Sacralidad. Pienso en Tristan und Isolde, la noche sagrada y el Liebestod. Pienso en el sacrificio de Elisabeth en Tannhäuser, en los cánticos de los peregrinos a la luz del alba y el grito eufórico de Heinrich. Pero también pienso en la idea del honor, en el seppuku planeado y ejecutado por Yukio Mishida, en la nobleza del honor, en el lamento de Friedrich al perder la batalla contra Lohengrin; en la muerte un poco ridícula del marido de Irina en Tres hermanas, o más bien, en la frase despojada de cualquier sentimiento del tío, como quien dice que va a llover, "Mataron a tu marido en un duelo".
Vaya, pero yo estaba pensando en lo sagrado. La sacralidad. Ya conocemos los entretelones del giro copernicano y el antropocentrismo, si la palabra existe. Después (¿vino algo antes?) llegan los románticos, apuntando su brújula al Oriente: de súbito, lo sagrado se haya en la naturaleza. Sagrado: misterio. Sagrado: un más allá del hombre. Algo humano, pero a la vez mayor, algo que lo trasciende. Arden las iglesias; las cabezas de los talleres se desplazan a las fábricas; un lúgubre narrador relata los mil oficios de la gente de la noche, gente que draga las inmundicias de los barrios londinenses bajo la complicidad de la luna. Dos guerras más tarde, caído el gran Muro, bajo la ficción del turbocapitalismo y con un único mito global estampado en un papel verde, ¿dónde ha quedado la sacralidad? Un amigo me respondió "el dinero", pero si bien nuestra sociedad le rinde culto al dinero, éste carece de ese trascender-al-ser-humano; nada más material que el dinero, después de todo. Sacralidad: misterio; en el dinero no hay misterio (aunque sí hay fe). Aventuro una respuesta: el amor. Debo haber citado más de una vez al buen Tomás Segovia y a su prólogo a la traducción de la obra de Nerval: carajo, si en algo persisten los mitos románticos es en esto, en el amor. Romeo y Julieta, Tristán e Isolde: ¿no suena a toda esa mierda gringa del the one? No creemos en Dios, pero creemos -o aún queremos creer, que acaso sea más significativo- que existe alguien out there que nos espera y bla, bla. Que el sentido de nuestras vidas se encuentra el amor; que nuestras vidas tienen, efectivamente, un orden dispuesto por una ley que trasciende este mundo, el orden universal del amor, etc. ¿O es sólo, acaso, que creemos que el amor nos conducirá a la felicidad? ¡Ah! Necesito leer más, saber más. Estoy tan cansado. Mi búsqueda sólo refleja mis carencias, desde luego. Hay que encontrar una forma de ordenar todo esto y darle cierta persuasión. Hay que explicarle a una chica que le escribí ese mensaje borracho, totalmente borracho. Hay que volver a abrir los libros de economía. Si te soy sincero, mi querido y nunca bien ponderado 'Julito' (¡ach!), estoy agotado de esta ciudad. Exhausto de compartir mi cuarto, de tener que ver las caras de tantas personas todos los días, de tener que despedirme de mis amigos para siempre. Desde luego, hemos recuperado cierto equilibrio: ya no tenemos que estar borrachos todos los días para no sentirnos miserables. Podemos mantener el buen humor: la válvula de la pena negra parece haberse cerrado casi del todo. El recuerdo nos sigue autosaboteando, ciertamente, pero, ¿cómo estar molesto, si sólo recordando sus cositas sonrío como un infeliz? Ah, pensar chi'io non ti vedo più, Susanna mia. Felice te che puoi vederla quando vuoi. Y eso. A decir verdad, ya no veo la hora de regresar a esa ciudad de mierda que es Lima. Minuto de confesiones: estoy cansado. Necesito mi cuarto, mi bici, el parque ese que queda en Miraflores y su pequeña biblioteca, carajo, un refugio, un lugar de descanso para poder aplicar las reformas que tengo en mente. Y, ¿lo diré? Mis amigos. Pero a la vez lo que deseo lo deseo por un brevísimo tiempo, unas semanas que me ayuden a recomponer el desastre que fui hace unos días y que, claro, aquí no puedo ordenar con rigurosidad. Extraño mis cosas y a ciertas personas de Lima con una nostalgia de tiempo limitado, con fecha de vencimiento. Planeo comer mucho, ser muy feliz con mis amigos y mi familia, leer a montones (todo lo que no leí aquí, mientras me iba a la mierda, mientras amaba, mientras estaba ebrio o drogado, mientras estudiaba con frenesí, mientras era feliz en una cabaña en medio de la nada, mientras una mujer me rechazaba reiteradas veces, mientras le decía "pato" a un apostador inglés y él respondía "me estás cargando, amigo", mientras imitaba los sonidos que hacía un amigo, mientras desdeñaba a medio mundo o caminaba perdido por el centro, buscando un ruso blanco o un superpancho, mientras visitaba museos, mientras lloraba en las plazas, mientras viajaba en subte, mientras escuchaba a Dolina en Paseo La Plaza, mientras fumaba en los balcones, mientras bailaba sin gracia en los boliches, mientras hacía las colas en el supermercado, mientras cocinaba para mis amigos, mientras me amanecía sin razón alguna, y etc., etc., etc.), aprender cosas nuevas y, cuando haya terminado la pequeña curación, volver al viaje, conocer más. Sí. Pero ahora me voy a dormir.
Vaya, pero yo estaba pensando en lo sagrado. La sacralidad. Ya conocemos los entretelones del giro copernicano y el antropocentrismo, si la palabra existe. Después (¿vino algo antes?) llegan los románticos, apuntando su brújula al Oriente: de súbito, lo sagrado se haya en la naturaleza. Sagrado: misterio. Sagrado: un más allá del hombre. Algo humano, pero a la vez mayor, algo que lo trasciende. Arden las iglesias; las cabezas de los talleres se desplazan a las fábricas; un lúgubre narrador relata los mil oficios de la gente de la noche, gente que draga las inmundicias de los barrios londinenses bajo la complicidad de la luna. Dos guerras más tarde, caído el gran Muro, bajo la ficción del turbocapitalismo y con un único mito global estampado en un papel verde, ¿dónde ha quedado la sacralidad? Un amigo me respondió "el dinero", pero si bien nuestra sociedad le rinde culto al dinero, éste carece de ese trascender-al-ser-humano; nada más material que el dinero, después de todo. Sacralidad: misterio; en el dinero no hay misterio (aunque sí hay fe). Aventuro una respuesta: el amor. Debo haber citado más de una vez al buen Tomás Segovia y a su prólogo a la traducción de la obra de Nerval: carajo, si en algo persisten los mitos románticos es en esto, en el amor. Romeo y Julieta, Tristán e Isolde: ¿no suena a toda esa mierda gringa del the one? No creemos en Dios, pero creemos -o aún queremos creer, que acaso sea más significativo- que existe alguien out there que nos espera y bla, bla. Que el sentido de nuestras vidas se encuentra el amor; que nuestras vidas tienen, efectivamente, un orden dispuesto por una ley que trasciende este mundo, el orden universal del amor, etc. ¿O es sólo, acaso, que creemos que el amor nos conducirá a la felicidad? ¡Ah! Necesito leer más, saber más. Estoy tan cansado. Mi búsqueda sólo refleja mis carencias, desde luego. Hay que encontrar una forma de ordenar todo esto y darle cierta persuasión. Hay que explicarle a una chica que le escribí ese mensaje borracho, totalmente borracho. Hay que volver a abrir los libros de economía. Si te soy sincero, mi querido y nunca bien ponderado 'Julito' (¡ach!), estoy agotado de esta ciudad. Exhausto de compartir mi cuarto, de tener que ver las caras de tantas personas todos los días, de tener que despedirme de mis amigos para siempre. Desde luego, hemos recuperado cierto equilibrio: ya no tenemos que estar borrachos todos los días para no sentirnos miserables. Podemos mantener el buen humor: la válvula de la pena negra parece haberse cerrado casi del todo. El recuerdo nos sigue autosaboteando, ciertamente, pero, ¿cómo estar molesto, si sólo recordando sus cositas sonrío como un infeliz? Ah, pensar chi'io non ti vedo più, Susanna mia. Felice te che puoi vederla quando vuoi. Y eso. A decir verdad, ya no veo la hora de regresar a esa ciudad de mierda que es Lima. Minuto de confesiones: estoy cansado. Necesito mi cuarto, mi bici, el parque ese que queda en Miraflores y su pequeña biblioteca, carajo, un refugio, un lugar de descanso para poder aplicar las reformas que tengo en mente. Y, ¿lo diré? Mis amigos. Pero a la vez lo que deseo lo deseo por un brevísimo tiempo, unas semanas que me ayuden a recomponer el desastre que fui hace unos días y que, claro, aquí no puedo ordenar con rigurosidad. Extraño mis cosas y a ciertas personas de Lima con una nostalgia de tiempo limitado, con fecha de vencimiento. Planeo comer mucho, ser muy feliz con mis amigos y mi familia, leer a montones (todo lo que no leí aquí, mientras me iba a la mierda, mientras amaba, mientras estaba ebrio o drogado, mientras estudiaba con frenesí, mientras era feliz en una cabaña en medio de la nada, mientras una mujer me rechazaba reiteradas veces, mientras le decía "pato" a un apostador inglés y él respondía "me estás cargando, amigo", mientras imitaba los sonidos que hacía un amigo, mientras desdeñaba a medio mundo o caminaba perdido por el centro, buscando un ruso blanco o un superpancho, mientras visitaba museos, mientras lloraba en las plazas, mientras viajaba en subte, mientras escuchaba a Dolina en Paseo La Plaza, mientras fumaba en los balcones, mientras bailaba sin gracia en los boliches, mientras hacía las colas en el supermercado, mientras cocinaba para mis amigos, mientras me amanecía sin razón alguna, y etc., etc., etc.), aprender cosas nuevas y, cuando haya terminado la pequeña curación, volver al viaje, conocer más. Sí. Pero ahora me voy a dormir.
7 comentarios:
yo tb te extraño (L)
ESE CORNO WON, me devasta cuando lo escucho
La comida de Meche y los gritos del vecino. Imagino que todo sigue en su lugar.
juuuuUUUliooo (8) (voces de sirenas)
Fernando: ¿Tenía ella una comida en especial? No logro acordarme, y de hecho ya he olvidado casi todo de ella; así quisiera también no acordarme de los gemidos del pelao', pero eso, desafortunadamente, es imposible. Pero, ¿cuál es el punto con eso?
Diego: Esas sirenas... ah, ¡el añorado Venusberg! Siempre asoma una lagrimilla (o casi) cuando escucho eso al final de la obertura. ¡Me alegra que hayas comenzado a escucharlo! Cada día me convenzo de que esa es una de las grandes óperas de Wagner, aunque esté un poco dejada de lado en beneficio de Lohengrin, que es posterior y, en mi opinión, no tan buena. ¿O será la interpretación? ¡Ese Kollo es fenomenal! ¿Te has percatado de la gran similitud que hay entre ese Wagner aún inmaduro y los poemas sinfónicos de Strauss? Ah, Wagner es un prodigio.
Y por cierto, ¿quién te dijo que estabas incluido en eso de los amigos que extraño? Jajaja.
Diego=marica
No sé si algo en especial, pero quedé medio traumado con un menestrón que tenía queso.
El pela'o y tu descripción de sus gemidos: simplemente fue lo que vino a mi mente al pensar en chez toi.
cuando vamos a manixburg?
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