jueves, 11 de febrero de 2016

Apuntes de una lectura de Proust (3): La búsqueda de la verdad en "Por el camino de Swann"

De antemano voy a tener que excusarme por dos cosas: una, la desprolijidad de los comentarios que, incluso antes de anotarlos, sé que estará inevitablemente presente en ellos, y dos, la muy probable obviedad de los mismos, de seguro comentados ya tantas veces y de mejor forma por los numerosos estudiosos de Proust, a quienes, por falta de tiempo y recursos, no he podido aún consultar (queda como tarea pendiente).

Al citar "Por el camino de Swann" anotaré Swann, seguido del número de la página del libro. Reitero que la edición que utilizo es la de Alianza Editorial de 1966, en traducción de Pedro Salinas. Para las citas de la autobiografía de Painter escribiré Painter, seguido de la página del libro. La edición es de Random House de 1987, en original inglés.

La búsqueda de la verdad

La escena más conocida de toda la obra proustiana es sin duda la de la magdalena: el narrador prueba un pedazo de magdalena humedecida en su cucharita de té y de repente todos los recuerdos de su vida vienen a él. Constituye el punto de arranque de la novela, el evento crucial que enciende el motor generador de la historia.

En realidad, la descripción que he dado es inexacta. La magdalena sirve como excusa, o mejor dicho, como experiencia insustancial en sí misma ("Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él [la magdalena], sino en mí" (Swann 61)) que no libera una serie de recuerdos encerrados, sino que introduce en el narrador el deseo, la necesidad, de realizar una búsqueda. Los recuerdos no llegan por sí mismos. No es un encuentro afortunado y gratuito de un tesoro escondido. El placer que da al narrador el saborear la magdalena, que inmediatamente relaciona con su vida de conciencia más temprana en Combray, le revela una verdad escondida en su experiencia que el narrador debe esforzarse en desentrañar de la múltiple y larguísima serie de eventos vividos a lo largo de sus años. Se trata de la revelación epifánica de aquella angustia que no le permite conciliar con facilidad el sueño, cuyo síntoma se manifiesta en forma del fantasma de las habitaciones que se le presentan sucesivamente a la hora de dormir. Se trata, en fin, de la necesidad de realizar una búsqueda activa, y no de una rememoración pasiva, a modo de autobiografía vertida en el mero relato de los eventos vividos.

De la misma manera, la Recherche constituye para Proust el esfuerzo por hallar, en los eventos vividos en su experiencia, la verdad y significado de su vida, y, de manera más ambiciosa, aquella Verdad platónica manifestada en ella.

En esta línea de pensamiento creo conveniente citar el prólogo de Painter a su autobiografía:
À la Recherche turns out to be not only based entirely on his own experiences [las de Proust]: it is intended to be the symbolic story of his life (...) it was his task to select, telescope and transmute the facts so that their universal significance should be revealed (...) His purpose in so doing was not to falsify reality, but, on the contrary, to induce it to reveal the truths it so successfully hides in this world. Behind the diversity of the originals is an underlying unity, the quality which, he felt, they had in common, the Platonic ideal of which they were the obscure earthly symbols. He fused each group of particular cases into a complex, universal whole, and so disengaged the truth about the poetry of places, or love and jealousy, or the nature of duchesses, and, most of all, the meaning of the mystery of his own life. (Painter, xix)
Creo que estamos en la posición de afirmar, entonces, que la concepción y finalidad de la actividad artística para Proust es la búsqueda de la Verdad, en el sentido platónico de la palabra. Un ideal de Verdad que se manifiesta en la conmoción sufrida por espectador/lector de la obra de arte ("catarsis", en términos aristotélicos) y en el acto de creación artística (escritura).

Ahora bien, nos es dado encontrar este sentido revelador del arte en los personajes de Proust, más precisamente en los dos protagonistas de este primer tomo: el narrador y Charles Swann. Para el narrador, hipersensible a la belleza del arte y de la naturaleza, son numerosas las ocasiones que siente el pálpito de aquella verdad misteriosa inmanente a sus conmociones: somos testigos de ello en sus paseos por el lado de Méséglise, ante la belleza de los espinos rosados que tanto le afectan; en sus lecturas, particularmente en la de la obra de Bergotte ("a mí que no les pedía [a los buenos versos] nada menos que la revelación de la verdad" (Swann 114)); y más claramente en la escena de los campanarios a la hora del ocaso que observa en un paseo que realiza con su padre por Martinville, que tal conmoción le causan que le obligan a escribir en el momento unas líneas para sacarse de sí mismo aquello que su visión le revelaba. En la historia de los amores de Swann, la impresión artística que le revela a éste esa verdad oculta tras los velos de la realidad se la da la sonata de Vinteuil. Ella tiene un doble efecto en su relato: uno, el de plasmar en clave trascendente el amor que siente por Odette (ya mencioné en un post anterior cómo un pasaje de la sonata de Vinteuil se fija como leit motiv o 'soundtrack' de sus relaciones), y dos, el de revelarle, al final de su relato, su condición patética y miserable tras el cambio de Odette, el cual sólo en ese momento aparece ante Swann en toda la extensión de su crueldad. Es en este pasaje donde Proust, en mi opinión, describe de manera más clara el poder revelador del arte:
Así que Swann no iba muy equivocado al creer que la frase de la sonata existía en realidad. Aunque, desde ese punto de vista, era humana, pertenecía a una clase de criaturas sobrenaturales que nunca hemos visto, pero que, sin embargo, reconocemos extáticos cuando algún explorador de lo invisible captura una de ellas y la trae de ese mundo divino donde le es dado penetrar para que brille unos momentos encima de nuestro mundo. Eso había hecho Vinteuil con la frasecita. Sentía Swann que el compositor se limitó con sus instrumentos de música a quitarla su velo, a hacerla visible... (Swann 413)
Esta visión del artista como "explorador de lo invisible" que "captura" la realidad trascendente y la hace "visible" en nuestro mundo, inteligible al espectador/lector, quien solo a través de la obra artística es capaz de acceder a la verdad, está emparentada con el concepto de las correspondances de Baudelaire, así como con la obra de su heredero Rimbaud ("fixer des vertiges", o "fijar vértigos", en Alchemie du verbe). Ojalá aún tuviera frescos los datos referentes a esta filiación, que me parece hereda Baudelaire del romanticismo alemán, el cual contempla el mundo como un 'bosque de símbolos'. Tampoco estoy seguro de que, así como en Proust, en Baudelaire se pueda hallar también la idea del ser humano como microcosmos, que es otro concepto claramente romántico. Es interesante notar las contradicciones que pueden surgir como producto de la amalgama de las diferentes fuentes proustianas. En la primera parte, a propósito de la descripción del cuarto en Combray donde pasó su infancia leyendo, Proust hace una suerte de epistemología de la lectura que comienza con el concepto de la imposibilidad del acceso al objeto en sí: "Cuando veía yo un objeto externo, la conciencia de que le estaba viendo flotaba entre él y yo, y le ceñía de una leve orla espiritual que no me dejaba llegar a tocar nunca directamente su materia" (Swann 106). Esta idea proviene de Kant y del idealismo alemán. Ahora bien, en la tercera parte de la novela, casi trescientas cincuenta páginas después, el narrador hace una afirmación que pareciera despojar de importancia al sujeto cognoscente: "Las cosas que me inspiraban curiosidad y avidez eran las que consideraba yo como más verdaderas que mi propio ser" (Swann 452). Parece decirnos el narrador que la realidad exterior capaz de conmovernos y transmitirnos una verdad (en este pasaje particular, las tempestades de Balbec) es más importante que el sujeto que la observa, precisamente porque ésta alberga una verdad, mientras que el sujeto no pertenece a ese mundo trascendente. Sin embargo, ¿cómo puede establecerse que la realidad exterior contiene una verdad posible de extraerse y al mismo tiempo afirmarse que aquella misma realidad no es por completo cognoscible, dada la inevitable intermediación de la conciencia? ¿Cómo pueden ser más verdaderas las cosas de ese mundo exterior que la propia conciencia que les da forma en la inteligencia? ¿No es capaz la conciencia de falsear la interpretación de aquellos objetos en los que cree hallar símbolos de la verdad? ¿Cómo reconciliar el concepto romántico del 'bosque de símbolos' con la idea kantiana de la imposibilidad del conocimiento de un objeto en sí mismo?

Finalmente, me gustaría anotar que hay una ética en Proust en relación a la búsqueda de la verdad. Llevarla a cabo no es fácil: vemos claudicar una y otra vez al narrador y a Swann ante sus manifestaciones, y si para Swann el acto de desentrañar esa verdad de la realidad visible es uno tan pesado que nunca llega a concretarlo (se nos habla numerosas veces de los desfallecimientos de su pensamiento, que descubre pero no finaliza el trabajo, nublándose y distrayéndose hasta olvidarse de él), para el narrador se vuelve obligación de su vocación de escritor, la cual es padecida como culpa cuando no puede finalizar la reflexión que le revele la verdad presentida.

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