jueves, 24 de enero de 2008

Roth: Goodbye, Columbus

Se pueden distinguir, me parece, dos partes en Goodbye, Columbus, la primera novela de Philip Roth. La escena del diafragma traza la línea divisoria, a la vez que colma de significado uno y otro ciclo. Neil Klugman es un muchacho judío de clase media-baja que, un verano, conoce a Brenda Patimkim, una chica judía de clase media-alta. El encuentro ha sido imprevisible y vertiginoso; como quien no quiere la cosa, Neil se halla veraneando en la casa de los Patimkim y acostándose con Brenda regularmente. La experiencia, desde luego, es ambivalente: para Brenda, las cosas marchan bien; Neil, sin embargo, parece ser incapaz de eludir esa infinidad compuesta de los sesenta metros que separan Newark, el barrio pobre donde vive con su tía, de la zona residencial y la amplia casa de los Patimkim. La sensación que tiene durante toda su estancia en esta casa -la de ser un simple advenedizo- se transfiere a su relación amorosa, y Neil comienza a dudar, más aún cuando comienza a acercarse el día en que Brenda deberá marcharse a Radcliffe, a reanudar sus estudios. Ocurre entonces la escena que mencioné: Neil le pide a Brenda que acuda a un ginecólogo y consiga un diafragma. La propuesta le parece (como al lector, en un primer momento) disparatada y carente de justificación. Sólo al final de la discución podemos entender de qué va la escena:

-No quiero, Neil, sencillamente. No es porque me lo hayas pedido tú. No sé de dónde te has sacado eso. No es eso.
-Entonces, ¿qué es?
-Es todo. Es que no me siento lo suficientemente mayor como para acudir a esos procedimientos.
-¿Qué tiene que ver la edad?
-No quiero decir la edad. Quiero decir... Yo. Quiero decir que es una cosa tan premeditada...
-Claro que es premeditada. Exactamente eso.
(Págs. 104-105, el subrayado es mío)

Para saltar la brecha, para franquear esos sesenta metros, Neil necesita esa premeditación, una premeditación que en última instancia implica una toma consciente de responsabilidad, un compromiso mayor. De pronto se nos hace claro que no sólo la relación con Brenda, sino toda la vida de Neil está marcada por la espontaneidad, desde su alojamiento en casa de tía Gladys hasta su pequeño trabajo en la biblioteca. Y, además, de que este quizás sea el primer síntoma de la vida adulta en Neil. El primer ciclo se ha cerrado.


Nuestro segundo ciclo, el de las relaciones serias y las responsabilidades mayores (Neil ha sido ascendido en su trabajo, con un aumento de ocho dólares), si bien conlleva la felicidad de la confirmación del amor de Brenda, se nos muestra como un horizonte más bien triste. El hermano de Brenda, Ron, se acaba de casar, y nos encontramos en plena celebración después de la ceremonia. Neil se halla atrapado en una conversación con un viejo familiar, borracho, que no deja de hablarle de su vida personal y su negocio de bombillas. Jugando un poco con la caricatura del judío viejo que sólo vive para ganar dinero, Roth personifica en Leo Patimkim esa vida adulta a la que ya está entrando Neil, un destino que -por ser Leo y Neil de la misma "especie", ambos judíos de clase media-baja- bien podría ser el suyo:

-(...) ¡Un hombre de cuarenta y ocho años con una niña de tres!... Mi mujer quiere que vuelva temprano a casa y que juegue un rato con a niña antes de acostarla. Vente a casa, y yo te pongo la copa. ¡Ja! Me paso el día oliendo gasolina, metiendo la cabeza debajo del capó con algún poilisheh mugriento... y ésta quiere que me vuelva enseguidita a casa y me tome un martini en un frasco de gelatina de un vaso. Cuánto tiempo piensas pasarte de bar en bar, me dice. ¡Pues hasta que nombren Miss Rheingold a una judía! (Págs. 142-143)

-Gano menos que un taxista, eso es un hecho. (Pág. 143)

-(...) ¡Aaaj! Todo lo bueno de mi vida puede contarse con los dedos de una mano. Si alguien me dejase un millón de dólares en herencia, no tendría ni que quitarme los calcetines. Y todavía me queda una mano entera. (Pág. 146)

-(...) Yo tengo más cerebro en la punta del dedo meñique que Ben [el opulento padre de Brenda] en la cabeza entera. ¿Por qué tiene que estar en lo más alto y yo en lo más bajo? ¿Por qué? Puedes creerme: si has nacido con suerte, es porque tienes suerte. (Pág. 147)


Nouvelle de maduración, del inevitable adiós a la juventud y el posterior ingreso a la "Vida" de la que nos habla la voz del cursi disco de Ron, Goodbye, Columbus, en su complicada sencillez, verdaderamente sorprende.

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