miércoles, 8 de octubre de 2008

Pero Mozart -como dicen ahora de la globalización con todo esto de la crisis financiera (pobre Moscú, y, ¿podrían ser más idiotas los islandeses? Sí: mi curso de economía ya me cagó la cabeza. Lo peor es que hasta disfruto leyendo estas cosas. Cada mañana bajo, cruzo la calle a Disco, compro mis medialunas, regreso y le compro al kioskero ledzeppelinero -un instant classic, por lo demás- el Clarín: me paso toda la mañana leyéndolo and actually enjoying myself while doing it...)- iba diciendo: pero Mozart, como el fenómeno de la globalización (tún-tún-¡TÚN!), tiene su lado oscuro. Curioso reflexionar sobre eso ahora, mientras me como mi chocolatín, después de una larga y fatigosa jornada culinaria (hice arroz con pollo como para un comedor popular). Es que no puedo seguir viviendo de La Americana y Ugi's por más tiempo, no, no, no. Aunque la media de muzza de Ugi's esté 5 putos pesos (media pizza grande a menos de 5 luquitas, compare) y a media cuadra de aquí. Ah, Ugi's. Pero no, decía que ayer Wolfgang fue el gran responsable de mi desesperación. Sucedió como un lento proceso de ebullición: a medida que pasaba la tarde esa suerte de escozor, de burbujeo en el pecho, se iba intensificando cada vez más y más, hasta que llegó un punto en que la tapa de la olla salió volando y comenzó a hacérseme difícil respirar, pensar (tuve que abandonar a mi Houellebecq a medio capítulo) y hasta estarme quieto. Todo esto con la música de Mozart resonando en el background mental: recordaba esos momentos en los que la belleza alcanza cotas insoportables, en que la orquesta intensifica las notas, las ajusta, y en que los cantantes arriban a una nota aguda o soberanamente grave, y el clarinete desconfigurando todo, alargándose en medio de un todo cambiante, como una bala que recorre universos heterogéneos con movimiento uniforme, exactamente como eso, y, lo juro, pensaba que iba a enloquecer. Me decía: "¡No es para tanto, won! Todo esto es psicológico: como piensas todo en términos dramáticos se te ha ocurrido que hoy no estaría mal pasar por una crisis, para darle sabó' a las cosas. ¡Como si fuera una trama inteligente, siquiera!", pero no funcionaba, por más que me increpase y tratara de develar el "placebo maligno", por llamarlo de alguna forma. De modo que las cosas se iban poniendo peores. Pasé las innumerables librerías (al regreso encontré una copia de los sesenta o setenta de "El lamento de Portnoy", aunque demasiado cara) los teatros fastuosos, el falo que llaman "Obelisco" con esa avenida de mierda que te toma dos semáforos cruzar, fumé, compré mi entrada para Les Luthiers: la gente, creía, me miraba con una mezcla de compasión y espanto (porque sabía que se me notaba a leguas la desesperación, como si estuviera caminando en llamas -como el tipo de la portada de Pink Floyd-) y todo eso. Cuando regresé, tenía gran parte de mi cuento resuelto. Catarsis le llaman, ¿no? La verdad es que no está yendo mal el cuento, aunque sea una suerte de re-elaboración de mis lecturas y no tenga mucho de original. Pero ya veremos. Sólo tres horas más tarde recibí el mensaje: una cancelación seguida de un raincheck. Ca marche pour moi. Las cosas se ponen interesantemente peligrosas, y viceversa.

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