viernes, 8 de mayo de 2009

Facundo

La verdadera vida está en los otros, me decía Facundo, con esa sonrisa como síntesis de la upcoming primavera. La vida está en los otros, mientras fumaba sus Gauloises, en el parque de Gral Díaz, como una explosión de felicidad, los dientes manchados de mate, mirando quién sabe donde, con una sonrisa que parecía pertenecernos a todos, que reverberaba en las miradas ajenas, titilando visos de esperanza, promesas de felicidad eterna, vida y resplandor, plenitud del éxtasis humano. La vida, Mestanza, me decía, es un abrazo, la vida es una fa sostenido en una escala de do mayor, un instante de ajenación en la armonía perfecta, una nota que no resuena en el vacío, que ni siquiera es un fa mayor sino la síntesis de todas las escalas, un tenuto de languidez epifánica, un dejarse ir entre los cuerpos del otro, un abrazarse universal, un grifo sofocando los 40 grados de los niños de Buenos Aires, una memoria recuperada en un día de vejez, una perla escondida en el oasis del Sahara, una palabra de amor susurrada al oído del amante satisfecho, una cucharadita de canela sobre la amargura del café. Yo lo miraba -resplandecía. La luz parecía acaparar cada una de sus palabras; sus cabellos trazaban una danza abrumadora entre el vuelo del césped desprendido, el brillo del árboles a la luz de los edificios, toda esa felicidad de los motores, las palabras, las risas, la amargura del mate, las citas de Heidegger, el vuelo de los colibríes, la sensatez de los chanchitos, la maleabilidad de las uñas, los ojos acechantes de las mujeres, los perfumes, los versos, el agua sobre el whisky, las ramas renacientes, mi propia sonrisa entre mateada y mateada, la pertinencia la pertenencia, mi felicidad explotando en un día de calor como una nota suspendida de Mozart, como los trombones de Wagner, como el Mi bemol del Nocturne de Chopin. No hay ningún secreto -todo ha sido dicho. Todo está claro, todo es una evidencia lapidante. No hay secretos para los hombres. Todo, respiraba Facundo, todo le ha sido revelado al ser humano. Es tan evidente que nos avergüenza el acknowledge it. Sólo esa vergüenza ha creado toda la filosofía occidental. Sólo esa vergüenza nos ha proclamado individuos; sólo ella ha inaugurado las ideologías. Todos somos uno; el regreso al Paraíso sólo depende de nuestra propia voluntad. Un beso resume la historia de la humanidad. Una mano sobre otra es tragedia y comedia, pastoril y caballería, ironía y sitcom romántica. Una mirada es uno y todos los versos, un anhelo una canción desesperada. La ficción es el amor proyectado sobre una voluntad insuficiente. La literatura, una brizna de la historia del deseo. La filosofía, una palabra transfigurada. La poesía, síntesis dialéctica de conquista y deseo. La muerte, un sueño de tontos. Todos somos uno, y el uno es imperecedero.
Todos lo mirábamos, ya vueltos un efluvio indeterminado, una sola, vaga conciencia, una unidad fragílisima entre sus falanges. Yo sólo quería que siguiera hablando, pero en ese momento se calló. Aspiró su Gauloise, miró hacia el cielo, aspiró abruptamente por la nariz. Luego esbozó una sonrisa, tan grande como el mismo universo. Quiero quedarme contigo, pensé. No fui capaz de decírselo.

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