domingo, 31 de enero de 2010

"Hum", me grita mi cerebro: siento una leve picazón que se resuelve en una suerte de desvanecimiento, como un grito atrapado en una bolsa de plástico. Silla de auditorio, que pierdo la paciencia; máquinas de buscar al acecho del espanto. Espaldas y paisaje con montaña. Anhelo y piedra ceniza. Cáliz y código civil.

Que te alcanzo, sino.

viernes, 29 de enero de 2010

martes, 12 de enero de 2010

Hemos pasado las doscientas entradas (nos falta reorganizar el blog de pies a cabeza, eso es seguro) y aun no se nos quitan las ganas de escribir y comentar y de confesar y de desear. Hemos también comenzado un nuevo año, descubriendo que nuestros anhelos y sinsabores se encuentran exactamente en mismo lugar, inamovibles. Por ejemplo, ahora mismo un amigo, el Sancho bonaerense para mis aventuras quijotescas, ha vuelto a la ciudad a la que nos une el espanto, y la nostalgia, como no podía ser de otra manera, se ha apoderado de la voluntad y el corazón. No hay otra cosa que quisiera ahora que regresar a la cita con Katze, a sus sonrisas y al escenario supuestamente escandinavo, a los platos escandalosamente caros y al menú de postres que a ella, con la mejor intención del mundo (nos habían oído hablar, pareja tan cosmopolita, a mí en español y a ella en inglés), le trajeron traducido a su idioma, a su orgullo herido y a su asolapado "bitch" dirigido a nuestra atenta moza de turno. Al beso que nunca le pude dar. Sea como fuere, no había entrado aquí para comentar estas cosas que, por lo demás, ya apestan a añejo. Quería comentar un libro que acabé hoy, acaso inaugurando (pero ya se sabe que yo soy bueno inaugurando cosas que nunca prosiguen) una nueva sección, "comentando los libros que acabo de leer", en fin, puesto que no tengo a nadie para hablar de estas cosas. Cosas aburridas para gente nerda. Pero este es un blog recontra nerdo, al fin y al cabo.

El libro es de Bryce: El huerto de mi amada. Resumen cagón como para cole: un niño rico, Carlitos, se enamora en una fiesta de una mujer que le dobla la edad, igualmente rica ella, Natalia, y se larga a vivir a su huerto, que bautiza "El huerto de mi amada", mandando al diablo a su familia. Nuestro protagonista se caracteriza, sobre todo, por su carácter distraído e irreverente; su cercanía a Dios (es también beato a más no poder) le confiere cierta aureola mística, niño sobrenatural que se encuentra más allá de lo mundano, niño nacido para amar y ser feliz (me dan ganas de decir 'felizar': acaso el verbo exista en algún idioma). Actores de rol relevante también son los mellizos Céspedes Salinas, adolescentes arribistas de modesto origen que viven en el inacabable esfuerzo de meterse, sea con exitosa espontaneidad fingida o a la fuerza, en el mundillo exclusivo de los ricachones linajudos que ostentan, en esa Lima de los cincuenta que Bryce retrata o parodia, toda la riqueza y el poder del país. Sumemos unos cuantos personajes más, como los sirvientes de Natalia (los italianos, el chofer Molina) y a la amiga de Carlitos, Melanie, que hacia el final cobra gran relevancia.

¿Cuál es la problemática más interesante que se puede rescatar de esta novela? A mi juicio, esta suerte de idealización elitista y hasta un tanto racista que nos golpea el rostro apenas abrimos el libro: el mundo de Carlitos es un mundo de cuento de hadas en que el lujo que rodea a los personajes, proveniente de su nobleza de cuna, trasunta una suerte de lujo espiritual, la nobleza de espíritu: fuera de la burbuja habitan personajes pobres en los que, a su vez, la pobreza material y de espirítu coinciden. Los buenos, por una parte (Carlitos, y su familia, Natalia, las hermanas Vélez-Sarfield), que pareciera que se merecen toda la riqueza material que les ha tocado en suerte, ostentan casi todos los atributos positivos: la originalidad, la elegancia, la buena disposición de ánimo, la amabilidad; por el otro lado, los malos, los mellizos, que a su vez son todo lo que los otros no: huachafos, malintencionados, interesados, racistas. Una suerte, pues, de reescritura de una cosmovisión monárquica ingenua, en que la Corona es receptáculo de la belleza, la bondad y la justicia, y el pueblo, de la bajeza, el vicio y el caos. Pero esto es la epidermis del asunto. A través del juego al que Bryce somete a su prosa, cambiando de perspectiva y de posición en una misma frase con la sola salvedad de una coma, saltando de pensamiento en pensamiento y de circunstacia a circunstancia, y también, desde luego, a través de las numerosas bromas que se permite el autor con la narración, la novela, a la vez que nos entrega esta cosmovisión como una suerte de retrato de la Lima de mitad del siglo pasado, nos impide tomárnosla en serio. Retrato y anti-retrato al mismo tiempo: escenificación y conciencia del 'emplotment' de esa misma escenificación. La misma ocupación que rodea la mente de los personajes a través del relato, la dermatología, sobre la cual se nos insiste una y otra vez (el padre y el abuelo de Carlitos fueron dermatólogos, y él mismo se empeña en aspirar al mismo campo, junto con los mellizos Céspedes), funciona como una señal de humo del autor, que nos invita a jugar con él, a deslizarnos por la epidermis de la problemática político-social de la época y a concentrarnos en el juego formal y en la irreverencia de sus personajes. Su condición social funciona como escenario, como recurso estructural necesario para soportar (supportar, me dan ganas de decir) la acción desencadenada; en un segundo nivel, y con menor eficacia, funciona como vehículo de parodia, no tanto de la falsedad de la burbuja en la cual nobleza material y espiritual son una sola, sino de los prejuicios que rodean a una sociedad que ve con malos ojos todo elemento extraño, todo lo 'cholo' que habita la periferia, prejuicios que el narrador, al hacerse cómplice de ellos, ridiculiza o intenta, al menos, ridiculizar.

El canon nos fuerza a poner las cosas en determinado orden, sea a través de estrellitas, de números, de comparaciones con la obra de otros autores o del mismo autor, etc., a determinar, en fin, cuán relevante es para la Literatura tal o cual obra. No me interesa hacer esto con la novela de Bryce. La he disfrutado mucho, y me imagino que su propósito ha sido, de inicio a final, entretener, jugar con el lector. En ello, a mi parecer, ha resultado exitosa.