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martes, 16 de febrero de 2010

¿De qué sirve todo esto si el pecho se siente como un puño cerrándose sobre una flor marchita?

martes, 22 de enero de 2008

Por ejemplo, uno se detiene y se pregunta: ¿por qué diablos escribo? Casi desearía ser Diderot: bien dispuesto a pagar el precio en optimismo ingenuo, pero al menos algo importante, casi romántico, que me brinde el tan deseado grado ontológico. A veces me descubro tejiendo fantasmagorías, ideando paisajes y asesinando mujeres imaginadas que, como las reales, terminan rechazándome. Después tengo que vérmelas con la abulia o el desgaste neuronal, pero eso es otra historia. Las ideas flotan, gozosas, inacabadas. Schopenhauer lo dijo (mejor que mi paráfrasis, por supuesto): la concepción es muy linda pero el desarrollo es un cosa bien jodida. En fin, Schopenhauer también dijo eso de que las mujeres tienen los cabellos largos y las ideas cortas, así que quién sabe. ¡Qué precioso el didactismo en estas circunstancias! O, por último, el surrealismo y los periplos inmanentes. (Alguna vez, en un estado de automatismo producido por cierta pastillita, escribí un poema que trataba de gitanos y de la muerte. Y no me ayudó en nada a saber quién diablos soy, en ningún nivel. Y encima el poema era una mierda.) Estas líneas, sin ir más allá, responden a un impulso absolutamente caprichoso. Soy demasiado egocéntrico para las utopías ilustradas. Y soy demasiado flojo para todo. Hace unos minutos miraba las fotos de una muchacha que seguramente ya me ha olvidado y pensaba: "si al menos..." Un cuerpo desnudo y las transfiguraciones del lenguaje, como el pintor y la musa desnuda en una habitación sombría. Qué desastre.