domingo, 9 de mayo de 2021

Querido Renzo:

No sé por qué me has estado haciendo tanta falta estos últimos días. Quizás porque ayer soñé con mi viejo amor, huésped en una casa circular; quizás porque me he emocionado con ciertos pasajes de una historia que seguramente tú también hubieses adorado. Hoy te he vuelto a leer -te he buscado- y me doy con que no son las imágenes, ni los testimonios, ni siquiera mis recuerdos que se me escapan como arena entre los dedos, sino tus palabras, tu peculiar sintaxis, lo que te trae de nuevo en cuerpo entero y lo que agudiza tu ausencia en este mundo.

Seguramente me dirías huevón, qué chucha vas a creer que mejor hubieses tú que yo. Quizás estés molesto porque me alejé de tu madre y de tu tía. Tu hermana felizmente pudo escapar de esta ciudad que imagino debe ser para ella una suerte de dolor reflejo proyectado a todas partes. 

Perdóname por no haber sabido mantenerme cerca de ellas. Es muy difícil cuando lo único que te une es este dolor inescapable, esta pérdida como hemorragia perpetua.

No es cosa sencilla dar cuenta del paso del tiempo del haberte perdido. Es como una persona ese dolor. Cambia. Poco a poco va demandando menos de ti. Luego sale de la inminencia y vive su existencia de dolor maduro, siempre a la sombra de la conciencia. Puede estar muy lejos, pero basta que extiendas un poco los dedos para sentirlo, su tránsito de tumor cosiendo tus días. A veces, como hoy, retorna a casa y se está un tiempo calentándose el cuerpo debajo de la colcha. 

Renzo, ¿cómo será cuando pase más tiempo y tú te conviertas en una imagen nublada de mi propia juventud? Me aterra verte encerrado, no poder verte envejecer como mi dolor tumor.

Ojalá te aparezcas en sueños y podamos conversar un poco más. 


domingo, 4 de abril de 2021

Es difícil pensar cuánto cambian las personas que dejamos atrás y que se nos han aparecido en la mente, azarosamente o no. Cuánto cambian las personas, la barbaridad de cosas que les pasan.

Si esta persona regresara a mi vida, desde aquel cuadro fijo en el 201x en el que vive en mi memoria, ¿cuánto de nuevo podría ver? Es difícil, también, percibirse a uno en el cambio a través del tiempo. 

Luego pienso: algunos eventos (cartones, viajes, personas) pueden ser hitos de una relación más bien anecdótica, que no hay quien en verdad cambie mucho. ¿Pero puede considerarse en verdad que la memoria es fiel? ¿No sometemos nuestras experiencias a un estricto tamiz que filtra lo peor de ellas?

Pienso en todo lo malo que pasé con esa persona. Me veo a mí mismo fumando (cuando aún fumaba) en una calle desasida, suplicando. Dolor negro derramándose en el pecho. Tengo que pronunciar en silencio las palabras para caer en la cuenta. Las más de las veces, es un ejercicio voluntario recordar lo peor de las personas.

Entonces, esa memoria es un jirón fantasmático de un recuerdo mal conjurado. Una frase a medias convenientemente interpretada. También la interpretación de los recuerdos cambia con el tiempo. Ciertamente, algunos de ellos se vuelven más inofensivos conforme se nos pasa la vida, justamente por ese olvido involuntario que es al mismo tiempo una forma de supervivencia.


(4/4/21)

sábado, 3 de abril de 2021

No tengo especial valor, ni vocación de mártir. No me gusta el dolor. He escapado varias veces de confrontaciones. Las más, no me compro el pleito.

Sí es cierto que tengo proclividad al autosabotaje. Cuando me castigo, el dolor es por lo general una idea en el futuro. No creo que tener valor para mutilarme. Pero no puedo decir que duerma bien nunca.

Mi vida es muy pequeña y está repleta de culpa.

Lo que tengo (siempre he tenido) es rabia. Rabia por mí. Rabia por los demás. Rabia rabia rabia, inagotable, inservible, pletórica y alucinante rabia. Una rabia que es una falsa promesa de redención de la que no me puedo espantar.

domingo, 28 de marzo de 2021

nueva página

Esta página está quizás bien muerta pero no tanto así mis ánimos de escribir. Ya casi no escribo, a decir verdad. Y si bien no sería exacto decir que dejé de escribir con la última entrada de este sitio, lo cierto es que da igual porque se siente así.

"sin orietur" (una mala traducción de un verso de Rimbaud) puede preciarse de cierta originalidad en el nombre (lo he googleado y además de este este sitio hay por ahí algunas páginas sobre el ya mencionado poema, poco más), pero no mucho más que de eso. Originalmente, su premisa era la de ser un vertedero de basura con la excusa de una pretendida escritura automática. Recuerdo haber escrito barbaridades en este sitio, líneas que no podría endosar y que son un producto biliar antes que algo mínimamente razonado. Poco tiene algún valor, y diciendo esto no adopto una pose borgeana, creo que decir la verdad. Este era, en suma, un diario de adolescente.

Otra arista es que este sitio nunca quiso lectores. Poco más que mi apellido aparece en la firma. Hace quizás 10 u 11 años le confié su lectura a algún que otro amigo; el mejor de ellos murió en 2015 y, en 2016, en un arrebato de tantos de ese periodo ciego de dolor, lo consigné en unas postulaciones que hice a ciertas universidades extranjeras que me rechazaron con unanimidad. No sé si alguno de esos examinadores leyó este blog, pero si fue así fueron de los pocos lectores no azarosos de este lugar.

No creo merecer lectores, y en todo caso el margen permite cierta impunidad. Quiero que este espacio siga habitando ese surco borroso entre lo privado y la publicidad. Entonces, con algunos cambios, me voy a permitir empezar una vez más. Una nueva página en mi libreta de condenado. Quiero (espero) que este nuevo ejercicio goce de cierta continuidad.


Escrito en Lima durante un mediodía caliente del 28 de marzo de 2021.



viernes, 10 de febrero de 2017

Tras la lectura de Infinite Jest


DFW. Gawker

Por más que trato, no logro recordar cómo llegué a la obra de David Foster Wallace. Con certeza, hasta donde es posible, puedo afirmar: no fue la recomendación de un amigo. O de un autor. O de una página web, o de otro libro. Creo poder decir sin mentir que llegué a Infinite Jest (1996, Little Brown) por puro azar. Y solo poco después de comenzar a leerlo me enteré de que es un considerado poco menos que un libro "ilegible" (o imposible de acabar) en la literatura estadounidense.

Lo que debería confesar, si cabe, es que lo que me empujó a la lectura de IJ fue la noticia del suicidio de su autor en 2008, y la manera en que DFW, en varias entrevistas, puntuaba sus opiniones sobre distintos temas con una mueca de dolor o vergüenza (wince se diría en inglés), como si lo que hubiese terminado de decir hubiera sido una reverenda tontería, cuestionándose cada pensamiento expresado a sus interlocutores y reprochándose sobre ello. Ahí estaba este tipo en frente de Charlie Rose con una bandana y una camisa pálida y una corbata con el nudo suelto diciendo cosas inteligentes e interesantes e inmediatamente cuestionándose su expresión, hasta el punto en que Rose en determinado momento cree conveniente decirle que no se preocupe tanto, que lo está haciendo muy bien. Me conmovió. Más aún después de saber de sus problemas con la depresión, y su triste felo de se; yo en ese momento estaba pasándola muy mal, y creí encontrar en Wallace, aún antes de haberlo leído, a un compañero, a alguien que comprendería. Es raro escribir esto, y no tengo manera de explicarlo racionalmente. De pronto tuve la esperanza de hallar en IJ un refugio.

Como iba diciendo, solo poco después de comenzar IJ me enteré de que era una lectura considerada como sumamente abstrusa entre el público norteamericano, y que mucha gente la abandonaba a las pocas páginas (mientras que los que sí la terminaban se ufanaban de ello como si hubiesen logrado una hazaña, hasta el punto de que algunos sólo la acababan para poder decir sin mentir "Yo terminé de leer IJ").

Primer punto de esta entrada, entonces: la de IJ es una lectura difícil, sí (más aún para alguien cuya lengua materna no es el inglés): está llena de referencias obscuras, de juegos de palabras, de alusiones matemáticas y químicas y, en general, está escrita en un lenguaje inusual, pero, ante todo, es una lectura entretenidísima. Una page-turner. Lo cual es un logro en sí mismo. En muchas ocasiones Wallace criticó las novelas norteamericanas consideradas de vanguardia (Pynchon, DeLillo y co.) por no dar un balance adecuado entre el trabajo al que sometían al lector y la recompensa de engancharlos a continuar la lectura. DFW tenía muy claro que en todo momento el escritor debe pensar en su público, en cómo se leerá su novela, y que si bien un libro debería retar a sus lectores, no por ello debía evitarles el gozo de una historia conmovedora y bien contada. Llamarla entretenida quizás pueda ser paradójico dentro de las coordenadas de IJ. Yo me quedo con la idea que Wallace tenía de su novela: es un libro escrito por un tipo lo suficientemente solitario para poder haber escrito sus mil-y-pico de páginas para un lector lo suficientemente solitario como para recorrerlas.

Segundo punto: IJ es una novela conscientemente subversiva. Desde el principio parece trazarse el objetivo de romper todas las reglas de la narrativa tradicional. Citaré tres ejemplos para ser conciso. El primero: nos relata toda una peripecia de uno de sus personajes antes de retratárnoslo a cabalidad. En los dos primeros centenares de páginas acudimos a la curiosa escena entre la USS Millicent Kent y Mario Incandenza, vemos cómo Mario, de quien sabemos apenas que tiene una conducta un tanto infantil a sus diecisiete años, se ve objeto de un torpe lance amoroso por parte de Millicent Kent, el cual no disfruta en lo más mínimo y parece no comprender del todo. Pero es sólo después de otro centenar de páginas, y tras la lectura de numerosos pasajes sin demasiada relación con este y con personajes muy distintos, que nos enteramos del por qué de la conducta tan peculiar de Mario: sólo entonces Wallace nos comunica sus deformidades, la extraña circunstancia de su nacimiento, su posible retardo mental. Y comprendemos a cabalidad la escena anterior. Y un poco después comprendemos que comprendimos la escena anterior sin tener a la mano la descripción de nuestro personaje, lo cual nos hace comprender, a su vez, que Wallace se las arregló para narrarlo (esto es, comunicando perfectamente la esencia de la escena) sin describir a su protagonista. 

Segundo ejemplo: el híbrido entre la narración en tercera persona y el monólogo interior. Wallace desdibuja los límites entre el narrador omnisciente y el monólogo interior, narrando en tercera persona de modo que la materia narrativa esté infundida de la voz de sus personajes. Me explico. Las escenas de Don Gately, un personaje poco educado y criado en un ambiente hostil, están plagadas de errores gramaticales ("She must of known", "transvestals" en vez de "transvestites") y de jerga racista, pero están narrados en tercera persona, de modo que la materia narrativa es la expresión de la voz interior del personaje o, mejor aún, de su visión del mundo, sin ser totalmente la expresión puntual de sus pensamientos. Esta técnica, que, con el perdón de mi ignorancia, yo no he visto en otro libro, flexibiliza la narración, a la vez que permite que el lector pueda diferenciar fácilmente las historias de uno u otro personaje.

Tercer y último ejemplo: el final de la novela. Leyendo algunas opiniones por Internet (particularmente la ejemplar Infinite Summer), me entero de que muchos lectores se sintieron insatisfechos por cómo termina IJ, sin resolver muchos de los hilos narrativos de sus personajes. El final, sin embargo, y más allá del comentario obvio de que una novela como IJ no podía terminar de otra manera, da ocasión de ver otra de las subversiones de Wallace. IJ comienza por el final, esto es, con la escena protagonizada por Hal Incandenza ante el jurado de admisión de la Universidad de Arizona, la cual, dentro de la línea temporal de la novela, corresponde a la última acción que en ella tiene lugar (Year of Glad, el último año del tiempo subvencionado por el gobierno de la ONAN). La mayor parte del resto de la novela tiene lugar en el Year of the Depend Adult Undergarment, un año antes del Year of Glad. Con ello quiero decir que desde su inicio la novela infunde en el lector dos expectativas: 1) que el protagonista de la novela será el joven Hal Incandenza y 2) que el resto de la novela, al desarrollarse durante el año inmediatamente anterior al de los hechos relatados en el primer episodio, expondrá los sucesos que dieron lugar a éste, esto es, que hallaremos la explicación del comportamiento tan extraño de Hal que desata la ira y confusión del jurado de la Universidad de Arizona. Spoiler alert: ninguna de las dos expectativas es satisfecha. Acabado el libro no podemos decir a ciencia cierta qué es lo que le ocurrió a Hal durante su entrevista de admisión (si bien nos podemos hacer una idea, nunca definitiva sin embargo), y, lo que es más sorprendente aún, nos topamos con que el protagonista no fue nunca Hal, ese sad kid de memoria prodigiosa pero vacío por dentro, sino el torpe y sensible Don Gately, personaje que aparece en la novela después de las primeras cien páginas pero que, a lo largo del resto de ella, se roba decididamente su centro de atención. No puedo dejar de relacionar esto con el final de Tristan und Isolde: el famoso acorde Tristán, después de toda una serie de juegos al borde la atonalidad, termina no en la clave en la que se desarrolla gran parte de la partitura, sino una clave diferente.

No sé si hay un tercer punto. IJ es una novela larguísima y, como tan fácil puede sucederle a una empresa de tal magnitud, por ratos irregular. Gran parte de ella es magnífica. Y por momentos es de lo mejor que yo, personalmente, haya leído nunca: resalto el episodio de la pelea de Don Gately, maravilloso, pero por sobre todo la escena en que Hal, Pemulis, Axford y Ann Kittenplan esperan a ser llamados por Charles Tavis después de los eventos del Eschaton, la cual es una pieza jodidamente magistral, una narración perfecta

Por supuesto que hay muchas otras cosas de que hablar, como los lazos con Hamlet, el trasfondo político de la novela, el tema de la adicción a las drogas frente al entretenimiento televisivo (y cómo la novela parece decirnos que pueden ser aterradoramente parecidos), la constante fuga de la realidad en que parecen estar atrapados todos sus personajes... pero lo dejo para otra ocasión. Vemos.

De diciembre de 2016 a febrero de 2017, Infinite Jest fue para mí un refugio. Y DFW se convirtió, de aquí para adelante, en un compañero, a fellow of infinite jest, una voz siempre bienvenida. Carajo: se convirtió en un maestro.

jueves, 5 de enero de 2017

Greatest hits

Es una manera de decirlo. Este blog, casi secreto, quizás solo tuvo un "hit" en su historia, la entrada sobre el poema "Oraison du soir" de Rimbaud (fue el que más visitas tuvo de lejos según Blogger), el cual yo también creo que es uno de los mejores posts. A pesar de ello, me dieron ganas de recopilar las entradas que más me gustan, las que creo rescatables dentro del mar de niñerías y obviedades de que está plagado este blog. Es una bonita forma de comenzar este 2017. Constituye, además, una bonita fantasía de proseguir con este esfuerzo que, con sus baches, es verdad, tiene ya casi nueve años.

4/01/2008: ¿Cuánto tiempo ha pasado...? Poemita que ocupa la primera entrada del blog.

30/03/2008: Rimbaud: Conte. Comentario sobre el poema en prosa de Rimbaud.

05/06/2008: Estrella salvaje. Comentario sobre la novela de Bolaño.

26/06/2009. Fragmento de Facundo.

30/07/2009. Otro fragmento de Facundo.

25/02/2010. Comentario sobre el poema "Oraison du soir" de Rimbaud.

A esta lista añadiría la cuarta entrada sobre Proust, la que no enlazo ya que es el último post que antecede inmediatamente a este.

Que este sea el año de la esperanza.

martes, 16 de febrero de 2016

Apuntes de una lectura de Proust (4): Amor, obsesión y arte en "Por el camino de Swann"


Amor, obsesión y arte

¡Qué título! Me dispongo a hablar del amor en "Por el camino de Swann". Esta vez voy a comenzar con una cita:
(...) creer que una persona participa de una vida incógnita cuyas puertas nos abriría su cariño, es todo lo que exige el amor para brotar, lo que más estima y aquello por lo que cede todo lo demás (Swann 125).
Leyendo a Proust uno se (mal)acostumbra a encontrar frases como ésta, que, como si de una fórmula física se tratase, resumen todo un universo de acción narrativa y de reflexión en una sola y nítida aseveración. Estilo proustiano, ello de compaginar reflexiones de oraciones largas con breves aforismos en que esas reflexiones cristalizan, y ubicándolas en el texto no como corolario de éstas, sino de manera casi inopinada, como quien deja caer, desinteresadamente, una joya al pasar.

Creo que el concepto de enamoramiento en Proust bien podría resumirse en esta única cita. La sensualidad es obra de la imaginación; la atracción se genera, más que hacia un cuerpo, hacia una otredad, otredad que es al mismo tiempo una promesa. Promesa, entonces, que está fuera de uno, y que nos genera la necesidad de movernos en dirección a ella, para alcanzarla; esto es, deseo. Dentro de los límites de nuestra imaginación, un elemento de la realidad destaca como el centinela que guarda las llaves de un reino nuevo, inaccesible para nosotros, reino que se nos aparece como preñado de gozos desconocidos. El reconocimiento que hacemos de la condición extraordinaria de este elemento (una mujer, un libro, una pieza musical) lo transforma en objeto amado u objeto de deseo. 

Podríamos pensar en el amor proustiano como un acto de escritura sobre uno o varios cuerpos. Un acto intrínsecamente discursivo. Podríamos asimismo darle la vuelta a la idea y pensar en el ser humano como contenedor o materia prima de un número finito de gestos entre los cuales podemos contar el amor (de acuerdo a la idea de Milan Kundera en La inmortalidad (1)), ya que el discurso de que está hecho no cambia realmente ni en el tiempo ni entre los cuerpos en que se encarna.

Ahora bien, ¿qué se oculta detrás de las puertas de ese reino desconocido? Una realidad en verdad innombrable. ¿La verdad, el bien, la completitud (2)? Es una realidad indefinida, hecha del mismo material que aquello que nos llama detrás de los presentimientos que sentimos frente al arte.

¿La felicidad? No. Ciertamente que no. Angustia, sí. Desesperación, sí. Obsesión, sí. Inclusive: pulsión de muerte.

Como si de una ópera se tratase, el episodio del beso de la madre del narrador sirve como obertura wagneriana (3) a los amores de Swann y del mismo narrador. Resulta claro que, a pesar de la distancia temporal y de personajes en las dos historias principales que se cuentan en este primer tomo (la de la infancia del narrador en Combray y París, por un lado, y por el otro el enamoramiento de Swann por Odette, ocurrido unos veinte años antes), "Por el camino de Swann" constituye una unidad articulada por varias ideas que recorren todo el libro. Creo que las principales ideas o conceptos son tres, tan persistentes que pareciera que los personajes y situaciones fueran solo manifestaciones en el tiempo y el espacio narrativos de ellas: 1) la realidad trascendente que se oculta en forma simbólica en la experiencia vital del mundo; 2) el amor como deseo de trascendencia y experiencia intrínsecamente dolorosa; 3) el mundo como escindido en clases sociales en pugna, suspendidos en tensión una frente a otra, a modo heraclíteo. Estas tres líneas no corren en paralelo: se intersectan una y otra vez, y muchas veces es necesario explicar una mediante la otra. Tomemos como ejemplo de ello el amor que siente el narrador por Gilberta (Gilberte) Swann. El origen del amor a Gilberta debe rastrearse en la conversación que tiene Charles Swann con el narrador cuando todavía acudía a visitar a su familia a la casa de Combray, en la que éste último se entera de que Bergotte es viejo amigo de la familia Swann y por tanto íntimo de Gilberta. La admiración que siente el narrador por la obra de Bergotte espolea su imaginación a rodear la vida de Gilberta de unos gozos que pertenecen al contexto de la lectura de esta obra. El misterio de su prosa, que se describe como un tanto arcaica pero sublime, se traslada a la imagen de Gilberta, e inmediatamente la distancia que separa aún al narrador de ella, a quien todavía no ha siquiera visto, le provoca angustia y desazón. Este misterio no es otro que el presentido detrás de los 'earthly symbols' de la experiencia vital: amor y búsqueda de la verdad constituyen un único movimiento dirigido hacia aquella realidad ideal y trascendente, escondida en este mundo. Poco más adelante, cuando llegue a conocerla en las partidas de justicias y ladrones que se juegan en los Campos Elíseos, el discurso amoroso que nació como hijo del gozo estético producido por la lectura de Bergotte se escribirá sobre el cuerpo de la hija de Swann, cristalizando con ello en el enamoramiento que luego devendrá angustia y dolor.

El rasgo de "arcaico" o "arcaizante" de la prosa de Bergotte nos da pie a hablar de la fascinación que siente el narrador por la aristocracia, situación que nos sirve como segundo ejemplo de la intersección de las ideas que anoté arriba. Sobre las fuentes del episodio de la visita de la Princesa de Guermantes a Combray, anota Painter:
(...) to ensure that Marcel, in his childhood at Illiers, should see the French nobility as living symbols of a mediaeval past, miraculous survivors of a glowing window in a gothic church and the nursery-tales flashed in green and scarlet on his bedroom wall (Painter 42)
La arquitectura gótica descrita en la obra de Bergotte y su estilo arcaico, los vitrales de la iglesia de San Hilario en Combray, la lámpara de Genoveva de Brabante en el cuarto del narrador y el linaje de los miembros de la aristocracia francesa (particularmente los Guermantes) son todos una misma cosa: el símbolo de un pasado medieval que se asocia con un mundo de mitos y leyendas, el mundo literario a través del cual, una vez más, se manifiesta la verdad del mundo trascedente. Me parece importante recordar la cita de Painter al abordar el tema de la admiración por la aristocracia francesa, ya que conviene recordar que el peso que tiene la aristocracia en el relato de Proust se funda en el significado particular que ella tiene para el narrador. Ello nos daría pie a hablar de las distinciones sociales que se hacen en la novela (la 'verdadera' elegancia de los nobles, contrapuesta a la hipocresía de los parvenu y de los ricos de clase media; las reuniones encumbradas, frente al cogollito de los Verdurin; la casi inexistente movilidad social, que hace parecer las castas a estamentos; etc.), pero ese no es realmente mi tema y no me interesa demasiado indagar en ello.

Más llama mi atención exponer cómo funciona el enamoramiento proustiano, cuyo origen tanto me he demorado en exponer. Debería regresar al episodio del beso de la madre, ya que mencioné que a mi parecer éste funcionaba como obertura de los enamoramientos que tienen lugar posteriormente en la novela. Rápidamente: siendo aún pequeño, el narrador tiene una suerte de pacto con su madre, que consiste en que ella, todas las noches, suba a su cuarto a despedirse de él dándole un beso de buenas noches. Este pacto se ve roto ocasionalmente; en Combray, se rompe siempre que llega a casa Swann de visita, ya que los padres deben servirle de anfitriones hasta pasada la hora de dormir del narrador. Entonces, la sola presencia de Swann llena de angustia al narrador, porque ya sabe, de antemano, que ese día deberá irse a dormir sin ese beso; es una angustia que roza la desesperación, y que obliga al narrador a ingeniárselas, incluso a riesgo de un castigo riguroso, para obtener ese beso a toda costa.

En el sentido que las visitas de Swann prefiguran la angustia amorosa que sentirá el narrador al enamorarse de Gilberta, y que la estructura del mismo, que se nos expone mediante los amores de Odette y Swann, se traslada posteriormente a los de Gilberta y el narrador, la traducción del título en "Por el camino de Swann" es acertada al expresar a cabalidad la intención de Proust de hacer funcionar a Swann como enamorado modelo, y sus amores como "camino" que ha de recorrer el narrador una vez que crezca.

El amor de Swann por Odette surge con el reconocimiento que hace él en el rostro de Odette de características similares a las de una modelo de un fresco de Botticelli. En cierto modo, ello la da "legitimidad" a una belleza que, sin este parecido, sería ordinaria o inclusive no llegaría a ser tal. Sólo tras este reconocimiento Swann puede admirar a Odette como una mujer bella; puede comenzar a desearla. A pesar de ello, creo que el punto crucial para que esta admiración se convierta en enamoramiento es el de la aparición e incorporación a su amor del pasaje de la sonata de Vinteuil. Es esta pieza la que, al unirse a la belleza de Odette, inspira a Swann ese presentimiento que tanto hemos discutido, la promesa de acceso a una realidad trascendente:
...Swann descubrió en el recuerdo de la frase aquélla, en otras sonatas que pidió que le tocaran para ver si daba con ella, la presencia de una de esas realidades invisibles en las que ya no creía, pero que, como si la música tuviera una especie de influencia electiva sobre su sequedad moral, le atraían de nuevo con deseo y casi con fuerzas de consagrar a ella su vida (Swann 254)
Adicionalmente, ésta tiene el efecto en Swann de recordarle su pasión juvenil por el arte, abandonada hoy por la vida estéril que lleva de fiesta en fiesta. Botticelli y Vinteuil construyen en el amor por Odette aquella "vida incógnita" de la que habla Proust en la primera cita, sientan sus bases; en ellos éste cristaliza. En el caso del narrador, esta posición la ocupa Bergotte, pero esto ya lo discutimos líneas arriba. Podemos observar que los amores de ambos requieren el aliento de la conmoción artística para madurar.

Y ambos, asimismo, recorren el mismo sendero de dolor y desembocan en un final por alejamiento. Swann sufre por los secretos que le guarda Odette: conoce su fama de cocotte (se dice de ella que es mujer fácil, que se ha acostado con mujeres, que se prostituye), vislumbra las contradicciones en que incurre cuando le miente, ¡hasta le llegan a mandar una carta anónima con una lista de todos los amantes que Odette ha tenido recientemente!, pero todo ello no tiene el poder suficiente de convencer a Swann de su realidad, de transformar la imagen que él tiene de Odette como mujer dulce, ingenua y bienintencionada, en la que, hacia el final del relato, encarna: la de una mujer egoísta, cruel, mentirosa, codiciosa, irresponsable. Sin embargo, como la realidad es tan obvia y se manifiesta reiteradamente en las narices de Swann, éste sufre a fuerza de imaginar la vida para él secreta que hace Odette cuando no está a su lado, y lamenta no poder poseer, a cabalidad y en todas sus circunstancias, a la persona que ama:
De todas las maneras de producirse el amor y de todos los agentes de diseminación de ese mal sagrado, uno de los más eficaces es ese gran torbellino de agitación que nos arrastra en ciertas ocasiones. La suerte está echada, y el ser que por entonces goza de nuestra simpatía se convertirá en el ser amado. Ni siquiera es menester que nos guste tanto o más que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación hacia él se transformara en exclusiva. Y esa condición se realiza cuando -al echarle de menos- en nosotros sentimos, no ya el deseo de buscar los placeres que su trato nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismo, una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible de satisfacer y difícil de curar: la necesidad insensata y dolorosa de poseer a esa persona (Swann 277)
Pero como Swann ha asistido, a modo de Daniel A. Carrión al inocularse la verruga, al espectáculo del origen y desarrollo de su amor, su angustia no sólo reside los celos que incendian su imaginación, sino también en lo que él reconocería como cura potencial para su mal:
(...) dudaba mucho Swann que lo que así echaba de menos fuera una paz, una calma que quizá no serían atmósfera muy favorable a su amor. Cuando Odette dejara de ser para él una criatura siempre ausente, deseada, imaginaria; cuando el sentimiento que Odette le inspiraba no fuese ya del mismo linaje de la misteriosa inquietud que le causaba la frase de la sonata, sino afecto y reconocimiento; cuando se crearan entre ellos lazos normales que acabaran con su locura y su tristeza, entonces los actos de la vida de Odette ya le parecería de escaso interés en sí mismos (...) Juzgaba su enfermedad con la misma sagacidad que si se le hubiera inoculado para estudiarla, y se decía que una vez curado, todos los actos de Odette le serían indiferentes. Y desde el fondo de su mórbido estado temía, en realidad, tanto como la muerte semejante curación, porque habría sido, en efecto, la muerte de todo lo que él era en ese momento (Swann 355)
Es destacable el lenguaje casi médico con que Proust juega al hablar del enamoramiento, al que se juzga como "enfermedad", con su lista definida de síntomas, al enamorado como enfermo en un "mórbido estado", y al desenamoramiento como "curación"; recordemos que el padre de Marcel, Adrien Proust, fue un doctor laureado y famoso por el cordón sanitario que creó para contener el avance del cólera.

Esta angustia que experimenta Swann, que le lleva a torturarse a sí mismo imaginándose las infidelidades de Odette, tramando para conseguir invitación a las fiestas a que ella acude sin él, fatigando a Charlus para que le sirva de chaperón, arreglándoselas para que otros amigos en común le cuenten qué hizo Odette tal y cuál día, además de la contemplación de su propio estado y las posibilidades que tiene éste de mutar, sea hacia el empeoramiento o hacia la paz de la indiferencia, lo tiene tan exhausto, que hace que fantasee con aquellos dos escenarios en que el fin de su mal estaría fuera de sus manos: la muerte de Odette o su propia muerte:
Tan cruel le era aquella necesidad de una actividad sin tregua, sin variedad, sin resultados, que un día, al verse un bulto en el vientre, sintió una gran alegría pensando que quizá era un tumor mortal y que ya no tendría que ocuparse de nada, porque la enfermedad le gobernaría, le tomaría por juguete hasta que llegara el próximo final de todo. Y, en efecto, si en aquella época se le ocurrió muchas veces desear la muerte, más que por huir de sus penas, era por escapar a la monotonía de sus esfuerzos (Swann 375)
La vida y acciones de Odette han ocupado toda la vida de Swann, se han convertido para él en una terrible obsesión de la que no puede escapar. Su final ocurre casi por casualidad. Ya lo mencioné en el resumen: Odette viaja por varios meses con los Verdurin, y esta distancia que la separa de Swann le da a él fuerzas para acudir, después de mucho tiempo, a una reunión ofrecida por una aristócrata, en la cual una interpretación inesperada de la sonata de Vinteuil le hace reconocer el estado tan triste en que se encuentra, el cambio de las actitudes de Odette desde el principio de sus relaciones y la necedad con que había querido cegarse ante sus infidelidades. Entonces reúne ánimos y emprende viaje a Combray. Los eventos posteriores, que nos enteran del matrimonio de Swann con Odette, nos hacen pensar que esa paz de espíritu era necesaria para que Swann fuera capaz de casarse con la de Crécy.

Anotaré rápidamente que el mismo esquema se repite en el relato más breve del amor del narrador por Gilberta. Allí vemos de nuevo, como si de la repetición de un motivo musical se tratase, la angustia del narrador por la vida desconocida que lleva Gilberta cuando no está con él en los Campos Elíseos: la vida que hace en casa de su madre, en la de sus amigas, cuando sale a hacer las compras, cuando sale con Bergotte. No son celos los que experimenta el narrador, pero su angustia, sí, es del mismo cariz, quiero decir: originada en la misma circunstancia de ignorar una parcela de la vida de la amada, y hecha del deseo tenaz de ocupar todas sus regiones. Las ausencias de Gilberta, como las de su madre para Swann, son motivo de mucho sufrimiento para el narrador. Finalmente, el término de sus amores es similar al del relato de Swann: se da cuando Gilberta, por una serie de compromisos a los que debe asistir, le confía al narrador que no volverá por mucho tiempo a jugar a los Campos Elíseos.

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(1) "Y es que el gesto no puede ser considerado como una expresión del individuo, como una creación suya (porque no hay individuo que sea capaz de crear un gesto totalmente original y que sólo a él le corresponda), ni siquiera puede ser considerado como su instrumento; por el contrario, son más bien los gestos los que nos utilizan como sus instrumentos, sus portadores, sus encarnaciones". Milan Kundera. La inmortalidad. Traducción de Fernando de Valenzuela. Barcelona: Tusquets Editores, 1990, pág. 16 (original publicado en 1989).

(2) Esto de la completitud me hace recordar la suerte de teoría del amor que elabora Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres. En esta teoría, el sujeto, identificado como el alma, nace con la convicción de que está completa y es autosuficiente y no requiere, por tanto, salir de sí misma para nada. Al percatarse de la existencia de una realidad exterior (el Otro), vuelca su mirada hacia sí misma y cae en la cuenta de que está incompleta. Desde entonces el movimiento vital que ejerce esta alma es la de acercarse a aquella que le mostró su condición de incompleta y en la que, presiente, puede restaurar su completitud primigenia. A aquel movimiento vital se le denomina amor.

(3) La obertura wagneriana tiene la particularidad de pretender sintetizar musicalmente el contenido de una ópera, no como podría esperarse, por ejemplo, de una obertura de Mozart, que sirve para abrir la acción musical. Compárese la obertura de Tristan und Isolde y la de Le nozze di Figaro.