martes, 7 de abril de 2009

Werther


Irme del pueblo a leer y vivir solo.
Páez. Tu sonrisa inolvidable.

¿Te imaginas el lamento de la gente
y su manual de las cosas que nunca fueron?
Serú Girán. Esperando nacer.


Ya hace más de siete años hace desde que leí por primera vez el Werther de Goethe (huérder, le decía); no sospechaba, ni de a balas, que su influencia me perseguiría por tanto tiempo. Hoy me he sentado aquí para deprimirme: expresamente, para deprimirme. He dicho: termino a Padgen y me deprimo por dos horas, hasta las doce; luego me voy a dormir. Me quedé leyendo media hora más al buen Padgen -es una buena lectura, pero confieso que pesó más la culpa que el interés en este caso- y ni siquiera lo terminé. Tres horas para avanzar 30 páginas: he allí la clase de crítico que seré. Como sea, 10:30. He traído mi parafernalia depresiva (ahora recuerdo a Ana, cuando me daba galletitas llamándolas "antidepresivos"; la pobre Ana, fea, gorda y enamorada de su profesor de spinning): mis cigarrillos -vale, ya estaban aquí desde hace rato (tendría que fumar menos: me he dicho, desde que el hábito se convirtió en vicio, que sólo una mujer podría sacarme de semejante placer-suplicio -pues sí, porque fumar es una forma de martirizarse: el golpe en el pecho, la sensación de insatisfacción tras haber fumado uno (y querer fumarse otro al instante), la sequedad de la garganta: hay algo de suplicio cristiano en el hábito de fumar en las situaciones más desesperadas (en especial, las que acarrean más sentimientos de culpa en el sujeto fumador -¡qué delicioso es fumar cuando uno se siente culpable!, ¡qué placer el de atragantarse de humo cuando a uno la vida se le viene abajo!-, las que lo estragan con más eficacia), digo, esa satisfacción moral a través de la martirización del cuerpo que es propia del cristianismo- y hasta ahora sostengo que sólo una mujer (una mujer hermosa, que necesariamente yo no mereceré y que, decididamente, me merecerá a mí, quién sabe por qué pecados) será la única que me pueda quitar semejante placer, semejante autodegradación sublime- y mi botella de vino. Sí, mis cigarrillos -ahora fumo otro-, mi botella de vino -de la que llevo bebiendo hace un buen rato-. Y ahora que recorro sus fotos con el mismo impulso autodestructivo, la sombra kamikaze que perseguía al pobre diablo de Werther a seguir visitando a Charlotte a pesar de que la hermosa de Lotte, la prudente y fiel de Lotte estaba felizmente casada con Albert, y de que jamás podría serle recíproco (¡qué argumento tan tristaniano!), digo, igual que pobre perro huevón de Werther (hagamos un gran paréntisis. Me he metido a Wikipedia para buscar el nombre del esposo de Lotte -lo confieso, lo había olvidado- , y descubro algunas cosas interesantes. Werther fue el primer libro que leí por cuenta propia. Aún recuerdo las clases de Tania, y cómo me llamó la atención la descripción pomposa que daba la pobre vieja del libro, que además de exagerada era inexacta (no recuerdo cuál era el error, pero era argumental -como quien dice que Perú clasificó al mundial el año pasado-, lo que era, en una profesora de literatura -for fuck's sake- inexcusable se le viese por donde se le viera), pero, al fin y al cabo, eficaz sobre un adolescente impresionable. ¿Cómo podían haberse suicidado cuchucientosmíl huevones por un librucho de porquería? Teenage angst, queridos: compré el libro (mi primer Cátedra: lo compré -aún lo recuerdo- en la librería Época del óvalo Gutierrez, cuando aún existía el viejo cine Alcázar; estaba en un aparador de plástico blanco, muy sencillo, al lado de otros libros viejos; me sorprende aún que me costara -un ejemplar Cátedra- cerca de 12 soles), lo leí. Lo devoré. Lo amé. Lo emulé. Lo emulé tanto que hasta ahora sigo emulándolo. La escena de la confesión de amor sigue siendo aún una de las escenas más conmovedoras a las que haya atendido jamás. Casi puedo ver la congoja de Albert, el velo negro de Lotte, cubriendo la culpa de su rostro, ante la tumba de Werther. Casi puedo verlo a él, tan hermoso, lleno de una generosidad contagiosa, abrazando a los niños, caminando ese trecho infinito que le separaba de la incomparable -precisamente por lo inaccesible- de Charlotte. Y puedo verlo tomando las pistolas, exactamente a medianoche, con una tranquilidad parecida a la de las lagunillas del Jardín Japonés, con una calma espantosa, con una calma que trascendía todo amor humano, tomando esas pistolas sustraídas del propio Albert y apretando el gatillo, apretándolo con una convicción que ningún otro hombre ha tenido jamás. La más hermosa de las muertes para el más hermoso de los personajes. Ah. ¿Hasta qué punto sigo gravitando alrededor de la obrita de ese jovenzuelo que devino sabio, que de viejo se sentó a fingir escuchar al Emperador de Francia como quien escucha llover, ese anciano mitológico que salió espantado de un concierto de Beethoven? Pero sí, no lo he olvidado: las curiosidades del Werther, cortesía de Wikipedia. Comencemos con el prólogo inolvidable:

...y sería triste si cada uno de nosotros no tuviera alguna vez en su vida una época en la que le pareciera que el Werther fue escrito expresamente para él.

¡Cuán cierta consideré a los quince años, cuán cierta considero ahora la sentencia de Goethe! Ese librito que Johann escribió a los 24 años, cuando era un donnadie, y que lo catapultó a la fama: ¡cuán poderosa la educación sentimental que otorga! Como la vieja Tania nos chismeó en las clases, corrió el rumor de que "hasta dos mil lectores" se habían suicidado al intentar emular a Werther. Nunca faltan motivos para que la gente se suicide. Si yo hubiera leído esto a los quince años en el 2005 o algo así, me habría vuelto emo. Otra curiosidad: un tal Nicolai Friedrich, en la misma tradición de las novelas caballerescas, confeccionó un final alternativo para el Werther. Allí, Werther no moría, a causa del ingenio más bien vulgar de Albert, que, aunque con una capacidad previsoria admirable, pero carente en absoluto de una noción estética, reemplaza las balas de las pistolas por sangre de pollo. Ya podemos imaginar el resto: un Werther embarrado de "sangrecita" busca a Albert; éste lo mira, sonríe y le dice: "huevón, tú dijiste ya, pero no"; ambos se abrazan; sale Lotte, se entrega a los brazos de Werther; Albert aplaude. En efecto, Wikipedia nos dice que este final culminaba con un Albert "cediéndole gustosamente a Lotte" a Werther. Es justificable la reacción de Goethe: el viejo Johann escribe un poema titulado Nicolai auf Werther Grabe ("Nicolai ante la tumba de Werther"), en el que Friedrich caga en el sepulcro de Werther), digo, con mi botella de vino y mis cigarrillos a la mano, y con el decidido propósito de deprimirme, al mismo estilo del perro de Werther, el perro en medio del Jirón de la Unión de Werther, me meto al Facebook -¡ay de la globalización, ay de las herramientas a la mano para hacerse la vida más miserable!- a recorrer, decidida y apropósitamente, sus fotos, su carita llena del rosey glow del que hablaba George Constanza (vale, más bien de "reddy" glow), sus muecas, sus potenciales coqueteos (sólo ahora lo descubro, con un escrutinio más detallado) con otros hombres, y, ¿qué sucede? Pues que no siento nada. Una paz injustificable. La veo ahora mismo, sonriéndome; casi puedo inclinarme nuevamente a besarla. Su mirada seria, lo que sería; lo que yo creía y desde mi miopía veía. Mi pura algarabía. Supongo que el sufrimiento ha alcanzado su fecha de vencimiento. Diablos, aún me hiere que. Sí: que. Pero. Claro. Qué hermosa era, por Dios. ¡Qué vanagloria la mía! Y lo digo con una sonrisa en los labios, con los dientes manchados de tinto. Recorrer su cuerpo, aprehender el sabor de sus labios, besar los insterticios de sus dedos: placeres negados naturalmente para mí. Decididamente, yo no he nacido para seducir para mujeres, sino para escribir de mis fracasos en tales empresas. Como dice Páez, "tanto odio, tanto amor y tantas cosas". ¡Ay de las perdidas, amigos lectores! Soy un perfecto Werther. Pero tales fracasos no serán en vano. Por mi pellejo, no lo serán. Qué sublimidad en la tristeza. La deseo, y sé que el desearla me produciría menos placer que el actually have her. Qué belleza. Qué cagada.
¡Ay de los advenedizos!
¡Ay de los jóvenes fracasadamente fracasados!
¡Ay de los anónimos infraganti!
¡Ay del entusiasmo excesivo!
¡Ay de los puentes, del Támesis!
¡Ay del anhelo conquistador, de la estaca abanderada!
¡Ay de la generosidad inesperada, de la mala fe desinteresada!
¡Ay de ese género inescrutable!
¡Ay de los poemas ipso facto!
¡Ay de los balcones atiborrados de colillas!
¡Ay de los jardines, de los parques del fin del mundo!
¡Ay de Barranco!
¡Ay de Callao con Bartolomé Mitre!
¡Ay de Zapopan!
¡Ay de Pando!
¡Ay de Miraflores!
¡Ay, ay!

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