jueves, 8 de enero de 2009

"Un cóncavo minuto del espíritu"

Un cóncavo minuto del espíritu
que una noche impensada,
al azar
y en cualquier escenario irrelevante
-en el terco repaso de la acera,
en el bar, entre dos amargas copas
o en las cumbres peladas del insomnio-
ocurre, nada más, madura, cae
sencillamente,
como la edad, el fruto o la catástrofe.

José Gorostiza, Muerte sin fin.


Exactamente. Pensaba en esos versos de Gorostiza mientras, en un micro (bien hubiera querido que en algún bar, frente a un Ruso), tuve la pequeña, pueril epifanía de que existía toda una carga (¿cómo llamarla?, ¿cultural?, aquello a lo que aludo excede esta palabra) que trascendía el recuerdo de la mera persona, la ella-en-sí. Pero desde luego que he estado sufriendo bastante por ello, metiendo el dedo en la llaga a través de la memoria o la imaginación, o la combinación de ambas -lo que, en fin, puede llevar a alguna persona con un problema mucho más grave que el mío a la locura o el suicidio. Memoria + Imaginación = Conjetura. Sí, sí. ¿Por qué debería estar sufriendo aún por cosas que sucedieron (o que no sucedieron) hace ya meses? Carajo, tampoco era una cosa que "puta, era la mujer mi vida" o algo así. ¿Entonces? Pues bien, se me ocurrió que ella misma no era la causa directa, si no, más bien, lo que había detrás: la apertura, como lo llamé en algún momento, la apertura a aquel Mundo del que quiero, con todas mis ganas, participar. La orquesta que dirigió alguna vez Sir Georg Solti, la universidad de Newton, el escenario giratorio de Proof. Y ya más lejos el Quartier, el David del Michelangelo, etc. etc. Como si ella representara todo eso que se me escapa de las manos. Como si su rechazo hubiese sido el rechazo de ese Mundo. Como si yo hubiese probado no ser lo suficientemente bueno de ser aceptado como miembro activo. Y sí, como dice nuestro carnal, ocurre, nada más, como la catástrofe. De allí que me haya golpeado tan duro, que sigan brotando las hileras de sangre. La idea de apertura. Aplico ahora -o lo intento con todas mis fuerzas- las medidas que alguna vez, con un mohín de satisfacción nerd, llamé "reformas institucionales". Ahí están: todos los días termino exhausto, sin tiempo para deprimirme y ese tipo de cosas. No wonder how la gente se desmorona cuando no tiene nada que hacer. O cuando tiene mucho que hacer o cuando lo que hace no le satisface, en fin, la gente se desmorona siempre y ya. Estoy tan cansado que ni siquiera soy capaz de causar gracia, ni a mí mismo. Ojalá pudiera voltear la tortilla como suelo hacerlo, con una elegancia fingida que pretende emular a Lord Henry. Instead, me toca escribir al menos 60 palabras por minuto, y eso. Me duele la mano como si me hubiese masturbado con la zurda por tres horas seguidas. Pero bueno, todo esto es necesario. Y aún ni siquiera comienza lo más difícil. Vaya si la vida es desalentadora. En fin, me voy a dormir.

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