Reinaugurando nuestro espacio de pseudocrítica teatral, donde discutimos sobre uno de nuestros temas favoritos del-cual-sabemos-poco-o-nada, el teatro nacional, acabo de regresar de ver la primera obra del año de la Plaza ISIL, una comedia francesa (sigh) llamada Cocina y zona de servicio, y me apresuro (pues no tengo mucho más qué hacer) a escribir algo sobre la experiencia. Sé que este blog no tiene muchos lectores, pero aún así, por si las moscas, avisaré si lanzo algún spoiler y teñiré ese texto en particular de blanco. Y así todos contentos.
Un pequeño mapa, antes de empezar: la obra, escrita por Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri, fue estrenada en 1992 y ganó el premio Molière a Mejor Dramaturgia al año siguiente. Nuestra versión está dirigida por Marisol Palacios. El reparto está formado por, como se verá, actores talentosos y bastante experimentados: Miguel Iza, Sergio Galliani, Wendy Vásquez, Montserrat Brugué y Pablo Saldarriaga.
El concepto de la obra es simple: una cena en la que todo sale mal. Fórmula sencilla y, aparentemente, infalible. Los autores, sin embargo, deciden dar una vuelta de tuerca al asunto: la acción que se muestra al público no es la que tiene lugar en la cena per se (de hecho, el invitado de honor, y otro personaje más, son invisibles durante toda la obra), sino en la cocina y el patio, como quien muestra no el proscenio sino las bambalinas. El concepto de la obra se vuelve entonces el siguiente: los comentarios -tras bambalinas- de una cena en la que todo sale mal. Los personajes que se han reunido para cenar son, al menos en parte, viejos amigos. A medida que la cena va arruinándose, los problemas personales que comparten nuestros personajes se exteriorizan progresivamente: lo intratable del comportamiento de Jorge (Iza), la sensación de unfulfillment de Martina (Brugué), el poco carácter de Javier (Galliani), la irresponsabilidad y poca vergüenza de Freddy (Saldarriaga), el matrimonio infeliz de Carla (Vásquez). Todo el mundo, como manda la comedia, al final pierde el control.
Suena bien in the paper, pero la realidad es que las cosas no funcionan, y uno tiene ganas de culpar a todo el mundo. En primer lugar, a los traductores (¿no debería ser el director el primer encargado de esta tarea, dada la añadida dificultad a la traducción cuando se trata de una pieza teatral?): la retahíla de "se diría" y otras frases obviamente mal vertidas al castellano no permiten que la obra fluya con naturalidad: se diría que esta tropieza una y otra vez. Pero en realidad, el material en bruto parece no dar demasiado campo a esta labor. Las pequeñas crisis de nuestros personajes no nos causan gracia. El bacalao quemado de Martina se queda en una anécdota insípida y aburrida, por dar un ejemplo (y este es uno de los ejes de la obra: lo que hace descubrir a su personaje que su vida carece de sentido). La relación Carla-Jorge, que se ha quedado 'inconclusa' (no pudieron estar juntos y tuvieron que dejar de verse) se roba la mayor parte del spotlight, y esto no estaría mal si no fuera por las interpretaciones que Vásquez e Iza hacen de sus personajes: Iza se toma a pecho lo intratable de su personaje y lo convierte en un ser verdaderamente odioso, y Vázquez, que muestra tanta maravilla en sus interpretaciones dramáticas, parece perdida en cuanto al ritmo de la comedia. Pero, ¿realmente tenían suficiente material como para trabajar?
Galliani, por su parte, actor harto experimentado en todo tipo de géneros, tiene que sufrir la falta de carácter su personaje, que lo retiene sin dejarle mostrar su carisma. A Brugué le afectan sobre todo los chistes mal escritos (¿o mal traducidos?). Y Saldarriaga, que muestra por ratos sus dotes físicas para la comedia, tiene que vérselas también con pobres líneas, punchlines marchitos, y, en general, con poco espacio para actuar (pues su intervención más importante en el drama, el juego de póquer con el invitado, ni siquiera es performada frente al público).
Sobre la escenografía poco hay que decir: apegada a la verosimilitud y bastante bien planeada (quizás una pequeña crítica sobre el acabado de la cocina -que era idéntico al del patio o cochera, hacia la izquierda- sea aceptable), no obstaculiza la acción en ningún momento. La música acaso sea lo único molesto de la dirección de Palacios: la directora impone segmentos de canciones entre escena y escena, dándoles la apariencia de sketches desconectados entre sí, y esto especialmente porque las canciones parecieran escogidas al azar y carecen de ninguna cohesión (salvo el detalle que todas son antiguas). Parece haber cierto grado de despreocupación en un detalle tan importante como es la música en una pieza teatral.
Hora del spoiler. ¡Atención!
[La obra termina con Carla llorando en el suelo, Freddy con un cheque por un valor mucho menor de lo que ganó en la partida de póquer, Jorge sin ser capaz de encontrar un hotel al que mudarse, y Javier y Martina devastados por el desastre que fue su cena. Se trata de un final hecho adrede irregular. Las comedias, construídas a partir de un movimiento 'antinatural' que inaugura un período de caos y desorden (en Le marriage de Figaro, por ejemplo, ese elemento caótico que hace estallar la comedia es la revalidación del llamado droit de seigneur), desarrollan el proceso de la vuelta al orden y culminan, precisamente, con su restauración (Figaro, muy paradigmáticamente, termina con un matrimonio). El reencuentro de los amigos en Cocina comienza mal y termina mal: el caos persiste y nada, finalmente, se arregla. ¿Habrá funcionado esto en la versión original, siquiera en papel?]
Resulta sorprendente el hecho de que una obra premiada que ha sido escenificada por gente nada amateur, seria y con mucho talento, haya tenido un resultado tan insatisfactorio, con algunas risas desperdigadas pero en general insípida y aburrida. He intentado mostrar aquí las razones por las que digo esto más o menos ordenadamente. Supongo que todos tuvieron su poquito de culpa. Habrá que mantener la esperanza y confiar en que el siguiente estreno de la Plaza ISIL no nos vuelva a decepcionar.