Mostrando entradas con la etiqueta bloody cosas de la vida. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bloody cosas de la vida. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de abril de 2010

Estoy cansado, enfermo, confuso. Me he ido despojando poco a poco de todas mis convicciones, y ahora pareciera como si estuviera desnudo. ¡El fin de los tiempos! Hay pequeños detalles que la gente cree que uno no capta; en esa convicción (en ese desinterés) radica la ignominia. En fin, uno camina, uno espera que la señorita salga de los servicios, expectante ante la escalera. En el interín hojea un libro desganadamente. Ante los personajes que desfilan día tras día ante mí, me he vuelto muy amigo de los medievales. La verdad es que la primera vez que vi Tristan und Isolde (en DVD, una muy mala versión: era también la primera vez que la escuchaba) me quedé deslumbrado por la fuerza del concepto del honor. Hoy quisiera pisarle los pies a la hermana de una amiga que no veo hace años. Sale la señorita, reanudamos los vacíos: una conversación en los extrarradios del lenguaje. Me pierdo en mi propia maraña mientras busco un cigarrillo que sé que no tengo. Le dan ganas a uno de escribir un poema, o al menos romper una copa. Todo, al final, se reduce al roce involuntario de una extraña en un micro que uno ha tomado por equivocación.
Pero carajo, ya parezco Cortázar.

sábado, 24 de abril de 2010

Les sorprendería saber cuántas mujeres de las que me he enamorado han nacido en este mes. Uno no puede evitar pensar en el primer verso de The Wasteland. El fin de abril trae el fin del verano, del excesivo calor, de la mala ropa, de la insolación y, sobre todo, de la semidesnudez de las mujeres. A veces siento como si fuera a explotar: el rimbaudiano corazón se me llena de amargura. Podría colgar el resto de mi vida de sus labios, como sombrero olvidado. El mes está lleno de frustración. Pero ya se acaba y uno puede volver a las casacas, a los ojos verdes sobre la bufanda morada, al café y a los cigarrillos.

viernes, 9 de abril de 2010

Serventesio en clase de Francesca (29/3)

Como la tristaniana muesca
mellando la espada irlandesa
así las clases de Francesca
me están cagando la cabeza.

lunes, 5 de abril de 2010

Artefacto

Tengo un amigo en Argentina que es gay y que trabaja en un bar gay, el primero, se supone, de Latinoamérica. Apenas lo descubro; luego, pienso, la amabilidad desinteresada no parece ser patrimonio de los hombres hétero. Habrá pensado que yo también lo era y que la tristeza que llevaba de equipaje (perdonen el lugar común) tenía ese origen. Me gustaría tener la oportunidad de agradecerle.

viernes, 19 de marzo de 2010

Guardaba su dirección en mi billetera: una casa que nunca llegué a conocer, cerca de un parque que parecía el límite del mundo. Escribí, hace tiempo, un poema en que un niño en bicicleta rondaba como cuervo nuestras conversaciones. Hablaba de un ramillete de multitudes, acaso del sol que abrasaba los columpios. No es más que una sombra, ahora. Una suerte de nostalgia y vértigo me invade cada vez que regreso a esas imágenes. Pánico, sobre todo. Me alojé en un hotel que estaba al lado de una fábrica, como el hogar de mi infancia. Unos meses antes de llorar en ese hotel escribí las líneas más perversas y enloquecidas que haya escrito jamás. Babeaba sobre el papel, sobre la carpeta de Biblioteca Central. Yo quería que nuestra última conversación se pareciera a una toma cinematográfica. Este deseo me espanta. No pretendo contar esta historia ni una vez más. Me pregunto si todavía pensará en mí. Yo apenas pienso en estas cosas.
Es casi la una de la mañana y estoy escuchando una banda alemana de rock progresivo que suena demasiado a Dream Theater. Si urgo entre mis enseres, descubro que sólo me apasionan mis propias pasiones. El trabajo inquisidor es a veces necesario, pero mucho más, todavía, lo es amar. Sigo siendo un sucker por los ojos azules. Me gusta reír, y me gusta la lógica de cierto tipo de comedia. La crueldad es a veces un ejercicio necesario. Fumo uno o dos cigarrillos al día. A veces sueño con la piel de mujeres prohibidas. Me gusta perderme en mis lecturas, latir al ritmo de la sintaxis de la frase. Escribir me da miedo. Adoro las fantasmagorías que son puro significante. Mi sentido del olfato está muy poco desarrollado. No sé rimar ni hacer poesía. Me siento orgulloso de haber logrado desaparecer en una pieza para piano. Supongo que la felicidad es una forma de auto-anulación. Me gustaría viajar a Estocolmo. Disfruto mucho del movimiento de mis propias fantasías.

lunes, 8 de marzo de 2010

Gracioso, rimar borracho. Rimar drogado parece arrojar resultados más interesantes: véase, sino, el post de hace unos días. Pido disculpas. Ando releyendo la obra de Rimbaud.
Me resulta muy difícil decidir cuál poema detesto más. Aunque no lo voy a negar: rimar "enteroccocus" con "autofocus" y hacerlo funcionar, esto es, totalmente borracho, fue una cosa muy chévere.

lunes, 15 de febrero de 2010

Leyendo una entrada antigua de uno de mis múltiples intentos de llevar un diario, descubro que, carajo, ¡sí que estaba deprimido hace un tiempo! Quería divorciarme del mundo sin desprenderme del todo de él. El arte me parecía el único refugio que valía la pena habitar, y mi mayor deseo era tener la conciencia lo suficientemente fuerte como para lograrlo. Eso, claro, es imposible. Por ejemplo, a veces a uno le entran ganas de ver comedias gringas, y si se es tan obsesivo como yo, termina viendo muchas. En las últimas dos semanas he visto:

The 40-year-old virgin ("Virgen a los 40")

Talladega nights: The ballad of Ricky Bobby ("Pasado de vueltas")

Jay and Silent Bob strike back! ("Jay y el Silencioso Bob contraatacan")

Knocked up ("Lío embarazoso" o "Ligeramente embarazada")

Pinapple Express ("Superfumados" o "Piña Express")

Zack and Miri make a porno ("¿Hacemos una porno?")

Superbad ("Supercool")

Fanboys (sólo por los cameos; por cierto, that movie sucked balls)

I love you, man (sólo por Rashida Jones, esa mujer es fucking gorgeous)

Step brothers ("Hermanos por pelotas" [de lejos mi traducción favorita])

Funny people ("Hazme reír")

Walk Hard: The Dewey Cox Story ("Dewey Cox: una vida larga y dura" [nótese el innuendo en el título])

Blades of glory ("Patinazo a la gloria")


Y como cuarenta minutos de Anchorman, que debe ser la película más mala que haya visto en mi vida. ¡Más de diez películas del género, por Dios! Acaso siga aún deprimido. Pero uno no puede vivir en el arte todo el tiempo, ¿verdad?

viernes, 17 de octubre de 2008

Tristeza.
La verdad es que tengo muchas cosas que decir. Muchas. El problema es que cuando esto pasa, que es bastante raro, o se me da por escribir entrecortadamente frases ininteligibles (una suerte de aforismos tela), o me agarra la necesidad del arranque confesional y termino diciendo cosas que no me gustaría decir normalmente, en especial en un lugar como éste. Como quien dice, una ebriedad sobria y triste. En fin, parece que me voy a un boliche con gente que no conozco, y contra mi voluntad (como siempre), así que la corto. Ya mañana continúo.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Pero Mozart -como dicen ahora de la globalización con todo esto de la crisis financiera (pobre Moscú, y, ¿podrían ser más idiotas los islandeses? Sí: mi curso de economía ya me cagó la cabeza. Lo peor es que hasta disfruto leyendo estas cosas. Cada mañana bajo, cruzo la calle a Disco, compro mis medialunas, regreso y le compro al kioskero ledzeppelinero -un instant classic, por lo demás- el Clarín: me paso toda la mañana leyéndolo and actually enjoying myself while doing it...)- iba diciendo: pero Mozart, como el fenómeno de la globalización (tún-tún-¡TÚN!), tiene su lado oscuro. Curioso reflexionar sobre eso ahora, mientras me como mi chocolatín, después de una larga y fatigosa jornada culinaria (hice arroz con pollo como para un comedor popular). Es que no puedo seguir viviendo de La Americana y Ugi's por más tiempo, no, no, no. Aunque la media de muzza de Ugi's esté 5 putos pesos (media pizza grande a menos de 5 luquitas, compare) y a media cuadra de aquí. Ah, Ugi's. Pero no, decía que ayer Wolfgang fue el gran responsable de mi desesperación. Sucedió como un lento proceso de ebullición: a medida que pasaba la tarde esa suerte de escozor, de burbujeo en el pecho, se iba intensificando cada vez más y más, hasta que llegó un punto en que la tapa de la olla salió volando y comenzó a hacérseme difícil respirar, pensar (tuve que abandonar a mi Houellebecq a medio capítulo) y hasta estarme quieto. Todo esto con la música de Mozart resonando en el background mental: recordaba esos momentos en los que la belleza alcanza cotas insoportables, en que la orquesta intensifica las notas, las ajusta, y en que los cantantes arriban a una nota aguda o soberanamente grave, y el clarinete desconfigurando todo, alargándose en medio de un todo cambiante, como una bala que recorre universos heterogéneos con movimiento uniforme, exactamente como eso, y, lo juro, pensaba que iba a enloquecer. Me decía: "¡No es para tanto, won! Todo esto es psicológico: como piensas todo en términos dramáticos se te ha ocurrido que hoy no estaría mal pasar por una crisis, para darle sabó' a las cosas. ¡Como si fuera una trama inteligente, siquiera!", pero no funcionaba, por más que me increpase y tratara de develar el "placebo maligno", por llamarlo de alguna forma. De modo que las cosas se iban poniendo peores. Pasé las innumerables librerías (al regreso encontré una copia de los sesenta o setenta de "El lamento de Portnoy", aunque demasiado cara) los teatros fastuosos, el falo que llaman "Obelisco" con esa avenida de mierda que te toma dos semáforos cruzar, fumé, compré mi entrada para Les Luthiers: la gente, creía, me miraba con una mezcla de compasión y espanto (porque sabía que se me notaba a leguas la desesperación, como si estuviera caminando en llamas -como el tipo de la portada de Pink Floyd-) y todo eso. Cuando regresé, tenía gran parte de mi cuento resuelto. Catarsis le llaman, ¿no? La verdad es que no está yendo mal el cuento, aunque sea una suerte de re-elaboración de mis lecturas y no tenga mucho de original. Pero ya veremos. Sólo tres horas más tarde recibí el mensaje: una cancelación seguida de un raincheck. Ca marche pour moi. Las cosas se ponen interesantemente peligrosas, y viceversa.

jueves, 18 de septiembre de 2008

No estaba muerto, andaba de parranda...

El 12 de julio daba por finalizado este blog con la frase anterior, "tengo miedo". Un golpe de suerte: después de todo, no es un mal final. Hoy, 18 de septiembre, poco más de dos meses después (¡DOS MESES! ¡Pero si parece que hubiese pasado al menos un año!), vuelvo a las andadas, con un brownie a medio acabar al lado y aprovechando al máximo el internet gratuito de Gandhi. Habrá que hacer algunos reajustes, sin embargo. Enfocar los esfuerzos hacia un tema en particular, en vez de distribuirlo entre fragmentos cada vez menos interesantes. "Especialización", según mis fotocopias de economía (guácatelas), in order to achieve eficiencia. ¿Y los arranques confesionales, ahora que ciertos detalles encubren, al menos parcialmente, mi identidad, entre los que ahora son los protagonistas de mi vida? Quién sabe. Ahora no tengo ganas de escribir sobre mis líos amorosos o del delirium tremens about certain fille. Certain fille qui aujourd'hoy j'ai encontré at the elevator... Basta. Al hecho, y basta de entelequias. Cuando mis esfuerzos se vean recompensados, sea con una reciprocidad animal (porque para novio yo no sirvo, "che") o con una mueca de asco, acaso escriba algo de ello aquí. Entretanto, a cubrir los hoyos del zócalo, que se puede escapar el duende.
Habrá, además, que aceptar el triste hecho de que yo soy el único freak obsesionado con la ópera entre mis amigos y conocidos. No sólo con la música (por cierto, he desarrollado una adicción absurdamente enorme por Mozart en estas últimas semanas), sino también con las producciones, los conductores, los directores, los camera-guys y hasta con quien se está acostando mi soprano favorita que-además-está-más-buena-que-el-pan. Dejaremos, pues, de hablar tanto de estas cosas, que parece que sólo a mí me interesan hasta ese punto. Me gusta mucho hablar solo, pero es aún mejor cuando los temas de debate son también interesantes fuera de mi cráneo.
Sobre los temas literarios no hay punto de negociación.
Y el teatro, ¡ah! Cómo lo extraño. Aquí he visto una puesta de El hombre almohada (que dirigió Fischer en Lima hará un par de años, superior en sus fundamentos pero inferior en tratamiento comparada con su compañera argentina), una de El hombre inesperado de Yasmina Reza (Ángeles dirigió Art en Lima, de la misma autora), con una vieja que era una suerte de transfiguración de Jimmy Santi y un craving por risas que incluso llegó a desfigurar por momentos a los personajes, y una maravillosa, maravillosa, maravillosa puesta de Tres hermanas del maestro Chejov, en la que, por momentos, creí descubrir algo esencial, algo que no me siento capaz de expresar con palabras pero que, habrá que decirlo, encuentra su simiente no tanto en el montaje de turno (si bien necesita de un buen montaje para aparecer) como en ese no-sé-qué que Chejov infundía en sus obras, ese no-sé-qué fundamental, que trasciende la cultura de sus personajes y hasta sus personajes mismos, que llega hacia el core de la vida misma y que, paradójicamente, sólo puede aprehenderse sentado en la butaca, atendiendo a la función del montaje de turno. Tres espectáculos en dos meses. Dios santo. Pronto tendré que revisar la cartelera y elegir entre cientos de obras una que me interese. Y si me da la gana anotaré algo o no, ya veremos.
I need to roll one y no hay un baño cerca. ¿Y si alguien se lleva mi laptop mientras estoy hablando con Nicholas?
Aquí dejo esto. Gandhi está casi desierto y las necesidades apremian. Un brownie y una coca no están mal por tres horas de internet, ¿verdad? La próxima sólo pido un té. Aunque debería estar estudiando que el mercado, que el capital y cómo hacer chalacas en la economía estatal. Y lareputamadre. Fuck it. Me voy a la residencia, a descansar un rato y a revisar las bases kuhnianas de un cuento-desafío que tengo que escribir para fines de mes. La próxima semana huiré a Uruguay y asunto arreglado. Se pueden meter su economía por el orto, guachos.

jueves, 26 de junio de 2008

1. Necesidad de explicar las cosas. Necesidad de recordar todos los puntos de la explicación, cada palabra, cada forma de cada guijarro que forma el camino. Necesidad de repetir; horror del olvido. Luego, necesidad de una explicación para la explicación.
2. Necesidad de comprender. Necesidad de saber que se está comprendiendo.
3. Conciencia de que para comprender hay que arriesgar el pellejo. Miedo de salir herido. Espanto a la inmovilidad. Esperanza en el sufrimiento.
4. Sensación de vacío.
5. Sensación de hartazgo.

5 (/1.) Harto de los límites del cuerpo. Harto de querer sentir y, a la vez, temer la sensación verdadera. Harto de la gente, que parece nunca llegar a comprenderme. Harto de esta ciudad, de que al mediodía salga el sol y en la noche, cuando a uno se le ocurra caminar y pensar un poco, comience una puta lluvia infinita. Harto de aparentar cortesía, de ser incapaz de decir: "no me importa un carajo lo que me estás diciendo, si te sonrío es porque tengo miedo, porque se supone que debo ser buena gente, porque no me quiero quedar solo, cuando en realidad me importa un carajo lo que me dices, es más, no entiendo nada, y te escucho porque soy incapaz de concentrarme en cualquier otra cosa cuando alguien me habla, pero ya ves, me cago de miedo, ¿puedes verlo?, ¿puedes siquiera sospechar que me cago de miedo y que me aburres?, ¿y que, a la vez, temo aburrirte?, ¿puedes ver más allá de la superficie de mi silencio?, no, porque sigues hablando, porque jamás te callarás, y a mí me llega al pincho lo que me estás diciendo." Harto de no escribir, de no pensar. Harto de la embriaguez absurda de la farsa a la que me someto. Harto de mi falta de disciplina. Harto de que mi propio cuerpo me niegue el rigor que le exigo. Harto de los clichés, de la degradación consciente del lenguaje, de retroceder un paso para establecer una comunicación ficticia. Harto de los nombres y de las fechas, de la ciencia y de la literatura. Harto de aparentar lo que no soy. Harto de....
4. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío. Vacío.
3. "Ciencia y paciencia / el suplicio es seguro." ¿Seré capaz de sobrevivir la cuota de Violencia necesaria para la fiebre? ¿Podré sobrevivirme a mí mismo?
"Lo único verdaderamente insoportable es que nada en este mundo es insoportable."
Soy un cobarde.
2. NULIDAD DE LA MENTE.
1. Sentado en medio de un desierto, Funes observa el movimiento inmóvil de la noria. Piensa en las modalidades griegas del infierno; se masturba pensando en la expresión de Sísifo al ver rodar la piedra, al verlo comprender por primera vez. Recuerda unos versos y sonríe, deseando con furor rabioso pronunciar, cada vez con más fuerza

How happy is the blameless vestal's lot!
The world forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!
Each pray'r accepted, and each wish resign'd.

Aunque al final no dice nada.

jueves, 29 de mayo de 2008

No soy una buena persona. No soy lo suficientemente amigable como para tener muchos amigos ni lo suficientemente interesante como para carecer de la necesidad de buscar su compañía. A los extraños les inspiro una mezcla de indiferencia y espanto. Me resulta imposible creerle a quien me dice que me quiere o que aprecia mi presencia. Carezco de caballerosidad, aunque profese la fe de la buena urbanidad. No sé cómo sonreír, ni cómo explicarme con brevedad; la comunicación humana se me antoja un misterio indescifrable. La mayoría de veces digo lo que no siento, o lo digo de tal manera que me hace parecer un esnob, cuando mis intenciones eran muy distintas. Sólo me doy cuenta de ello cuando ya no hay manera de rectificarlo. No poseo talentos especiales, ni disciplina, ni una inteligencia fuera de lo ordinario. No me gusta llamar la atención: sólo en este aspecto parezco obtener un notable éxito, especialmente con las mujeres. Me entristezco ante la caravana inaccesible de la belleza femenina. Todo aquello que no puedo tener me excita, y viceversa. Al amor romántico prefiero la amistad; a la amistad, la soledad. Y a la soledad prefiero la muerte. Repudio a la vez al platonismo y a mi propio cuerpo. Mi idea de libertad es equiparable a una forma de desaparición. No tengo prospectos, ni ánimos, ni obsesiones.
Y ya. Se me acabaron las palabras.

lunes, 26 de mayo de 2008

Petit-post (léase como "petipán")

Siempre con deseos de degradarme un tanto metafísicamente (qué palabra más pesada), reemprender una que otra lectura, aprender teoría musical.
Y siempre, pero siempre, con una libido como animal permanentemente al acecho; como, digamos, una salamandra en medio del desierto de Sonora. Aunque, quizás, aprendiendo a aceptar esa parte de mí. O no.
(Je voudrais parler longement de mes sentiments et ce type des choses, mais je me trouve toujours incapable de le faire. J'ai pensé d'en parler en francais -puisqu'il serait plus indiférant, je n'en sais pas-, mais c'est tellement snob... oui, je m'hais moi-même, aussi.)
Leyendo, a razón de 20 páginas al día, El retrato de Dorian Gray, por primera vez en mi manceba existencia. Siento que cada libro que tomo al azar tiene de alguna manera u otra relación con la amoralidad y el hedonismo. Pienso en mi pequeño volumen de Blake, en Nietzsche (aunque a éste lo conozco más bien de oídas), en Kant, en Schopenhauer, en Rimbaud. Carajo, pienso en todo lo que me rodea. Basta con prender la tele y sintonizar cualquier serie gringa (y por hiperhomogeinización -¡qué palabrita!- todo lo que da en la tele): de médicos a policías, de profesores a alcohólicos, de putas de reality a niños pubertos: cualquier clase de personaje se reduce a si éste is getting some o no. Carajo, basta con prender la puta tele. O apagarla e ir al teatro a ver Misericordia y soplarse diez minutos de una conversación que versa sobre las consecuencias psicológicas de hacerlo demasiadas veces en la pose del perrito. Uno pensaría que con tanta libertad e irreverencia y open minds la cosa terminaría aburriendo, pero no. Shame on me por siquiera pensarlo. Ya. Basta de quejarme. Quisiera parecerme al adolescente de Dios les conserve la alegría, caballeros, homosexualidad aparte. O volverme el ser más indolente de la Tierra. Como lo segundo es más fácil, ¡ea!
Prometiendo aquí en este mismo instante (aunque no sé qué importancia pueda tener) que, apenas termine la traducción y subtitulado de Tristan -cosa jodida y absurda, pero muy linda-, empezaré la redacción de una pequeña comedia que tengo bosquejada en mi cabeza. Pensaba escribir una huevada idiota y real y visceral con efectosespecialesmuuuycheveres (es decir no pero sí) pero no le encontré al final ninguna gracia y ya me pregunto si es una nueva victoria de mi manía de no acabar nunca las cosas heriditaria o innata y a la mierda y ya
Recordando una frasecilla que escribí para mi tarea de francés: "Nous avons bu trop de champagne, donc nous avons couru nus dans la rue." Jajajaja. Soy un perfecto imbécil.
Riéndome con el nick de un amigo: "Soñar no cuesta una mierda".
Y la hora Inca kola: 01:59. Eso me da cuánto, ¿5 horas y 30 de sueño? Qué tristeza. Al menos la vieja se dio por vencida y el perro dejó de aullar. Hurra por ello.

sábado, 23 de febrero de 2008



Cuando no se sabe vivir la vida, hay que escribirla.

lunes, 28 de enero de 2008

Desde hace al menos cuatro años mi mayor deseo ha sido el de poder regresar al pasado y cambiar las cosas. Hubo inclusive noches en que, a caballo entre el sueño y la vigilia, me desvivía rogándole a Dios que me concediera el milagro; me parecía un poco a esa Aída del primer acto de la ópera de Verdi, loca de dolor:

In note cupa
la mente è perdutta,
e nell'ansia crudel
vorrei morir.
Numi, pietà del mio soffrir!

salvando, claro, las distancias, pues
il mio soffrir no era tampoco tan terrible. Entonces me quedaba dormido y soñaba que era una especie de Jaromir Hladík: una voz profunda e infinita exclamaba "tu deseo se te ha sido otorgado" y, al abrir los ojos, la primera de la lista de mis arrepentimientos -pues mis contriciones tienen que ver más con mujeres que con otra cosa- volvía a sonrojarse, volvía a rechazar la petición de sus amigas por quedarse a mi lado, y volvía, tan sublime, tan inverosímil, a decirme con una sonrisa: hacemos un buen equipo. Con el corazón estallando de gozo, reconocía -pues parte del acuerdo consistía en que se me permitiese regresar con la memoria intacta- la existencia y la misericordia de Dios. Un gozo imposible: el de saberse capaz de enmendar algo físicamente imposible de enmendar.
En ese momento solía despertar.

¡Qué maravilla ser capaz de volver a la pubertad, de consumar ese amor irrealizado! La lectura de ciertas novelas de Vargas Llosa me entristecía -me entristece- por ese motivo: esos amigos de barrio y amores de colegio que abundan en su obra son algo yo jamás tuve. Parte del deseo de volver a la primera de la lista (esto ya parece un tango) se basa en esta frustración. La primera es la más especial; las siguientes carecen de ese valor agregado. Sin embargo, hay una contradicción. La memoria es indispensable para que el regreso sea tal: si no fuese capaz de recordar lo que sucedió y, por ende, ser consciente de que me encuentro repitiendo un episodio ya vivido, lo más probable sería que las cosas terminasen ocurriendo de la misma forma en que lo hicieron antes. Sería, pues, algo parecido al eterno retorno nietzscheano. Si no hay memoria, no hay retorno. Ahora bien, ese primer amor, el amor entre dos niños que descubren por primera vez su sexualidad, se cimenta en la inocencia de ambos. Es esta inocencia lo que hace tan venturoso un amor de colegio, la angustia del primer beso -el primero de todos- a alguien que jamás ha sido besado, la alegría del primerísimo tacto de una mano de niña; al mismo tiempo, el saberse por primera vez besado, tocado, y la conciencia, no exenta de cierto pánico, de que uno está entrando a un mundo nuevo, del que no había tenido noticia antes. El gozo, pues, del descubrimiento, y la ciega sospecha de que se está dejando una etapa atrás. ¿Cómo regresar a un estado de inocencia ya abandonado sin, a su vez, abandonar la memoria? ¿Cómo una mente adulta podría alcanzar ese gozo del primer amor, un gozo que no se entiende sin la inocencia propia de la infancia? ¿Y cómo garantizar la enmienda si no se dispone de la conciencia del retorno? No son tanto las leyes físicas, sino esta contradicción la que hace de mi deseo algo imposible de lograr. Como dice el verso de Rimbaud: "¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando!"

En fin, esas cosas, por más que uno quiera, ya no regresan.

[Agregado desde el futuro, febrero del 2010: Eso de "La memoria es indispensable para que el regreso sea tal" es materia del tango más bonito que ha escrito Alejandro Dolina, "Reencarnación"
]

martes, 22 de enero de 2008

Por ejemplo, uno se detiene y se pregunta: ¿por qué diablos escribo? Casi desearía ser Diderot: bien dispuesto a pagar el precio en optimismo ingenuo, pero al menos algo importante, casi romántico, que me brinde el tan deseado grado ontológico. A veces me descubro tejiendo fantasmagorías, ideando paisajes y asesinando mujeres imaginadas que, como las reales, terminan rechazándome. Después tengo que vérmelas con la abulia o el desgaste neuronal, pero eso es otra historia. Las ideas flotan, gozosas, inacabadas. Schopenhauer lo dijo (mejor que mi paráfrasis, por supuesto): la concepción es muy linda pero el desarrollo es un cosa bien jodida. En fin, Schopenhauer también dijo eso de que las mujeres tienen los cabellos largos y las ideas cortas, así que quién sabe. ¡Qué precioso el didactismo en estas circunstancias! O, por último, el surrealismo y los periplos inmanentes. (Alguna vez, en un estado de automatismo producido por cierta pastillita, escribí un poema que trataba de gitanos y de la muerte. Y no me ayudó en nada a saber quién diablos soy, en ningún nivel. Y encima el poema era una mierda.) Estas líneas, sin ir más allá, responden a un impulso absolutamente caprichoso. Soy demasiado egocéntrico para las utopías ilustradas. Y soy demasiado flojo para todo. Hace unos minutos miraba las fotos de una muchacha que seguramente ya me ha olvidado y pensaba: "si al menos..." Un cuerpo desnudo y las transfiguraciones del lenguaje, como el pintor y la musa desnuda en una habitación sombría. Qué desastre.