sábado, 16 de noviembre de 2013

La dichosa, proverbial página en blanco y los ojos que la miran.

Yo vine a indagar y a acometer resoluciones pero me encuentro con que todo ello ha quedado bien claro desde hace tiempo, y que lo único que puede decirse es que no he cumplido con nada de lo acordado. Palabras bonitas, promesas vacuas. La perspectiva del cambio de un sábado en la noche frente a la página en blanco -las perspectivas ilimitadas-, la esperanza torpe que le dan a uno unos cuantos tragos o la emoción de llegar de ver una estupenda obra de teatro o cerrar el libro que lo dejó lelo o eyacular después de masturbarse, la alegría de la belleza y la posibilidad de explorar lo que ésta puede ofrecer cuando se tiene frente a uno un tiempo que parece largo e ilimitado pero que puede contarse con exactitud (si son ahora las 11:30 pm, me quedan, exactamente, 25 horas y media antes de que vuelva a sonar mi despertador a las 6:00 am del lunes y tenga que nuevamente luchar para levantarme, meterme a la ducha, buscar trastabillando el bividí, los calzoncillos, las medias, luego el pantalón y la correa que ya va quedando chica y la camisa blanca, abotonarla de arriba abajo cuidando de no hacerlo a lo Cantinflas, ponerme los zapatos -sin pasadores, porque hasta para eso soy demasiado flojo-, pedir a Maura el desayuno, ir al baño, secarme el pelo, afeitarme, limpiarme los lentes, prender la tele en el canal ocho, guardar mi libro de turno en la mochila junto con el agua y los audífonos, tomarme el té con tostadas o pan con huevo o pan con salchicha o hasta una gaseosa con una pizza calentada que tengo guardada hace una semana, limpiarme la boca, lavarme la cara y los dientes y, finalmente, dar las consabidas vueltas a la corbata -cuyo nudo aprendí a hacerme con video de Youtube, porque no tuve quién me enseñara (¡snif...!)-, anudarla al cuello, ponerme el saco y guardar las llaves, la billetera y el celular y a la calle, a otro día, lunes-otra-vez-sobre-la-ciudad-la-gente-que-ves-vive-en-soledad, a los mismos papeles, a los informes, a los gritos de los jefes, a la vida de adultos para la que la gente se prepara tanto y que no difiere tanto de la vida del académico, ni en lo de la vanidad (por motivos distintos) ni en lo de los juegos de poder (igual de infantiles en ambos casos) ni en la angustia de la vacuidad ni en nada, un tiempo, iba diciendo, que pareciera infinito un sábado por la noche, cuando se tiene a disposición todo el domingo aún, y que por ello se preña al instante de promesas de cambio, pero que en verdad o nunca se aprovecha (nunca lo aprovecho) o resulta insuficiente. Renzo me dijo que nunca voy a escribir mi novela y lo más probable es que tenga razón.

Por el otro lado, ella. Siempre es ella, tampoco hay nada nuevo en esto. ¿Quién es ella ahora? Piel de bronce, pómulos enhiestos, labios rosados, pelo negro lacio hasta media espalda con cerquillo. ¿Contextura? Ligeramente ancha. ¿Senos? Pequeños. ¿Poto? Yo tengo más que ella. ¿Caderas? Casi nada. ¿Y qué te gusta de ella? Me gusta cómo se pone roja cuando se ríe. Me gusta el sonido de su voz, stream of water, gotita en la mayor. Me gusta su rostro, porque es guapísima. Me gusta su alegría su tristeza el cambio
me gusta cuando me mira después de unos tragos y se ríe después de que he dicho algo serio o
ininteligible, media risa detenida en exhalación y los ojos fijos sobre los míos, ojos negros
me gusta cuando me besa las manos, me gustó acariciarle los senos en el taxi y que luego me besara las manos
me gusta su timidez al besar, labios sobre todo y la lengüita apenas asomando
me gusta cuando se entrega y sentir que quiere acostarse conmigo, a pesar de que aún no lo hemos hecho, mi pobre verga cabeceando y a media asta (¡Ignazio...!)
me gusta cuando me escribe como loca y sin parar y me da la certidumbre de que sólo me escribe a mí
(me gustaba cuando me escribía como loca y sin parar, porque ahora no)
¿Y sin embargo?
Hoy la he estado esperando. Habíamos quedado para salir pero a las 5:00 pm me envió un mensaje diciéndome que no la hacía, dos caritas tristes :( :(. Ha estado ocupada y no le ha quedado tiempo. Hoy la he estado esperando.
¿Qué has hecho hoy?
La he esperado. Es todo lo que he hecho. Quemar horar viendo estupideces por la tele y por la computadora, esperándola. Me dijo que se liberaba a eso de las seis y que me mandaría un mensaje para encontrarnos. Hoy todo lo que he hecho ha sido esperarla.
¿Y cómo te has sentido?
Como montar en mi vida Esperando a Godot.
¿Deseas seguir esperándola?
No de ese modo.
¿Y qué es lo que deseas hacer?
Como lo que me dice mi amiga mientras compro cigarrillos. Pareces desesperado. ¿Desesperado? Sí, desesperado por tener una relación con alguien. Es normal, a veces pasa cuando una se siente sola: quieres estar con alguien a como dé lugar. Y eso se nota. ¿Te parece? Sí. Claro. ¿Entonces qué crees que debería hacer? No te muestres tan desesperado.Tómalo con calma.
Tómalo con calma. Pero yo creo que hay algo más.
¿Qué crees que es ese algo más que hay?
Creo que es otra forma de aplazamiento. Como cuando me digo: para escribir mi novela necesito conocer la historia del país. Entonces voy a la librería y me compro un libro de historia. Lo hojeo, leo las primeras páginas, subrayo. Y luego me canso y me pongo a leer una novela. Para no sentirme demasiado culpable, leo alguna novela ligeramente relacionada a lo que quiero escribir, lo que quiere decir que me pongo a leer la primera novela que tenga a la mano. Es lo que me ha pasado con La violencia del tiempo. La exagerada historia de una familia piurana. Pero qué novelón, querido. Es la segunda vez que he sollozado con un libro. La primera fue con la escena de Marcel ansiando el beso de la madre, tú sabes, cuando la madre está abajo cenando con el padre y unos invitados y Marcel, que se ha acostumbrado a que su madre le dé un beso todas las noches antes de acostarse, se pone ansioso porque sabe que ella no podrá subir esa vez por causa de los invitados, y Marcel conspira, llama a la criada y le manda un mensaje a la madre que ella responde con negativas, y se revuelca en la cama y no puede dormir y decide, como hazaña mortal, meterse en el cuarto de sus padres a esperarla porque no puede tolerar quedarse sin su beso, y cuando acaba la cena y los invitados se van y él asoma a la puerta extasiado y expectante a que suba la madre ve la sombra de su padre proyectada contra el muro subiendo las escaleras y piensa me cagué, piensa me va a castigar, y a pesar de que sabe que le queda tiempo y podría escabullirse de vuelta a su cuarto y ahorrarse la reprimenda se queda allí, se queda, no puede tolerar quedarse sin su beso, es imposible, es inaceptable, se queda y el padre lo sorprende y cuando la madre llega el padre se ablanda al notarlo tan nervioso, al borde de las lágrimas, y le dice a ella vete a dormir con tu hijo que mira cómo está, y ella, el colmo, le dice que no joda, que tiene que aprender, que es demasiado débil y maricón y que tiene que aprender a dormir sin el beso de su madre, habrase visto, y el viejo no jodas tú y anda a dormir con el chibolo que mira cómo está mujer, y Marcel duerme feliz, con su beso, con su madre, vuelta al vientre materno, Tristán diciéndole a Isolde que la casa a la que volverá cuando se muera es el vientre del que fue expulsado en el parto y toma mi mano, Isolde, volvamos juntos al vientre de mi vieja, todo tan freudiano y yo sollozando, sollozando con mi libro embadurnado de la luz que se filtraba por la ventana de la sala aquella tarde inolvidable que leí ese libro entre arrebatos y suspiros, diciéndome a mí mismo que no valía la pena volver a escribir después de haber leído el primer tomo de En busca del tiempo perdido. En fin, te decía que sollozé por segunda vez con la lectura del pasaje de la novela de Gutiérrez en que Martín Villar se mete al ataúd de su abuelo con la Mika, siendo niños aún, abrazándose a ella, y luego con el jueguito llevándolos a descubrir sus cuerpos, a descubrir el amor. El amor.
¿El amor?
El amor se ha vuelto otra forma de aplazamiento. Si yo me quedo esperándola, si me resisto a enfrentar la realidad
que no tenemos nada en común
que lo más es que estamos los dos tan solos
que ella necesita el cuerpo y el beso y la mano sobre su seno
mi lengua valiente desarmando toda timidez
mi lengua voraz que arrasa todo a su paso
y que son la lengua y la mano y no mi lengua y mi mano las de Julio Mestanza
y que yo soy el único ahí por ahora
y que no hay futuro para los dos considerando
que sus padres
que su hermana
que el trabajo
que mi edad
que mis inclinaciones
que mi decadentismo
que he fumado marihuana
que estudié literatura
y que los dos estamos tan solos
los dos
pero tan bonito es caminar
de la mano
y su respiración que se vuelve la mía
compartir el beso y el taxi
considerando que estoy perdido
que pierdo los papeles y mi rencor
mi resentimiento
mi negro y blanco y nunca gris
mis sueños y mi Tristán e Isolde
si me resisto a ver
que tampoco han sido su mano ni su lengua ni sus labios
sino la Mano
la Lengua
los Labios
de aquella que siempre
es Ella
y que no hay nada nuevo en eso
entonces
¿Entonces?
Entonces me doy cuenta de que el esperarla, el que el esperarla se vuelva lo único posible y no otra forma que tiene el tiempo de pasar mientras se hace otras cosas, no es otra cosa
otra cosa
que una máscara más de mi incapacidad de acción.
Como si esperara que ella solucionara todos mis problemas.
Como si necesitara de ella para ponerme a hacer lo que debo hacer.
Como si fuera imperativo tenerla, tenerla no a ella, sino a Ella, para poder sacarme los pantalones y la correa, la camisa y la corbata, y sentarme
sentarme
frente a la dichosa, proverbial página en blanco
en este sábado preñado de promesas
promesas de que realmente, sí, de que yo y nadie más, de que yo
y puedan surgir ustedes
puedan volverse palabras
notas musicales
iluminación dichosa
ustedes mis sombras y mis fantasmas puedan tomar forma
el chico despeinado de la formación que se da cuenta de que el mundo es ahora su conciencia
el salón de clases iluminado por un sol que desdibuja las formas
el caos y la materia y luego la voz
ATENCIÓN
poniendo las cosas en las cosas
o mi transexual creciendo entre cúmulos de basura
entre caminos de trocha sin asfaltar
mirándose al espejo y aborreciendo su cuerpo de hombre
los pelos que le salen de las axilas y del pecho
pelos puntiagudos como la esmirriada barba
mirando con deseo y envidia a las mujeres
y luego las tetas y la ardua decisión de si cortarse o no el miembro
mi transexual musa del rock en ciernes
y el espejo roto que transunta la imagen del oficinista
entre papeles y resoluciones y memoranda
deseando
la novela que es la historia del niño perdido entre curas y profesoras de verde
o la niña tatuada que es la ópera magnífica
en que se resuelven los deseos adolescentes de quien ha perdido a sus amigos
de su amigo que ha perdido a su padre
lo han parado los terrucos en la autopista y le han tirado un balazo
la historia de quien vuelve a Cajamarca
a buscar los rastros del abuelo
la historia del abuelo
que perdió el anillo de matrimonio en el fango de la playa
y que por puro amor lo volvió a encontrar
y luego se murió de un derrame cerebral
sin jamás haber escuchado o leído Pélleas et Mélisande
todos indefinidos
fantasmas que me acosan
exigiendo la forma cuya factura
se me ha impuesto como una suerte de castigo
yo que pude haber sido
administrador
contador
abogado
alfeñique de quienes ostentan el poder en el Estado
peón en el ajedrez de las altas torres
comodín en la intriga de los sillones de cuero
asesor detrás de las decisiones presidenciales
yo que pude haber sido 728
con catorce sueldos y CTS y vacaciones pagas
redondamente feliz
contentamente enamorado
con la novia del San Silvestre y el carro del año
logístico transando con los proveedores con buena pro
contador metiendo el dedo en los pagos millonarios
tesorero girando cheques en blanco y sonante
y luego administrador
jefe de jefes gritando
o lo haces o ahí está la puerta
toda la gente a mi cargo
jefe de unidad ejecutora
secretario general
ministro
y que
a mis 27 años
sin embargo y con embargo
me ha tocado padecer mis sueños
temblar en el embeleso
y leer a Proust
los cuentos de Joyce
el nunca bien ponderado Adán Buenosayres
los poemas de Gérard de Nerval
y al hermoso Rimbaud
signando
mi destino.

***

¿Qué es lo quieres?

No me importa la vida. No me importa esta vida.

¿Qué es lo quieres?

Esta vida de tiempo fragmentado y repetitivo.
Quisiera olvidarme
del nudo de la corbata.
Pero de ahí, ¿quién me mantiene? ¿Mi vieja? Mi vieja tiene 60 años y está sorda de un oído.

¿Qué es lo quieres?

Quiero verte a los ojos y llorar.
Pero he renunciado a todo decadentismo. No más decandetismo.
Porque el decadentismo es lo mismo que escuchar de adolescente a Staind.
Me da asco la autoconmiseración, que no es otra cosa que una forma de mendicidad.
Estoy harto de ser mendigo del amor de los otros.
Estoy harto de la falsa modestia.
Basta de sentir un placer banal y ególatra en el fracaso.

¿Qué es lo quieres?

Quiero verte a los ojos y llorar.
Quisiera abrazarte
seas quien seas
sea quien me toque que sea
quiero abrazarte
mirarte
quiero abrazarte y llorar a moco tendido
llorar mares
porque no lloro hace tantos años
y me hace tan mal no poder llorar

¿Qué es lo que quieres?

¿Y si te hubiera dicho que no importaba
si no había un mañana
que no importaba seguir saliendo contigo
y te hubiera llevado al hotel
cuando me diste la oportunidad de hacerlo?
They were tears coming out
of the tip of my penis.

¿Qué es lo que quieres?

BASTA.

¿Qué es lo que quieres?

Me gustaría morirme.
Cuando te vi, Catalina,
tatuada y tetona con el top de Popeye,
me diste asco.
Me diste asco y quise eyacular en tu cara
en tu lengua
en el interior de tu ano.
Ahora que ya ni quieres escuchar mi nombre,
que cambias de tema cuando se me menta,
¿qué más me va a importar?
Yo quise lamerte las heridas de tus cortaduras.
Cada vez que te llamé no fue por otra razón que para acostarme contigo.
Quise usarte pero nunca pude reunir fuerzas
porque siempre me diste pena.
¿Te imaginas
si lo hubiéramos hecho
si te hubiera hecho (como te gusta a ti decir)
en mi cama
ese Viernes Santo?
Ya ni te acuerdas.
Yo te tumbé sobre mi cama
tomándote de las muñecas
preguntándote por qué
por qué
y tú te reías.
A ver si Sebastián te escribe
tan bien como yo lo hago.
A ver si Sebastián guarda
tanto semen
como yo he acumulado por ti.
Carne que no se toca,
quisiera morirme de sed hartazgo
traspapelarme en los pliegues de tu vagina
tú que nunca
pero nunca
y yo que
quisiera
morirme ahora.

¿Qué es lo que quieres?

Una novela plana, uniforme, hemigwayiana y aristotélica.
Aristocrática.
Mallarmeana -ma non troppo.

¿Qué es lo que quieres?

Quiero tocar el piano tocarte tocar desafinado arrimarte el piano

¿Qué es lo que quieres?

 BASTA.

¿Qué es lo que quieres?

Quiero llorar.
Quiero seguir bebiendo
y luego
el lunes
hacer como si nada.

¿Qué es lo que quieres?

Quiero reformar mi vida.
Quiero olvidarme de las Catalinas de todas las formas
colores
artilugios
palabras

¿Qué es lo que quieres?

Reformar mi vida sir yes sir thank you sir.

¿Qué es lo que quieres?

Quiero
sorber las formas y los colores
de la belleza que me rodea
porque hay belleza en los jardines del ministerio
porque hay belleza en las canciones que aporreo en el piano
porque hay belleza en la deseperanza sin autoconmiseración
porque hay belleza en los labios y la lengua tímida
tú que eres tan no-Patricia
tú que eres tan no-Mercedes
tú que eres tan no-Katherine
pero no quiero
tomarte como excusa
quiero que sigas con tu vida
y si sucede, sucede
no quiero esperarte
ni que me esperes
no quiero que se me rompa el corazón
si vuelves a decirme que no
ni resentirme contigo
si vuelves a salir con el hermano de la secretaria
o con otra persona.
No quiero
que trastornes tu vida
ni darte problemas.
No quiero
un amor insano,
no quiero me quieras cuando no te quiero
ni quererte cuando no me quieras.
No quiero
obligarme a no hablarte o a no mirarte.
No quiero
volver a perder un día entero esperando a que me llames.

Lo que quiero
es seguir la senda
de lo que se me ha impuesto.

Lo que quiero
es dar forma a mis fantasmas.

Lo que quiero
es ser virtuoso;
no quiero odiar más.

Lo que quiero
es dejar los papeles a un lado
y renunciar si es que mi trabajo
se interpone entre mi yo y mi obra.

Lo que quiero
por Dios Santo
por todos los dioses
por la inanidad
por la inmovilidad del mundo
por la vida de mis héroes
por la música que adoro
por mi madre
por mi abuelo
por todo lo que he aprendido a amar en este mundo
lo que quiero
es cristalizar lo que me ha sido dado
no desperdiciar más mis pobres habilidades
y aprender
y aprender
a no odiar
a ser pertinaz
y a escribir
todo lo que me haya sido dado
expresar
quiero seguir los pasos
horadados en la arena
sin encrapularme
sin oscurecerme
sin hacer daño a los demás
sin usarlo para aprovecharme del resto
y que solamente
sea
sin ser
otra cosa más
que lo que le haya sido dado ser.







viernes, 9 de noviembre de 2012

2666: La parte de los críticos

Uno se puede perder en 2666, y de seguro Bolaño la escribió con ese propósito. Uno se pierde de la misma manera en que se perdería en una ciudad desconocida, en donde todos los caminos conducen a todas las posibilidades y, al mismo tiempo, a ninguna parte. Desarraigo es una palabra que se me viene a la mente. Homelessness --el no tener hogar, el no tener adónde regresar-- es otra. Orfandad puede ser una tercera, pero esa tiene otros matices que quizás no vengan al caso ahora mismo. En todo caso hay un desplazamiento implicado, un contínuo y casi obsesivo desplazamiento que no conduce a un lugar particular pero que sí, me parece, lleva a los personajes involucrados a la locura, o a algo, al menos, parecido a la locura: a aquel estado mental en que la realidad se desdibuja y uno comienza a olvidar quién es o quién ha sido hasta ese momento.

Podría mencionar el ejemplo obvio, Rayuela. Pero fíjate que en Rayuela existe aún la magia: quiero decir que la realidad, en aquel momento en que deja de ser lo que ordinariamente es, con sus objetos ordenados y sus decisiones ya tomadas y sus caminos concretos y sus rutinas, puede transformarse en algo mejor, en lo que de manera algo vulgar podríamos denotar como una 'realidad poética'. Oliveira y la Maga se pierden en un París que casi siempre se muestra indiferente a ellos, pero aún así, por alguna casualidad fantástica, se encuentran: salen y se pierden pero se encuentran, y aún más, saben o siquiera intuyen que van a encontrarse. Esta esperanza de una realidad más generosa y abierta a toda posibilidad de placer y felicidad, creo, no existe en Bolaño. La realidad común es siempre mezquina y vulgar y cuando su disposición ordinaria se quiebra y revela lo que hay detrás, los personajes --y el lector-- se encuentran no con el vacío, como podría suceder en una novela existencialista, sino con la ruina, la locura y la muerte. Como si detrás de las bambalinas de la realidad nos encontráramos con una película de terror. Casi está demás recordar el epígrafe de la novela, extraído de "El viaje" de Baudelaire: "un oasis de horror en un desierto de aburrimiento".

Más parecido me parece el pasaje de Lolita en que Nabokov relata la persecución desmesurada que realiza Humbert Humbert a Clare Quilty a lo largo de Estados Unidos. Esa paranoia de reconocer símbolos atroces en todo lo que uno encuentra, como si hubiese una inteligencia superior a la nuestra que dispusiera esos objetos para enloquecernos.

El misterio, entonces, equivale de algún modo a la maldad. Y la manera de llegar al misterio --nuevamente Baudelaire-- es el viaje. En Los detectives salvajes era el viaje uno iniciático: el de García Madero hacia Sonora, en que descubre éste la 'vida en poesía', que no es otra cosa que la vida a la intemperie con los sentidos en carne viva --Rimbaud en París, Rimbaud en Londres-- en la que se va perdiendo el goce del sexo, la fe en el amor, y en la que se descubre que la poesía es un acto fútil que llevado al extremo conduce, de nuevo, a la ruina y a la locura y a la muerte; y el de Belano y de Lima, con similares consecuencias. En Amuleto también Auxilio Lacouture es viajera, también vive prácticamente sin hogar, y también se ha vuelto un poco loca, pero quizás ella sea la única que a final de cuentas conserva la fe en la poesía, que en esa novela equivale al canto de esperanza de los que aún son jóvenes. 

En la primera parte de 2666 el viaje lo realizan unos críticos europeos especializados en la obra de Benno von Archimboldi a Santa Teresa, en México. Para el momento en que deciden viajar, siguiendo una pista que les ha revelado que Archimboldi podía posiblemente estar en aquella ciudad mexicana, ya hemos pasado suficiente tiempo con ellos como para conocer sus vidas. Los cuatro poseen soltura económica, tienen una posición laboral casi envidiable, dan clases en la universidad o regentan un departamento de estudios literarios y se pasan gran parte del año viajando para participar en conferencias a lo largo de toda Europa. Son, pues, lo que podríamos llamar personas 'realizadas'. Y sin embargo los cuatro son personajes marcados por una profunda soledad. Éste es un elemento clave en la obra de Bolaño: la profunda soledad de sus personajes. Trientañeros los cuatro, se encuentran por casualidad en una conferencia y se hacen amigos. Se escriben, se reúnen cuando coinciden en alguna conferencia, se telefonean. Pronto, dos de ellos, Pelletier y Espinoza, se enamoran de Liz Norton, la única mujer del grupo. Pero ¿se enamoran? Pelletier viaja de París a Londres de cuando en cuando y se acuesta con Norton, lo mismo Espinoza desde Madrid; si bien los dos están enterados de que Norton se acuesta con el otro, no la apresuran a decidirse. ¿Qué es lo que esperan estos personajes de Liz? ¿Qué es lo que esperan de su relación con ella? La vida se pasa así, sin grandes acontecimientos. El cuarto integrante del grupo, el italiano Piero Morini, personaje tullido y condenado a una silla de ruedas, actúa como mero espectador. 

Esta sobriedad, este miedo de Pelletier y Espinoza a caer en un romanticismo rimbobante y obligar a Norton a elegir a uno de los dos, y también la indiferencia y la levedad con que Norton lleva su relación con ambos, quiere representar el esfuerzo de los personajes por plegarse a aquello que podríamos llamar una conducta civilizada. La civilización del Primer Mundo, tan de avanzada, donde un trío nada sorprende, donde el amor apasionado es una huachafería y el sexo lo más común y menos íntimo que hay en el mundo. Supongo que esta conducta civilizada, al conllevar en ella una censura al deseo pasional, no es otra cosa que otra máscara de la soledad. 

Claro que la actitud civilizada y de avanzada de estos académicos se destruye en la escena del taxista paquistaní. En uno de sus encuentros, Norton, Pelletier y Espinoza toman un taxi al salir de un restaurante. Los tres conversan despreocupadamente de su relación, y el taxista, con una sinceridad tan brutal como la consecuencia que acarreará su dictamen, afirma que Liz se está comportando como una puta y que Norton y Pelletier se han convertido en sus chulos. Le piden que pare el taxi, Espinoza sale del auto, abre la puerta del conductor, lo arrastra al suelo y entre él y Pelletier le propinan una paliza que lo deja medio muerto en la acera. ¿Y qué otra cosa podían haber sentido los tres después de la paliza sino placer, gozo desaforado, una sensación que Bolaño compara con la de haberse corrido después de coger por horas? Norton decide dejar de verlos, pero pronto, porque la vida es así de mezquina y los acontecimientos frugales terminan empañando la memoria y limando las esquinas del trauma, reanudan su relación.

Hay otro evento que rescatar: la historia de Edwin Johns, el pintor que se corta la mano derecha para realizar un autorretrato que termina siendo su obra maestra. El pasaje es verdaderamente antológico. Johns se traslada a un barrio obrero --que en la actualidad de la trama se ha vuelto un barrio chic londinense: el procesamiento de lo intangible en algo fashion e inocuo-- para realizar su obra, y de alguna manera la violencia y la fealdad y la pobreza lo termina enloqueciendo. Al narrar el episodio de la automutilación Bolaño logra un estilo tan frío, tan indiferente frente lo terrible que se está narrando, como si fuera lo más normal del mundo, como si fuera otro acontecimiento frugal e inane en la vida de sus críticos, que lo deja a uno frío:

Una mañana, después de dos días de dedicación febril a los autorretratos, el pintor se había cortado la mano con la que pintaba. Acto seguido se había hecho un torniquete en el brazo y le había llevado la mano a un taxidermista a quien conocía y quien ya estaba al tanto de la naturaleza del nuevo trabajo que le esperaba. Luego se había dirigido al hospital, en donde cortaron la hemorragia y procedieron a suturar el brazo (76-77).

Esta filosofía narrativa hemingwayiana (si se me permite el término), que propone la narración más simple de los hechos más terribles para, como decía el gringo, dejar que el acontecimiento revele por sí mismo su propia verdad, es marca de estilo de la prosa de Bolaño. La prosa más sencilla que busque el efecto más brutal, como un mago que ejecuta su truco con las manos desnudas. Una prosa que con su simpleza --es decir, con su desasimiento, con su indiferencia frente a lo narrado-- añada más horror a la de por sí horrorosa historia que intenta contar.




domingo, 28 de octubre de 2012

Feliz cumpleaños

1

Tengo la impresión de que la operación favorita de la fantasía --y, arguibly, de la literatura-- es la elipsis. Lo cual haría de la sensación de felicidad una problemática temporal. Estaba escuchando hace un momento "Northern sky" de Nick Drake, y el primer verso

I've never felt magic crazy as this

me llevó a pensar en el reel que tiene el enamorado que ya no está con la chica que ama: breves momentos sostenidos por una música heartwarming (perdonen la anglomanía: he pausado una película para escribir esto), persecuciones graciosas por la playa y corte, la alcanza y la mira y corte y ahora tirados en la arena, mirando el mar (¿pero quién filma esto?) y corte y fumando un cigarrillo en el auto y corte bañándose en el mar con la ropa puesta y besándose y todo ello en silencio, quiero decir, sostenido por la música heartwarming, como esas escenas en las que un director quiere mostrarte que dos personas han tenido una cita espectacular proyectándote imágenes musicalizadas donde la chica se caga de risa y uno nunca --pero nunca-- sabe qué cosa ha dicho el tipo que ha sido tan extraordinariamente graciosa --porque cualquier intento de dar significado a un significante que flota por ahí sin 'contenido' (dirían los estructuralistas) es cercar sus posibilidades y arruinar la seducción de lo indefinido, y porque quizás nadie jamás ha tenido una cita tan buena--, de modo que sea la elipsis, los recortes de los inevitables momentos vacíos, del estornudo que le causaste con la arena, del cigarrillo que te pusiste al revés en la boca, de los silencios que no pudiste llenar y de los contactos que no hiciste o que hiciste mal, de modo que la elipsis, decía, sea la que perfecciona una secuencia de múltiples momentos para convertirlos, en el recuerdo, en algo por lo cual sentir nostalgia, acaso los que crees que han sido los mejores momentos de tu vida.

2

Si voy a ver al chico éste presentar su novela voy tener que levantarme cada día humillado por no haber escrito la mía. Quiero decir: ya no voy a poder decir nada contra ningún escritor que a mí no me guste sin que no se me pueda replicar que qué chucha hice yo, qué escribí yo para poder criticar la novela, producto terminado y fruto de un largo esfuerzo que tú no eres capaz de sostener, de ese chico que se sacó la mierda escribiéndola. Me pongo como excusas las investigaciones que (es cierto, sin embargo) debo hacer, y que el trabajo (esto también es cierto) no me permite emprender como yo quisiera. Y sin embargo me paso al menos un día del fin de semana tirado en mi cama, viendo películas o masturbándome o revisando una y otra vez el Facebook (¿para qué?, ¿acaso el Facebook me va a salvar?) o durmiendo o, en el mejor de los casos, hojeando con desgano cualquier libro. Para escribir hay que tener fe. Escribir es un acto de voluntad. Pero soy tan ingenuo, tan inmaduro, que aún creo que mi obra surgirá a pesar mío, como contaba con regocijo González Vigil que decía Fray Luis sobre sus piezas maestras, "estas obrillas que se me cayeron de las manos". Que a mí también se me van caer de las manos como quien no quiere la cosa (yo diría "que se me chorrearon"), que nunca voy a tener que esforzarme al cien por ciento para lograr hacer la novela que tengo en mente. Debería renunciar a mi trabajo y dedicarme a mi novela.

3

Igual es probable que me boten esta semana.

4

Supongo que a mí también me gustaría renunciar como el personaje de Kevin Spacey en "American beauty", diciéndole a mi jefe sus verdades y, encima, sacándole un montón de plata. Creo que me identifico con el personaje de Kevin Spacey en "American beauty".

5

Y ella allí con sus pastillas y sus juegos a la oficinita y cómo me llega al pincho que no me responda. Que se vaya a la mierda.

6

Pero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quierbasta.

7

¿Has visto que soy súper vanguardista? Ji-ji. Si me muero uno de estos días, que alguien hackee mi cuenta y borre todo lo que he escrito aquí. No a pesar de que reconozco que hay cosas que valen la pena, sino por esas mismas cosas, porque son la promesa de algo que nunca prosperó. Como con ella y con la reina rubia y con la del nombre raro y con la hueca sin remedio. Hopeless.

8

--Vete, won. Veeete --me escupe mientras habla.
--¿Y el dinero?
--Vete nomás. Resígnate a ser misio si vas a ser artista --se mete un seco de chela. La música revienta y debe gritarme al oído. No lo veo a los ojos. ¿Me está hablando en serio?-- Me decían que jale a Julito, que lo lleve conmigo --creo que te confundes... fui yo quien te dijo en broma ¿por qué no me jalaste a tu nueva chamba cuando te fuiste?-- pero yo no porque tú debes largarte won. Lárgate lejos. Este no es tu mundo.
--Largarme a escribir a Francia, como el final del Retrato del artista adolescente-- evidentemente no le respondí eso. --Y tú, ¿estás feliz con lo que haces?-- me meto un seco de chela.
--No, won. Me llega reverendamente al pincho --escucho a las amigas por ahí, bailando en la pista. ¿Qué cosa están tocando...? Ya. Una salsa.-- Hasta hace poco me la corría a cada rato. --Me río. ¿Qué tiene que ver?-- Este mundo te anula, won. Todos somos infelices. Míralo sino al supervisor, ahí. Pregúntale cuántas veces se pajea a la semana.
--¡Anda, won! ¿Qué chucha le voy a preguntar eso?
--Oye, Pedro. ¡Pedro! --el supervisor voltea. Cabeceaba de sueño.-- Este won es muy tímido y no quiere preguntarte. ¿Cuántas veces te pajeas a la semana? ¿Dos, tres?
--Tres, más o menos. Sí, no paso de tres --me ha sorprendido que lo haya dicho con tanta naturalidad. Supongo que oficialmente todos somos patas. Eso, al menos, en un contexto alcohólico. ¿Pero quiénes no se vuelven patas en un contexto así?
--Yo estaba en una diaria, won --me grita al oído y luego vuelve a chupar.

9

Si lees mis cosas y reconoces mi talento, ¿me dejarás sorberte la chuchita y penetrarte por el culo?

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"American beauty" es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. La he visto tres veces. O dos veces y media, ya que la última todavía sigue en marcha porque, como dije hace un rato, la pausé para escribir esto. La primera quizás un año después de que saliera. Creo que la vi en Warner cuando aún era el canal 16 en el cable, cuando aún era medio chibolo y sentía cierto gozo en la transgresión que significaba ver calatas en horario adulto. Obviamente no la entendí. La segunda hará hace un año. Mis ojos se llenaron de lágrimas en más de una escena. Me pareció una película perfecta. Esta última ya no me ha gustado tanto, pero las escenas que me gustaron en un principio --la de la bolsa (tan manoseada, pero ¡qué hallazgo!), la de la aparición de Mena Suvari en el techo de la habitación de Kevin Spacey, rodeada de rosas (ya sé, me gustan todas las escenas cliché de esta película), la de cuando Thora Birch muestra sus preciosas tetas en la ventana-- me siguen gustando mucho. He vuelto a sollozar con la escena de la bolsa, no me importa decirlo. Pero las escenas que no me gustaron tanto antes ahora me parecen muy malas. Noto, por ejemplo, la sobreactuación de Kevin Spacey en algunos pasajes, o el exagerado vigor de la actitud de Mena Suvari, o cómo todos los personajes son tan exagerados que parecen caricaturas --la esposa control-freak y joyless, el padre ex-militar homofóbico que sin embargo es también homosexual, la adolescente freaky que odia a sus padres--, pero me pasa que si pienso que ello es adrede, es decir, que cuando la película cae en este tipo de imperfecciones y lugares comunes de la cultura estadounidense es porque se está burlando precisamente de esta misma cultura, que no se están tomando nada en serio en esos pasajes y que el efecto que buscan, aunque no lo parezca a primera vista, es uno cómico (o tragicómico, si quieres). Y tengo la impresión de que si uno supone que la película es seria en estos pasajes, está condenado a tacharla de pedante y sobreapreciada.

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Si los demás me admiran, ¿me chuparás el pene hasta que eyacule en tu boca?


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Me muero de ganas de fumar, pero en vez de salir en el Volocho a comprar en el grifo voy a comerme un pedazo de torta. He cumplido hoy 26, pero sigo siendo el mismo huevón que fui a los 19, solitario y sin obras, estéril. ¿Aún habrá posibilidad de cambiar? Mañana es mejor. Levantarse temprano, caminar. No llegar demasiado tarde a la casa, sentarse en el escritorio en lugar de derrumbarse en la cama, leer, indagar, estudiar y borronear. Alimentarse mejor, no ser tan tímido, hablar alto, expresar patentemente los deseos que se tienen. No anularse, no perderse en los números, no sedarse entre papeles sin importancia. Fumar menos, no ceder a la tentación de ir a buscarla. Ver más películas, escuchar música nueva. Comer menos, no cenar más que lo indispensable. Decir todo lo que quieres decir a quien quieras decírselo. Creer. No perder la fe.

lunes, 8 de octubre de 2012

"This is how you lose her", por Junot Díaz

Ahora que puedo bajarme las últimas novedades directamente a mi celular y leerlas sin mucho problema, en vez de esperar a tener suficiente dinero como para pedir por Amazon o esperar a que un amigo esté dispuesto a traerme los libros que quiero y la tarea extra --con su gran arbitrariedad intrínseca-- de elegir qué puede traerme por el poco dinero de que dispongo, me ha sido posible leer, apenas a menos de un mes de su publicación oficial (y ello porque en realidad no se me ocurrió antes bajarme la aplicación del Kindle a mi celular y porque no sospechaba que fuera tan cómodo leer en él), la última novela de Junot Díaz, "This is how you lose her". Esperaba con muchas ansias poder leerla, después de haber devorado, dos veces seguidas sin mucho tiempo entre lectura y lectura ("The brief wondrous life of Oscar Wao" me gustó tanto que la releí algunas semanas después de haber gozado con ella por primera vez), su primera, extraordinaria novela.

Lo voy a decir de una vez: no fue lo que esperaba.

Quizás mis expectativas eran demasiado altas. No estoy ahora mismo en una posición como para desentrañar "Oscar Wao", en parte porque ya es tarde y en parte porque hace tiempo que no hago reseñas literarias, pero lo que puedo decir, que no es mucho, sobre esta novela es que carece de la 'organicidad' de la primera. "Wao" era un mundo dentro de sí mismo, con sus propias leyes de representación y su lenguaje cimentado en la narrativa que Díaz proponía a desplegar: así, por ejemplo, las constantes referencias a la cultura nerd (los libros de Tolkien y Herbert, los comic-books, animes como "Akira") surgían espontáneamente de la naturaleza del protagonista, Oscar Wao. Quiero decir, la peculiar personalidad de Oscar transformaba la representación de la realidad de una manera novedosa, sí, pero también, si vale el término, "legítima", pues tal cosmovisión a) nacía de este personaje, lo que hacía de la representación no sólo espontánea, como dije, sino forzosa (he ahí la magia) para el mundo que intentaba narrarse, es decir, como consecuencia natural de la hechura misma del protagonista, y b), como boomerang, tal representación redundaba en la mejor descripción y narración de Oscar. No sé si me hago entender, pero supongamos que sí. En "This is how you lose her", tales referencias (que, bien es cierto, no son tan abundantes como en "Wao") se mueven sobre vacío, como si Díaz las hubiese adoptado no como recurso narrativo, sino como marca de estilo. Es decir, parecen gratuitas. También el lenguaje, que en "Wao" saltaba de la más rampante oralidad a párrafos de maravilloso cuidado, en "This is how you lose her" pierde el vuelo y muchas veces --no todas, porque Junot sigue siendo, al fin y al cabo, un buen escritor--se vuelve banal e intrascendente.

Pero también es cierto que esta novela --Michiko Kakutani la llama "colección de historias"-- no posee las pretensiones de "Oscar Wao": esto es, narrar un universo. Siempre he pensado que hay que medir los objetos de arte con la vara de su ambición: hay piezas que pretenden ser monumentales y lo logran, hay obras que lo intentan y no llegan a serlo y, también, las hay que no pretenden ser obras maestras. "Wao" constituía el esfuerzo de abarcar la historia de República Dominicana y el régimen de terror de Trujillo, la historia de una familia en tres generaciones, el desarraigo de la vida del latino en Estados Unidos, la supervivencia de una familia hecha de una madre enferma y un hijo socially awkward y una hija rebelde, la soledad de una vida subsumida en una violencia aparentemente atávica --y aparentemente racial y nacional-- de la que no se puede escapar, el desamor y la desesperanza. "This is how you lose her", por el contrario, se propone narrar una sola situación en particular: la ruptura por infidelidad de un amor intenso y el consecuente deseo del protagonista de rehacer su vida. Y si se la observa desde esta pretensión, la novela, en verdad, obtiene cuantiosos logros.

Ello se observa en particular cuando el relato se abre desde la historia de Yunior, su protagonista (personaje que recordamos de "Wao" y que también aparece en "Drown", que aún no leo), hacia las historias de Rafa y de Yasmin. La situación que se plantea en principio es la siguiente: Yunior, joven dominicano adepto al gimnasio y con ínfulas de escritor, es abandonado por Magdalena, su novia de muchos años, porque ella descubre sus numerosas infidelidades. Díaz nos muestra el mundo del post break-up, cómo intentan hacer que la relación funcione por unos meses y cómo, finalmente, todo colapsa y ambos dejan de verse. La narración de esta historia entonces se interrumpe, y pasamos a observar algunas de las otras relaciones fallidas de Yunior. Nos familiarizamos con el personaje: un mujeriego descuidado, que sólo aprende que quiere ser mejor persona cuando todo ya está perdido, un tipo que al final de cuentas quiere ser mejor (pero quizás solo porque la situación lo obliga a ello). Un pata que se deja llevar por la inercia del sexo (porque es muy fácil, porque todos sus amigos lo hacen, porque ése es el mundo donde ha nacido y porque tal condición, la del mujeriego, es prácticamente 'dominicana' por definición) y que al final descubre que su relación era algo más significativo que todo el tire que hubiese podido conseguir en su vida. Y luego vamos calando más hondo: regresamos a su infancia y conocemos a Rafa, el hermano mayor, más salvaje e inescrupuloso que Yunior, un "cuero" en la jerga dominicana, un "tigre", quien desarrolla leucemia y se va muriendo y un poco matando de a pocos. El frenetismo con que Rafa asume su enfermedad, su negación rotunda a que ella lo anule, sus continuas pruebas, ante todos y ante él mismo, de que ella no lo va a vencer ni lo va a cambiar (en vez de echarse a descansar después de la radioterapia sale a la calle y se emborracha continuamente, se acuesta con un montón de "sucias", consigue un trabajo que termina llevándolo al hospital y hasta se casa con un personaje notable, Alma, tonta y calculadora, cínica y a la vez entrañable superviviente), aquel frenetismo, decía, recuerda mucho a la actitud de Beli, la madre de Oscar Wao. Y luego hacemos otros dos saltos antes de que la historia de Yunior se resuelva: el segundo nos lleva a la breve estadía del padre con la familia de Yunior, en los primeros meses de la llegada de todos a los Estados Unidos, y nos ofrece el espectáculo de su actitud despótica con los hijos y la madre, a quienes no deja siquiera salir a la calle y a quienes abandona continuamente, con la excusa de irse a trabajar, para acostarse con otras mujeres; el primero, cosa extraña pero notable, nos presenta a Yasmin, personaje aparentemente desvinculado por completo de la historia de Yunior (sospecho, sin embargo, que Yasmin era una de las queridas de su padre, y que la Virta a que continuamente se hace alusión no es otra que la madre de Yunior, aunque todo ello no tiene gran importancia), y la dura vida que debe llevar como lavandera en un hospital. De todas, ésta es la historia que a mi parecer posee la mayor calidad y causa el efecto más potente en el lector. La desesperanza, y la frialdad con que Yasmin asume su situación desesperanzada --se acuesta con un hombre casado que vive a medias con ella, abandonándola por las mañanas y a veces por varios días, un hombre que está resuelto a irse a vivir con ella a una casa nueva y que sin embargo no es capaz de dejar del todo a su esposa y a sus hijos--, conmueven y asombran. La mujer dura que es Yasmin no llora frente a ese porvenir mezquino que tiene frente suyo, ante esa vida que nunca que termina de concretarse con un hombre que uno no sabe bien si ama o quizás sólo soporta y el que, sospechamos, no le podría dar una mejor vida que la que lleva; una mujer templada por el dolor, hecha a medida del invierno duro de la ciudad, y que sin embargo logra aún reconocerse en esa joven Samantha, su ayudante en la lavandería, que todavía tiene esperanzas de poder sacar las manchas de aquellas sábanas que Yasmin sabe que nunca podrán borrarse y que están destinadas a ser incineradas. Estos pasajes son de gran calidad y nos demuestran que Junot Díaz no es un one-hit wonder, que puede aún brindarnos una novela aún mejor que "Wao".

En suma, "This is how you lose her" está destinada a defraudar a los lectores que busquen en ella el monstruo que fue "The brief and wondrous life of Oscar Wao", pero les procurará no poco placer. Por $14.99 en versión digital (unos cuarenta soles... será caro para ser un e-book, pero recuérdese que no va a ser fácil encontrarlo en librerías limeñas y que, después de todo, ¡hay que apoyar a los buenos escritores!), yo creo que vale la pena.

martes, 1 de mayo de 2012

Muchos cambios. Muchas cosas bonitas tiene este blog, mucho que he ido acumulando y que ya he olvidado. Mucho deseo frustrado, mucha crispación y rabia. La felicidad no parece ser uno de mis paraderos.

Y la novela y mi único cuento terminado.

El futuro es por completo incierto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Acabo de terminar la novela de Javier Pizarro, condiscípulo mío de la facultad (aunque la verdad es que no lo conozco), La vereda más larga del mundo, que ganara el Premio PUCP hace un par de años. El título no me gusta, aunque entiendo sus posibles significados: el eterno ser adolescente, la larga vía hacia la adultez, el recorrido aparentemente infinito que tenemos que recorrer como nación hacia la integración total y la convivencia pacífica. La he leído en un par de días: ayer, mientras me emborrachaba (la crisis que "tú no sabes qué es vivir en crisis", según ese señor que es mi papá), y hoy, durante la tarde y la noche. La verdad es que no me he despegado del libro.

Influencias que se me ocurren de inmediato: los cuentos de Silvio en el Rosedal de Ribeyro, Los cachorros y La ciudad y los perros del marqués, Los inocentes de Oswaldo Reynoso (ese librito maravilloso que de pura suerte leí, gracias a un articulito excesivamente idealizante de una revista conocida). Epígrafes: Adén Arabie de Paul Nizan (no la he leído), Los detectives salvajes y un par más por ahí de autores para mí desconocidos. También Hernán Castañeda citaba la misma novela de Bolaño, lo que debe ser significativo en la relevancia del chileno tanto para el relato adolescente como para la prosa latinomericana. Casa de Islandia también era una novela adolescente (que pronto releeré, por cierto, porque la primera vez que la leí lo hice mal y sin perspectiva). Y yo también, desde luego, pretendo escribir una novela adolescente. ¡Cuanta obsesión por ello aquí en nuestro país! Ha de ser síntoma de algo. ¿O será que todos los escritores jóvenes comienzan escribiendo sobre su adolescencia, sobre el ser adolescente? Aunque pueda resultar contradictorio (se me ocurre ahora mismo mis CDs que mezclaban Silvio Rodríguez con Dream Theater), pienso en Bryce y en Arguedas: en Agua y en Los ríos profundos, tanto como en Julius, el niño representa la esperanza de una nueva visión de la sociedad, un nuevo "mundo" en donde la sensibilidad sea inclusiva y supere aquella heterogeneidad no dialéctica de la que hablaba Antonio Cornejo Polar. Luego están los ejemplos más obvios: el marqués, Reynoso, pero también Martín Adán con La casa de cartón. Y también algunos cuentos de Ribeyro, desde luego. En fin, esto ya ha sido señalado por la crítica, no digo nada nuevo. Sólo intento ordenar un poco mi panorama. ¡Pero qué doy excusas, si esto lo escribo para Micky!

Vuelta a Pizarro. Su novela es estupenda. Lo digo así, de frente. Sus personajes están muy bien construidos; su forma de narrar, relativamente novedosa (ese petit novelista francés, Frédéric Beigbeder, narraba uno de sus libros en las seis personas gramaticales), desde ese al que interpela un narrador que descubrimos en la última página (en una última vuelta de tuerca un tanto pretenciosa, efectista y acaso innecesaria: quizás el rezago de escribir cuentos con finales KO), funciona bien a nivel de textura, no entorpece y deja que el relato fluya sin obstáculos hasta el punto en que uno deja de notarlo. Dentro del contexto en que se mueve la novela podría incluso decirse que es un gran acierto usar la segunda persona, en cuanto que la actitud de confrontación e interpelación a sus personajes es susceptible de ampliarse al lector peruano, al ser peruano, y obligarlo con ello a asumir la responsabilidad de lo que ocurrió y ocurre en el país. Como si la novela hiciera que el lector se diera cuenta de su papel en el desastre que se narra.
Otro lugar común de la crítica actual afirma que desde los ochenta el escritor peruano ha intentado escribir la gran novela del terrorismo. Las obras recientes de Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo sirven de ejemplo inmediato. No sé si Roncagliolo lo logre (aún no he leído su novela), pero ciertamente Cueto no lo hace. Si bien Pizarro entra en esta línea, no sé si su novela pretenda tal objetivo. Al principio me parecía un poco injustificado narrar la historia del comandante dentro de una novela construida en base a personajes adolescentes, pero luego, con los pasajes de las andanzas de Noel por el centro y los recuerdos de los apagones y los toques de queda de Ignacio, la sensación se difuminó. Me ha gustado más la segunda forma en que el autor decide narrar la historia del comandante, en que abandona ese "tú" que desentona con el resto de los relatos y lo transforma en uno contado a su hijo, Diego. El pasaje sobre el operativo del Otorongo y su escuadrón de la muerte en la sierra es verdaderamente memorable. Está narrado de manera impecable, cada detalle puesto allí para dar mayor realismo a la escena. Que un chico de mi edad haya logrado semejante verosimilitud es admirable.

Sí, la madurez de Pizarro como narrador está plasmada, me parece, en esos detalles que dan un contorno tridimensional a sus escenas. Las velas y las lámparas de querosene alumbrando a unos estudiantes universitarios desesperados por estudiar en pleno apagón, por ejemplo. Y otros detalles más que ahora, por más que me esfuerzo, no logro recordar, pero que hacen a uno preguntarse "carajo, ¿cómo diablos sabía eso?". Son especialmente rescatables, por su brutalidad y violencia (que a mí me recordaban los terroríficos episodios narrados en Las benévolas), las escenas del suicidio de Alma y de la masacre de la tropa del Otorongo. Pero también esa última pelea entre Ignacio y Diego (el detalle de los ojos hinchados de lágrimas que revela Diego tras sacarse los anteojos negros me parece formidable), que tanto recuerda a la del Jaguar y el Poeta hacia el final de La ciudad y los perros.
El tema de la milicia y la adolescencia en "collera" no es lo único que Pizarro comparte con ese primer Vargas Llosa. También lo acerca a él la estructura de La vereda, con sus partes constituyentes hechas de relatos de un puñado de personajes y sus saltos temporales. Lo que me lleva a los defectos de la novela. La primera mitad de La vereda es narrada a través de las interpelaciones a Diego, Ignacio, Noel y el comandante Otorongo. En los relatos de los tres primeros aparece un personaje común, Alma, de quien Diego e Ignacio se enamoran. Alma es pues sólo referida, de ella sólo se habla, y en lo que cuentan los demás de ella podemos adivinar su historia completa: su enamoramiento de Ignacio, su breve noviazgo con Diego, la violación que ejercía sobre ella su padrastro, sus escapadas nocturnas, su contagio de una enfermedad mortal y su suicidio. De hecho, la primera línea del libro nos revela que Alma está muerta. De modo que cuando llegamos a la segunda mitad y nos topamos con una larguísima intervención de Alma (que contrasta con la fragmentación de las numerosas intervenciones de los otros personajes), ya conocemos su historia de cabo a rabo. Lo que hace de su testimonio un tanto tedioso de leer. Esto es defecto de racionalización de información: Pizarro no ha sabido bien cuándo y qué cosas callar para que el lector, al llegar a la intervención de Alma, mantenga el ansia de saber algo de su historia que todavía se le mantiene oculto. La sensación de hastío se intensifica en la medida en que uno ya sabe en qué terminan las historias de los demás: que Noel se fue a los Estados Unidos, que Ignacio se volvió un drogadicto y que Diego tuvo un hijo prematuramente y que se ha convertido en un adulto fracasado e infeliz. Hacia la página 190 uno tiene la sensación de que la novela se está extendiendo demasiado. Claro que Pizarro se reivindica al final, pues nos regala esos pasajes estupendos sobre el suicidio de Alma y el operativo del comandante. Pero el error se mantiene ahí, y uno tiene la sensación de que la novela lleva al medio una gran meseta que pudo haberse resuelto de manera más feliz.

El personaje de Alma me parece asimismo el menos original, el más cliché de todos. Es el síndrome Violeta Valéry: la mujer-prostituta que termina siendo castigada con la enfermedad y la muerte. El que su conducta se justifique por la violación de su padrastro hace aún más ordinaria su figura. Me gusta más la crisis que desencadena en Diego y en Ignacio. Me ha gustado más verla desde las consecuencias de sus actos.

Sea como fuere, La vereda más larga del mundo es una gran novela, de sorprendente eficacia y fuerza para un autor tan joven. Da ganas de seguir la futura trayectoria de Javier, que promete en abundancia. Ojalá que publique algo nuevo pronto.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

¡Atención, atención, que se viene el huayco! Huayco sentimental, aluvión de recuerdos y quereres mal queridos y muy deseados. ¡Atención, que quiero hacerme el poeta! Yo sólo quisiera ser siempre el de las primeras écoutes del A 18' del sol, tirado en mi cama y sempiternamente fascinado por la belleza de que es capaz el hombre.
¡Elhombrelatinoamericano!
Qué odio y qué hastío. Hasta me entran ganas de volverme musculoso y olvidarme del mundo. Como el imbécil del protagonista de la novela del imbécil de Murakami. ¡Y con los amigos que tengo, que me incitan al suicidio! Así no se puede.
He decidido irme un buen día y olvidarme de todos. A ver si se acuerdan del buen Julito, del que soñaba con escribir la mejor novela del mundo, de ese huevón que supo del amor sólo de oídas.
¡Atención, atención, que se viene el kamikaze!
(Son inevitables estos arranques en un drama-queen. Drama-king, Hamlet con su calavera, hundido en su propio ombligo que es también el hoyo en la tierra para el cuerpo de Ofelia -¡esa que nunca tocaste, pero bien que te pajeabas pensando en ella, en ella con la máscara de tu madre!- y, de paso, para el suyo. ¡Oh Laertes!)
¿De qué sirve ser un eterno adolescente si uno no se deja un espacio para hacer literatura de desesperados?
Tanta belleza que me cierra (me sierra) la puerta en la cara.
¡Volver a Argentina, a Nehmt meinem Dank y a las vísperas eternas! Eso sólo con la novela. ¡La novela! Me estoy dando impulsos leyendo a los noveles escritores de nuestra universidad. Ya escribiré algo de esas lecturas.
Es bueno que ya nadie lea este blog. De algo ha servido dejarlo ahí, congelado, aparentemente muerto, y que ahora regrese como el borracho al que creían atropellado (como mi tío Raúl en año nuevo, los traumas de mi vieja con el pan alemán, etc.) o como el fantasma del Rey Hamleto, a joder la existencia. O no, a hacer soportable la existencia. ¿Recuerdan la crisis? Pues por ahí va la cosa. Pongan Creep de Stone Temple Pilots, escuchen atentos la primera línea del coro, métanle su poquito de La ciudad y los perros y verán a lo que me refiero.
Como dirían los chilenos de Genitallica, imagina que nunca te pudieras masturbar...