viernes, 20 de agosto de 2010

Ring around the rosey

Debe ser conocida, incluso en las comunidades hispánicas, la rima infantil inglesa que va, según la versión estadounidense:

Ring around the rosey,
A pocketful of posies.
ashes, ashes.
We all fall down.

que, de forma horrible, traduzco así:

Círculo alrededor de la rosita,
un puñado de ramilletes,
cenizas, cenizas,
todos caemos al suelo.

El círculo es el que las niñas pequeñas forman tomándose de las manos, a la vez que saltan y cantan la cancioncilla; cuando ésta termina, todas se tiran al suelo. Se trata de una rima encantadora, llena de aliteraciones (como no podía ser de otra forma, en materia inglesa), pero descuiden, no me demoraré en describir estas cosas. La rima debe haberse aprovechado de mil y una formas; yo, personalmente, me topé con ella por primera vez en una canción de Korn, "Shoots and ladders", de su primer disco:



donde la cancioncilla es utilizada por el 'yo poético' (tendríamos que generar nueva terminología para esto, que suena tan cursi y pretencioso) como una suerte de resorte que activa los recuerdos terribles de un padre abusivo en su infancia. Una relación intertextual algo macabra, diríamos, en donde la inocencia de la niñez se junta con la violencia sexual del mundo de los adultos.

Y bien, hace poco encontré otro uso de nuestra rima, esta vez en forma de comedia. Se trata de una suerte de video falso de una cantante ficcional (una especie de transfiguración de Lady Gaga) que forma parte de una película. No voy a matizar mi opinión: el resultado es una vulgaridad asombrosamente ingeniosa. La clave está en que la frase "ring around the rosey" se resignifica por completo. Fuera de lo gracioso que pueda resultar, no puedo evitar pensar seriamente en la posibilidad que puede brindar la vulgaridad como potencial artístico: que con un giro ingenioso pueda formarse una materia rigurosamente artística. ¿Puede lograrse el goce del arte a través de la vulgaridad más ramplona?




miércoles, 4 de agosto de 2010

Orestes

Permítaseme decir que soy débil y que he perdido el rumbo. Mi pequeño corazón se humedece con el resplandor de la belleza, se sonroja al ser descubierto deseando. Se ofusca y estampa la nariz bajo tierra. Alguna vez, algunas veces de ese alguna vez, el deseo abarcaba todas las calles, se encendía en cada esquina, en cada foco, en cada mirada. Alguna vez ha sido realmente así: como el ave de Blake, toda persona parecía esconder una potencialidad de placer infinita. La vida -que uno no se da cuenta hasta se descubre expulsado de ella. Tengo mi tomo inmenso de la Ilíada al lado, una botella de agua, toda la noche por delante. Basta asomarse y observar la expresión desdeñosa de Agamenón, la tez clara de Aquiles, la guerra y las pródigas hecatombes; basta, digo, hasta el sin embargo de su expresión asustadiza, cómo no me mira cuando sonríe, o -peor aún- hasta el botón enorme de la chaqueta del fantasma, sus labios escondidos (como, se me ocurre, Briseida dentro del campamento de Aquiles) detrás del papel, inalcanzables. Soy débil y el deseo se extiende como alfombra ante mí, traza un camino claro, sólo nebuloso visto desde dentro. perdiéndose a lo lejos entre el sufrimiento de un cuerpo agonizante. Fuera de eso, o en el ejercicio mental que representa lo no-eso, sólo hay palabras que se amontonan una tras otra. Occidente entiende la síntesis de lo llamado dionisíaco y apolíneo como la anulación de una y otra entidad: el deseo que anula el cuerpo. Oriente prefiere anular el deseo. Me encuentro en lo que en una canción se llamaba "a medicated peaceful moment". Si me fuera dado elegir... Pero sólo hay palabras. Sólo palabras, en cuyo ejercicio hay también un medicated peaceful moment. Supongo que realmente no existe remedio para nada.