martes, 12 de enero de 2010

Hemos pasado las doscientas entradas (nos falta reorganizar el blog de pies a cabeza, eso es seguro) y aun no se nos quitan las ganas de escribir y comentar y de confesar y de desear. Hemos también comenzado un nuevo año, descubriendo que nuestros anhelos y sinsabores se encuentran exactamente en mismo lugar, inamovibles. Por ejemplo, ahora mismo un amigo, el Sancho bonaerense para mis aventuras quijotescas, ha vuelto a la ciudad a la que nos une el espanto, y la nostalgia, como no podía ser de otra manera, se ha apoderado de la voluntad y el corazón. No hay otra cosa que quisiera ahora que regresar a la cita con Katze, a sus sonrisas y al escenario supuestamente escandinavo, a los platos escandalosamente caros y al menú de postres que a ella, con la mejor intención del mundo (nos habían oído hablar, pareja tan cosmopolita, a mí en español y a ella en inglés), le trajeron traducido a su idioma, a su orgullo herido y a su asolapado "bitch" dirigido a nuestra atenta moza de turno. Al beso que nunca le pude dar. Sea como fuere, no había entrado aquí para comentar estas cosas que, por lo demás, ya apestan a añejo. Quería comentar un libro que acabé hoy, acaso inaugurando (pero ya se sabe que yo soy bueno inaugurando cosas que nunca prosiguen) una nueva sección, "comentando los libros que acabo de leer", en fin, puesto que no tengo a nadie para hablar de estas cosas. Cosas aburridas para gente nerda. Pero este es un blog recontra nerdo, al fin y al cabo.

El libro es de Bryce: El huerto de mi amada. Resumen cagón como para cole: un niño rico, Carlitos, se enamora en una fiesta de una mujer que le dobla la edad, igualmente rica ella, Natalia, y se larga a vivir a su huerto, que bautiza "El huerto de mi amada", mandando al diablo a su familia. Nuestro protagonista se caracteriza, sobre todo, por su carácter distraído e irreverente; su cercanía a Dios (es también beato a más no poder) le confiere cierta aureola mística, niño sobrenatural que se encuentra más allá de lo mundano, niño nacido para amar y ser feliz (me dan ganas de decir 'felizar': acaso el verbo exista en algún idioma). Actores de rol relevante también son los mellizos Céspedes Salinas, adolescentes arribistas de modesto origen que viven en el inacabable esfuerzo de meterse, sea con exitosa espontaneidad fingida o a la fuerza, en el mundillo exclusivo de los ricachones linajudos que ostentan, en esa Lima de los cincuenta que Bryce retrata o parodia, toda la riqueza y el poder del país. Sumemos unos cuantos personajes más, como los sirvientes de Natalia (los italianos, el chofer Molina) y a la amiga de Carlitos, Melanie, que hacia el final cobra gran relevancia.

¿Cuál es la problemática más interesante que se puede rescatar de esta novela? A mi juicio, esta suerte de idealización elitista y hasta un tanto racista que nos golpea el rostro apenas abrimos el libro: el mundo de Carlitos es un mundo de cuento de hadas en que el lujo que rodea a los personajes, proveniente de su nobleza de cuna, trasunta una suerte de lujo espiritual, la nobleza de espíritu: fuera de la burbuja habitan personajes pobres en los que, a su vez, la pobreza material y de espirítu coinciden. Los buenos, por una parte (Carlitos, y su familia, Natalia, las hermanas Vélez-Sarfield), que pareciera que se merecen toda la riqueza material que les ha tocado en suerte, ostentan casi todos los atributos positivos: la originalidad, la elegancia, la buena disposición de ánimo, la amabilidad; por el otro lado, los malos, los mellizos, que a su vez son todo lo que los otros no: huachafos, malintencionados, interesados, racistas. Una suerte, pues, de reescritura de una cosmovisión monárquica ingenua, en que la Corona es receptáculo de la belleza, la bondad y la justicia, y el pueblo, de la bajeza, el vicio y el caos. Pero esto es la epidermis del asunto. A través del juego al que Bryce somete a su prosa, cambiando de perspectiva y de posición en una misma frase con la sola salvedad de una coma, saltando de pensamiento en pensamiento y de circunstacia a circunstancia, y también, desde luego, a través de las numerosas bromas que se permite el autor con la narración, la novela, a la vez que nos entrega esta cosmovisión como una suerte de retrato de la Lima de mitad del siglo pasado, nos impide tomárnosla en serio. Retrato y anti-retrato al mismo tiempo: escenificación y conciencia del 'emplotment' de esa misma escenificación. La misma ocupación que rodea la mente de los personajes a través del relato, la dermatología, sobre la cual se nos insiste una y otra vez (el padre y el abuelo de Carlitos fueron dermatólogos, y él mismo se empeña en aspirar al mismo campo, junto con los mellizos Céspedes), funciona como una señal de humo del autor, que nos invita a jugar con él, a deslizarnos por la epidermis de la problemática político-social de la época y a concentrarnos en el juego formal y en la irreverencia de sus personajes. Su condición social funciona como escenario, como recurso estructural necesario para soportar (supportar, me dan ganas de decir) la acción desencadenada; en un segundo nivel, y con menor eficacia, funciona como vehículo de parodia, no tanto de la falsedad de la burbuja en la cual nobleza material y espiritual son una sola, sino de los prejuicios que rodean a una sociedad que ve con malos ojos todo elemento extraño, todo lo 'cholo' que habita la periferia, prejuicios que el narrador, al hacerse cómplice de ellos, ridiculiza o intenta, al menos, ridiculizar.

El canon nos fuerza a poner las cosas en determinado orden, sea a través de estrellitas, de números, de comparaciones con la obra de otros autores o del mismo autor, etc., a determinar, en fin, cuán relevante es para la Literatura tal o cual obra. No me interesa hacer esto con la novela de Bryce. La he disfrutado mucho, y me imagino que su propósito ha sido, de inicio a final, entretener, jugar con el lector. En ello, a mi parecer, ha resultado exitosa.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Sin sueño y sin pantalones. Es navidad, aunque eso a nadie le importa. Pensando en Joyce, pensando en mi 'break', pensando en el miedo que tengo de ver mi calificación en that subject, pensando en el stream of consciousness, en sexo y las mujeres que me dijeron que no, sea para salir, sea para acostarnos juntos, sea para una fiesta, sea para acompañarlas a tomar el bus. En las muchachas cabezonas y de ojos claros, en esa dentadura demasiado pequeña para su rostro, en las orejas pequeñitas (defecto terrible), en los dedos manchados de nicotina, en la faja que usaba en la presentación mi profesora de piano, en un poema de Nerval que intenté recitarle a una inglesa -en francés- mientras dejaba enfriar mi pollo a la brasa, en las visiones de Eileen y de Emma, en las visiones del fauno de Mallarmé, en un balcón lleno de cajetillas, en un parque parecido al apocalipsis, en las fotografías de una mujer amada. Tengo la panza llena de gas por haber estado tomando cerveza después de la cena navideña. Y, seemingly, no tengo nada en la cabeza para escribir salvo lo primero que aparece en el llano. Por ejemplo: me gustan las chicas artie. O: me gustan las chicas que me dan bolisha. O: todo artista tendría que leer la novela de Joyce en sus 16 o 17 años, la edad de Stephen hacia el final. O: quiero fumar aún otro cigarrillo más. Creo que todo escritor -cuyo oficio, por antonomasia, demanda cierto fetiche con su propia soledad- ha tenido que imaginar alguna vez a un personaje un tanto sobrehumano, capaz de sobrepasar la dialéctica pertinaz entre la compañía de gente insulsa y la soledad que le carcome a uno la existencia. Desde el breakthrough en los estudios franceses multidisciplinarios -eso que la gente llama ahora 'Teoría', o 'Crítica'- tenemos aún más maneras de pensar ese viejo problema que ya abarcaba gran parte de la obra de Juana Inés, del que hizo una novela el amigo Johann Wolfgang, tan presente, por fin, en la novela de nuestro adorado James: si la experiencia sensible es inseparable de su textualidad (de su 'emplotment', según el concepto de H. White), si en realidad nuestra experiencia del mundo es intrínsecamente la experiencia que se tiene frente a un texto (realidad como construcción textual, y, a la vez, determinación del 'lector' como competente o no competente), ¿cuál sería el valor de la compañía humana sino aquel de su predeterminación cultural, la sensualidad de la innovación narrativa, las ignotas artes? Regresamos a la novela de Somoza: la dialéctica dionisíaca-apolínea se resuelve en la exhortación a vivir una vida que, cruelmente, se define por su naturaleza semiótica. ¡Salid a vivir, abandonad el texto! Pero recordad que la vida es, al final cabo, texto. En fin, ya me he aburrido. Son las 3:21 am y no tengo sueño. Maldita comida fuerte a medianoche. Seguiré con Joyce.

Language 1914

He drew forth a phrase from his treasure and spoke it softly to himself:
- A day of dappled seaborne clouds.

The phrase and the day and the scene harmonised in a chord. Words. Was it their colours? He allowed them to glow and fade, hue after hue: sunrise gold, the russet and green of apple orchards, azure of waves, the greyfringed fleece of clouds. No, it was not their colours: it was the poise and balance of the period itself. Did he then love the rhythmic rise and fall of words better than their associations of legend and colour? Or was it that, being as weak of sight as he was shy of mind, he drew less pleasure from the reflection of the glowing sensible world through the prism of a language manycoloured and richly storied than from the contemplation of an inner world of individual emotions mirrored perfectly in a lucid supple periodic prose?

Joyce. Portrait.

lunes, 21 de diciembre de 2009

He had known neither the pleasure of companionship with others nor the vigour of rude male health nor filial piety. Nothing stirred within his soul but a cold and cruel and loveless lust.

Joyce. Portrait.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sometimes a fever gathered within him and led him to rove alone in the evening along the quiet avenue. The peace of the gardens and the kindly lights in the windows poured a tender influence into his restless heart. The noise of children at play annoyed him and their silly voices made him feel, even moe keenly than he had felt at Clongowes, that he was different from others. He did not want to play. He wanted to meet in the real world the unsubstantial image which his soul so constantly beheld. He did not know where to seek it or how: but a premonition which led him on told him that this image would, without any overt act of his, encounter him. They would meet quietly as if they had known each other and had made their tryst, perhaps at one of the gates or in some more secret place. They would be alone, surrounded by darkness and silence: and in that moment of supreme tenderness he would be transfigured. He would fade into something impapable under her eyes and then in a moment, he would be transfigured. Weakness and timidity and inexperience would fall from him in that single moment.

Joyce. A portrait of the artist as a young man.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Les voy a confesar algo: este blog nació para trabar contacto con una mujer que sólo conozco a través de otra mujer con la cual perdí el contacto hace ya más de cinco años. Hasta este momento no la he visto una sola vez en mi vida (acaso hemos tomado el mismo micro alguna vez, acaso hemos estado sentados, sin saberlo, en la misma función de teatro, ella incapaz de reconocerme, yo totalmente desatento), y sin embargo, sin querer, han surgido cosas bonitas aquí, cosas mayormente relacionadas con desamores o con proyectos abortados, algunas cosas sobre música y otras sobre lecturas que me llamaron la atención en su momento, un dossier más o menos grueso de mi existencia. Puesto que aquel sentido se perdió hace tiempo -creo que apenas después de la primera entrada- este blog ha ido siempre un poco a la deriva, sin ninguna dirección específica. Creo poder afirmar que más del noventa y nueve por cien del contenido de este sitio nació por la urgencia del momento: rara vez me he sentado con guión en mano, rara vez he pensado dos veces lo que iba a escribir, algunas veces he estado ebrio o drogado mientras escribía y una o dos veces (pero no más) he corregido entradas ya escritas. No me estoy autoelogiando ni nada, ni haciendo una poética ni apadrinándome de ningún francés. Cortázar decía que él nunca se sentaba a escribir con saco y corbata pero, si somos realmente sinceros (digo 'nosotros' por los que intentamos, siquiera, escribir: ya el atrevimiento merece cierto tipo de solidaridad), uno siempre se sienta a escribir, digo, a escribir, con saco y corbata. Incluso la desfachatez más inusitada, el gabán más roído y mugriente en un concierto vienés de año nuevo, es ya el producto de un cálculo, de una operación formal. No es el mejor ejemplo, pero de algo sirve. En fin, si de algo ha servido este sitio ha sido para quitarse el gabán, colgar la corbata, dejarse encima los calzoncillos sucios. La presión aquí es inexistente, tanto porque nadie, o casi nadie, conoce este lugar (Dios sabe que los pocos amigos que lo han descubierto lo han hecho por sus propios recursos), como porque las correcciones a las entradas están prohibidas a priori. También, supongo, este lugar es un testimonio de cómo sacudirse de encima cualquier clase de narrativa teleológica es prácticamente imposible. En fin. He estado escribiendo en pasado, como si esta fuera la última entrada, como si me dispusiera a cerrar este blog. Nada. El fin de este lugar llegará como el de los noviazgos excesivos: se enfriará poco a poco hasta que ya no quede nada, salvo unas cuantas palabras.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Alors, il n'est pas comme donner de l'amour.