viernes, 28 de marzo de 2008

Post matin/après-midi

En el gran naufragio del hábito de lectura la poesía es, sin duda, la que se extinguirá más rápido. El mecanismo ya está en marcha. ¡Qué románticamente anacrónico resulta leer esas páginas de Los Detectives Salvajes en que uno de los personajes comenta (parafraseo de memoria): "levantas una piedra y encuentras a una chavita escribiendo de sus cosas"! Acaso la novela de Bolaño pueda leerse también como la crónica de los últimos días de la poesía: su fracaso por lograr esa doble renovación de sí misma y del mundo. Sería muy gracioso que el último pulso de la poesía tuviese un sesgo tan rimbaldiano.
Yo mismo no puedo leer un poema sin sentir al principio esa suerte de efluvio anacrónico, como el olor que desprenden esos libros que han estado cerrados demasiado tiempo. No es mi culpa. La masa de muchachos de mi edad que en el siglo XIX soñaba con la publicación de sus versitos en una revista o diario intelectual hoy sueña con la adoración masiva del rock-star. Si los héroes de Rimbe eran Baudelaire y ciertos poetas parnasianos, y el de Guillén Antonio Machado, los héroes de la juventud (Dios, hablo como si fuera un anciano) son Jim Morrison, Bob Dylan, Roger Waters, Kurt Cobain. Carajo, también son mis héroes. Es gracioso que de los cuatro nombres que he anotado, tres pertenezcan a generaciones pasadas y no a la mía. Incluso Cobain correspondería más a los gustos de mis hermanos mayores, si los tuviera. (Escribiendo esto último me he acordado de un capítulo de Six Feet Under en que, por medio de un flashback, aparece un Nathan joven, chaqueta de cuero incluida, escuchando un casette Nirvana y llorando por la recientísima muerte de Kurt. Y, cuándo no, fumando hierba.) En fin. Hoy en día, el vehículo lírico por excelencia es la canción; la rima ya no se sostiene por sí misma, necesita de una música que la acompañe. Lo que equivale a decir que la canción ha desplazado a la poesía. Sólo en algunas maravillosas excepciones podemos decir que la canción no ha dejado de lado la poesía, sino que se ha mezclado con ella generando un objeto de arte de belleza inconmensurable:
¡Ah! ¿Qué razón de ser
me habrá puesto piel
en la inmensidad?
Esos versos metafísicos de Spinetta ("¡Ah, basta de pensar!", Kamikaze, 1982) son dignos estar al lado de poemas tan geniales como Escrito a ciegas o Muerte sin fin. Otro ejemplo podemos hallarlo en una canción de Sabina, a quien tantos tienen como un verdadero poeta:
Y morirme contigo si me matas.
Y matarme contigo si te mueres.
Porque el amor, cuando no muere, mata.
Porque amores que matan nunca mueren.
Me arriesgo a decir que el impacto de esos versos escritos en un poema (incluso para el lector más devoto de poesía) no hubiese sido el mismo que el que poseen cuando son cantados por Sabina, cuya musicalización halla unos énfasis en las palabras que una lectura llana jamás hallaría. Gran parte de la belleza oral de la poesía se ha esfumado con la proliferación del verso blanco. Pienso que (y esta es otra de mis opiniones radicales), al enfrascarse en la búsqueda de una mayor libertad en el lenguaje, la poesía ha dado un paso más en el camino de su extinción. Pero no nos desviemos. Un tercer y último ejemplo del matrimonio perfecto entre poesía y canción: las imágenes "surrealistas" (más valdría decir, como los personajes de Bolaño, "infrarrealista") de "Ballad of a Thin Man", de Dylan, otro férvido lector -¡y cómo se nota!- de la obra de Rimbe.
You see this one-eyed midget
shouting the word "NOW".
And you say: "for what reason?"
And he says: "HOW?"
And you say: "what does this mean?"
And he screams back: "YOU'RE A COW!
Gimme some milk or else go home!"
Acaso Dylan fuese, sin querer queriendo, algo semejante a lo que buscó Neruda cuando disminuyó el número de sílabas de sus versos y "des-complicó" su lenguaje: un artista comprometido cuya obra fuese capaz de entenderse a nivel "popular". Acaso el primer Dylan, del que dijeron tanto que tocaba música folk, el Dylan de "Blowin' in the wind" y "The times they are a-changin'", encarnó ese ideal. Acaso a lo largo de su vida Bob Dylan haya sido el mejor paradigma del poeta-cantante desde que la poesía comenzó a ceder (posiblemente, desde mitades de los cincuenta del siglo pasado), el más completo, el que reunió las líricas sencillas y a la vez profundamente humanas y una música desprolija, así como la rebeldía, la moderna convicción de la inutilidad del arte, la mutación constante de estética y personalidad, el compromiso político, la conversión religiosa, el carácter tímido y huraño, todo en un solo hombre. Sólo por la existencia de Dylan puedo convenir con quien -¿quién fue, por cierto?- dijo que si Rimbe hubiese nacido en nuestra época, hubiera sido sin duda un rockero (y sólo si lo ubicamos entre mediados de los sesenta y comienzos de los setenta). ¿Se imaginan qué clase de música hubiese producido esa mente desviada y perversa? Sería interesantísimo ligar las distintas etapas de su vida y obra con los diferentes tipos de rock hasta ahora existentes, a pesar de que el resultado, sea cual sea, nunca estaría completo. Podríamos imaginarlo como un proto-Marilyn Manson, como un Cobain mil veces más inteligente, como un Jimi Hendrix mil veces más drogado...

Pero estaba hablando del final de la poesía, y de la desaparición de la lectura. Por un lado, la canción ha desplazado al poema -esto no es tan malo mientras existan las excepciones y no se pierda el hábito de consumir poesía. Por el otro, los novelistas sueñan con filmar sus historias (tenía un profesor que renegaba de esto), lo que resulta sintómatico si bien no es ni malo ni bueno en sí mismo. Y en medio, un grueso de teleaudiencia hipnotizada 24/7. Philip Roth lo puso de esta forma: "Hemos perdido la batalla contra las pantallas. Pronto la lectura será una cosa de culto". Roth llega por medio de la especulación a la misma conclusión a la que Caleb Crain arriba por medio de datos estadísticos en el artículo que publicó el año pasado en The New Yorker, "Twilight of books" (autobombo: el hipervínculo lleva a una traducción mía del ensayo). Crain nos advierte desde los primeros párrafos que el panorama es desesperanzador:

No existen razones para pensar que la lectura y la escritura están a punto de extinguirse; algunos sociólogos, sin embargo, especulan que la lectura por mero placer acabará por reducirse al ámbito de una "élite lectora" (...) Nos advierten que es probable que carezca del prestigio de exclusividad propio de esa época; puede que sencillamente se convierta en un "pasatiempo cada vez más arcaico."

¿Qué sucederá cuando los libros se vuelvan cosa de anticuarios, excéntricos, esnobs y freakies? Como dice Crain, nadie sabe qué alcance tendrá este cambio. La aventura literaria -al menos como fenómeno de difusión masiva- habrá durado lo que dura un parpadeo: poco más de tres siglos. ¡Temed, intelectuales, temed la inminencia de la segunda oralidad!

Pero yo hablaba de la poesía. Cuando ya nadie salvo los sub-normales lea poesía y ya nadie sienta esa magia que surge de una frase como chispazo de un fósforo, desde los versos más sencillos ("¡Qué descansada vida...!", "Toda ciencia trascendiendo", "Verde que te quiero verde"...) hasta los más complicados ("Estas que me dictó rimas sonoras", "Hay que ser absolutamente moderno"), cuando estas cosas formen parte del pasado ingenuo y vergonzoso del hombre, ¿dónde hallaremos una patria tan propicia como ella para soñar despiertos?


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