sábado, 7 de junio de 2008

Los número seis



De la obra.

El año pasado el Británico organizó un concurso de dramaturgia, el primero de esta asociación, cuyo premio era el montaje de la obra ganadora. De modo que el estreno Los número seis, de Gino Luque Bedregal, era uno de los más esperados de este año. El argumento, bastante difuso, es más o menos el siguiente: una mujer ha sido raptada y torturada por un "esquadrón de la muerte" (o algo así) hace dos décadas, y ahora busca al responsable. De los seis sospechosos enmascarados, la mujer señala, con algunas "contradicciones" (dice el programa, yo diría más bien que con argumentos absurdos, como el de "le gustaba cantar una canción de Edith Piaf, inventándose las partes que no conocía"), al número seis. Y ya, eso es.
El tratamiento es el del teatro del absurdo. Los personajes y las situaciones son estrambóticos adrede. ¿Pero cuál es el motivo? Aquí, en mi opinión, yace el primer error, acaso el fundamental. Pensemos en Esperando a Godot: "absurdización" del destino humano, metáfora del círculo, etc. Pensemos, con más cercanía, en El teniente de Inishmore: "absurdización" de la violencia. La intención de Los número seis parece haber sido la misma que la de McDonagh: "absurdización" de la violencia, es decir, hacer absurdo el hecho dramático para demostrar, en última instancia, lo absurdo de la violencia humana. El problema es que la pieza no lo logra. El elemento más importante parece siempre quedar en segundo plano, subordinado a la misma naturaleza de la obra. A lo largo de la pieza, la violencia de la que nos habla la mujer queda relegada -con excepción de una pequeñísima y muy decorosa escena- a lo que ésta y el resto de personajes nos dice de ella, diálogos exteriorizados de forma acelerada y con una dicción, sobretodo en el personaje de Leonardo Torres, que se concentra más en lo extravagante que en hacernos sentir su presencia y su horror. Banalización, pues; superficialidad. McDonagh nos salpicaba de sangre para luego, con el elemento del absurdo, golpear al espectador con la estupidez de esa violencia. El absurdo en Los número seis parece ser, en última instancia, totalmente arbitrario.
También se nos dice en el programa que la obra trata de la insuficiencia del lenguaje para expresar las necesidades, los miedos, los deseos, etc. del ser humano. Esto, en realidad, se reduce a una que otra dificultad en la mujer para hablar (como si de un tartamudo se tratara), a frases que pretenden ser "profundas" sin serlo realmente y descripciones cuasi-científicas de distintas formas de asesinar o torturar a una persona que, a pesar de su intención, quedan en eso, simples descripciones. No encontramos lo que sospechábamos que íbamos a encontrar, esto es, la insuficiencia del lenguaje para abarcar una situación tan horrenda y psicológicamente compleja como es la violencia, sino, de nuevo, sólo personajes que hablan de manera graciosa y con ritmo aceleradísimo de cosas que, por uno y otro motivo, parecen serles tan lejanas como al mismo espectador.
A final de cuentas, una pieza que no cumple sus propias expectativas, que peca de superficial y presuntuosa. Y ni hablar de las expectativas del espectador.


Del montaje.

Bello en su desmesura, como una ópera. (De hecho, la primera escena me pareció un cruce entre Eyes wide shut y el primer acto de La Traviata de Willy Decker, aunque éstas son cosas mías.) Ricardo Morán, nuestro bienamado árbitro en los matchs de impro del Patacultural, ha logrado con este montaje un objeto artístico de notable belleza, desde el principio hasta el final (aunque, quizás, con excepción de la música en algunas partes), subsanando, hasta cierto punto, los baches del texto. Podría decirse que la dicción acelerada que ya mencioné hizo que la pieza trastabillara, aunque yo diría más bien que la obra en sí misma tenía patas cortas. A lo que Morán y otras personas llamaron "una obra difícil de montar", yo lo llamaría una obra defectuosa de por sí. Un montaje que aprovecha con ingenio el espacio del proscenio, muy al estilo de una ópera cómica, así de exagerada y extravagante, con pasajes musicales (los que iban bien) en contraste cómico con la situación, como, si mal no recuerdo, lo hacía Kubrick.

De las actuaciones.

Nada malo se puede decir de ellas. Leonardo Torres: maravilloso como siempre, se ha metido en una obra que desmerece su talento. Carmen Aída Febres: ¡gran bailarina!, una actuación efectiva, aunque sin mucho espacio para lucirse (exceptuando, claro, el tango de la primera escena). Los demás, sin que nadie resalte, también lo han hecho muy bien.

Creo que eso es todo. Una decepción, ojalá que este año los jueces sepan escoger mejor.

Y aquí un videíto que me choreo de El Comercio:



Unos apuntes más. Un error ver ese video después de haber escrito el comentario. En fin. Primero, lo de que el espacio debe ser el evocador principal de la violencia, es sólo una buena idea en teoría: al ver el montaje, la sensación no es lo suficientemente fuerte. Segundo, lo de que el sospechoso número seis no era realmente el culpable... bueno, sólo me entero de eso por la palabras de Morán, en realidad esto no es evidente en el montaje. La idea acaso sea explícita, pero la verdad es que se pierde en el desarrollo. Algo parecido sucede con lo de "todos podemos ser culpables", una idea buena pero que carece de desarrollo y termina perdiéndose, si acaso alguna vez apareció. Lo último, esto de que "la violencia se reproduce como los conejos", expresado con diversos dibujos de conejos a lo largo de la obra, una gran idea, pero que sólo puede llegar a descifrarse si uno ha leído el programa. Y como los programas no los regalan... Bueno, eso era.

1 comentario:

AVV dijo...

ayer vi la obra, a mi parecer y como le decia a la amiga con la que fui y a su novio, es probable que el autor de la obra haya visto un maraton de kubrick el dia anterior a escribir la obra, e inspirado y con poca imaginacion creó esta obra, que no es mala, sino poco interesante.
La puesta en escena y la actuacion de Leonardo Torres hicieron que me quedara hasta el final.