martes, 16 de febrero de 2016

Apuntes de una lectura de Proust (4): Amor, obsesión y arte en "Por el camino de Swann"


Amor, obsesión y arte

¡Qué título! Me dispongo a hablar del amor en "Por el camino de Swann". Esta vez voy a comenzar con una cita:
(...) creer que una persona participa de una vida incógnita cuyas puertas nos abriría su cariño, es todo lo que exige el amor para brotar, lo que más estima y aquello por lo que cede todo lo demás (Swann 125).
Leyendo a Proust uno se (mal)acostumbra a encontrar frases como ésta, que, como si de una fórmula física se tratase, resumen todo un universo de acción narrativa y de reflexión en una sola y nítida aseveración. Estilo proustiano, ello de compaginar reflexiones de oraciones largas con breves aforismos en que esas reflexiones cristalizan, y ubicándolas en el texto no como corolario de éstas, sino de manera casi inopinada, como quien deja caer, desinteresadamente, una joya al pasar.

Creo que el concepto de enamoramiento en Proust bien podría resumirse en esta única cita. La sensualidad es obra de la imaginación; la atracción se genera, más que hacia un cuerpo, hacia una otredad, otredad que es al mismo tiempo una promesa. Promesa, entonces, que está fuera de uno, y que nos genera la necesidad de movernos en dirección a ella, para alcanzarla; esto es, deseo. Dentro de los límites de nuestra imaginación, un elemento de la realidad destaca como el centinela que guarda las llaves de un reino nuevo, inaccesible para nosotros, reino que se nos aparece como preñado de gozos desconocidos. El reconocimiento que hacemos de la condición extraordinaria de este elemento (una mujer, un libro, una pieza musical) lo transforma en objeto amado u objeto de deseo. 

Podríamos pensar en el amor proustiano como un acto de escritura sobre uno o varios cuerpos. Un acto intrínsecamente discursivo. Podríamos asimismo darle la vuelta a la idea y pensar en el ser humano como contenedor o materia prima de un número finito de gestos entre los cuales podemos contar el amor (de acuerdo a la idea de Milan Kundera en La inmortalidad (1)), ya que el discurso de que está hecho no cambia realmente ni en el tiempo ni entre los cuerpos en que se encarna.

Ahora bien, ¿qué se oculta detrás de las puertas de ese reino desconocido? Una realidad en verdad innombrable. ¿La verdad, el bien, la completitud (2)? Es una realidad indefinida, hecha del mismo material que aquello que nos llama detrás de los presentimientos que sentimos frente al arte.

¿La felicidad? No. Ciertamente que no. Angustia, sí. Desesperación, sí. Obsesión, sí. Inclusive: pulsión de muerte.

Como si de una ópera se tratase, el episodio del beso de la madre del narrador sirve como obertura wagneriana (3) a los amores de Swann y del mismo narrador. Resulta claro que, a pesar de la distancia temporal y de personajes en las dos historias principales que se cuentan en este primer tomo (la de la infancia del narrador en Combray y París, por un lado, y por el otro el enamoramiento de Swann por Odette, ocurrido unos veinte años antes), "Por el camino de Swann" constituye una unidad articulada por varias ideas que recorren todo el libro. Creo que las principales ideas o conceptos son tres, tan persistentes que pareciera que los personajes y situaciones fueran solo manifestaciones en el tiempo y el espacio narrativos de ellas: 1) la realidad trascendente que se oculta en forma simbólica en la experiencia vital del mundo; 2) el amor como deseo de trascendencia y experiencia intrínsecamente dolorosa; 3) el mundo como escindido en clases sociales en pugna, suspendidos en tensión una frente a otra, a modo heraclíteo. Estas tres líneas no corren en paralelo: se intersectan una y otra vez, y muchas veces es necesario explicar una mediante la otra. Tomemos como ejemplo de ello el amor que siente el narrador por Gilberta (Gilberte) Swann. El origen del amor a Gilberta debe rastrearse en la conversación que tiene Charles Swann con el narrador cuando todavía acudía a visitar a su familia a la casa de Combray, en la que éste último se entera de que Bergotte es viejo amigo de la familia Swann y por tanto íntimo de Gilberta. La admiración que siente el narrador por la obra de Bergotte espolea su imaginación a rodear la vida de Gilberta de unos gozos que pertenecen al contexto de la lectura de esta obra. El misterio de su prosa, que se describe como un tanto arcaica pero sublime, se traslada a la imagen de Gilberta, e inmediatamente la distancia que separa aún al narrador de ella, a quien todavía no ha siquiera visto, le provoca angustia y desazón. Este misterio no es otro que el presentido detrás de los 'earthly symbols' de la experiencia vital: amor y búsqueda de la verdad constituyen un único movimiento dirigido hacia aquella realidad ideal y trascendente, escondida en este mundo. Poco más adelante, cuando llegue a conocerla en las partidas de justicias y ladrones que se juegan en los Campos Elíseos, el discurso amoroso que nació como hijo del gozo estético producido por la lectura de Bergotte se escribirá sobre el cuerpo de la hija de Swann, cristalizando con ello en el enamoramiento que luego devendrá angustia y dolor.

El rasgo de "arcaico" o "arcaizante" de la prosa de Bergotte nos da pie a hablar de la fascinación que siente el narrador por la aristocracia, situación que nos sirve como segundo ejemplo de la intersección de las ideas que anoté arriba. Sobre las fuentes del episodio de la visita de la Princesa de Guermantes a Combray, anota Painter:
(...) to ensure that Marcel, in his childhood at Illiers, should see the French nobility as living symbols of a mediaeval past, miraculous survivors of a glowing window in a gothic church and the nursery-tales flashed in green and scarlet on his bedroom wall (Painter 42)
La arquitectura gótica descrita en la obra de Bergotte y su estilo arcaico, los vitrales de la iglesia de San Hilario en Combray, la lámpara de Genoveva de Brabante en el cuarto del narrador y el linaje de los miembros de la aristocracia francesa (particularmente los Guermantes) son todos una misma cosa: el símbolo de un pasado medieval que se asocia con un mundo de mitos y leyendas, el mundo literario a través del cual, una vez más, se manifiesta la verdad del mundo trascedente. Me parece importante recordar la cita de Painter al abordar el tema de la admiración por la aristocracia francesa, ya que conviene recordar que el peso que tiene la aristocracia en el relato de Proust se funda en el significado particular que ella tiene para el narrador. Ello nos daría pie a hablar de las distinciones sociales que se hacen en la novela (la 'verdadera' elegancia de los nobles, contrapuesta a la hipocresía de los parvenu y de los ricos de clase media; las reuniones encumbradas, frente al cogollito de los Verdurin; la casi inexistente movilidad social, que hace parecer las castas a estamentos; etc.), pero ese no es realmente mi tema y no me interesa demasiado indagar en ello.

Más llama mi atención exponer cómo funciona el enamoramiento proustiano, cuyo origen tanto me he demorado en exponer. Debería regresar al episodio del beso de la madre, ya que mencioné que a mi parecer éste funcionaba como obertura de los enamoramientos que tienen lugar posteriormente en la novela. Rápidamente: siendo aún pequeño, el narrador tiene una suerte de pacto con su madre, que consiste en que ella, todas las noches, suba a su cuarto a despedirse de él dándole un beso de buenas noches. Este pacto se ve roto ocasionalmente; en Combray, se rompe siempre que llega a casa Swann de visita, ya que los padres deben servirle de anfitriones hasta pasada la hora de dormir del narrador. Entonces, la sola presencia de Swann llena de angustia al narrador, porque ya sabe, de antemano, que ese día deberá irse a dormir sin ese beso; es una angustia que roza la desesperación, y que obliga al narrador a ingeniárselas, incluso a riesgo de un castigo riguroso, para obtener ese beso a toda costa.

En el sentido que las visitas de Swann prefiguran la angustia amorosa que sentirá el narrador al enamorarse de Gilberta, y que la estructura del mismo, que se nos expone mediante los amores de Odette y Swann, se traslada posteriormente a los de Gilberta y el narrador, la traducción del título en "Por el camino de Swann" es acertada al expresar a cabalidad la intención de Proust de hacer funcionar a Swann como enamorado modelo, y sus amores como "camino" que ha de recorrer el narrador una vez que crezca.

El amor de Swann por Odette surge con el reconocimiento que hace él en el rostro de Odette de características similares a las de una modelo de un fresco de Botticelli. En cierto modo, ello la da "legitimidad" a una belleza que, sin este parecido, sería ordinaria o inclusive no llegaría a ser tal. Sólo tras este reconocimiento Swann puede admirar a Odette como una mujer bella; puede comenzar a desearla. A pesar de ello, creo que el punto crucial para que esta admiración se convierta en enamoramiento es el de la aparición e incorporación a su amor del pasaje de la sonata de Vinteuil. Es esta pieza la que, al unirse a la belleza de Odette, inspira a Swann ese presentimiento que tanto hemos discutido, la promesa de acceso a una realidad trascendente:
...Swann descubrió en el recuerdo de la frase aquélla, en otras sonatas que pidió que le tocaran para ver si daba con ella, la presencia de una de esas realidades invisibles en las que ya no creía, pero que, como si la música tuviera una especie de influencia electiva sobre su sequedad moral, le atraían de nuevo con deseo y casi con fuerzas de consagrar a ella su vida (Swann 254)
Adicionalmente, ésta tiene el efecto en Swann de recordarle su pasión juvenil por el arte, abandonada hoy por la vida estéril que lleva de fiesta en fiesta. Botticelli y Vinteuil construyen en el amor por Odette aquella "vida incógnita" de la que habla Proust en la primera cita, sientan sus bases; en ellos éste cristaliza. En el caso del narrador, esta posición la ocupa Bergotte, pero esto ya lo discutimos líneas arriba. Podemos observar que los amores de ambos requieren el aliento de la conmoción artística para madurar.

Y ambos, asimismo, recorren el mismo sendero de dolor y desembocan en un final por alejamiento. Swann sufre por los secretos que le guarda Odette: conoce su fama de cocotte (se dice de ella que es mujer fácil, que se ha acostado con mujeres, que se prostituye), vislumbra las contradicciones en que incurre cuando le miente, ¡hasta le llegan a mandar una carta anónima con una lista de todos los amantes que Odette ha tenido recientemente!, pero todo ello no tiene el poder suficiente de convencer a Swann de su realidad, de transformar la imagen que él tiene de Odette como mujer dulce, ingenua y bienintencionada, en la que, hacia el final del relato, encarna: la de una mujer egoísta, cruel, mentirosa, codiciosa, irresponsable. Sin embargo, como la realidad es tan obvia y se manifiesta reiteradamente en las narices de Swann, éste sufre a fuerza de imaginar la vida para él secreta que hace Odette cuando no está a su lado, y lamenta no poder poseer, a cabalidad y en todas sus circunstancias, a la persona que ama:
De todas las maneras de producirse el amor y de todos los agentes de diseminación de ese mal sagrado, uno de los más eficaces es ese gran torbellino de agitación que nos arrastra en ciertas ocasiones. La suerte está echada, y el ser que por entonces goza de nuestra simpatía se convertirá en el ser amado. Ni siquiera es menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación hacia él se transformara en exclusiva. Y esa condición se realiza cuando -al echarle de menos- en nosotros sentimos, no ya el deseo de buscar los placeres que su trato nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible de satisfacer y difícil de curar: la necesidad insensata y dolorosa de poseer a esa persona (Swann 277)
Pero como Swann ha asistido, a modo de Daniel A. Carrión al inocularse la verruga, al espectáculo del origen y desarrollo de su amor, su angustia no sólo reside los celos que incendian su imaginación, sino también en lo que él reconocería como cura potencial para su mal:
(...) dudaba mucho Swann que lo que así echaba de menos fuera una paz, una calma que quizá no serían atmósfera muy favorable a su amor. Cuando Odette dejara de ser para él una criatura siempre ausente, deseada, imaginaria; cuando el sentimiento que Odette le inspiraba no fuese ya del mismo linaje de la misteriosa inquietud que le causaba la frase de la sonata, sino afecto y reconocimiento; cuando se crearan entre ellos lazos normales que acabaran con su locura y su tristeza, entonces los actos de la vida de Odette ya le parecería de escaso interés en sí mismos (...) Juzgaba su enfermedad con la misma sagacidad que si se le hubiera inoculado para estudiarla, y se decía que una vez curado, todos los actos de Odette le serían indiferentes. Y desde el fondo de su mórbido estado temía, en realidad, tanto como la muerte semejante curación, porque habría sido, en efecto, la muerte de todo lo que él era en ese momento (Swann 355)
Es destacable el lenguaje casi médico con que Proust juega al hablar del enamoramiento, al que se juzga como "enfermedad", con su lista definida de síntomas, al enamorado como enfermo en un "mórbido estado", y al desenamoramiento como "curación"; recordemos que el padre de Marcel, Adrien Proust, fue un doctor laureado y famoso por el cordón sanitario que creó para contener el avance del cólera.

Esta angustia que experimenta Swann, que le lleva a torturarse a sí mismo imaginándose las infidelidades de Odette, tramando para conseguir invitación a las fiestas a que ella acude sin él, fatigando a Charlus para que le sirva de chaperón, arreglándoselas para que otros amigos en común le cuenten qué hizo Odette tal y cuál día, además de la contemplación de su propio estado y las posibilidades que tiene éste de mutar, sea hacia el empeoramiento o hacia la paz de la indiferencia, lo tiene tan exhausto, que hace que fantasee con aquellos dos escenarios en que el fin de su mal estaría fuera de sus manos: la muerte de Odette o su propia muerte:
Tan cruel le era aquella necesidad de una actividad sin tregua, sin variedad, sin resultados, que un día, al verse un bulto en el vientre, sintió una gran alegría pensando que quizá era un tumor mortal y que ya no tendría que ocuparse de nada, porque la enfermedad le gobernaría, le tomaría por juguete hasta que llegara el próximo final de todo. Y, en efecto, si en aquella época se le ocurrió muchas veces desear la muerte, más que por huir de sus penas, era por escapar a la monotonía de sus esfuerzos (Swann 375)
La vida y acciones de Odette han ocupado toda la vida de Swann, se han convertido para él en una terrible obsesión de la que no puede escapar. Su final ocurre casi por casualidad. Ya lo mencioné en el resumen: Odette viaja por varios meses con los Verdurin, y esta distancia que la separa de Swann le da a él fuerzas para acudir, después de mucho tiempo, a una reunión ofrecida por una aristócrata, en la cual una interpretación inesperada de la sonata de Vinteuil le hace reconocer el estado tan triste en que se encuentra, el cambio de las actitudes de Odette desde el principio de sus relaciones y la necedad con que había querido cegarse ante sus infidelidades. Entonces reúne ánimos y emprende viaje a Combray. Los eventos posteriores, que nos enteran del matrimonio de Swann con Odette, nos hacen pensar que esa paz de espíritu era necesaria para que Swann fuera capaz de casarse con la de Crécy.

Anotaré rápidamente que el mismo esquema se repite en el relato más breve del amor del narrador por Gilberta. Allí vemos de nuevo, como si de la repetición de un motivo musical se tratase, la angustia del narrador por la vida desconocida que lleva Gilberta cuando no está con él en los Campos Elíseos: la vida que hace en casa de su madre, en la de sus amigas, cuando sale a hacer las compras, cuando sale con Bergotte. No son celos los que experimenta el narrador, pero su angustia, sí, es del mismo cariz, quiero decir: originada en la misma circunstancia de ignorar una parcela de la vida de la amada, y hecha del deseo tenaz de ocupar todas sus regiones. Las ausencias de Gilberta, como las de su madre para Swann, son motivo de mucho sufrimiento para el narrador. Finalmente, el término de sus amores es similar al del relato de Swann: se da cuando Gilberta, por una serie de compromisos a los que debe asistir, le confía al narrador que no volverá por mucho tiempo a jugar a los Campos Elíseos.

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(1) "Y es que el gesto no puede ser considerado como una expresión del individuo, como una creación suya (porque no hay individuo que sea capaz de crear un gesto totalmente original y que sólo a él le corresponda), ni siquiera puede ser considerado como su instrumento; por el contrario, son más bien los gestos los que nos utilizan como sus instrumentos, sus portadores, sus encarnaciones". Milan Kundera. La inmortalidad. Traducción de Fernando de Valenzuela. Barcelona: Tusquets Editores, 1990, pág. 16 (original publicado en 1989).

(2) Esto de la completitud me hace recordar la suerte de teoría del amor que elabora Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres. En esta teoría, el sujeto, identificado como el alma, nace con la convicción de que está completa y es autosuficiente y no requiere, por tanto, salir de sí misma para nada. Al percatarse de la existencia de una realidad exterior (el Otro), vuelca su mirada hacia sí misma y cae en la cuenta de que está incompleta. Desde entonces el movimiento vital que ejerce esta alma es la de acercarse a aquella que le mostró su condición de incompleta y en la que, presiente, puede restaurar su completitud primigenia. A aquel movimiento vital se le denomina amor.

(3) La obertura wagneriana tiene la particularidad de pretender sintetizar musicalmente el contenido de una ópera, no como podría esperarse, por ejemplo, de una obertura de Mozart, que sirve para abrir la acción musical. Compárese la obertura de Tristan und Isolde y la de Le nozze di Figaro.

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