viernes, 10 de octubre de 2008

Lonely-lonely-oh-so-lonely post

19:34

Bueno, estoy a punto de quedarme solo y no se me ha ocurrido mejor idea que escribir. Los chicos ahora están comiendo; tendrían que salir en cinco minutos, pero como van las cosas dudo que eso suceda. Voy a tener que ir a comprar cerveza y esas cosas, emborracharme considerablemente -es necesario.

19:58

Acabo de despedirme de ellos abajo, mientras tomaban taxi. Comienza oficialmente mi fin de semana largo y lonely lonely (hurra).
¿Planes? Ah. ¡Si os contara los planes que tenía, chavales, os partiríais de risa! Pero no, no lo haré. Still, I wonder if...
¿Qué tengo para contar aquí? Ando leyendo una novela de Houellebecq, "Las partículas elementales", que se supone es uno de sus títulos mayores. Me parece curiosísimo cuando leo algo cuya trama sea, al menos a mi parecer, tan predecible que pienso "puta, yo habría escrito esto de la misma forma." E inmediatamente después: "hombre, si yo hubiera escrito esto así, esto no puede ser tan bueno." Todo eso de iniciar con una afirmación y luego acudir a explicarla a través del pasado de los protagonistas es un recurso ya demasiado obsoleto. En general, la novela trata de dos hermanastros, Bruno y Michel: uno es un científico renombrado y el otro es un hombre que ha decidido (pero, ¿realmente fue producto de su voluntad?) consagrar su existencia a un hedonismo puramente sexual. Pasamos una y otra vez de la explicación física exhaustiva (a decir verdad, más bien afirmaciones cuya explicación Houellebecq asume en el lector ya resuelta) a la novela decididamente pornográfica, llena de detalles que, creo yo, el autor ha gozado mucho desarrollando (y, por qué no, el lector goza leyendo. Al menos ese fue mi caso.) Quizá lo más interesante sea el análisis que Houellebecq hace de la sociedad, escupiendo una y otra vez frases que podrían pecar -tan rotundas son- de osadas: el problema es que uno no encuentra forma de negar su realidad, su presencia viva alrededor de uno. Acaso a las explicaciones, al desarrollo del hilo del pensamiento, pueda objetársele algo; las conclusiones, sin embargo, son tajantes y verdaderas: vivimos en una sociedad podrida y ridícula. Podrida, puesto que la progresiva pérdida moral que ha ocurrido a través de la secularización radical ha devenido en un grupo de individuos (ciertamente ya no se puede hablar de comunidad) crueles, horrorosamente narcisistas, violentos y casi incapaces de amar (a excepción, nota Houellebecq, de las mujeres); ridícula, puesto que ante tal secularización y el proceso de desacralización que ésta implica el hombre no sabido hacer mejor cosa -tan arruinado está por la cultura del entretenimiento que el consumismo capitalista ha creado a su alrededor- que buscar los remedios más idiotas para aliviar ese vacío espiritual: mística zen, masajes orientales, yoga, panteísmo ingenuo, etc. Dicho en una frase: para Houellebecq nuestra sociedad ha tocado fondo: estamos en el fin de los tiempos. Un poco baudelairiana la vaina, en verdad; "baudelairismo post-moderno" podríamos llamarle. La otra cosa interesante es el seguimiento que hace el francés del movimiento de liberación sexual de los setenta, y cómo la excesiva búsqueda de placer deviene en carnicería sórdida. Y no es tan descabellado, si uno se pone a reflexionar: si todas las barreras inhibitorias de la moral tradicional han sido derribadas, las instituciones creadas para resguardarla destruidas (Dios, la religión, la familia), de modo que el deseo humano pueda satisfacer hasta sus más excéntricas fantasías sexuales en el seno de la sociedad, si esa cota de placer ha sido superada con éxito, ¿no resultaría natural el movimiento de búsqueda de placer hacia zonas cada vez más siniestras, pasando por el sadomasoquismo, sin detenernos, hasta los asesinatos seriales? Link hacia Bolaño, 2666, las mujeres asesinadas: acaso ese fenómeno pueda explicarse de ese modo, sea al menos parcialmente. En la biografía que escribió sobre Rimbaud, Graham Robb se hacía (más o menos) la siguiente pregunta: si ocurriera la revolución que tanto ansiaba el poeta y toda la moral humana se viniera abajo, inaugurando así la plena libertad del hombre, ¿qué sistema habría de reemplazar al anterior, garantizando la libertad obtenida y a la vez estableciendo un orden que evite que la gente se autodestruya en medio del caos? Rimbaud nunca dio una respuesta, aunque es seguro que previó la destrucción que traería su ideal: acaso lo que buscaba era precisamente eso. El fin del mundo en medio de alaridos en los que placer y dolor se fundan en uno solo. Después de todo, el movimiento hippie es heredero directo del pensamiento rimbaldiano. Es casi la materialización del sueño de Rimbaud, y esto creo ya haberlo mencionado antes (no es que sea cosa mía, de seguro más de autor habrá visto el enlace hace más de treinta años). Todo eso de la expansión sensorial (que viene de antes, desde Blake y hasta de Kant) y del ideal de libertad a través de la amoralidad (concepto que incluye la homosexualidad, el sexo desenfrenado, la destrucción de la iglesia y de la institución de la familia, el lenguaje vandalizado, la violencia, el crimen), toditito ya está prefigurado en los escritos de Rimbaud. Si le creemos a Houellebecq y el mentor de la juventud hippie setentera fue el buen Aldous Huxley, podemos establecer un vínculo directo que comience en Kant, pase por Blake hasta Rimbaud, y luego desemboque en Huxley y la línea de pensamiento y el modo de vida de rockeros sesenteros y setenteros como Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, los Beatles, etc., etc., luego hacia los ochenta con gente como Patti Smith, Freddy Mercury y Sid Vicious, y los noventa con Kurt Cobain y Layne Staley, hasta llegar, por último, al paradigma del rockstar actual (digamos, Amy Winehouse, o el otro patita inglés al que filmaron en un hotel inyectándose heroína), el paria de la sociedad para el que no existe ni moral ni código civil válido, el artista libre de todo prejuicio social, plenamente sexualizado y hedonista, que se mueve como equilibrista entre el hilo de la vida y de la muerte. Como quien dice, el cordero que la sociedad sacrifica en una suerte ritual catártico de masas, algo parecido a lo que sucedía en la antigua audencia griega al mirar el espectáculo de las grandes tragedias: como ellos, nosotros sabemos el final de la historia, pero nos regocijamos al caer en la cuenta de que no será ése nuestro destino, que fulano está allí para desempeñar ese papel, para servir de filtro a las ambiciones frustradas de los individuos que los adoran, que los mitifican y que, a la vez, desean verlos muertos para poder así prolongar su leyenda. Si pensamos así, tendríamos que concordar con Patti Smith: Rimbe fue, en efecto, el primer rockstar de la historia. En fin, yo iba hablando de "Las particulas elementales". Ya te puedes hacer idea de lo que es Houellebecq, no tengo que decir que es un tipo sumamente nihilista y que, por ello, no sorprende que también sea un vanidoso insoportable. Hace un tiempo me enteré por Moleskine Literario de que estuvo aquí, en Buenos Aires, dando una conferencia, y de que fue casi imposible entrevistarlo por sus aires de in-yer-face-better-than-you-so-fuck-you intelectual. Pero bueno, en una comunidad de escritores donde todos fingen (muy a la pose de ciego olvidadizo y huevón de Borges) una modestia que de tan afectada resulta asquerosa, ¿por qué no ser, for once, uno radicalmente orgulloso y narcisista? Volvemos a la imagen de Rimbaud agarrándose las bolas por los pasillos del instituto. Creo que, de acuerdo al contexto, la pose de Houellebecq es más que necesaria. Y digo pose, primero, por las razones obvias, y segundo, porque ni siquiera hace falta una lectura incisiva para darte cuenta de que el franchute es un old school románticón, que aún cree que el amor es la única fórmula para ser feliz. Y no lo digo con condescendencia (Dios y cierta chica a la que se lo confesé saben que yo me muevo en el mismo paradigma): basta ver los destinos de Bruno y Michel, los ideales femeninos que se cruzan en sus vidas y que son directamente responsables de su infelicidad. No hay finales felices, desde luego, pero aún así prevalece el ideal romántico, lo que me hace sospechar que el buen Tomás Segovia, en el prólogo a su traducción de las obras de Gérard de Nerval, no estaba equivocado, y que el espíritu romántico sigue aún vigente en nuestro arte y en nuestras vidas, y que a lo más podemos autodenominarnos como "post-romanticismo". Pero ya está bueno, pinche buey. Voy a terminar a Houellebecq y quizá siga más tarde con mi cuento. Me da "fiaca" ir a Disco a comprar cerveza, y además sé que si voy y la consigo voy a terminar tan borracho que no voy a poder escribir un carajo. Espero que la botellita de Quilmes que tengo en la refri me baste.

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