domingo, 20 de septiembre de 2009

1. Son las 10:30, me siento algo cansado. Me siento gordo de nuevo.

2. Si me gusta lo que estoy haciendo -¿acaso sólo estoy convencido de que hago lo que quiero?, ¿acaso existe realidad más allá de mis propias certidumbres? Dirán: el inconsciente. Pero, ¿no sucede que el inconsciente sólo adquiere realidad cuando se ha vuelto una certidumbre de la conciencia?-, decía, si me gusta lo que estoy haciendo, ¿por qué esta sensación de hastío, de que nada va a ninguna parte, de que acaso sería feliz haciendo otra cosa menos productiva -en términos relativos-, de caducidad casi inmediata?

3. Si todo fuera simple. Las cosas que veo, que estudio, que leo. Las personas con las que me relaciono. Hay todo un andamiaje construido como método de ocultamiento, disfraz de toda individualidad orgánica. Uno se pone el traje de "buena gente", de "persona centrada", del "gracioso del grupo"; más allá del velcro, del tejido de fantasía, palpita un órgano que no desea, salvo ocasiones extraordinarias, ser expuesto al público. De allí que, si uno toma cierta distancia, todas las personas, al fin y al cabo, se parezcan; a veces pareciera como si hubieran un par de decenas de caracteres, y que a la onceava persona uno regresase a la primera de la serie. Uno tiene que atravesar la jungla de la vestimenta, del ornato, del fuego de artificio, para descubrir aquello frente a lo cual -lo único de todo individuo- uno no puede sentirse indiferente. ¿Quién tiene las energías necesarias para desentrañar, en todas sus manifestaciones, la eternamente heteróclita subjetividad del Otro?

4. A veces, realmente, me gustaría pensar de otra forma.

5. Hundirme en la cotidianeidad del instante.

6. Volver en el tiempo y descubrir y resignarme y transfigurar y añorar volver en el tiempo para rehacer, descubrir, fallar, resignarme y transfigurar y añorar volver en el tiempo para rehacer, descubrir, fallar...

7. Cambiar. Pero el cambio también trae ansiedad. ¿Qué clase de ansiedad es preferible?

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