jueves, 20 de mayo de 2010

¡Incluso se me ha ocurrido contarle que soñé con ella, que había un piano en la casa de la infancia, que me había rechazado de nuevo! No viajaré al norte. Francia, con sus ostentosos chistes sin gracia y su cara bonita, ha sitiado por completo el territorio. ¡Dónde se ha visto que un virreinato se alce contra Napoleón! Irme, encontrarla y caer nuevamente en la depravación. ¿Cuánto habrán cambiado las cosas? Para mí apenas se han movido de su sitio -pero eso debe ser obvio en este punto. 'Ojalá hubieras ido conmigo a ver Fígaro', le decía hace dos años en mi habitación, con ella acostada en mi cama. Y ella me respondía que sí, que ojalá, dando una inflexión extraña a la frase, perdiendo la mirada en algún punto del techo. Un efecto maravilloso, preñado de potenciales fantasmagorías. Mi degradación de 'Julio' a 'Julito'. Mi resentimiento. Todas esas cosas de alguna manera permanecen, persisten sin que los días y la nueva gente y acontecimientos los conjugue, les cambie la forma. Y ahora me encuentro en una situación incómoda: la conciencia de que, en estos dos años, no he conocido a nadie que siquiera se le compare. Viajar en tales condiciones, ¿para qué?

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