Es sábado y tendría que haber salido, sí. Siempre me dió gracia ese estatus ontológico del fin de semana, independiente de si tienes trabajo o no, de si has tenido una semana verdaderamente jodida o si te la has pasado desde el lunes tirado en tu cama rascándote las pelotas: qué importa, hay que salir. No es que sea una de esas personas, claro (y si lo fuera poco importaría), pero yo debí haber salido hoy, sí, preferentemente con B. Por la mañana tuve un examen para el que no me había preparado bien, y mientras paporreteaba lo que podía unos minutos antes de la hora, los ojos se me desviaban hacia cada mujer que pasaba, cada belleza que parecía un maldito milagro único, irrepetible y a la vez reproducido sin cesar segundo a segundo, de mujer a mujer. Vamos, que había muchas tipas más buenas que el pan, lo que obstaculizaba aún más mis intentos de concentrarme. (Obstáculo epistemológico, jajaja.) Pero, ¿a qué viene todo eso? Supongo que al hecho de que no puedo dejar de pensar en sexo. Del fenómeno sexual en general, sí, pero en particular del sexo con B. La imagino en mi cuarto, sentada al borde de la cama, mirándome con esos ojos de gata: un segundo de vulnerabilidad bastaría. Un instante de fragilidad haciéndose evidente en la relajación de los músculos de su rostro, la súbita tibieza de la mirada, la tendencia de la boca a "horizontalizarse". Un segundo en que aparezca el resplandor avellana en los ojos, en que se materialice (este fenómeno me encanta, por lo demás) la realidad psicológica de la tensión. Como si los sentimientos se volvieran una masa de carne entre una y otra persona. Allí, en medio del huracán, los deseos manifestándose en silencio, el tacto presuroso de imantarse a la piel ajena, allí, allí, allí. Me sucede que, noche tras noche, esta imagen se transfigura sin cesar en mis sueños, con una realidad y una vividez tales que me da miedo que los otros descubran lo que trato de esconder, al oírme murmurar su nombre en la oscuridad. Morder las sábanas, estrujar la almohada vacía. Conjurar su nombre. Ah, B. ¿Se trata sólo de este tacto, de esa frotación corporal, o acaso hay algo más, algo en ciernes que podría...? Me pregunto si debería ser más agresivo. Sé que me he vuelto demasiado perezoso, que la experiencia con A ha terminado por arruinarme. Sin embargo, siempre he profesado el credo de la naturalidad: las cosas deben tener consecuencias coherentes, caer con un movimiento uniforme en el lugar que, según el contexto creado alrededor, les corresponde por derecho. Supongo que soy muy Aristotélico en ese sentido ("lugar natural"); más me valdría ser partidario de Einstein. Moldear el espacio a mi manera, organizar el orden de las cosas según mi voluntad. Someterla, en una palabra. ¿Hay intenciones al otro lado de la cancha? El tema de reflexión en boga estos últimos días. Y, ¿las hay? Larecontrachuchadelaconchadetuhermana. Los juegos de seducción siempre me han resultado agotadores y aburridos, y estoy consciente de que éste no durará mucho. Me aterroriza, sin embargo, imaginarme en un futuro cercano lamentándome de que las cosas no ocurrieran porque no lo intenté. Por otro lado, me molesta ser uno más del montón de pretendientes, me molesta que aquella parte de mi ser que mi voluntad es incapaz de controlar tienda a satisfacer el ego de las personas equivocadas. B, tan maravillosamente orgullosa, no se merece semejante don. ¡La contrición, y la reputaquelaparió! Desde luego que pesa más la contrición. Lo que no me deja más alternativa.
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2 comentarios:
Han pasado unos minutos desde que cargó esta puta página donde debo dejar el comentario (que, por lo demás, no lo es respecto al post).
Volver a apelar a recuerdos cojudos me parece casi tan cobarde como pretender disculparme (o invocarte a disculparnos) sin darte la cara. Pero en fin, igual escribo porque yo sigo aquí --como Traveler, toutes distances gardées-- y porque, por eso mismo, no recordarte se me hace complicado cuando veo a un last-days o huevadas tan nimias como esas.
En fin, es sábdo por la noche y tampoco he salido, jaja. Debe ser eso lo que me hace pensar que, cuando Charly muera, caeré por tu crib. Y me alegra que ya no hayan más Daniel(es) a quienes maldecir por nuestras desventuras ¿amorosas?
Táctica cojuda, si me permites decírtelo. Como esos escritores pretenciosos que anotan: "¿diré que blablaba? No, eso sería incorrecto, así que no lo diré." ¡Pero si ya lo dijeron! Nunca supe por qué me escribiste diciéndome "hay que vernos" cuando, en realidad, ambos sabíamos que no ibas a proponer una cita jamás. Te resulta demasiado incómodo esto de los problemas amicales, bien lo sé; por ello, renuncié hace bastante tiempo a "reanudar" nuestra amistad. Ahora que ya no estoy en Lima, ahora que resulta imposible que nos reunamos, vuelves a conjurar la amistad perdida, los buenos tiempos. Yo fui un huevonazo, es cierto, pero te tocaba a ti arreglar las cosas: tú fuiste feliz mientras yo me iba a la mierda. Era lo justo, no podías no haberte dado cuenta. Y si fue así, si no te diste cuenta, no creo entonces tener culpa alguna en lo ocurrido. Que lo sepas de una vez, y que quede todo claro, ya que has decidido hacerlo así, por este medio, a través del pixelado de la computadora. Pongamos punto final a este baile sin sentido. Entérate de que me dolió que, apenas conocieses el amor, nuestra amistad se haya visto reducida a uno que otro intercambio de saludos. De que me quedé solo y me fui a la mierda. De que me dio un asco indescriptible el que me saludaras al inicio del semestre, en H, después de no habernos visto durante seis meses, como si nada hubiese pasado; y de que si te correspondí fue sólo porque me quedé helado ante tanta hipocrecía, en el mejor de los casos, o ante tanta estupidez, en el peor. De que, en fin, algo se quebró, de que alguna vez pensé que acaso con esmero y esperanza podríamos repararlo, y de que, por último, me terminó dando igual si sucedía una u otra cosa. Supongo que tú habrás cambiado tanto como yo: has expandido, ciertamente, tu grupo de amigos más allá de lo que yo jamás lograré, has aprendido cosas nuevas y fantásticas, te has visto envuelto en situaciones graciosas, siniestras, trágicas, has superado muchos obstáculos, has sido buen y mal perdedor, has sido insoportablemente feliz, en fin. Me ha sucedido lo mismo a mí, y no veo cómo ni por qué deberíamos reanudar algo que ya sólo pertenece al pasado. Dicho de mejor manera, no hay nada que reanudar. Acaso hubiéramos podido empezar de nuevo si me hubieses llamado como dijiste que harías, si nos hubiéramos encontrado y hubiésemos hecho las paces. Te soy sincero: creo que hubiera sido lo mismo. No tengo planes de quedarme en Lima por más de mes y medio al año, y escribir más de un mail a la semana me da demasiada flojera. No quiero internet buddies, y ya no tenemos cómo ser amigos de verdad. Me sigues cayendo bien, y no sabes cuánto me encantaría poder charlar contigo sobre LOS temas humanos por excelencia (ahora que sé un poquito más y que puedo intentar llevarte el ritmo), apelando a ejemplos tangibles de nuestras vidas, un poco como antes, o un poco mejor que antes quizá, pero no veo cómo podría suceder. Si de algo sirve: lo siento. Siempre puedes llegar aquí y enterarte de las huevadas que pasan en mi vida -si tienes un blog, me encantaría conocerlo-, dejar un comentario o no dejarlo. Supongo que eso es todo. Cuídate, y que te vaya bien.
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