domingo, 28 de octubre de 2012

Feliz cumpleaños

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Tengo la impresión de que la operación favorita de la fantasía --y, arguibly, de la literatura-- es la elipsis. Lo cual haría de la sensación de felicidad una problemática temporal. Estaba escuchando hace un momento "Northern sky" de Nick Drake, y el primer verso

I've never felt magic crazy as this

me llevó a pensar en el reel que tiene el enamorado que ya no está con la chica que ama: breves momentos sostenidos por una música heartwarming (perdonen la anglomanía: he pausado una película para escribir esto), persecuciones graciosas por la playa y corte, la alcanza y la mira y corte y ahora tirados en la arena, mirando el mar (¿pero quién filma esto?) y corte y fumando un cigarrillo en el auto y corte bañándose en el mar con la ropa puesta y besándose y todo ello en silencio, quiero decir, sostenido por la música heartwarming, como esas escenas en las que un director quiere mostrarte que dos personas han tenido una cita espectacular proyectándote imágenes musicalizadas donde la chica se caga de risa y uno nunca --pero nunca-- sabe qué cosa ha dicho el tipo que ha sido tan extraordinariamente graciosa --porque cualquier intento de dar significado a un significante que flota por ahí sin 'contenido' (dirían los estructuralistas) es cercar sus posibilidades y arruinar la seducción de lo indefinido, y porque quizás nadie jamás ha tenido una cita tan buena--, de modo que sea la elipsis, los recortes de los inevitables momentos vacíos, del estornudo que le causaste con la arena, del cigarrillo que te pusiste al revés en la boca, de los silencios que no pudiste llenar y de los contactos que no hiciste o que hiciste mal, de modo que la elipsis, decía, sea la que perfecciona una secuencia de múltiples momentos para convertirlos, en el recuerdo, en algo por lo cual sentir nostalgia, acaso los que crees que han sido los mejores momentos de tu vida.

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Si voy a ver al chico éste presentar su novela voy tener que levantarme cada día humillado por no haber escrito la mía. Quiero decir: ya no voy a poder decir nada contra ningún escritor que a mí no me guste sin que no se me pueda replicar que qué chucha hice yo, qué escribí yo para poder criticar la novela, producto terminado y fruto de un largo esfuerzo que tú no eres capaz de sostener, de ese chico que se sacó la mierda escribiéndola. Me pongo como excusas las investigaciones que (es cierto, sin embargo) debo hacer, y que el trabajo (esto también es cierto) no me permite emprender como yo quisiera. Y sin embargo me paso al menos un día del fin de semana tirado en mi cama, viendo películas o masturbándome o revisando una y otra vez el Facebook (¿para qué?, ¿acaso el Facebook me va a salvar?) o durmiendo o, en el mejor de los casos, hojeando con desgano cualquier libro. Para escribir hay que tener fe. Escribir es un acto de voluntad. Pero soy tan ingenuo, tan inmaduro, que aún creo que mi obra surgirá a pesar mío, como contaba con regocijo González Vigil que decía Fray Luis sobre sus piezas maestras, "estas obrillas que se me cayeron de las manos". Que a mí también se me van caer de las manos como quien no quiere la cosa (yo diría "que se me chorrearon"), que nunca voy a tener que esforzarme al cien por ciento para lograr hacer la novela que tengo en mente. Debería renunciar a mi trabajo y dedicarme a mi novela.

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Igual es probable que me boten esta semana.

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Supongo que a mí también me gustaría renunciar como el personaje de Kevin Spacey en "American beauty", diciéndole a mi jefe sus verdades y, encima, sacándole un montón de plata. Creo que me identifico con el personaje de Kevin Spacey en "American beauty".

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Y ella allí con sus pastillas y sus juegos a la oficinita y cómo me llega al pincho que no me responda. Que se vaya a la mierda.

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Pero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quierbasta.

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¿Has visto que soy súper vanguardista? Ji-ji. Si me muero uno de estos días, que alguien hackee mi cuenta y borre todo lo que he escrito aquí. No a pesar de que reconozco que hay cosas que valen la pena, sino por esas mismas cosas, porque son la promesa de algo que nunca prosperó. Como con ella y con la reina rubia y con la del nombre raro y con la hueca sin remedio. Hopeless.

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--Vete, won. Veeete --me escupe mientras habla.
--¿Y el dinero?
--Vete nomás. Resígnate a ser misio si vas a ser artista --se mete un seco de chela. La música revienta y debe gritarme al oído. No lo veo a los ojos. ¿Me está hablando en serio?-- Me decían que jale a Julito, que lo lleve conmigo --creo que te confundes... fui yo quien te dijo en broma ¿por qué no me jalaste a tu nueva chamba cuando te fuiste?-- pero yo no porque tú debes largarte won. Lárgate lejos. Este no es tu mundo.
--Largarme a escribir a Francia, como el final del Retrato del artista adolescente-- evidentemente no le respondí eso. --Y tú, ¿estás feliz con lo que haces?-- me meto un seco de chela.
--No, won. Me llega reverendamente al pincho --escucho a las amigas por ahí, bailando en la pista. ¿Qué cosa están tocando...? Ya. Una salsa.-- Hasta hace poco me la corría a cada rato. --Me río. ¿Qué tiene que ver?-- Este mundo te anula, won. Todos somos infelices. Míralo sino al supervisor, ahí. Pregúntale cuántas veces se pajea a la semana.
--¡Anda, won! ¿Qué chucha le voy a preguntar eso?
--Oye, Pedro. ¡Pedro! --el supervisor voltea. Cabeceaba de sueño.-- Este won es muy tímido y no quiere preguntarte. ¿Cuántas veces te pajeas a la semana? ¿Dos, tres?
--Tres, más o menos. Sí, no paso de tres --me ha sorprendido que lo haya dicho con tanta naturalidad. Supongo que oficialmente todos somos patas. Eso, al menos, en un contexto alcohólico. ¿Pero quiénes no se vuelven patas en un contexto así?
--Yo estaba en una diaria, won --me grita al oído y luego vuelve a chupar.

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Si lees mis cosas y reconoces mi talento, ¿me dejarás sorberte la chuchita y penetrarte por el culo?

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"American beauty" es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. La he visto tres veces. O dos veces y media, ya que la última todavía sigue en marcha porque, como dije hace un rato, la pausé para escribir esto. La primera quizás un año después de que saliera. Creo que la vi en Warner cuando aún era el canal 16 en el cable, cuando aún era medio chibolo y sentía cierto gozo en la transgresión que significaba ver calatas en horario adulto. Obviamente no la entendí. La segunda hará hace un año. Mis ojos se llenaron de lágrimas en más de una escena. Me pareció una película perfecta. Esta última ya no me ha gustado tanto, pero las escenas que me gustaron en un principio --la de la bolsa (tan manoseada, pero ¡qué hallazgo!), la de la aparición de Mena Suvari en el techo de la habitación de Kevin Spacey, rodeada de rosas (ya sé, me gustan todas las escenas cliché de esta película), la de cuando Thora Birch muestra sus preciosas tetas en la ventana-- me siguen gustando mucho. He vuelto a sollozar con la escena de la bolsa, no me importa decirlo. Pero las escenas que no me gustaron tanto antes ahora me parecen muy malas. Noto, por ejemplo, la sobreactuación de Kevin Spacey en algunos pasajes, o el exagerado vigor de la actitud de Mena Suvari, o cómo todos los personajes son tan exagerados que parecen caricaturas --la esposa control-freak y joyless, el padre ex-militar homofóbico que sin embargo es también homosexual, la adolescente freaky que odia a sus padres--, pero me pasa que si pienso que ello es adrede, es decir, que cuando la película cae en este tipo de imperfecciones y lugares comunes de la cultura estadounidense es porque se está burlando precisamente de esta misma cultura, que no se están tomando nada en serio en esos pasajes y que el efecto que buscan, aunque no lo parezca a primera vista, es uno cómico (o tragicómico, si quieres). Y tengo la impresión de que si uno supone que la película es seria en estos pasajes, está condenado a tacharla de pedante y sobreapreciada.

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Si los demás me admiran, ¿me chuparás el pene hasta que eyacule en tu boca?


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Me muero de ganas de fumar, pero en vez de salir en el Volocho a comprar en el grifo voy a comerme un pedazo de torta. He cumplido hoy 26, pero sigo siendo el mismo huevón que fui a los 19, solitario y sin obras, estéril. ¿Aún habrá posibilidad de cambiar? Mañana es mejor. Levantarse temprano, caminar. No llegar demasiado tarde a la casa, sentarse en el escritorio en lugar de derrumbarse en la cama, leer, indagar, estudiar y borronear. Alimentarse mejor, no ser tan tímido, hablar alto, expresar patentemente los deseos que se tienen. No anularse, no perderse en los números, no sedarse entre papeles sin importancia. Fumar menos, no ceder a la tentación de ir a buscarla. Ver más películas, escuchar música nueva. Comer menos, no cenar más que lo indispensable. Decir todo lo que quieres decir a quien quieras decírselo. Creer. No perder la fe.

lunes, 8 de octubre de 2012

"This is how you lose her", por Junot Díaz

Ahora que puedo bajarme las últimas novedades directamente a mi celular y leerlas sin mucho problema, en vez de esperar a tener suficiente dinero como para pedir por Amazon o esperar a que un amigo esté dispuesto a traerme los libros que quiero y la tarea extra --con su gran arbitrariedad intrínseca-- de elegir qué puede traerme por el poco dinero de que dispongo, me ha sido posible leer, apenas a menos de un mes de su publicación oficial (y ello porque en realidad no se me ocurrió antes bajarme la aplicación del Kindle a mi celular y porque no sospechaba que fuera tan cómodo leer en él), la última novela de Junot Díaz, "This is how you lose her". Esperaba con muchas ansias poder leerla, después de haber devorado, dos veces seguidas sin mucho tiempo entre lectura y lectura ("The brief wondrous life of Oscar Wao" me gustó tanto que la releí algunas semanas después de haber gozado con ella por primera vez), su primera, extraordinaria novela.

Lo voy a decir de una vez: no fue lo que esperaba.

Quizás mis expectativas eran demasiado altas. No estoy ahora mismo en una posición como para desentrañar "Oscar Wao", en parte porque ya es tarde y en parte porque hace tiempo que no hago reseñas literarias, pero lo que puedo decir, que no es mucho, sobre esta novela es que carece de la 'organicidad' de la primera. "Wao" era un mundo dentro de sí mismo, con sus propias leyes de representación y su lenguaje cimentado en la narrativa que Díaz proponía a desplegar: así, por ejemplo, las constantes referencias a la cultura nerd (los libros de Tolkien y Herbert, los comic-books, animes como "Akira") surgían espontáneamente de la naturaleza del protagonista, Oscar Wao. Quiero decir, la peculiar personalidad de Oscar transformaba la representación de la realidad de una manera novedosa, sí, pero también, si vale el término, "legítima", pues tal cosmovisión a) nacía de este personaje, lo que hacía de la representación no sólo espontánea, como dije, sino forzosa (he ahí la magia) para el mundo que intentaba narrarse, es decir, como consecuencia natural de la hechura misma del protagonista, y b), como boomerang, tal representación redundaba en la mejor descripción y narración de Oscar. No sé si me hago entender, pero supongamos que sí. En "This is how you lose her", tales referencias (que, bien es cierto, no son tan abundantes como en "Wao") se mueven sobre vacío, como si Díaz las hubiese adoptado no como recurso narrativo, sino como marca de estilo. Es decir, parecen gratuitas. También el lenguaje, que en "Wao" saltaba de la más rampante oralidad a párrafos de maravilloso cuidado, en "This is how you lose her" pierde el vuelo y muchas veces --no todas, porque Junot sigue siendo, al fin y al cabo, un buen escritor--se vuelve banal e intrascendente.

Pero también es cierto que esta novela --Michiko Kakutani la llama "colección de historias"-- no posee las pretensiones de "Oscar Wao": esto es, narrar un universo. Siempre he pensado que hay que medir los objetos de arte con la vara de su ambición: hay piezas que pretenden ser monumentales y lo logran, hay obras que lo intentan y no llegan a serlo y, también, las hay que no pretenden ser obras maestras. "Wao" constituía el esfuerzo de abarcar la historia de República Dominicana y el régimen de terror de Trujillo, la historia de una familia en tres generaciones, el desarraigo de la vida del latino en Estados Unidos, la supervivencia de una familia hecha de una madre enferma y un hijo socially awkward y una hija rebelde, la soledad de una vida subsumida en una violencia aparentemente atávica --y aparentemente racial y nacional-- de la que no se puede escapar, el desamor y la desesperanza. "This is how you lose her", por el contrario, se propone narrar una sola situación en particular: la ruptura por infidelidad de un amor intenso y el consecuente deseo del protagonista de rehacer su vida. Y si se la observa desde esta pretensión, la novela, en verdad, obtiene cuantiosos logros.

Ello se observa en particular cuando el relato se abre desde la historia de Yunior, su protagonista (personaje que recordamos de "Wao" y que también aparece en "Drown", que aún no leo), hacia las historias de Rafa y de Yasmin. La situación que se plantea en principio es la siguiente: Yunior, joven dominicano adepto al gimnasio y con ínfulas de escritor, es abandonado por Magdalena, su novia de muchos años, porque ella descubre sus numerosas infidelidades. Díaz nos muestra el mundo del post break-up, cómo intentan hacer que la relación funcione por unos meses y cómo, finalmente, todo colapsa y ambos dejan de verse. La narración de esta historia entonces se interrumpe, y pasamos a observar algunas de las otras relaciones fallidas de Yunior. Nos familiarizamos con el personaje: un mujeriego descuidado, que sólo aprende que quiere ser mejor persona cuando todo ya está perdido, un tipo que al final de cuentas quiere ser mejor (pero quizás solo porque la situación lo obliga a ello). Un pata que se deja llevar por la inercia del sexo (porque es muy fácil, porque todos sus amigos lo hacen, porque ése es el mundo donde ha nacido y porque tal condición, la del mujeriego, es prácticamente 'dominicana' por definición) y que al final descubre que su relación era algo más significativo que todo el tire que hubiese podido conseguir en su vida. Y luego vamos calando más hondo: regresamos a su infancia y conocemos a Rafa, el hermano mayor, más salvaje e inescrupuloso que Yunior, un "cuero" en la jerga dominicana, un "tigre", quien desarrolla leucemia y se va muriendo y un poco matando de a pocos. El frenetismo con que Rafa asume su enfermedad, su negación rotunda a que ella lo anule, sus continuas pruebas, ante todos y ante él mismo, de que ella no lo va a vencer ni lo va a cambiar (en vez de echarse a descansar después de la radioterapia sale a la calle y se emborracha continuamente, se acuesta con un montón de "sucias", consigue un trabajo que termina llevándolo al hospital y hasta se casa con un personaje notable, Alma, tonta y calculadora, cínica y a la vez entrañable superviviente), aquel frenetismo, decía, recuerda mucho a la actitud de Beli, la madre de Oscar Wao. Y luego hacemos otros dos saltos antes de que la historia de Yunior se resuelva: el segundo nos lleva a la breve estadía del padre con la familia de Yunior, en los primeros meses de la llegada de todos a los Estados Unidos, y nos ofrece el espectáculo de su actitud despótica con los hijos y la madre, a quienes no deja siquiera salir a la calle y a quienes abandona continuamente, con la excusa de irse a trabajar, para acostarse con otras mujeres; el primero, cosa extraña pero notable, nos presenta a Yasmin, personaje aparentemente desvinculado por completo de la historia de Yunior (sospecho, sin embargo, que Yasmin era una de las queridas de su padre, y que la Virta a que continuamente se hace alusión no es otra que la madre de Yunior, aunque todo ello no tiene gran importancia), y la dura vida que debe llevar como lavandera en un hospital. De todas, ésta es la historia que a mi parecer posee la mayor calidad y causa el efecto más potente en el lector. La desesperanza, y la frialdad con que Yasmin asume su situación desesperanzada --se acuesta con un hombre casado que vive a medias con ella, abandonándola por las mañanas y a veces por varios días, un hombre que está resuelto a irse a vivir con ella a una casa nueva y que sin embargo no es capaz de dejar del todo a su esposa y a sus hijos--, conmueven y asombran. La mujer dura que es Yasmin no llora frente a ese porvenir mezquino que tiene frente suyo, ante esa vida que nunca que termina de concretarse con un hombre que uno no sabe bien si ama o quizás sólo soporta y el que, sospechamos, no le podría dar una mejor vida que la que lleva; una mujer templada por el dolor, hecha a medida del invierno duro de la ciudad, y que sin embargo logra aún reconocerse en esa joven Samantha, su ayudante en la lavandería, que todavía tiene esperanzas de poder sacar las manchas de aquellas sábanas que Yasmin sabe que nunca podrán borrarse y que están destinadas a ser incineradas. Estos pasajes son de gran calidad y nos demuestran que Junot Díaz no es un one-hit wonder, que puede aún brindarnos una novela aún mejor que "Wao".

En suma, "This is how you lose her" está destinada a defraudar a los lectores que busquen en ella el monstruo que fue "The brief and wondrous life of Oscar Wao", pero les procurará no poco placer. Por $14.99 en versión digital (unos cuarenta soles... será caro para ser un e-book, pero recuérdese que no va a ser fácil encontrarlo en librerías limeñas y que, después de todo, ¡hay que apoyar a los buenos escritores!), yo creo que vale la pena.