Por más que trato, no logro recordar cómo llegué a la obra de David Foster Wallace. Con certeza, hasta donde es posible, puedo afirmar: no fue la recomendación de un amigo. O de un autor. O de una página web, o de otro libro. Creo poder decir sin mentir que llegué a Infinite Jest (1996, Little Brown) por puro azar. Y solo poco después de comenzar a leerlo me enteré de que es un considerado poco menos que un libro "ilegible" (o imposible de acabar) en la literatura estadounidense.
Lo que debería confesar, si cabe, es que lo que me empujó a la lectura de IJ fue la noticia del suicidio de su autor en 2008, y la manera en que DFW, en varias entrevistas, puntuaba sus opiniones sobre distintos temas con una mueca de dolor o vergüenza (wince se diría en inglés), como si lo que hubiese terminado de decir hubiera sido una reverenda tontería, cuestionándose cada pensamiento expresado a sus interlocutores y reprochándose sobre ello. Ahí estaba este tipo en frente de Charlie Rose con una bandana y una camisa pálida y una corbata con el nudo suelto diciendo cosas inteligentes e interesantes e inmediatamente cuestionándose su expresión, hasta el punto en que Rose en determinado momento cree conveniente decirle que no se preocupe tanto, que lo está haciendo muy bien. Me conmovió. Más aún después de saber de sus problemas con la depresión, y su triste felo de se; yo en ese momento estaba pasándola muy mal, y creí encontrar en Wallace, aún antes de haberlo leído, a un compañero, a alguien que comprendería. Es raro escribir esto, y no tengo manera de explicarlo racionalmente. De pronto tuve la esperanza de hallar en IJ un refugio.
Como iba diciendo, solo poco después de comenzar IJ me enteré de que era una lectura considerada como sumamente abstrusa entre el público norteamericano, y que mucha gente la abandonaba a las pocas páginas (mientras que los que sí la terminaban se ufanaban de ello como si hubiesen logrado una hazaña, hasta el punto de que algunos sólo la acababan para poder decir sin mentir "Yo terminé de leer IJ").
Primer punto de esta entrada, entonces: la de IJ es una lectura difícil, sí (más aún para alguien cuya lengua materna no es el inglés): está llena de referencias obscuras, de juegos de palabras, de alusiones matemáticas y químicas y, en general, está escrita en un lenguaje inusual, pero, ante todo, es una lectura entretenidísima. Una page-turner. Lo cual es un logro en sí mismo. En muchas ocasiones Wallace criticó las novelas norteamericanas consideradas de vanguardia (Pynchon, DeLillo y co.) por no dar un balance adecuado entre el trabajo al que sometían al lector y la recompensa de engancharlos a continuar la lectura. DFW tenía muy claro que en todo momento el escritor debe pensar en su público, en cómo se leerá su novela, y que si bien un libro debería retar a sus lectores, no por ello debía evitarles el gozo de una historia conmovedora y bien contada. Llamarla entretenida quizás pueda ser paradójico dentro de las coordenadas de IJ. Yo me quedo con la idea que Wallace tenía de su novela: es un libro escrito por un tipo lo suficientemente solitario para poder haber escrito sus mil-y-pico de páginas para un lector lo suficientemente solitario como para recorrerlas.
Segundo punto: IJ es una novela conscientemente subversiva. Desde el principio parece trazarse el objetivo de romper todas las reglas de la narrativa tradicional. Citaré tres ejemplos para ser conciso. El primero: nos relata toda una peripecia de uno de sus personajes antes de retratárnoslo a cabalidad. En los dos primeros centenares de páginas acudimos a la curiosa escena entre la USS Millicent Kent y Mario Incandenza, vemos cómo Mario, de quien sabemos apenas que tiene una conducta un tanto infantil a sus diecisiete años, se ve objeto de un torpe lance amoroso por parte de Millicent Kent, el cual no disfruta en lo más mínimo y parece no comprender del todo. Pero es sólo después de otro centenar de páginas, y tras la lectura de numerosos pasajes sin demasiada relación con este y con personajes muy distintos, que nos enteramos del por qué de la conducta tan peculiar de Mario: sólo entonces Wallace nos comunica sus deformidades, la extraña circunstancia de su nacimiento, su posible retardo mental. Y comprendemos a cabalidad la escena anterior. Y un poco después comprendemos que comprendimos la escena anterior sin tener a la mano la descripción de nuestro personaje, lo cual nos hace comprender, a su vez, que Wallace se las arregló para narrarlo (esto es, comunicando perfectamente la esencia de la escena) sin describir a su protagonista.
Segundo ejemplo: el híbrido entre la narración en tercera persona y el monólogo interior. Wallace desdibuja los límites entre el narrador omnisciente y el monólogo interior, narrando en tercera persona de modo que la materia narrativa esté infundida de la voz de sus personajes. Me explico. Las escenas de Don Gately, un personaje poco educado y criado en un ambiente hostil, están plagadas de errores gramaticales ("She must of known", "transvestals" en vez de "transvestites") y de jerga racista, pero están narrados en tercera persona, de modo que la materia narrativa es la expresión de la voz interior del personaje o, mejor aún, de su visión del mundo, sin ser totalmente la expresión puntual de sus pensamientos. Esta técnica, que, con el perdón de mi ignorancia, yo no he visto en otro libro, flexibiliza la narración, a la vez que permite que el lector pueda diferenciar fácilmente las historias de uno u otro personaje.
Tercer y último ejemplo: el final de la novela. Leyendo algunas opiniones por Internet (particularmente la ejemplar
Infinite Summer), me entero de que muchos lectores se sintieron insatisfechos por cómo termina
IJ, sin resolver muchos de los hilos narrativos de sus personajes. El final, sin embargo, y más allá del comentario obvio de que una novela como
IJ no podía terminar de otra manera, da ocasión de ver otra de las subversiones de Wallace.
IJ comienza por el final, esto es, con la escena protagonizada por Hal Incandenza ante el jurado de admisión de la Universidad de Arizona, la cual, dentro de la línea temporal de la novela, corresponde a la última acción que en ella tiene lugar (Year of Glad, el último año del tiempo subvencionado por el gobierno de la ONAN). La mayor parte del resto de la novela tiene lugar en el Year of the Depend Adult Undergarment, un año antes del Year of Glad. Con ello quiero decir que desde su inicio la novela infunde en el lector dos expectativas: 1) que el protagonista de la novela será el joven Hal Incandenza y 2) que el resto de la novela, al desarrollarse durante el año inmediatamente anterior al de los hechos relatados en el primer episodio, expondrá los sucesos que dieron lugar a éste, esto es, que hallaremos la explicación del comportamiento tan extraño de Hal que desata la ira y confusión del jurado de la Universidad de Arizona. Spoiler alert: ninguna de las dos expectativas es satisfecha. Acabado el libro no podemos decir a ciencia cierta qué es lo que le ocurrió a Hal durante su entrevista de admisión (si bien nos podemos hacer una
idea, nunca definitiva sin embargo), y, lo que es más sorprendente aún, nos topamos con que el protagonista no fue nunca Hal, ese
sad kid de memoria prodigiosa pero vacío por dentro, sino el torpe y sensible Don Gately, personaje que aparece en la novela después de las primeras cien páginas pero que, a lo largo del resto de ella, se roba decididamente su centro de atención. No puedo dejar de relacionar esto con el final de
Tristan und Isolde: el famoso acorde Tristán, después de toda una serie de juegos al borde la atonalidad, termina no en la clave en la que se desarrolla gran parte de la partitura, sino una clave diferente.
No sé si hay un tercer punto. IJ es una novela larguísima y, como tan fácil puede sucederle a una empresa de tal magnitud, por ratos irregular. Gran parte de ella es magnífica. Y por momentos es de lo mejor que yo, personalmente, haya leído nunca: resalto el episodio de la pelea de Don Gately, maravilloso, pero por sobre todo la escena en que Hal, Pemulis, Axford y Ann Kittenplan esperan a ser llamados por Charles Tavis después de los eventos del Eschaton, la cual es una pieza jodidamente magistral, una narración perfecta.
Por supuesto que hay muchas otras cosas de que hablar, como los lazos con Hamlet, el trasfondo político de la novela, el tema de la adicción a las drogas frente al entretenimiento televisivo (y cómo la novela parece decirnos que pueden ser aterradoramente parecidos), la constante fuga de la realidad en que parecen estar atrapados todos sus personajes... pero lo dejo para otra ocasión. Vemos.
De diciembre de 2016 a febrero de 2017, Infinite Jest fue para mí un refugio. Y DFW se convirtió, de aquí para adelante, en un compañero, a fellow of infinite jest, una voz siempre bienvenida. Carajo: se convirtió en un maestro.