lunes, 29 de junio de 2009

Cada vez me persuado más de que la verdad es menos necesaria que la esperanza. Verdad, claro, en el sentido 'filosófico' de la palabra, en tanto esencia o idea puramente abstracta. Era un poco lo que decía Rorty en uno de sus libros, y de allí es, posiblemente, de donde saque la idea; me gustaría más, sin embargo, relacionarla con la lectura de una escena de Guerra y paz, en la que Pierre Bezújov, ya hecho conde, conversa con el príncipe Bolkonski. Están subidos en un botecito, atravesando un río; el séquito los espera en la otra orilla para continuar viaje. Bolkonski, que acaba de perder a su esposa y cuya salud se restablece poco a poco tras casi perecer en una guerra sin sentido, se encuentra sumido en una depresión tremenda. Bezújov, un tipo más bien tonto y torpe, siente muy de cerca, sin embargo, la tristeza del príncipe. Quiere de todo corazón subirle los ánimos, pero no sabe cómo hacerlo. Entonces, sin planearlo, en medio de una perorata sobre su recientemente adoptada masonería, le dice que quizás, sólo quizás, la clave de la felicidad resida en la convicción de que es posible llegar a ser feliz. Uno no puede dejar de convenir con Philip Roth en que el mundo es una mierda, y que la literatura ha perdido la batalla contra la televisión, o con Walter J. Ong en que estamos cayendo inevitablemente en una "segunda oralidad", o concluir, frente a un vistazo a nuestra región, que estamos condenados a volver a los viejos autoritarismos, que el sentimiento de insatisfacción frente al sistema democrático es, a final de cuentas, justificado en la medida en que su adopción, contrariamente al caso europeo y estadounidense, parece repelida una y otra vez por Latinoamérica como un transplante desafortunado es repelido por el cuerpo del paciente. En fin, que nada sirve para nada, que las humanidades son una pérdida de tiempo, que toda forma artística posee una importancia más bien accesoria, que la gente nunca descubrirá la totalidad del lenguaje, que los libros desaparecerán, que los hombres jamás llegarán a un acuerdo legítimo, que el país no tiene ni tendrá futuro, y en fin, que todo está a punto de irse, irremediablemente, a la más reverenda e inexpugnable mierda. Bien. Uno puede persuadirse de que nada tiene remedio. Un día, sin embargo, llega algún Bezújov y, sin querer y de un golpe, nos hace recobrar la esperanza. La felicidad se funda en la persuasión de que es posible ser feliz. Quizás sólo baste regresar a la esperanza para volver a echarse a andar. Como cantaba Bob Dylan en los últimos segundos del que fue posiblemente uno de sus discos más pesimistas y oscuros:
There's a way to get there, and I'll figure it out somehow.
But I'm already there in my mind,
and that's good enough for now.

No hay comentarios: