martes, 16 de junio de 2009

Por ejemplo, entro al Facebook y me topo con un mensaje que escribió X hace unos días a un tipo, la misma X de la última decepción amorosa -si se le puede llamar así-, en que le dice algo así como "justo estaba pensando en ti" y "¿te apuntas a tal y tal cosa el fin?". Carajo, digo yo, más curioso por saber qué clase de hombre es el que merece un coqueteo tan abiertamente coquetieril. Así que entro a su perfil y, ¿qué clase de hombre encuentro? Un pata musculoso besándose los bíceps en una piscina con otros dos musculosos. Entonces me digo está bien, carajo, que se derrumben de una buena vez todas las mitologías, y que una mujer se meta con un pata que se besa los músculos en su Facebook sólo en razón de sus músculos y su belleza física. Que las mujeres tienen un espectro ampliado, que lo primero que ven es la "personalidad" de los hombres antes que las "pompis", ¡chusma de viejas! La mujer es tan superficial como el hombre. Y eso está bien. Es una desvirtuación de la belleza, si se quiere, una belleza apócrifa dirán los platónicos y poetas, pero qué carajo, la belleza es al fin y al cabo subjetiva. La belleza no debería ser patria exclusivamente masculina. Está bien. Por lo demás, si mi teoría es correcta y las mujeres piensan en términos de historia -mientras que los hombres en término de circunstancia-, el mito de la personalidad también debería venirse abajo, en tanto que existe escasa posibilidad de que las categorías mentales de las mujeres cambien, como quien dice, de fichero. Nosotros, más que ninguna otra sociedad, somos una cultura de lo visual: no me vengan con huevadas. Pero esto no es suficiente, claro está. La supuesta liberación de la mujer es un chiste con punch line predecible: sus liberalidades no han hecho más que esclavizarlas aún más del hombre. De alguna manera, y habría que rastrear este "emborronamiento" de este significado particular, la mujer ha abandonado su simbolización de belleza para trocarla o teñirla por la del objeto sexual; o mejor aún, la belleza ha pasado a ser, seguramente por los medios de comunicación en masa, en gran parte, potencialidad de satisfacción del deseo erótico. La vieja idea de la belleza de los poetas implicaba la castidad, la fidelidad, la fragilidad, la dependencia, además de la sexualidad, que estaba un poco subordinada a las otras. Es evidente que idea de belleza ha quedado allí, como parte del significante mujer; de alguna manera, la liberación de la mujer ha consistido en la inversión de la jerarquía de esos significados, y la posterior negación de los nuevos subordinados. La sexualidad ha pasado al mando, y las otras, por incoherencia con este nuevo régimen, han sido marginadas del significante, de modo que sexualidad y belleza se han fundido en un sólo significado que redefinido el rol de hombre. Los poetas de nuestro siglo ya no alaban los rizos dorados y la piel blanquísima, la mirada furtiva y la timidez, propias de una belleza femenina "honrada"; no, los poetas de nuestro siglo le cantan a las tetas, al potazo, adviertiendo que "te voy a reventar, mamita". La belleza hoy equivale a potencialidad sexual, la sed de belleza es sed de sexo. Pero la mujer sigue en el mismo lugar de siempre: en tanto objeto de adoración, se encuentra definida por las estipulaciones del hombre. La mujer es lo que el hombre quiere que ella sea. La verdadera liberación de la mujer vendría sólo en el momento en que, como dice Barthes, el significante largue a patadas al significado lo más lejos posible, lo que en este caso consistiría en abandonar su lugar de objeto de adoración, sea de belleza o de fecundidad o de potencialidad de satisfacción del deseo carnal, y devenir mujer, a secas. El nacimiento de la Mujer es, pues, de alguna forma, la muerte de la belleza, o de gran parte de ella. Esta mujer se fundiría con la imagen del hombre. ¿Cómo se redefiniría el rol del hombre en un mundo de Mujeres? Es difícil imaginarlo. Seguramente la poesía pasaría del "qué hermosa eres" al "qué bien me tratas" o cosas por el estilo. La sexualidad también sería redefinida. Todo un ejercicio mental digno de realizarse, y del que ahora no me siento capaz de realizar.
Sea como sea, todo eso es una utopía. Y quizás sea mejor así: que las mujeres sigan coqueteando con musculosos en el Facebook y esas cosas, mientras yo escribo cosas que nadie -y esto también es bueno- leerá. Que la Mujer (la de la portada de Horses) siga allí, metida en un mundo inmaterializable. Y que aún podamos seguir diciendo "qué hermosa eres" mientras, con disimulo, le vemos el escote a nuestras amadas.
Pero, carajo, ¿qué pasaría con el amor en un mundo así?

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