sábado, 4 de septiembre de 2010

Voy a aceptar, a regañadientes, que estás buena, pero incluso esto es subjetivo, si se puede llamar así a las influencias atávicas, a las imágenes de las novelas románticas alemanas, a la tele. ¡Cuánto mal hace que le digas a una chica que está buena y que se la crea! Mucho más cuando es estúpida (me ha pasado repetidas veces), cuando no sabe aprovechar el don de la hipocrecía y al final es uno quien queda en ridículo. O, al menos, con cierta vergüenza ajena. Está bien: estás buena. Me gusta tu piel lechosa, tus ojos pequeños, tu cabello rubio; incluso a estoy dispuesto a conceder que no me desagradan tus labios delgados, que ni mejoran ni empeoran tu estar-buena. Porque hay una gravísima diferencia (no hay ni siquiera necesidad de decirlo) entre decir que eres hermosa y que estás buena. Así que no te la creas tanto: estás buena, pero no te considero hermosa. Me preguntarás entonces, ¿qué es estar buena? No pensemos en códigos anglosajones. "Estar buena" no equivale necesariamente "you're hot", pero tampoco equivale del todo "you're cute", que, en cierto sentido, representa y no representa una degradación de la primera categoría. Subjetividades, lagunas lingüísticas, verás. Estar buena, convengamos, quiere decir que eres atractiva, que tu aspecto (pero sólo tu aspecto, tu imagen, tu fotografía mental) es seductor. Allí yace precisamente la diferencia entre el ser-hermosa y el estar-buena: no sólo la primera es una categoría ontológica (ser), en tanto que la segunda es mera manifestación de determinado fenómeno (estar), sino que la hermosura de una mujer consiste también en sus maneras, su gracia, su personalidad, y no se limita exclusivamente a su aspecto físico. Hechas tales sutiles, mas decisivas, diferencias, la pregunta que seguro me harás a continuación será por qué no te encuentro hermosa. Pues, sencillamente, porque me caes mal. Pero no sólo es eso, ¡buena fuera! Podría, si ese fuera el caso, olvidarte. No estarías, tan a mi pesar, presente en mis pensamientos, que tan poco pueden hacer por controlar tus apariciones. No: tú, de alguna manera, eres como una suerte de repetición degradada de una mujer que amé en el pasado. Pero lo que en ella era espontánea gracia, alegría explosiva, inocencia y furor, en ti es actuación calculada, puerilidad fingida (¡no hay nada más exasperante que una mujer que se hace pasar sin éxito por niña!), ingenuidad interesada. Quieres seducir, pero tus seducciones están embarradas de pretenciones políticas. Te haces la pequeña naïf que se asombra ante el brillo de cada idea -por deslucido que éste sea- buscando la aprobación de la gente, o el cariño de las autoridades, la confianza de todos. Cada vez que me siento al piano y canto "Peperina", no puedo evitar pensar en ti. Me provoca repulsión cuánto me recuerdas a mi amada, la Verdadera Niña (perdona el macedonianismo), como la parodia asquerosa de su ser-hermosa. Pero, ¿cómo pretender controlar mis propias subjetividades, mi debilidad ante mis fantasías? A regañadientes: estás buena. Ojalá eso te baste, porque inteligente no eres. ¿A quién engaño? Más que bastarte, te sobrará.

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