viernes, 5 de febrero de 2010

Poética

Miedo, huevón. Me meo en los pantalones ante la "cámara de torturas". Schopenhauer señalaba que el coraje con que el filósofo debía enfrentar el arduo combate contra la materialización de sus propias ideas (tras su bienaventurado alumbramiento en la imaginación) formaba parte de su ética: prenderse a trompadas con el lenguaje es también una de las caras de la sinceridad brutal. Pero, ¿qué pasa con los que no vuelan tan alto, los pobres diablos que manosean noche tras noche un ramillete de ideas cuyas aristas, gozosamente palpadas en la ceguera de la penumbra, desaparecen con el primer golpe del alba, dejando en su lugar una cadencia amorfa, un verbo tímidamente conjugado, una frase decididamente inacabada? Las poéticas clásicas distinguen, en la creación artística, dos movimientos básicos: en el primero, interior y ascendente, el artista recibe la idea desde las regiones de lo innombrable; en el segundo, exterior y descendente, el artista se ve obligado a mutilar la realidad aprehendida con un lenguaje necio e infinitamente inferior ("Yo quisiera escribirle, del hombre / domando el rebelde, mezquino idïoma") a lo contemplado. ¿Sucede, sin embargo, que dicha contemplación, sea cual sea su naturaleza, trasciende los dominios del lenguaje? ¿Se trata de balbucear en la lengua humana un lenguaje total y apenas entrevisto, o, acaso, más bien, de re-crear girones raídos, trozos de servilletas usadas, pedazos de cuero polvoriento como en los que escribía Ercilla, papeles sucios de ceniza, todos ellos desperdigados a lo largo de la mente, balbuceo que pugna por hacerse habla? Hay una anécdota de Bob Dylan que me convendría recordar en su integridad en este punto, y de la que sólo alcanzo a recuperar el punch-line: alguien le había preguntado por la versión oficial (studio) de uno de sus discos, seguramente por el posible cambio de alguna de las canciones, y Bob había respondido que la grabación supuestamente oficial de sus canciones era tan sólo la versión en que, en determinado momento y determinado lugar, aquella canción se había manifestado. Un poco así debe suceder con la creación literaria, y el orden, en su cristalización más acabada, sería ya el producto de la armonía fugaz de unos cuantos fragmentos inestables.

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