domingo, 28 de octubre de 2012

Feliz cumpleaños

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Tengo la impresión de que la operación favorita de la fantasía --y, arguibly, de la literatura-- es la elipsis. Lo cual haría de la sensación de felicidad una problemática temporal. Estaba escuchando hace un momento "Northern sky" de Nick Drake, y el primer verso

I've never felt magic crazy as this

me llevó a pensar en el reel que tiene el enamorado que ya no está con la chica que ama: breves momentos sostenidos por una música heartwarming (perdonen la anglomanía: he pausado una película para escribir esto), persecuciones graciosas por la playa y corte, la alcanza y la mira y corte y ahora tirados en la arena, mirando el mar (¿pero quién filma esto?) y corte y fumando un cigarrillo en el auto y corte bañándose en el mar con la ropa puesta y besándose y todo ello en silencio, quiero decir, sostenido por la música heartwarming, como esas escenas en las que un director quiere mostrarte que dos personas han tenido una cita espectacular proyectándote imágenes musicalizadas donde la chica se caga de risa y uno nunca --pero nunca-- sabe qué cosa ha dicho el tipo que ha sido tan extraordinariamente graciosa --porque cualquier intento de dar significado a un significante que flota por ahí sin 'contenido' (dirían los estructuralistas) es cercar sus posibilidades y arruinar la seducción de lo indefinido, y porque quizás nadie jamás ha tenido una cita tan buena--, de modo que sea la elipsis, los recortes de los inevitables momentos vacíos, del estornudo que le causaste con la arena, del cigarrillo que te pusiste al revés en la boca, de los silencios que no pudiste llenar y de los contactos que no hiciste o que hiciste mal, de modo que la elipsis, decía, sea la que perfecciona una secuencia de múltiples momentos para convertirlos, en el recuerdo, en algo por lo cual sentir nostalgia, acaso los que crees que han sido los mejores momentos de tu vida.

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Si voy a ver al chico éste presentar su novela voy tener que levantarme cada día humillado por no haber escrito la mía. Quiero decir: ya no voy a poder decir nada contra ningún escritor que a mí no me guste sin que no se me pueda replicar que qué chucha hice yo, qué escribí yo para poder criticar la novela, producto terminado y fruto de un largo esfuerzo que tú no eres capaz de sostener, de ese chico que se sacó la mierda escribiéndola. Me pongo como excusas las investigaciones que (es cierto, sin embargo) debo hacer, y que el trabajo (esto también es cierto) no me permite emprender como yo quisiera. Y sin embargo me paso al menos un día del fin de semana tirado en mi cama, viendo películas o masturbándome o revisando una y otra vez el Facebook (¿para qué?, ¿acaso el Facebook me va a salvar?) o durmiendo o, en el mejor de los casos, hojeando con desgano cualquier libro. Para escribir hay que tener fe. Escribir es un acto de voluntad. Pero soy tan ingenuo, tan inmaduro, que aún creo que mi obra surgirá a pesar mío, como contaba con regocijo González Vigil que decía Fray Luis sobre sus piezas maestras, "estas obrillas que se me cayeron de las manos". Que a mí también se me van caer de las manos como quien no quiere la cosa (yo diría "que se me chorrearon"), que nunca voy a tener que esforzarme al cien por ciento para lograr hacer la novela que tengo en mente. Debería renunciar a mi trabajo y dedicarme a mi novela.

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Igual es probable que me boten esta semana.

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Supongo que a mí también me gustaría renunciar como el personaje de Kevin Spacey en "American beauty", diciéndole a mi jefe sus verdades y, encima, sacándole un montón de plata. Creo que me identifico con el personaje de Kevin Spacey en "American beauty".

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Y ella allí con sus pastillas y sus juegos a la oficinita y cómo me llega al pincho que no me responda. Que se vaya a la mierda.

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Pero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quiero quierbasta.

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¿Has visto que soy súper vanguardista? Ji-ji. Si me muero uno de estos días, que alguien hackee mi cuenta y borre todo lo que he escrito aquí. No a pesar de que reconozco que hay cosas que valen la pena, sino por esas mismas cosas, porque son la promesa de algo que nunca prosperó. Como con ella y con la reina rubia y con la del nombre raro y con la hueca sin remedio. Hopeless.

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--Vete, won. Veeete --me escupe mientras habla.
--¿Y el dinero?
--Vete nomás. Resígnate a ser misio si vas a ser artista --se mete un seco de chela. La música revienta y debe gritarme al oído. No lo veo a los ojos. ¿Me está hablando en serio?-- Me decían que jale a Julito, que lo lleve conmigo --creo que te confundes... fui yo quien te dijo en broma ¿por qué no me jalaste a tu nueva chamba cuando te fuiste?-- pero yo no porque tú debes largarte won. Lárgate lejos. Este no es tu mundo.
--Largarme a escribir a Francia, como el final del Retrato del artista adolescente-- evidentemente no le respondí eso. --Y tú, ¿estás feliz con lo que haces?-- me meto un seco de chela.
--No, won. Me llega reverendamente al pincho --escucho a las amigas por ahí, bailando en la pista. ¿Qué cosa están tocando...? Ya. Una salsa.-- Hasta hace poco me la corría a cada rato. --Me río. ¿Qué tiene que ver?-- Este mundo te anula, won. Todos somos infelices. Míralo sino al supervisor, ahí. Pregúntale cuántas veces se pajea a la semana.
--¡Anda, won! ¿Qué chucha le voy a preguntar eso?
--Oye, Pedro. ¡Pedro! --el supervisor voltea. Cabeceaba de sueño.-- Este won es muy tímido y no quiere preguntarte. ¿Cuántas veces te pajeas a la semana? ¿Dos, tres?
--Tres, más o menos. Sí, no paso de tres --me ha sorprendido que lo haya dicho con tanta naturalidad. Supongo que oficialmente todos somos patas. Eso, al menos, en un contexto alcohólico. ¿Pero quiénes no se vuelven patas en un contexto así?
--Yo estaba en una diaria, won --me grita al oído y luego vuelve a chupar.

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Si lees mis cosas y reconoces mi talento, ¿me dejarás sorberte la chuchita y penetrarte por el culo?

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"American beauty" es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. La he visto tres veces. O dos veces y media, ya que la última todavía sigue en marcha porque, como dije hace un rato, la pausé para escribir esto. La primera quizás un año después de que saliera. Creo que la vi en Warner cuando aún era el canal 16 en el cable, cuando aún era medio chibolo y sentía cierto gozo en la transgresión que significaba ver calatas en horario adulto. Obviamente no la entendí. La segunda hará hace un año. Mis ojos se llenaron de lágrimas en más de una escena. Me pareció una película perfecta. Esta última ya no me ha gustado tanto, pero las escenas que me gustaron en un principio --la de la bolsa (tan manoseada, pero ¡qué hallazgo!), la de la aparición de Mena Suvari en el techo de la habitación de Kevin Spacey, rodeada de rosas (ya sé, me gustan todas las escenas cliché de esta película), la de cuando Thora Birch muestra sus preciosas tetas en la ventana-- me siguen gustando mucho. He vuelto a sollozar con la escena de la bolsa, no me importa decirlo. Pero las escenas que no me gustaron tanto antes ahora me parecen muy malas. Noto, por ejemplo, la sobreactuación de Kevin Spacey en algunos pasajes, o el exagerado vigor de la actitud de Mena Suvari, o cómo todos los personajes son tan exagerados que parecen caricaturas --la esposa control-freak y joyless, el padre ex-militar homofóbico que sin embargo es también homosexual, la adolescente freaky que odia a sus padres--, pero me pasa que si pienso que ello es adrede, es decir, que cuando la película cae en este tipo de imperfecciones y lugares comunes de la cultura estadounidense es porque se está burlando precisamente de esta misma cultura, que no se están tomando nada en serio en esos pasajes y que el efecto que buscan, aunque no lo parezca a primera vista, es uno cómico (o tragicómico, si quieres). Y tengo la impresión de que si uno supone que la película es seria en estos pasajes, está condenado a tacharla de pedante y sobreapreciada.

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Si los demás me admiran, ¿me chuparás el pene hasta que eyacule en tu boca?


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Me muero de ganas de fumar, pero en vez de salir en el Volocho a comprar en el grifo voy a comerme un pedazo de torta. He cumplido hoy 26, pero sigo siendo el mismo huevón que fui a los 19, solitario y sin obras, estéril. ¿Aún habrá posibilidad de cambiar? Mañana es mejor. Levantarse temprano, caminar. No llegar demasiado tarde a la casa, sentarse en el escritorio en lugar de derrumbarse en la cama, leer, indagar, estudiar y borronear. Alimentarse mejor, no ser tan tímido, hablar alto, expresar patentemente los deseos que se tienen. No anularse, no perderse en los números, no sedarse entre papeles sin importancia. Fumar menos, no ceder a la tentación de ir a buscarla. Ver más películas, escuchar música nueva. Comer menos, no cenar más que lo indispensable. Decir todo lo que quieres decir a quien quieras decírselo. Creer. No perder la fe.

lunes, 8 de octubre de 2012

"This is how you lose her", por Junot Díaz

Ahora que puedo bajarme las últimas novedades directamente a mi celular y leerlas sin mucho problema, en vez de esperar a tener suficiente dinero como para pedir por Amazon o esperar a que un amigo esté dispuesto a traerme los libros que quiero y la tarea extra --con su gran arbitrariedad intrínseca-- de elegir qué puede traerme por el poco dinero de que dispongo, me ha sido posible leer, apenas a menos de un mes de su publicación oficial (y ello porque en realidad no se me ocurrió antes bajarme la aplicación del Kindle a mi celular y porque no sospechaba que fuera tan cómodo leer en él), la última novela de Junot Díaz, "This is how you lose her". Esperaba con muchas ansias poder leerla, después de haber devorado, dos veces seguidas sin mucho tiempo entre lectura y lectura ("The brief wondrous life of Oscar Wao" me gustó tanto que la releí algunas semanas después de haber gozado con ella por primera vez), su primera, extraordinaria novela.

Lo voy a decir de una vez: no fue lo que esperaba.

Quizás mis expectativas eran demasiado altas. No estoy ahora mismo en una posición como para desentrañar "Oscar Wao", en parte porque ya es tarde y en parte porque hace tiempo que no hago reseñas literarias, pero lo que puedo decir, que no es mucho, sobre esta novela es que carece de la 'organicidad' de la primera. "Wao" era un mundo dentro de sí mismo, con sus propias leyes de representación y su lenguaje cimentado en la narrativa que Díaz proponía a desplegar: así, por ejemplo, las constantes referencias a la cultura nerd (los libros de Tolkien y Herbert, los comic-books, animes como "Akira") surgían espontáneamente de la naturaleza del protagonista, Oscar Wao. Quiero decir, la peculiar personalidad de Oscar transformaba la representación de la realidad de una manera novedosa, sí, pero también, si vale el término, "legítima", pues tal cosmovisión a) nacía de este personaje, lo que hacía de la representación no sólo espontánea, como dije, sino forzosa (he ahí la magia) para el mundo que intentaba narrarse, es decir, como consecuencia natural de la hechura misma del protagonista, y b), como boomerang, tal representación redundaba en la mejor descripción y narración de Oscar. No sé si me hago entender, pero supongamos que sí. En "This is how you lose her", tales referencias (que, bien es cierto, no son tan abundantes como en "Wao") se mueven sobre vacío, como si Díaz las hubiese adoptado no como recurso narrativo, sino como marca de estilo. Es decir, parecen gratuitas. También el lenguaje, que en "Wao" saltaba de la más rampante oralidad a párrafos de maravilloso cuidado, en "This is how you lose her" pierde el vuelo y muchas veces --no todas, porque Junot sigue siendo, al fin y al cabo, un buen escritor--se vuelve banal e intrascendente.

Pero también es cierto que esta novela --Michiko Kakutani la llama "colección de historias"-- no posee las pretensiones de "Oscar Wao": esto es, narrar un universo. Siempre he pensado que hay que medir los objetos de arte con la vara de su ambición: hay piezas que pretenden ser monumentales y lo logran, hay obras que lo intentan y no llegan a serlo y, también, las hay que no pretenden ser obras maestras. "Wao" constituía el esfuerzo de abarcar la historia de República Dominicana y el régimen de terror de Trujillo, la historia de una familia en tres generaciones, el desarraigo de la vida del latino en Estados Unidos, la supervivencia de una familia hecha de una madre enferma y un hijo socially awkward y una hija rebelde, la soledad de una vida subsumida en una violencia aparentemente atávica --y aparentemente racial y nacional-- de la que no se puede escapar, el desamor y la desesperanza. "This is how you lose her", por el contrario, se propone narrar una sola situación en particular: la ruptura por infidelidad de un amor intenso y el consecuente deseo del protagonista de rehacer su vida. Y si se la observa desde esta pretensión, la novela, en verdad, obtiene cuantiosos logros.

Ello se observa en particular cuando el relato se abre desde la historia de Yunior, su protagonista (personaje que recordamos de "Wao" y que también aparece en "Drown", que aún no leo), hacia las historias de Rafa y de Yasmin. La situación que se plantea en principio es la siguiente: Yunior, joven dominicano adepto al gimnasio y con ínfulas de escritor, es abandonado por Magdalena, su novia de muchos años, porque ella descubre sus numerosas infidelidades. Díaz nos muestra el mundo del post break-up, cómo intentan hacer que la relación funcione por unos meses y cómo, finalmente, todo colapsa y ambos dejan de verse. La narración de esta historia entonces se interrumpe, y pasamos a observar algunas de las otras relaciones fallidas de Yunior. Nos familiarizamos con el personaje: un mujeriego descuidado, que sólo aprende que quiere ser mejor persona cuando todo ya está perdido, un tipo que al final de cuentas quiere ser mejor (pero quizás solo porque la situación lo obliga a ello). Un pata que se deja llevar por la inercia del sexo (porque es muy fácil, porque todos sus amigos lo hacen, porque ése es el mundo donde ha nacido y porque tal condición, la del mujeriego, es prácticamente 'dominicana' por definición) y que al final descubre que su relación era algo más significativo que todo el tire que hubiese podido conseguir en su vida. Y luego vamos calando más hondo: regresamos a su infancia y conocemos a Rafa, el hermano mayor, más salvaje e inescrupuloso que Yunior, un "cuero" en la jerga dominicana, un "tigre", quien desarrolla leucemia y se va muriendo y un poco matando de a pocos. El frenetismo con que Rafa asume su enfermedad, su negación rotunda a que ella lo anule, sus continuas pruebas, ante todos y ante él mismo, de que ella no lo va a vencer ni lo va a cambiar (en vez de echarse a descansar después de la radioterapia sale a la calle y se emborracha continuamente, se acuesta con un montón de "sucias", consigue un trabajo que termina llevándolo al hospital y hasta se casa con un personaje notable, Alma, tonta y calculadora, cínica y a la vez entrañable superviviente), aquel frenetismo, decía, recuerda mucho a la actitud de Beli, la madre de Oscar Wao. Y luego hacemos otros dos saltos antes de que la historia de Yunior se resuelva: el segundo nos lleva a la breve estadía del padre con la familia de Yunior, en los primeros meses de la llegada de todos a los Estados Unidos, y nos ofrece el espectáculo de su actitud despótica con los hijos y la madre, a quienes no deja siquiera salir a la calle y a quienes abandona continuamente, con la excusa de irse a trabajar, para acostarse con otras mujeres; el primero, cosa extraña pero notable, nos presenta a Yasmin, personaje aparentemente desvinculado por completo de la historia de Yunior (sospecho, sin embargo, que Yasmin era una de las queridas de su padre, y que la Virta a que continuamente se hace alusión no es otra que la madre de Yunior, aunque todo ello no tiene gran importancia), y la dura vida que debe llevar como lavandera en un hospital. De todas, ésta es la historia que a mi parecer posee la mayor calidad y causa el efecto más potente en el lector. La desesperanza, y la frialdad con que Yasmin asume su situación desesperanzada --se acuesta con un hombre casado que vive a medias con ella, abandonándola por las mañanas y a veces por varios días, un hombre que está resuelto a irse a vivir con ella a una casa nueva y que sin embargo no es capaz de dejar del todo a su esposa y a sus hijos--, conmueven y asombran. La mujer dura que es Yasmin no llora frente a ese porvenir mezquino que tiene frente suyo, ante esa vida que nunca que termina de concretarse con un hombre que uno no sabe bien si ama o quizás sólo soporta y el que, sospechamos, no le podría dar una mejor vida que la que lleva; una mujer templada por el dolor, hecha a medida del invierno duro de la ciudad, y que sin embargo logra aún reconocerse en esa joven Samantha, su ayudante en la lavandería, que todavía tiene esperanzas de poder sacar las manchas de aquellas sábanas que Yasmin sabe que nunca podrán borrarse y que están destinadas a ser incineradas. Estos pasajes son de gran calidad y nos demuestran que Junot Díaz no es un one-hit wonder, que puede aún brindarnos una novela aún mejor que "Wao".

En suma, "This is how you lose her" está destinada a defraudar a los lectores que busquen en ella el monstruo que fue "The brief and wondrous life of Oscar Wao", pero les procurará no poco placer. Por $14.99 en versión digital (unos cuarenta soles... será caro para ser un e-book, pero recuérdese que no va a ser fácil encontrarlo en librerías limeñas y que, después de todo, ¡hay que apoyar a los buenos escritores!), yo creo que vale la pena.

martes, 1 de mayo de 2012

Muchos cambios. Muchas cosas bonitas tiene este blog, mucho que he ido acumulando y que ya he olvidado. Mucho deseo frustrado, mucha crispación y rabia. La felicidad no parece ser uno de mis paraderos.

Y la novela y mi único cuento terminado.

El futuro es por completo incierto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Acabo de terminar la novela de Javier Pizarro, condiscípulo mío de la facultad (aunque la verdad es que no lo conozco), La vereda más larga del mundo, que ganara el Premio PUCP hace un par de años. El título no me gusta, aunque entiendo sus posibles significados: el eterno ser adolescente, la larga vía hacia la adultez, el recorrido aparentemente infinito que tenemos que recorrer como nación hacia la integración total y la convivencia pacífica. La he leído en un par de días: ayer, mientras me emborrachaba (la crisis que "tú no sabes qué es vivir en crisis", según ese señor que es mi papá), y hoy, durante la tarde y la noche. La verdad es que no me he despegado del libro.

Influencias que se me ocurren de inmediato: los cuentos de Silvio en el Rosedal de Ribeyro, Los cachorros y La ciudad y los perros del marqués, Los inocentes de Oswaldo Reynoso (ese librito maravilloso que de pura suerte leí, gracias a un articulito excesivamente idealizante de una revista conocida). Epígrafes: Adén Arabie de Paul Nizan (no la he leído), Los detectives salvajes y un par más por ahí de autores para mí desconocidos. También Hernán Castañeda citaba la misma novela de Bolaño, lo que debe ser significativo en la relevancia del chileno tanto para el relato adolescente como para la prosa latinomericana. Casa de Islandia también era una novela adolescente (que pronto releeré, por cierto, porque la primera vez que la leí lo hice mal y sin perspectiva). Y yo también, desde luego, pretendo escribir una novela adolescente. ¡Cuanta obsesión por ello aquí en nuestro país! Ha de ser síntoma de algo. ¿O será que todos los escritores jóvenes comienzan escribiendo sobre su adolescencia, sobre el ser adolescente? Aunque pueda resultar contradictorio (se me ocurre ahora mismo mis CDs que mezclaban Silvio Rodríguez con Dream Theater), pienso en Bryce y en Arguedas: en Agua y en Los ríos profundos, tanto como en Julius, el niño representa la esperanza de una nueva visión de la sociedad, un nuevo "mundo" en donde la sensibilidad sea inclusiva y supere aquella heterogeneidad no dialéctica de la que hablaba Antonio Cornejo Polar. Luego están los ejemplos más obvios: el marqués, Reynoso, pero también Martín Adán con La casa de cartón. Y también algunos cuentos de Ribeyro, desde luego. En fin, esto ya ha sido señalado por la crítica, no digo nada nuevo. Sólo intento ordenar un poco mi panorama. ¡Pero qué doy excusas, si esto lo escribo para Micky!

Vuelta a Pizarro. Su novela es estupenda. Lo digo así, de frente. Sus personajes están muy bien construidos; su forma de narrar, relativamente novedosa (ese petit novelista francés, Frédéric Beigbeder, narraba uno de sus libros en las seis personas gramaticales), desde ese al que interpela un narrador que descubrimos en la última página (en una última vuelta de tuerca un tanto pretenciosa, efectista y acaso innecesaria: quizás el rezago de escribir cuentos con finales KO), funciona bien a nivel de textura, no entorpece y deja que el relato fluya sin obstáculos hasta el punto en que uno deja de notarlo. Dentro del contexto en que se mueve la novela podría incluso decirse que es un gran acierto usar la segunda persona, en cuanto que la actitud de confrontación e interpelación a sus personajes es susceptible de ampliarse al lector peruano, al ser peruano, y obligarlo con ello a asumir la responsabilidad de lo que ocurrió y ocurre en el país. Como si la novela hiciera que el lector se diera cuenta de su papel en el desastre que se narra.
Otro lugar común de la crítica actual afirma que desde los ochenta el escritor peruano ha intentado escribir la gran novela del terrorismo. Las obras recientes de Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo sirven de ejemplo inmediato. No sé si Roncagliolo lo logre (aún no he leído su novela), pero ciertamente Cueto no lo hace. Si bien Pizarro entra en esta línea, no sé si su novela pretenda tal objetivo. Al principio me parecía un poco injustificado narrar la historia del comandante dentro de una novela construida en base a personajes adolescentes, pero luego, con los pasajes de las andanzas de Noel por el centro y los recuerdos de los apagones y los toques de queda de Ignacio, la sensación se difuminó. Me ha gustado más la segunda forma en que el autor decide narrar la historia del comandante, en que abandona ese "tú" que desentona con el resto de los relatos y lo transforma en uno contado a su hijo, Diego. El pasaje sobre el operativo del Otorongo y su escuadrón de la muerte en la sierra es verdaderamente memorable. Está narrado de manera impecable, cada detalle puesto allí para dar mayor realismo a la escena. Que un chico de mi edad haya logrado semejante verosimilitud es admirable.

Sí, la madurez de Pizarro como narrador está plasmada, me parece, en esos detalles que dan un contorno tridimensional a sus escenas. Las velas y las lámparas de querosene alumbrando a unos estudiantes universitarios desesperados por estudiar en pleno apagón, por ejemplo. Y otros detalles más que ahora, por más que me esfuerzo, no logro recordar, pero que hacen a uno preguntarse "carajo, ¿cómo diablos sabía eso?". Son especialmente rescatables, por su brutalidad y violencia (que a mí me recordaban los terroríficos episodios narrados en Las benévolas), las escenas del suicidio de Alma y de la masacre de la tropa del Otorongo. Pero también esa última pelea entre Ignacio y Diego (el detalle de los ojos hinchados de lágrimas que revela Diego tras sacarse los anteojos negros me parece formidable), que tanto recuerda a la del Jaguar y el Poeta hacia el final de La ciudad y los perros.
El tema de la milicia y la adolescencia en "collera" no es lo único que Pizarro comparte con ese primer Vargas Llosa. También lo acerca a él la estructura de La vereda, con sus partes constituyentes hechas de relatos de un puñado de personajes y sus saltos temporales. Lo que me lleva a los defectos de la novela. La primera mitad de La vereda es narrada a través de las interpelaciones a Diego, Ignacio, Noel y el comandante Otorongo. En los relatos de los tres primeros aparece un personaje común, Alma, de quien Diego e Ignacio se enamoran. Alma es pues sólo referida, de ella sólo se habla, y en lo que cuentan los demás de ella podemos adivinar su historia completa: su enamoramiento de Ignacio, su breve noviazgo con Diego, la violación que ejercía sobre ella su padrastro, sus escapadas nocturnas, su contagio de una enfermedad mortal y su suicidio. De hecho, la primera línea del libro nos revela que Alma está muerta. De modo que cuando llegamos a la segunda mitad y nos topamos con una larguísima intervención de Alma (que contrasta con la fragmentación de las numerosas intervenciones de los otros personajes), ya conocemos su historia de cabo a rabo. Lo que hace de su testimonio un tanto tedioso de leer. Esto es defecto de racionalización de información: Pizarro no ha sabido bien cuándo y qué cosas callar para que el lector, al llegar a la intervención de Alma, mantenga el ansia de saber algo de su historia que todavía se le mantiene oculto. La sensación de hastío se intensifica en la medida en que uno ya sabe en qué terminan las historias de los demás: que Noel se fue a los Estados Unidos, que Ignacio se volvió un drogadicto y que Diego tuvo un hijo prematuramente y que se ha convertido en un adulto fracasado e infeliz. Hacia la página 190 uno tiene la sensación de que la novela se está extendiendo demasiado. Claro que Pizarro se reivindica al final, pues nos regala esos pasajes estupendos sobre el suicidio de Alma y el operativo del comandante. Pero el error se mantiene ahí, y uno tiene la sensación de que la novela lleva al medio una gran meseta que pudo haberse resuelto de manera más feliz.

El personaje de Alma me parece asimismo el menos original, el más cliché de todos. Es el síndrome Violeta Valéry: la mujer-prostituta que termina siendo castigada con la enfermedad y la muerte. El que su conducta se justifique por la violación de su padrastro hace aún más ordinaria su figura. Me gusta más la crisis que desencadena en Diego y en Ignacio. Me ha gustado más verla desde las consecuencias de sus actos.

Sea como fuere, La vereda más larga del mundo es una gran novela, de sorprendente eficacia y fuerza para un autor tan joven. Da ganas de seguir la futura trayectoria de Javier, que promete en abundancia. Ojalá que publique algo nuevo pronto.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

¡Atención, atención, que se viene el huayco! Huayco sentimental, aluvión de recuerdos y quereres mal queridos y muy deseados. ¡Atención, que quiero hacerme el poeta! Yo sólo quisiera ser siempre el de las primeras écoutes del A 18' del sol, tirado en mi cama y sempiternamente fascinado por la belleza de que es capaz el hombre.
¡Elhombrelatinoamericano!
Qué odio y qué hastío. Hasta me entran ganas de volverme musculoso y olvidarme del mundo. Como el imbécil del protagonista de la novela del imbécil de Murakami. ¡Y con los amigos que tengo, que me incitan al suicidio! Así no se puede.
He decidido irme un buen día y olvidarme de todos. A ver si se acuerdan del buen Julito, del que soñaba con escribir la mejor novela del mundo, de ese huevón que supo del amor sólo de oídas.
¡Atención, atención, que se viene el kamikaze!
(Son inevitables estos arranques en un drama-queen. Drama-king, Hamlet con su calavera, hundido en su propio ombligo que es también el hoyo en la tierra para el cuerpo de Ofelia -¡esa que nunca tocaste, pero bien que te pajeabas pensando en ella, en ella con la máscara de tu madre!- y, de paso, para el suyo. ¡Oh Laertes!)
¿De qué sirve ser un eterno adolescente si uno no se deja un espacio para hacer literatura de desesperados?
Tanta belleza que me cierra (me sierra) la puerta en la cara.
¡Volver a Argentina, a Nehmt meinem Dank y a las vísperas eternas! Eso sólo con la novela. ¡La novela! Me estoy dando impulsos leyendo a los noveles escritores de nuestra universidad. Ya escribiré algo de esas lecturas.
Es bueno que ya nadie lea este blog. De algo ha servido dejarlo ahí, congelado, aparentemente muerto, y que ahora regrese como el borracho al que creían atropellado (como mi tío Raúl en año nuevo, los traumas de mi vieja con el pan alemán, etc.) o como el fantasma del Rey Hamleto, a joder la existencia. O no, a hacer soportable la existencia. ¿Recuerdan la crisis? Pues por ahí va la cosa. Pongan Creep de Stone Temple Pilots, escuchen atentos la primera línea del coro, métanle su poquito de La ciudad y los perros y verán a lo que me refiero.
Como dirían los chilenos de Genitallica, imagina que nunca te pudieras masturbar...

lunes, 31 de octubre de 2011

Caminando por Camino Real, caminando. El sol fijo en el cielo. Seguramente se trata de un síntoma más de mi incapacidad de poder concentrarme, pero pienso en dos cosas al mismo tiempo -así como, mientras ahora escribo esto y al recordar el clima de hace unas horas, se me ocurre que el ejercicio literario es sumamente infértil, que la lectura funciona como hibernáculo para el eterno invierno de la soledad (¡qué cursi estoy esta tarde!) y que la vida, al final, está allá afuera, y no aquí adentro (me señalo con un dedo la sien, y me ahorro por ahora toda la discusión que viene después del gesto)-: 1. en la tipología que representa para mí esta última chica que he conocido, y 2. en que toda novela se escribe aún cuando no se la esté escribiendo. Lo segundo me manda al recuerdo del homenaje a mi profesor, hace unos días, más específicamente al recuerdo del último poema que leyó para cerrar su discurso, el cual jugaba con distintos acontecimientos para centralizarlos en el acto de lectura (cuando escribo, leo, etc., verdaderamente memorable en la lectura de su autor). Cuando no escribo mi novela, pues, escribo mi novela. Otro testimonio de mi pereza. Pero no sólo eso, naturalmente (¡qué gana de llena de adverbios toda oración!): como cuando, hace unas semanas, releí una de las entradas de este blog y se me ocurrió todo un pasaje nuevo para la novela que he terminado por olvidar de cabo a rabo. Esto me ha traído de vuelta. Porque cuando escribo, leo; cuando leo, escribo; y cuando no escribo, muero.
Sobre el número uno, caminando por Camino Real bajo el sol (qué día tan precioso puede ofrecer el Olivar), mientras veo los micros que quizás podría tomar si es que consigue ese trabajo del que me habló: chica nueva y atractiva y totalmente opuesta a mí y que -pero esto lo descubrí caminando por las Artes de noche- pareciera ser el Rey Hamleto para mi triste Hamlet, el espectro que se me ha aparecido para recordarme mis deberes morales. Esto último me llevaría a una discusión del ser-hombre un tanto vargasllosiana que, ahora mismo, la verdad, no me siento capaz de emprender. Queda de tarea, cuando tenga la disposición crepuscular necesaria. Ya para mí es todo un modus operandi, esto de 'caer' (anglicismo necesario) por mujeres que no sólo no me darían bola, sino que no tienen nada en común conmigo. Casi casi lo hago a propósito. Psicología barata y zapatos de goma, pero hay que tomar esto en cuenta: que esta chica, como ninguna otra, me recuerda a mi madre. Claro que hay que contextualizar, hay que decir que estos últimos meses, conmigo en casa casi todo el día escribiendo la tesis y con mi madre sin trabajo -lo que ha desencadenado la crisis vargasllosiana a la que me refería-, he convivido con mi madre lo más cerca posible de lo que lo he hecho, probablemente, durante toda mi vida. Lo cual explica que esté con más insistencia en mi memoria más inmediata. La situación, sin embargo, no deja de ser por ello edípica; concedo eso. ¿En qué se parecen? En la ética de trabajo (ambas con la misma carrera) y en lo poco que significa para ambas el arte. Mujeres pragmáticas; cuando me contaba sobre su disposición hacia el amor -el Tristán herido que llevo clavado en el alma se moría de pura pena-, no tengo tiempo para ello, no podía yo evitar pensar en esa pérfida Albión que me rechazaba por lo cercano que ya tenía el regreso a Europa. Pragmatismo amoroso, como el amor de los marxistas (Bryce) o los cuadros de Mondrian (Cortázar). Ello es, desde luego, preferible a estar enfermo de cultura y, para colmo de males, creerse la gran huevada por ser capaz de recordar algún verso o algún parlamento de alguna película (Ghost World; High Fidelity). Cualquier cosa, la verdá, es mejor que ser hipster. Lo dice alguien que tuvo la imbecilidad de serlo en algún momento.
Sobre la tipología de la que hablo, perdónenme la cita de Rayuela

Esas gentes se montaban un sistema de principios jamás refrendados entrañablemente, y que no eran más que una cesió a la palabra, a la noción verbal de fuerzas, repulsas y atracciones avasalladoramente desalojadas y sustituidas por su correlato verbal. Y así el deber, lo moral, lo inmoral y lo amoral, la justicia, la caridad, lo europeo y lo americano, el día y la noche, las esposas, las novias y las amigas, el ejército y la banca, la bandera y el oro yanqui o moscovita, el arte abstracto y la batalla de Caseros pasaban a ser como dientes o pelos, algo aceptado y fatalmente incorporado, algo que no se vive ni se analiza porque es así y nos integra, completa y robustece (cap. 19).

por lo pedante que puede resultar -la gente tiene que chambear y las sutilezas de quien es capaz de ver el trasfondo operativo del lenguaje son sólo posibles en un ambiente de ocio y comodidad-. De allí rescato esto último, la seguridad del es así de las gentes pragmáticas que, con el paso del tiempo, no se permiten el espacio de una duda saludable. Ojalá a mí me fuera dado ser una suerte de Virgilio del espacio artístico, pero carezco de toda pedagogía. Las conexiones que traza mi Wee Br--ain son tan arbitrarias que necesitaría bastante tiempo para explicarlas, y ya se sabe lo que ocurre cuando se explica un chiste. En fin. Si fuera al revés, seguro levantaría harta minita.

Tengo la certidumbre que esto no tiene nada de original, pero se me ha ocurrido una manera de leer que he llamado "lectura contrapuntística" y que consiste en leer un capítulo de una novela y luego otro de otra y así. Claro que para este acto tenga algo de significativo, lo ideal es que se confronte dos libros que tengan siquiera algo en común. Yo lo estoy haciendo, seguramente con mucha injusticia, entre La vida exagerada de Martín Romaña y Rayuela, que estoy releyendo. Ya se sabe que el común denominador es París. Y lo de la injusticia (ya dije lo de los chistes que se explican, ¿no?) es a propósito de la calidad de una y otra novela. A nivel instintivo siento que Cortázar ejerce sobre mí un hechizo mucho más intenso que Bryce. Luego tengo que admitir que ambas novelas tienen personajes bien construidos, si bien Bryce tienda a reescribir siempre a su protagonista (Martín Romaña es un Pedro Balbuena más joven y quizás -lo que es paradójico- menos 'exagerado', ambos son una suerte de Julius crecido y, como se ha repetido infinitas veces, los tres son trasuntos más o menos teatrales -trestristrestrigres- del mismo Bryce). La gran diferencia probablemente radica en el hecho de que Bryce no tiene ninguna intención 'metafísica' -enlace que nos lleva de Cortázar a Leopoldo Marechal-, mientras que Horacio Oliveira es casi paradigma latinoamericano del ser-incómodo-en-su-siendo-ser. Nadie más lejos del ser (así en cursivas) que Bryce, quien más que paisajista siempre ha sido retratista y hasta, si me obligan, caricaturista alegrón del parque Kennedy. Un petit Marcel -más Marcel que nunca en esta novela- de tertulia bien regada en licores finos. Pero no es por despreciarlo, claro. El humorismo de Bryce puede ser sumamente iluminador, aunque no estoy seguro de que esto suceda en Martín Romaña, donde lo más interesante es de lejos el testimonio que da Bryce en ella del París de mediados de los sesenta. Para ser sincero, disfruté mucho más de la tan atacada Tantas veces Pedro. Como sea, la confrontación que resulta del París de Bryce y Cortázar resulta muy, pero muy interesante. Uno y otro persisten en el mito romántico del París que brinda, como ninguna otra ciudad, la oportunidad de llevar una vida de poeta (whatever that means). Y esto a pesar de Bryce y su Nôtre-Dame más bonita vista desde Lima que desde París. El París de Cortázar es mucho más lóbrego, pero he aquí que, aún a pesar de la vida tan terrible que pueden llegar a llevar sus personajes en la ville lumière, la magia perdura y uno termina sintiéndose atraído.

domingo, 1 de mayo de 2011

He descubierto que al googlear mi nombre aparece, en primera lista, este sitio. Ya no tiene importancia si la gente a la que le importa, que de cualquier manera es poca, conoce mis más íntimos pensamientos. Es mayo del 2011. Mi vida está a punto de acabarse. No importa.

"He said 'Look here, junior, don't you be so happy
and for heaven's sake, don't you be so sad!"

Suciedad, ruido y muerte multiplicándose en belleza inaprensible. ¡Animalia de tetas perfectas, ay antípoda! MUERTE. Se mulplica en movimientos fútiles.
Expect-ando ando anduvieses bajo la luna de una ciudad apenas conocida. DE caras, DE amigos que prodigan una sexualidad ajena. Yo sólo solo en belleza concupiscente. Un ritmo ajeno: ¡A zumbarse la mandolina histriónica!

Hay que apostar por la música frugal, ensimismada y suavecita de un Tom Verlaine.

Narrar como si fuesen progresiones, maravillosas progresiones que no llevan a ninguna parte.

¡Poeta de alabastros y carcajs! Ya no hay mundo que pueda contenerte.

Puta gorda, rechina tu sexo contra la pared enmayolicada. Prodígame tu cariño lleno de incomodidades.

Más valen los arcos dorados, y ese desdén invernal que se hace de nevados ultramarinos.

Mi adorada. Tu sol no cae ahora sobre nuestra tripa andina. ¡Atibórrame de inseguridades acrisoladas en el más allá del cuarto espacio pentagramático!

I remember how the darkness doubles...!

Amada de las manzanas del zar. ¿Dónde amaneces, qué gallo te predica los madrigales de dulce lascivia!

NO LAS TOQUEN NO LAS TOQUEN QUE SE DERRITEN EN LA ETERNIDAD

NO SE ATREVAN A RECORRER SUS SEXOS INMUTABLES

NO SE ATREVAN

¡Ay _____! ¡Ay _________! Que resuene la trompeta del ángel. Más allá del túnel maravilloso hay apenas un deseo irresoluto.

QUE NO SE ATREVA NADIE A TOCAR ESTAS NÍNFULAS