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miércoles, 23 de abril de 2008
Otello: "Credo"
Otello
Acto II: "Vanne! La tua meta già vedo"
G. Verdi. Libreto de Arrigo Boito.
Solista: Bryn Terfel
IAGO
Vanne! La tua meta già vedo
Ti spinge il tuo dimone,
e il tuo dimon son io.
E me trascina il mio, nel quale io credo,
inesorato Iddio.
¡Ve y síguelo! Ya veo llegar tu final.
Te guía tu demonio,
un demonio que lleva mi nombre.
Y a mí me arrastra el mío,
un Dios inexorable al que profeso mi fe.
Credo in un Dio crudel che m'ha creato
simile a sè e che nell'ira io nomo.
Dalla viltà d'un germe o d'un atòmo
vile son nato.
Creo en un Dios cruel que, a semejanza suya,
me ha creado, y a quien en mi cólera invoco.
De la vileza de un germen o de una partícula
infame fui creado.
Son scellerato
perchè son uomo;
e sento il fango originario in me.
Si! questa è la mia fè!
¡Soy un canalla
porque soy un hombre!
Siento el fango primigenio en mi interior.
¡Sí! ¡Éste es mi Credo!
Credo con fermo cuor, siccome crede
la vedovella al tempio,
che il mal ch'io penso e che da me procede,
per il mio destino adempio.
Creo, con la misma devoción
con la que una viuda reza en el templo,
que el destino me inspira
los actos ruines que planeo y cometo.
Credo che il guisto è un istrion beffardo,
e nel viso e nel cuor,
che tutto è in lui bugiardo:
lagrima, bacio, sguardo,
sacrificio ed onor.
Considero al hombre justo un bufón hipócrita
de rostro y de corazón,
y que todo en él es mentira:
lágrima, besos, miradas,
sacrificio y honor.
E credo l'uom gioco d'iniqua sorte
dal germe della culla
al verme dell'avel.
Vien dopo tanta irrision la Morte.
E poi? E poi?
La Morte è' il Nulla.
È vecchia fola il Ciel.
Y considero al hombre un juguete del destino inicuo
desde el capullo de su cuna
hasta los gusanos de su tumba.
Y después de tanta burla, la Muerte.
¿Y después? ¿Y después?
La Muerte es la Nada.
¡Y el Cielo un chisme de viejas!
Etiquetas:
Giuseppe Verdi,
ópera italiana,
Willy Shakespeare
miércoles, 19 de marzo de 2008
lunes, 28 de enero de 2008
Desde hace al menos cuatro años mi mayor deseo ha sido el de poder regresar al pasado y cambiar las cosas. Hubo inclusive noches en que, a caballo entre el sueño y la vigilia, me desvivía rogándole a Dios que me concediera el milagro; me parecía un poco a esa Aída del primer acto de la ópera de Verdi, loca de dolor:
salvando, claro, las distancias, pues il mio soffrir no era tampoco tan terrible. Entonces me quedaba dormido y soñaba que era una especie de Jaromir Hladík: una voz profunda e infinita exclamaba "tu deseo se te ha sido otorgado" y, al abrir los ojos, la primera de la lista de mis arrepentimientos -pues mis contriciones tienen que ver más con mujeres que con otra cosa- volvía a sonrojarse, volvía a rechazar la petición de sus amigas por quedarse a mi lado, y volvía, tan sublime, tan inverosímil, a decirme con una sonrisa: hacemos un buen equipo. Con el corazón estallando de gozo, reconocía -pues parte del acuerdo consistía en que se me permitiese regresar con la memoria intacta- la existencia y la misericordia de Dios. Un gozo imposible: el de saberse capaz de enmendar algo físicamente imposible de enmendar.
En ese momento solía despertar.
¡Qué maravilla ser capaz de volver a la pubertad, de consumar ese amor irrealizado! La lectura de ciertas novelas de Vargas Llosa me entristecía -me entristece- por ese motivo: esos amigos de barrio y amores de colegio que abundan en su obra son algo yo jamás tuve. Parte del deseo de volver a la primera de la lista (esto ya parece un tango) se basa en esta frustración. La primera es la más especial; las siguientes carecen de ese valor agregado. Sin embargo, hay una contradicción. La memoria es indispensable para que el regreso sea tal: si no fuese capaz de recordar lo que sucedió y, por ende, ser consciente de que me encuentro repitiendo un episodio ya vivido, lo más probable sería que las cosas terminasen ocurriendo de la misma forma en que lo hicieron antes. Sería, pues, algo parecido al eterno retorno nietzscheano. Si no hay memoria, no hay retorno. Ahora bien, ese primer amor, el amor entre dos niños que descubren por primera vez su sexualidad, se cimenta en la inocencia de ambos. Es esta inocencia lo que hace tan venturoso un amor de colegio, la angustia del primer beso -el primero de todos- a alguien que jamás ha sido besado, la alegría del primerísimo tacto de una mano de niña; al mismo tiempo, el saberse por primera vez besado, tocado, y la conciencia, no exenta de cierto pánico, de que uno está entrando a un mundo nuevo, del que no había tenido noticia antes. El gozo, pues, del descubrimiento, y la ciega sospecha de que se está dejando una etapa atrás. ¿Cómo regresar a un estado de inocencia ya abandonado sin, a su vez, abandonar la memoria? ¿Cómo una mente adulta podría alcanzar ese gozo del primer amor, un gozo que no se entiende sin la inocencia propia de la infancia? ¿Y cómo garantizar la enmienda si no se dispone de la conciencia del retorno? No son tanto las leyes físicas, sino esta contradicción la que hace de mi deseo algo imposible de lograr. Como dice el verso de Rimbaud: "¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando!"
En fin, esas cosas, por más que uno quiera, ya no regresan.
[Agregado desde el futuro, febrero del 2010: Eso de "La memoria es indispensable para que el regreso sea tal" es materia del tango más bonito que ha escrito Alejandro Dolina, "Reencarnación"
]
In note cupa
la mente è perdutta,
e nell'ansia crudel
vorrei morir.
Numi, pietà del mio soffrir!
salvando, claro, las distancias, pues il mio soffrir no era tampoco tan terrible. Entonces me quedaba dormido y soñaba que era una especie de Jaromir Hladík: una voz profunda e infinita exclamaba "tu deseo se te ha sido otorgado" y, al abrir los ojos, la primera de la lista de mis arrepentimientos -pues mis contriciones tienen que ver más con mujeres que con otra cosa- volvía a sonrojarse, volvía a rechazar la petición de sus amigas por quedarse a mi lado, y volvía, tan sublime, tan inverosímil, a decirme con una sonrisa: hacemos un buen equipo. Con el corazón estallando de gozo, reconocía -pues parte del acuerdo consistía en que se me permitiese regresar con la memoria intacta- la existencia y la misericordia de Dios. Un gozo imposible: el de saberse capaz de enmendar algo físicamente imposible de enmendar.
En ese momento solía despertar.
¡Qué maravilla ser capaz de volver a la pubertad, de consumar ese amor irrealizado! La lectura de ciertas novelas de Vargas Llosa me entristecía -me entristece- por ese motivo: esos amigos de barrio y amores de colegio que abundan en su obra son algo yo jamás tuve. Parte del deseo de volver a la primera de la lista (esto ya parece un tango) se basa en esta frustración. La primera es la más especial; las siguientes carecen de ese valor agregado. Sin embargo, hay una contradicción. La memoria es indispensable para que el regreso sea tal: si no fuese capaz de recordar lo que sucedió y, por ende, ser consciente de que me encuentro repitiendo un episodio ya vivido, lo más probable sería que las cosas terminasen ocurriendo de la misma forma en que lo hicieron antes. Sería, pues, algo parecido al eterno retorno nietzscheano. Si no hay memoria, no hay retorno. Ahora bien, ese primer amor, el amor entre dos niños que descubren por primera vez su sexualidad, se cimenta en la inocencia de ambos. Es esta inocencia lo que hace tan venturoso un amor de colegio, la angustia del primer beso -el primero de todos- a alguien que jamás ha sido besado, la alegría del primerísimo tacto de una mano de niña; al mismo tiempo, el saberse por primera vez besado, tocado, y la conciencia, no exenta de cierto pánico, de que uno está entrando a un mundo nuevo, del que no había tenido noticia antes. El gozo, pues, del descubrimiento, y la ciega sospecha de que se está dejando una etapa atrás. ¿Cómo regresar a un estado de inocencia ya abandonado sin, a su vez, abandonar la memoria? ¿Cómo una mente adulta podría alcanzar ese gozo del primer amor, un gozo que no se entiende sin la inocencia propia de la infancia? ¿Y cómo garantizar la enmienda si no se dispone de la conciencia del retorno? No son tanto las leyes físicas, sino esta contradicción la que hace de mi deseo algo imposible de lograr. Como dice el verso de Rimbaud: "¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando!"
En fin, esas cosas, por más que uno quiera, ya no regresan.
[Agregado desde el futuro, febrero del 2010: Eso de "La memoria es indispensable para que el regreso sea tal" es materia del tango más bonito que ha escrito Alejandro Dolina, "Reencarnación"
]
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