viernes, 2 de mayo de 2008

El teniente de Inishmore


El teniente de Inishmore es -si no me equivoco- la tercera obra que Juan Carlos Fisher dirige en lo que podríamos llamar el "mainstream" teatral limeño. En el 2006 dirigió otra pieza de Martin McDonagh, El hombre almohada, de la que sólo alcanzo a recordar la muy lograda actuación de Paul Vega como un personaje con retraso mental. El argumento tenía algo que ver con un asesinato, y al final descubríamos que el asesino era el personaje de Vega. No sé cómo la habrá acogido la crítica. En el 2007, Fischer apostó por Bicho, de Tracy Letts: pieza que pecó de efectista, en la que los recursos de la tendencia teatral In-yer-face resultaban en sí mismas el objetivo de la obra. Actuaciones memorables y hasta magistrales -en especial la de Norma Martínez-, pero sin ningún otro fin que un impacto gratuito en la audiencia a través de mutilaciones físicas y conductas histéricas; carente de cualquier reflexión humana trascendente y, por ende, carente de relevancia.
Las tres piezas escogidas por Fisher comparten la misma filosofía fundamental: hay que impactar al público por medio de situaciones y personajes extremos, hacerlos sentir en carne propia su espanto, su dolor, sus experiencias; y para ello hay que valerse, sobretodo, de la violencia explícita y de las emociones extremas. Éstas son las bases del teatro In-yer-face, movimiento bastante reciente de origen inglés y de raíces no tan recientes, como el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud. Sobre éste último, Wikipedia nos dice:

La base en la que se inspira este movimiento teatral es la de sorprender e impresionar al espectador, mediante situaciones impactantes e inesperadas. Con esto se pretende dejar una huella en el espectador, que la obra lo marque.

...ideas que hallamos en el famoso libro teórico de Artaud de 1938, El teatro y su doble. Sobre la corriente In-yer-face, el programa de El hombre almohada nos cuenta que

un teatro "in-yer-face" es aquél que golpea al público por el extremismo de su lenguaje y de sus imágenes, inquietándolo por su franqueza emocional y perturbándolo por su agudo cuestionamiento de las normas sociales. (Tomado del libro de Aleks Sierz, In-Yer-Face Theatre: British Drama Today)

todo lo cual puede devenir en un teatro morboso, que se regocija en el sadismo de sus personajes y la violencia radical de sus situaciones y que apela al horror sin nada qué decir (lo que, hasta cierto punto, fue el caso de Bicho), o, en su tratamiento más afortunado, en un teatro que asuma su propia violencia con el compromiso de impactar no sólo los sentimientos más primarios del espectador (el terror y el asco frente a las mutilaciones), sino también sus persuasiones morales y la perspectiva con la que éste observa el mundo que lo rodea. Estimulación no sólo de las pasiones, sino del pensamiento (qué platónico sueno); incubación de ideas nuevas; remoción de los cimientos morales: allí el teatro In-yer-face -y, vamos, toda forma válida y relevante de teatro- halla su sentido más pleno. El caso del montaje de El teniente de Inishmore es, alegremente, el segundo de éstos.

Nos hallamos en Irlanda, 1993. El conflicto entre Inglaterra e Irlanda ha dejado bastante muertos; Irlanda se mantiene en su larga lucha por independizarse completamente de las fuerzas británicas. Padriac, que ha pertenecido al I. R. A. (Irish Republican Army), se ha separado de éste para unirse al I. N. L. A. (Irish National Liberation Army), un grupo terrorista alternativo al I. R. A. que posee la misma misión. Por su conducta extravagante, sus asesinatos absurdos y su falta de remordimientos, a Padriac le llaman "El loco". La obra inicia en la casa de Padriac, cuando éste se halla ausente. Uno de sus conocidos, Davey, ha traído el cadáver del gato favorito del Loco, que estaba a cargo del padre de Padriac, a casa. Pero este gato no es sólo la mascota favorita de Padriac, sino que ha sido su único amigo por los últimos 15 años; la vida del Loco gira alrededor del gato, su valor para él es inconmesurable. De modo que Davey y Donny (el padre de Padriac) se aterrorizan. Es más que seguro que el Loco los va a matar a los dos por semejante circunstancia. Ambos deciden, pues, no darle la noticia de golpe: lo llaman y le dicen que su gato está enfermo, pero que no es nada grave. Sin embargo, el Loco se desespera y les anuncia su retorno inmediato. Lo que sigue es una historia llena de humor negro, por ratos hilarante, en la que la presencia del absurdo se contrasta con la violencia para dejarnos la fuerte sensación de que cualquier tipo de violencia es tan absurda como los diálogos y las situaciones presentadas en la obra.
Sí: aunque no lo parezca por la publicidad del montaje y la advertencia (casi obvia a estas alturas en los montajes de Fisher) de que "la obra puede herir ciertas susceptibilidades", El teniente de Inishmore es un comedia, y bastante eficaz en hacer reír al espectador. Es de esas comedias de un humor tan negro que genera situaciones en las que el público duda si reír o mantenerse serio, y en las que la risa no está exenta de cierta culpabilidad. La violencia aquí se llena de un sinsentido que combina el asco y la risa, con guiños evidentes a la obra de Scorsese y, sobretodo, a la de Tarantino (la escena de la tortura al microtraficante es casi un calco de una de las escenas más célebres de Reservoir dogs). La pequeña biografía de McDonagh que nos ofrece el programa nos señala lo obvio: más que influencia teatral, la de McDonagh es sobretodo influencia del cine. El giro del final (no daré spoilers, desde luego) es perfecto; preciso y directo en lo que la trama ha estado desarollando los 95 minutos anteriores: el sinsentido de los conflictos bélicos y del asesinato de gente inocente. En cuanto a las actuaciones, no hay mucho qué decir salvo que todas fueron impecables. No podía esperarse otra cosa de actores veteranos como Alfonso Santisteban y de Mario Velázquez, los que más resaltan en el montaje. Rodrigo Sánchez Patiño -el amigo Rodrigo- encarna a un eficaz Padriac, y Gisela Ponce de León es una tierna y muy masculina Mairead (se ha cortado el pelo y todo), aunque quizás le falto algo más de carácter y fuerza a su actuación. Rómulo Assereto, el infaltable compinche de Fisher (presente en sus dos anteriores montajes), lo hizo también muy bien como el tonto y desafortunado Davey. Y la dirección de Fisher, si bien no fue nada del otro mundo, ha cumplido cabalmente con su objetivo. Un espectáculo maravilloso, como tenía que ser después del montaje lamentable de El retrato de Dorian Gray, que amenazaba con quitarle bien ganada fama al teatro La Plaza ISIL de brindar a su público un teatro de calidad a cambio de un precio justificadamente elevado. Una pieza brillante, de una ironía mordaz y de gran relevancia social, aquí que tanto se ha sufrido por las muertes absurdas. En fin: un golazo.

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