domingo, 12 de abril de 2009

In Bruges


You can’t kill a kid and expect to get away with it. You can’t. You just can’t.

El año pasado escribí una reseña -mala, de seguro- sobre una de las obras de Martin McDonagh (Londres, 1970) que en ese momento se montaba en La Plaza. No era la segunda obra de McDonagh que se montaba en Lima: un tiempo atrás se montó The Pillowman (El hombre almohada), cuya dirección estuvo en manos, también en esta ocasión, de Juan Carlos Fisher. Pues bien, no hay más montajes del londinense (o irlandés -hay toda una polémica sobre eso) estrenándose en estos días, pero lo que tenemos, sí, es una nueva película -McDonagh, como otros dramaturgos, se ha volcado hacia el cine, según dicen, para no volver-, no la primera, por cierto, y que tampoco es tan nueva, a decir verdad (yo me enteré de ella por una nota en el Perú21 de ayer), pero como sea, la tenemos. O la tengo, y la acabo de ver. En In Bruges (literalmente, "En Brujas", y NO "Unas vacaciones diferentes" -what is it with the bloody Spanish translations of English movies/books/etc. titles?) están allí todas las trademarks de McDonagh: el humor negro -and I mean negro negro-, los personajes extremos -como en El Teniente de Inishmore y en El Hombre Almohada, los protagonistas de In Bruges son asesinos-, los baños de sangre. La violencia en primer plano; la violencia como método de exploración de la regiones más terribles del ser humano; y, desde luego, la risa en medio de toda la sangre. Tenemos todo eso, he dicho, pero en In Bruges todos estos elementos se combinan con una agudeza, un genio excepcional. Si las obras ya mencionadas McDonagh nos sorprendía, sobre todo, por anudar el elemento cómico a las situaciones más violentas (o las más políticamente incorrectas) para dejarnos con una suerte de mueca a caballo entre la carcajada y el espanto, In Bruges nos lleva más allá. Más allá, en la medida en que el elemento risa está empotrado ya no en escenas; la risa ya no es situacional, de circunstancia (en El Teniente... era la suma de muchas risas "anecdóticas" la que nos daba esa alquimia horror-carcajada); en In Bruges la risa está en el mismo núcleo de la trama. El artefacto de relojería que ha creado McDonagh recurre, como es de suponerse, a la risa anecdótica, situacional; sus elementos, sin embargo, se dirigen todos hacia ese núcleo, ese final en que el todo fits in perfectly, ese final en que McDonagh logra -carajo, ¿cómo lo ha logrado?- hacer una suerte de justicia perfecta a sus personajes por medio de un gag. Un gag de un humor sórdido (el espectador siente una doble culpabilidad al reírse: la que proviene de lo que podríamos llamar "humanamente incorrecto" -con disculpa de los sociólogos- y de lo "políticamente incorrecto"), cierto, pero un gag que es como mazazo de juez en el universo de sus personajes. Esto marca una gran maduración en nuestro ahora director y guionista de cine. McDonagh ha logrado hacer de la risa fundamental. Una carcajada que, como en sus obras anteriores, se ríe de su propia miseria, de su propia violencia, de sus prejuicios, y con este movimientos de espejos logra desenmascararse a sí misma y dar -ironía extrema- un mensaje de paz. Ser pacifista a través de la violencia: eso ha logrado McDonagh. O eso había ya logrado antes, pues el mérito de In Bruges es plenamente artístico. Su arte ha alcanzado otro nivel. Y nosotros, los espectadores, no podemos hacer otra cosa que reírnos -a la vez que nos sentimos culpables- y querer más.

Trailer (muy malo, por cierto):


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