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viernes, 19 de febrero de 2010

Poética ebria

El arte, digámoslo ya sin tapujos, es la Suprarrealidad. Lo digo a peligro de parecer surrealista. El arte ordena; el arte brinda teleología; el arte regala sentido. El mundo, lo digo mucho después de haber estudiado a Mallarmé, es, para el artista, material crudo a ser transformado, ordenado y beautifulizado. La belleza está en el eye of the beholder, y éste es patrimonio de la historia social. No se puede salir de las contriciones del lenguaje; menos aún, del ciño de la historia. El arte es presente indómito, insubordinable. El arte es presente más allá de la historia. La literatura imita en pos de una revitalización. La literatura unifica; es el material nucleico de las religiones. La música es el significante liberado de toda significación. Las artes plásticas son tan reordenamiento como la literatura. Una novela no es, como dijo Stendhal, un espejo que se blande a través del camino: es el camino que se construye sobre una trocha inmunda. La belleza es sólo un medio de significación. Los sentidos son la plantilla que sobrepone la conciencia sobre la naturaleza. La distorsión sensorial es una manera no de aprehender otra realidad, sino de ser otro, ser otros múltiples en la inmensidad del aprehender el mundo. El artista debe purgarse solamente de todo aquello que obstaculiza su reposado rumiar del material crudo. El arte es un castillo aéreo que se construye sobre los cimientos de lo ya escrito, ya pensado, ya vivido. Un artista no puede ser sin otros artistas; el arte se construye no sobre el mundo, sino sobre lo que otros han artificado del mundo. El significado es inexistente; o, mejor dicho, es la liebre que huye del presente: como dijo Carroll, hay que perseguir su punto fijo a zancadas. El peor pecado para un artista es la pereza. La ascesis del artista es tan fugaz como el presente. El arte carece de límites: lo dicho no ha de ser dicho de otra manera, sino sobre otra cosmovisión: el artista es un trotamundos cuyo universo es mayormente imaginario. El arte está hecho de símbolos sobre símbolos sobre símbolos. La belleza del arte es inseparable del desdén del mundo en que uno habita. El artista es un ser insatisfecho: el arte sólo puede brotar de la náusea. El arte es sólo un juego divertido, una partida de ajedrez en una tarde de otoño. El arte no puede ser vivido a tiempo completo: es una experiencia que brota de la experiencia de la insatisfacción. El mundo no puede ser separado del arte principalmente porque el arte es la negación del mundo. La música, que celebra el mundo, no es más que una irrupción de baile en medio de una plaza desértica. El drama cantado es quizás el punto más alto de toda experiencia artística, pero su perfección sólo puede ser imaginada. El arte es autodestrucción; el artista es un kamikaze. Todo arte es dispensable. Todo arte es un suspiro metido en una bolsa de plástico en un día de calor insoportable.
El arte es amor no correspondido.

sábado, 21 de junio de 2008

La puerta está ahora abierta. Tanto miedo... pero de mí mismo, de mi propia inclinación hacia la miseria. ¡Pero cuán cierto es que no existe conocimiento sin pérdida, fascinación y empuje sin la debida cuota de violencia! Science et patience... Dios mío. O en palabras de Calígula: "No hay como el odio para que las personas se vuelvan inteligentes."
Qué mejor ejemplo que el yo de estos días. Casi no leo, y cuando leo no entiendo un carajo. Es decir, entiendo, pero no entiendo. Me sucede que todo ahora me resbala. ¡Mis preciosas lecturas! Ayer leí Calígula, de Camus, y estaba todo ahí, todo visible. Y lo veía, pero a la vez... Pero a la vez. ¿Por qué sólo puedo pensar en términos teóricos, en problemáticas fantasmales? La víspera de anteayer me la pasé escribiendo un pseudoensayo sobre El malentendido, que no voy a postear porque es demasiado absurdo, y lo mismo: comprendo el aspecto teórico, pero en algún punto mis ojos se cierran ante el drama. ¡El drama! Puedo reflexionar por horas, por ejemplo, sobre el elemento existencialista en el drama de Camus, la modernidad de sus personajes (Friedrich y el ideal vacuo)... digamos, en Calígula, la radicalización de la lógica, que es a su vez la negación de ella, o la esclavitud del hombre frente a su propia muerte, o cómo para matar a la muerte se necesitaría negar la vida misma... pero los mismos hechos no conmueven. Vamos, estas mismas reflexiones me dejan insatisfecho, árido. Árido.
Quizás sólo baste prender el equipo y escuchar a Wagner.
¿Por qué me cuesta tanto hablar de mí mismo?
Quizás sólo haga falta trabajar. Sufrir y después trabajar duro, pasarse las noches en vela, fumando o emborrachándose o lo que sea; demencia, demencia y un desprecio orgulloso, una sana envidia, la negación de todas las cosas, movimientos circulares. Un amor maravilloso e indiferente. Una moral que se anule en sí misma. Un cuerpo en espléndida decadencia. Y millones, millones de páginas llenas de circunlonquios, de accesos de fiebre, de miseria mal entendida, de oraciones entrecortadas y mierda, mierda, mierda, mierda.
A la mierda con el francés. Lo que único que quiero es dejar de querer, y aún así obtener lo que quiero.

martes, 29 de enero de 2008


El arte es una explosión.

martes, 22 de enero de 2008

Por ejemplo, uno se detiene y se pregunta: ¿por qué diablos escribo? Casi desearía ser Diderot: bien dispuesto a pagar el precio en optimismo ingenuo, pero al menos algo importante, casi romántico, que me brinde el tan deseado grado ontológico. A veces me descubro tejiendo fantasmagorías, ideando paisajes y asesinando mujeres imaginadas que, como las reales, terminan rechazándome. Después tengo que vérmelas con la abulia o el desgaste neuronal, pero eso es otra historia. Las ideas flotan, gozosas, inacabadas. Schopenhauer lo dijo (mejor que mi paráfrasis, por supuesto): la concepción es muy linda pero el desarrollo es un cosa bien jodida. En fin, Schopenhauer también dijo eso de que las mujeres tienen los cabellos largos y las ideas cortas, así que quién sabe. ¡Qué precioso el didactismo en estas circunstancias! O, por último, el surrealismo y los periplos inmanentes. (Alguna vez, en un estado de automatismo producido por cierta pastillita, escribí un poema que trataba de gitanos y de la muerte. Y no me ayudó en nada a saber quién diablos soy, en ningún nivel. Y encima el poema era una mierda.) Estas líneas, sin ir más allá, responden a un impulso absolutamente caprichoso. Soy demasiado egocéntrico para las utopías ilustradas. Y soy demasiado flojo para todo. Hace unos minutos miraba las fotos de una muchacha que seguramente ya me ha olvidado y pensaba: "si al menos..." Un cuerpo desnudo y las transfiguraciones del lenguaje, como el pintor y la musa desnuda en una habitación sombría. Qué desastre.