viernes, 19 de marzo de 2010

Guardaba su dirección en mi billetera: una casa que nunca llegué a conocer, cerca de un parque que parecía el límite del mundo. Escribí, hace tiempo, un poema en que un niño en bicicleta rondaba como cuervo nuestras conversaciones. Hablaba de un ramillete de multitudes, acaso del sol que abrasaba los columpios. No es más que una sombra, ahora. Una suerte de nostalgia y vértigo me invade cada vez que regreso a esas imágenes. Pánico, sobre todo. Me alojé en un hotel que estaba al lado de una fábrica, como el hogar de mi infancia. Unos meses antes de llorar en ese hotel escribí las líneas más perversas y enloquecidas que haya escrito jamás. Babeaba sobre el papel, sobre la carpeta de Biblioteca Central. Yo quería que nuestra última conversación se pareciera a una toma cinematográfica. Este deseo me espanta. No pretendo contar esta historia ni una vez más. Me pregunto si todavía pensará en mí. Yo apenas pienso en estas cosas.

No hay comentarios: