jueves, 11 de febrero de 2016

Apuntes de una lectura de Proust (2): "Por el camino de Swann". Resumen.

El primer tomo de "En busca del tiempo perdido" (en adelante Recherche) comprende tres partes:

1. Primera parte: Combray, comprendida a su vez por una primera y segunda parte;
2. Segunda parte: Unos amores de Swann
3. Tercera parte: Nombres de tierras: El nombre

En líneas generales, creo que éstas pueden ser resumidas de la siguiente manera:

1. Combray:

Uno:

El protagonista, narrador no nombrado, discute los problemas que tiene para dormir y las diferentes sensaciones que experimenta al pasar de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia. Una de ellas es de confusión, pues a veces no reconoce inmediatamente, al comenzar a despertar, en qué habitación se encuentra, lo que le lleva a recordar las diferentes habitaciones en que ha dormido a lo largo de su vida. Una de ellas, la que habitó en Combray en su infancia cuando sus padres pasaban las vacaciones en casa de su tía Leoncia (Léonie), le lleva a recordar la vida que llevaba allí, la angustia que sentía por el beso que todas las noches le daba su madre y que, de cuando en cuando, se le negaba por la visita que recibía su familia a la hora de la cena por parte de Charles Swann, hijo de un viejo amigo de su abuelo.

De vuelta a lo que podríamos llamar el "presente" de la novela, el narrador relata una escena particular que le tocó vivir recientemente. A la hora de tomar el té se le ocurre remojar en la cucharita un pedazo de magdalena, lo cual le trae el recuerdo de las magdalenas húmedas de té que su tía Leoncia le daba cuando era niño: esta sensación es reveladora para él, y constituye el comienzo de la recapitulación de toda su vida, la búsqueda del significado y la verdad que subyacen a su experiencia.

Dos:

Relato de vida en Combray: se describe el pueblo, del que destaca la iglesia de San Hilario (Saint Hilaire) con su campanario; la personalidad hipocondríaca de la tía Leoncia, quien se rehúsa a salir de su habitación por la enfermedad que cree sufrir; la criada de casa, Francisca (Francoise), ignorante y de buen corazón, que encarna para el narrador la figura medieval del pueblerino con sus supersticiones, su fe religiosa y su pensamiento plano; finalmente, la vida que lleva su familia en Combray, hecha de almuerzos opíparos cortesía de Francisca y de paseos por los alrededores del pueblo, principalmente por los dos caminos que parten de la casa de la tía Leoncia: el lado de Méséglise, hecho de llanura llena de flores, y el lado de Guermantes, que bordea el río Vivonne. En una ocasión destacable, mientras la familia pasea por el lado de Méséglise, cercano a la casa que Swann tiene en Combray, el protagonista reconoce a su hija, Gilberta (Gilberte), con la que intercambia miradas. Asoman inmediatamente su madre, la señora de Swann, y un hombre a quien se identifica como el barón de Charlus; al llamado de su madre Gilberta obedece volviendo pronto a casa. Es el primer encuentro que tiene el protagonista con Gilberta Swann.

Además de todo ello, Proust ocupa muchas páginas describiendo la actividad favorita del narrador, la lectura. Sus pasiones en este momento de su vida se hallan en el teatro, al que todavía no ha tenido la oportunidad de asistir pero que le emociona con lo que ha oído decir de éste, particularmente de la actriz La Berma, y la obra de Bergotte.

Es preciso indicar que los paisajes, los personajes, la arquitectura del pueblo y hasta el acto de lectura son relatados desde las sensaciones que éstas le infunden al protagonista. Es importante, ya que creo que la Recherche es una obra tan particular precisamente porque constituye uno de los primeros y cruciales esfuerzos de la literatura del XX de narrar no desde la acción, esto es, creando una trama al modo aristotélico en que se resuelve el destino de sus protagonistas, sino la experiencia de la realidad desde la perspectiva de una persona, desde una conciencia específica.

2. Unos amores de Swann

Retrocedemos unas cuantas decenas de años a la vida que llevaba Charles Swann antes de casarse en París, alrededor de 1887. Swann, hijo de un notario acaudalado, vive una vida frívola que gasta en acudir a fiestas aristocráticas, a la que le es dado acceder, a pesar de su doble condición de burgués clasemediero y judío, por la elegancia de su conducta y su conversación ingeniosa. En alguna de las fiestas a las que acude le presentan a una señorita de fama un tanto turbia, Odette de Crécy. Odette se enamora de Swann y lo lleva como invitado a la tertulia de la que es fiel, la casa de los Verdurin. Los esposos Verdurin, incorregibles esnobs que guardan celosamente la asistencia de sus tertulianos, temerosos de que éstos vuelquen su atención a reuniones de mayor prestigio dadas por personas más linajudas que ellos, a quienes desdeñan como "pelmas", juzgan favorablemente a Swann cuando Odette se los presenta. Swann, que encuentra en las reuniones de los Verdurin la ocasión propicia para ver a Odette todos los días de manera casual, se incorpora como nuevo fiel a sus cenas.

El amor que experimenta por Odette sufre distintas etapas. En un primer momento, Swann se siente halagado y enternecido por la atención privilegiada que le ofrece Odette, a quien encuentra sin embargo no muy atractiva y poco inteligente. Odette le ruega cariñosamente verlo más seguido, que le permita visitarlo a su casa y que vaya a visitarla a ella a cualquier hora, cuando más le plazca. Swann accede de a pocos, sobre todo para contemplar en sí mismo los gozos de un enamoramiento nuevo. Se ven muy seguido, especialmente en las reuniones de los Verdurin.

En un segundo momento, su amor crece exponencialmente a causa de dos vivencias específicas. La primera: al reconocer en Odette rasgos similares a los de un fresco de Botticelli. Ello hace que Swann vea a Odette con otros ojos: no ya como la mujer de apariencia mundana y sin mayor atractivo, sino como modelo de belleza artística, digna de la atención de un maestro como Botticelli. La segunda: una noche en casa de los Verdurin, el pianista invitado toca el adagio de una sonata escrita por un compositor francés contemporáneo, Vinteuil (a quien ya conocemos de la primera parte por ser vecino de la familia del narrador en Combray, muerto recientemente por las penas causadas por el lesbianismo de su hija). Esta conmueve sobremanera a Swann, causándole el efecto de revalorizar la importancia del arte en su vida. Al mismo tiempo, el pasaje de la sonata de Vinteuil queda grabada, para él y Odette y todos los tertulianos de Verdurin, como el leit motiv de sus amores, infundiéndolos de la impresión particular que causa en uno el impacto de una obra artística de valor.

A pesar del espacio que el amor por Odette va ocupando en su vida, Swann aún sale con otras mujeres. Un día que tarda demasiado compartiendo con una "obrerita" a quien veía antes de acudir a casa de los Verdurin, al llegar no encuentra a Odette, y sufre un acceso de angustia. Sólo cuando la atención de Odette le es arrebatada reconoce Swann cuánto depende de ella. La busca por varios restaurantes, hasta que da con ella por casualidad, cruzando una calle. Regresan juntos en su coche, y esa noche se acuestan por primera vez.

A partir de este momento se acaba la vida tranquila de Swann. Posa su atención sobre el tiempo que Odette no pasa con él, y teme, pues conoce de oídas la fama de mujer fácil que tiene de Crécy en París. A pesar de experimentar una angustia terrible por la posibilidad de que Odette lo engañe, no es capaz de reclamarle nada, pues no es más que su querido. Al mismo tiempo, Odette comienza a perder interés por Swann. Y es que ya no puede presumir de las cualidades de Swann, cuya discreción y timidez chocan directamente con las expectativas de los Verdurin, que esperan que todos sus fieles censuren y hasta insulten a los "pelmas" que, precisamente, constituyen el grupo en que Swann ha pasado gran parte de su vida. La actitud de Odette hacia Swann, que antes era de cariño y hasta súplica por su amor, se torna fría, tosca, hostil: llega al punto de hacerle sentir a Swann que debe agradecer y aprovechar los pocos momentos que ahora le permite pasar a su lado, pues puede que pronto se acaben. Miente abiertamente a Swann: sus mentiras se van revelando al lector y al enamorado conforme avanza el relato, y revelan el carácter egoísta y cruel de Odette de Crécy.

Una noche en que los Verdurin tienen como invitado al Conde de Forcheville, personaje hipócrita que no duda en calumniar a quien sea que reconozca que en la mesa se tiene como mal visto, Odette, insistida por la señora de Verdurin, regresa junto a ambos a su casa en coche aparte, rompiendo así la costumbre de Swann de acompañar a Odette a su casa luego de la tertulia. Swann reclama en presencia de los Verdurin, y ello hace que no lo vuelvan a invitar a su casa.

Puesto que Odette sigue acudiendo a las tertulias, Swann ya no puede verla con tanta facilidad. Sus encuentros se van espaciando cada vez más. A ello se suman los viajes a que acompaña a los Verdurin Odette, que privan de su presencia a Swann por varios meses. Swann siente tanta angustia, es tal su desesperación, que fantasea con su muerte o con la de Odette, ya que no encuentra otra manera de escapar de la que ahora se vuelto su obsesión, sintiéndose incapaz, como reconoce, de cortar él mismo estas relaciones.

Una noche, tranquilizado porque Charlus, su amigo, va a acompañar a Odette a una reunión, decide acudir a la fiesta dada por la Marquesa de Saint-Euverte. La orquesta toca esa noche la sonata de Vinteuil, y su escucha le revela a Swann, que se había negado hasta este punto a reconocer el cambio drástico en la actitud de Odette, cuán feliz había sido al inicio de sus amores y cuán patética es su situación actual. Poco después, los Verdurin se llevan a Odette de viaje por cerca de un año, y ello le da el tiempo y espacio necesarios a Swann para desprenderse de su obsesión; a ello se suma la calma que le transmite la esposa de Cottard al decirle cuán bien había hablado de él Odette en el viaje, cuando se encuentra con ella de casualidad en un ómnibus. Con más ánimo, Swann decide volver a Combray, en parte emocionado por perseguir a una muchacha que le ha llamado la atención, la señora de Cambremer, ex señorita Legrandin, de la que ha escuchado va a pasar una temporada allí.

3. Nombres de tierras: El nombre

Volvemos a la infancia del protagonista. El narrador fantasea con el próximo viaje que su familia realizará para Pascua de Resurrección: asegura que los nombres de los posibles destinos, Balbec y Venecia, en su misma materia sonora (significante, diríamos), guardan su esencia particular, la cual ha sido superpuesta en ellos por el narrador a partir de las noticias e imágenes que ha recibido de ellas. Así, se imagina a Balbec como una tierra de vientos huracanados y tempestades, con un mar furioso rompiendo contra los arrecifes, y a Venecia como escenario de perpetua primavera, hecha toda de oro. Es tan fuerte su deseo de visitar estas tierras que excitan su imaginación que termina enfermándose, ante lo cual el doctor de la familia le prohíbe hacer viajes en el futuro cercano.

Aprovechando los tiempos de solaz en París, el narrador pasea por los Campos Elíseos acompañado de Francisca, quien se ha incorporado como criada de la familia tras la muerte de la tía Leoncia. Hay un grupo de niños que juega todos los días allí, entre los que el narrador reconoce a Gilberta Swann. Puesto que para él Gilberta, por su amistad conocida con el escritor Bergotte, representa una realidad superior, literaria, donde tienen lugar una serie de eventos casi fantásticos (como los paseos de que él tiene noticia que hace Gilberta con Bergotte por catedrales y museos) que a él le están vedados, el narrador se acerca al grupo con suma timidez, hasta que un buen día es invitado a participar de sus juegos.

Conforme se va acercando a Gilberta, y en claro paralelo al relato de Swann, el narrador comienza a sufrir de angustia al no poder figurarse qué hace su amiga cuando no está con él. Los días en que Gilberta no puede acudir a jugar a los Campos Elíseos, a causa de una visita a la que debe acompañar a su madre o por ir a casa de una amiga, son de suma tristeza y casi desesperación del protagonista. El narrador sufre por no poder vislumbrar en su amiga la reciprocidad de su amor. En ello Proust describe una diferencia con el amor de Swann: el amor de un joven busca la reciprocidad de su objeto de deseo, mientras el amor de un hombre madura ya no se preocupa de esta reciprocidad, sino de las sensaciones que ocurren en su interior, llegando a disfrutar de su amor incluso cuando éste no contiene la promesa de ser correspondido. Un día, Gilberta le cuenta al narrador que ya no volverá por un buen tiempo a los Campos Elíseos, lo cual lleva a sufrir al protagonista hasta el borde de las lágrimas.

En esta parte se nos revela asimismo que la madre de Gilberta y la esposa de Swann no es otra que Odette de Crécy, a quien el narrador, cada vez que puede, persigue para contemplarla durante sus paseos periódicos en el Bosque de Bolonia. No se nos relata los eventos que condujeron a ambos a casarse. Por otra parte, durante varios pasajes de la novela se alude al mal matrimonio que hizo Swann, razón por la cual la familia del protagonista, entre otras personas, pierden el contacto con él.
La novela culmina con la reflexión del narrador maduro, de vuelta al tiempo "presente", sobre los cambios sufridos en el Bosque de Bolonia y sus visitantes (particularmente la moda y los automóviles), ahora menos lucidos y elegantes que en su juventud.

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