos buscando una remuneración, en cuya ejecución somos esclavos de nuestras propias necesidades), relacionándolo con la sentencia unamuniana de que el artista nunca debería ganarse la vida con su arte, sino que debería trabajar en otra cosa, de modo que la producción artística no se vea comprometida y no se la prive de esa libertad que es el principio moral más fundamental de todo artista. Luego pretendía decir que, al contrario que en la vida, en el arte sí existe una moral bien clara, y hasta tenía una cita de Wilde preparada que decía

Un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Esto es todo.

explicando, claro, la aparente contradicción, pues Wilde se refiere a las "intenciones" de un libro, es decir, a la utilidad pragmática de una obra artística: si tal o cual libro sirve para algo, o sea, si los lectores podrán hallar en él un mensaje moralmente positivo para sus vidas. Y rematar con que la moral del arte se halla precisamente en eso de "bien o mal escritos", o en otras palabras, su valor estético, y que el proceso para crear objetos bellos también necesitaba una moral, que hallábamos en parte en las palabras de Unamuno. En algún punto pretendía apelar a un fragmento de una novela de Philip Roth que leí en la página de los cerdos. Y luego otra cita de Wilde:

Todo arte es completamente inútil.

lo que se relaciona con eso del "arte por el arte", un arte absolutamente libre, autónomo en su totalidad, aquello que un rato después se haría himno de los dadaístas y bueno, you can take from there. Y allí, recién allí, iba a comenzar a quejarme de la amoralidad y a citar a Hemingway. Pero bueno, supongo que ya fue.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Post soirée

1. Revisiting: ayer se me dio por sacarle el polvo a mi guitarra y entonar una que otra canción de Bob Dylan y hasta de Alice in chains, las únicas que recuerdo. Fui hasta Cantuarias en la noche para comprar cuerdas nuevas. Cuando llegué me saqué una canción de los Velvet y estuve dos horas con eso de Cause when the smack begins to flow, then I don't really care anymore intentando imitar la voz inexpresiva de Reed. Aunque no me sentí satisfecho, pues lo que quería era sacarme White light/white heat, y para eso necesitaba una guitarra eléctrica, y como mi amplificador anda trabado con una parte de la punta de un cable... En realidad, lo único que quería era hacer ruido.
2. Intereses: ando bastante afanado con los Velvet y con toda esa onda sesentera. La otra vez me pasé un buen rato pensando en la influencia -que a mí se me antoja directa- de Rimbe en toda esa nota de los hippies, lo loco que hubiera sido que a Arthur, como al personaje de Enoch Soames, se le hubiese dado la ocasión de viajar cien años en el futuro y, con ello, la oportunidad de poder presenciar la revolución con la que él tanto soñó en sus años infernales con sus propios ojos, sea en la Francia del mayo del 68 ("Sed realistas: pedid lo imposible") o, mejor aún, en Woodstock del 69. El pobre Rimbe se hubiese vuelto loco. ¡Cómo unas cuántas frases pueden, sin que uno no pueda notarlo hasta después de tanto tiempo, cambiar el mundo de esa forma! Conjeturas a posteriori, claro. Sin los poemas de Rimbe no hubiesen existido algunas canciones de Patti Smith o de Bob Dylan, ni mucha de la literatura posterior, eso es incuestionable, pero, de la misma forma, ¿hubiesen existido sin él estas revueltas quiméricas de finales de los sesenta, que tenían exactamente los mismos objetivos que se planteaba su poesía: liberación de la mujer, anhelo iconoclasta, exaltación del amor, etc.?
3. También me pasé un rato pensando en lo tremendamente atinado (casi como un hole-in-one en la oscuridad) de las primeras frases de Anarchy in the UK: I'm the Antichrist [=] I'm an anarchist. El rock verdadero, que nace de un deseo legítimo de mandar a la mierda el mundo por razones concretas y vigentes en un contexto social determinado.
4. (Ahora mismo, mientras escribo, recién bañado, fumando, con una toalla en la cabeza para que no me cague el frío que entra por la ventana abierta, me acuerdo de esas historias que me contaba mi abuela de gente a la que se le deformaba el rostro o se le reventaba un pulmón cuando, como yo, se aventuraban al frío tras tomar un baño caliente.)
5. Relaciones entre Fausto, La Regenta, Los Detectives Salvajes y el prólogo de T. Segovia a las obras completas de Gérard de Nerval. El Sr. Segovia postula que nuestra sociedad no ha acabado de superar el romanticismo, y que, a lo más, podríamos denominar a nuestra literatura como post-romántica. El personaje de Fausto, con sus arrebatos sentimentales extremos (romanticismo en su estado más puro), se me antoja a mí, lector del siglo XXI, como un tipo con tendencias bipolares: si en la primera escena lo vemos en su gabinete desesperado y suicida, al siguiente se nos aparece como el hombre más feliz del mundo, y luego el hombre más culpable del mundo, etc. Si en el Fausto de Goethe estas cosas perfilaban una tragedia, en La Regenta poseen un sesgo cómico. Anita Ozores es lo mismo que Heinrich Faust, sólo que en la obra de Clarín su conducta tiene la intención de despertar el humor del lector, lo que implica, pues, un desgaste a medias de la poética romántica. Sin embargo, el amor sigue tratándose de forma "idealista", con vómito de flores y primaveras y perfecciones efímeras. Hasta que nos topamos con esa escena de Los Detectives Salvajes en que García Madero se coge a la tipa que le atrae, con esas descripciones que rayan en la crueldad. Conclusión a la que arribo: poco a poco nos estamos despojando del romanticismo, hacia otra cosa distinta.
5. Una cita de uno de los pocos blogs que visito con regularidad: "Adolescente: usted sólo quiere sufrir. Joven universitario: usted sólo quiere disfrutar. A veces sólo soy un joven universitario adolescente."
6. Arranques de sinceridad inoportunos: hace unas semanas mi profesora de francés (que no sé por qué, pero me odiaba) me preguntó sobre mi infancia. Yo traté de explicarle en mi francés rudimentario que, en realidad, poco había cambiado desde que era niño: seguía siendo silencieux, sérieux, timide, etc. Ella me responde: bueno, al menos sabemos de seguro que una cosa cambió: el hecho de que ahora las mujeres te atraen, ¿no? Me tomo un segundo para mirar a mi alrededor y, con una mueca, respondo negativamente. Ella sonrie con incomodidad. Y yo, que recién me doy cuenta de que acabo de salir del clóset sin siquiera haber estado dentro in the first place, me cago de risa por dentro.
7. Hace exactamente un mes me arrastraba a través de Buenos Aires en busca de oficinas y explicaciones. Dentro de un mes estaré contando los 8 días que restarán para el concierto de Megadeth. Hoy he llamado para ver lo del papeleo y nada aún.
8. Muchas ganas "zúticas", deseos de ir al teatro, emborracharme, etc. Y ganas de que se repita el sueño que tuve hoy, el mejor que puedo recordar de los últimos qué... 10 años al menos (el otro se trataba de un Cadillac volador y un circo en medio del patio del cole.)

martes, 6 de mayo de 2008

What do you think I'd see
if I could walk away from me?

viernes, 2 de mayo de 2008

El teniente de Inishmore


El teniente de Inishmore es -si no me equivoco- la tercera obra que Juan Carlos Fisher dirige en lo que podríamos llamar el "mainstream" teatral limeño. En el 2006 dirigió otra pieza de Martin McDonagh, El hombre almohada, de la que sólo alcanzo a recordar la muy lograda actuación de Paul Vega como un personaje con retraso mental. El argumento tenía algo que ver con un asesinato, y al final descubríamos que el asesino era el personaje de Vega. No sé cómo la habrá acogido la crítica. En el 2007, Fischer apostó por Bicho, de Tracy Letts: pieza que pecó de efectista, en la que los recursos de la tendencia teatral In-yer-face resultaban en sí mismas el objetivo de la obra. Actuaciones memorables y hasta magistrales -en especial la de Norma Martínez-, pero sin ningún otro fin que un impacto gratuito en la audiencia a través de mutilaciones físicas y conductas histéricas; carente de cualquier reflexión humana trascendente y, por ende, carente de relevancia.
Las tres piezas escogidas por Fisher comparten la misma filosofía fundamental: hay que impactar al público por medio de situaciones y personajes extremos, hacerlos sentir en carne propia su espanto, su dolor, sus experiencias; y para ello hay que valerse, sobretodo, de la violencia explícita y de las emociones extremas. Éstas son las bases del teatro In-yer-face, movimiento bastante reciente de origen inglés y de raíces no tan recientes, como el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud. Sobre éste último, Wikipedia nos dice:

La base en la que se inspira este movimiento teatral es la de sorprender e impresionar al espectador, mediante situaciones impactantes e inesperadas. Con esto se pretende dejar una huella en el espectador, que la obra lo marque.

...ideas que hallamos en el famoso libro teórico de Artaud de 1938, El teatro y su doble. Sobre la corriente In-yer-face, el programa de El hombre almohada nos cuenta que

un teatro "in-yer-face" es aquél que golpea al público por el extremismo de su lenguaje y de sus imágenes, inquietándolo por su franqueza emocional y perturbándolo por su agudo cuestionamiento de las normas sociales. (Tomado del libro de Aleks Sierz, In-Yer-Face Theatre: British Drama Today)

todo lo cual puede devenir en un teatro morboso, que se regocija en el sadismo de sus personajes y la violencia radical de sus situaciones y que apela al horror sin nada qué decir (lo que, hasta cierto punto, fue el caso de Bicho), o, en su tratamiento más afortunado, en un teatro que asuma su propia violencia con el compromiso de impactar no sólo los sentimientos más primarios del espectador (el terror y el asco frente a las mutilaciones), sino también sus persuasiones morales y la perspectiva con la que éste observa el mundo que lo rodea. Estimulación no sólo de las pasiones, sino del pensamiento (qué platónico sueno); incubación de ideas nuevas; remoción de los cimientos morales: allí el teatro In-yer-face -y, vamos, toda forma válida y relevante de teatro- halla su sentido más pleno. El caso del montaje de El teniente de Inishmore es, alegremente, el segundo de éstos.

Nos hallamos en Irlanda, 1993. El conflicto entre Inglaterra e Irlanda ha dejado bastante muertos; Irlanda se mantiene en su larga lucha por independizarse completamente de las fuerzas británicas. Padriac, que ha pertenecido al I. R. A. (Irish Republican Army), se ha separado de éste para unirse al I. N. L. A. (Irish National Liberation Army), un grupo terrorista alternativo al I. R. A. que posee la misma misión. Por su conducta extravagante, sus asesinatos absurdos y su falta de remordimientos, a Padriac le llaman "El loco". La obra inicia en la casa de Padriac, cuando éste se halla ausente. Uno de sus conocidos, Davey, ha traído el cadáver del gato favorito del Loco, que estaba a cargo del padre de Padriac, a casa. Pero este gato no es sólo la mascota favorita de Padriac, sino que ha sido su único amigo por los últimos 15 años; la vida del Loco gira alrededor del gato, su valor para él es inconmesurable. De modo que Davey y Donny (el padre de Padriac) se aterrorizan. Es más que seguro que el Loco los va a matar a los dos por semejante circunstancia. Ambos deciden, pues, no darle la noticia de golpe: lo llaman y le dicen que su gato está enfermo, pero que no es nada grave. Sin embargo, el Loco se desespera y les anuncia su retorno inmediato. Lo que sigue es una historia llena de humor negro, por ratos hilarante, en la que la presencia del absurdo se contrasta con la violencia para dejarnos la fuerte sensación de que cualquier tipo de violencia es tan absurda como los diálogos y las situaciones presentadas en la obra.
Sí: aunque no lo parezca por la publicidad del montaje y la advertencia (casi obvia a estas alturas en los montajes de Fisher) de que "la obra puede herir ciertas susceptibilidades", El teniente de Inishmore es un comedia, y bastante eficaz en hacer reír al espectador. Es de esas comedias de un humor tan negro que genera situaciones en las que el público duda si reír o mantenerse serio, y en las que la risa no está exenta de cierta culpabilidad. La violencia aquí se llena de un sinsentido que combina el asco y la risa, con guiños evidentes a la obra de Scorsese y, sobretodo, a la de Tarantino (la escena de la tortura al microtraficante es casi un calco de una de las escenas más célebres de Reservoir dogs). La pequeña biografía de McDonagh que nos ofrece el programa nos señala lo obvio: más que influencia teatral, la de McDonagh es sobretodo influencia del cine. El giro del final (no daré spoilers, desde luego) es perfecto; preciso y directo en lo que la trama ha estado desarollando los 95 minutos anteriores: el sinsentido de los conflictos bélicos y del asesinato de gente inocente. En cuanto a las actuaciones, no hay mucho qué decir salvo que todas fueron impecables. No podía esperarse otra cosa de actores veteranos como Alfonso Santisteban y de Mario Velázquez, los que más resaltan en el montaje. Rodrigo Sánchez Patiño -el amigo Rodrigo- encarna a un eficaz Padriac, y Gisela Ponce de León es una tierna y muy masculina Mairead (se ha cortado el pelo y todo), aunque quizás le falto algo más de carácter y fuerza a su actuación. Rómulo Assereto, el infaltable compinche de Fisher (presente en sus dos anteriores montajes), lo hizo también muy bien como el tonto y desafortunado Davey. Y la dirección de Fisher, si bien no fue nada del otro mundo, ha cumplido cabalmente con su objetivo. Un espectáculo maravilloso, como tenía que ser después del montaje lamentable de El retrato de Dorian Gray, que amenazaba con quitarle bien ganada fama al teatro La Plaza ISIL de brindar a su público un teatro de calidad a cambio de un precio justificadamente elevado. Una pieza brillante, de una ironía mordaz y de gran relevancia social, aquí que tanto se ha sufrido por las muertes absurdas. En fin: un golazo.